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Defender a la familia contra migrantes y mujeres

Domingo 21 de abril de 2019

Los fundamentalismos cristianos y la ultraderecha tejen alianzas a partir de argumentos natalistas

Nuria Alabao 17-04-2019 CTXTç

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Protesta del colectivo Non una di meno, en Verona. Non una di meno

En el 2005 se produjeron en España manifestaciones masivas contra la propuesta de Zapatero de permitir el matrimonio homosexual. En ese tiempo, un amigo comentaba que lo que contenían esas protestas no era pura negatividad, que también anidaba un deseo de reivindicar una institución social que supone un cierto resguardo ante el individualismo, la mercantilización de la vida y la competitividad que promueve el capitalismo. Hoy se dice también en círculos cercanos que “no hay que dejar la familia a la derecha”.

Pero independientemente de si se cree que la familia es un reducto de comunidad o un infierno burgués, lo cierto es que actualmente la “defensa de la familia” está en el centro de la agenda de los fundamentalismos cristianos y de la ultraderecha en buena parte del planeta. (Más bien habría que decir defensa de la familia patriarcal.) Quienquiera que se plantee resignificarla tendría que hacer frente a este hecho.

El mes pasado, sin ir más lejos, se celebró en Verona el encuentro anual del Congreso Mundial de la Familia (WCF), con el apoyo explícito de Matteo Salvini, de su partido, la Liga, y de otros movimientos de ultraderecha. Mientras, en la calle se producían protestas masivas contra este encuentro, financiado por la Organización Internacional de la Familia, considerada una de las la agrupaciones ultraconservadoras más poderosas del mundo. Una organización que se dedica a promover la familia “natural” tradicional como pilar básico del orden social, “como la exclusiva unidad fundamental y sostenible de la sociedad”. (Aquí nos suena porque los argumentos que usa Vox son parecidos los argumentos). Este Congreso se celebró en España, en 2012, y en su organización participó la Fundación Valores y Sociedad, de Jaime Mayor Oreja, uno de los militantes antiabortistas más activos de nuestro país.

Este tipo de encuentros y la forma de organizarse son una muestra de que los grupos extremistas y los activistas ultraconservadores se están articulando cada vez mejor a nivel internacional

Este tipo de encuentros y la forma de organizarse –y el hecho de que cada vez cuenten con más presencia institucional– son una muestra de que los grupos extremistas y los activistas ultraconservadores se están articulando cada vez mejor a nivel internacional, debido al contexto global que les es favorable, y a pesar de las diferencias políticas entre ellos, y las de de credo entre fundamentalistas cristianos católicos, ortodoxos o protestantes. Lo que les une es “restaurar el orden natural” de nuestras sociedades, que significa luchar contra los derechos de las mujeres –principalmente el aborto– y de las personas LGTBI –matrimonio igualitario, adopciones…–. En la práctica, esta alianza entre fundamentalismo y ultraderecha implica una cruzada contra el feminismo, los movimientos de las disidencias sexuales y sus conquistas presentes, pero también un intento de frenar las futuras, como demuestra su fuerte despliegue en Latinoamérica ante la insistente demanda de legalización del aborto. En esta dialéctica entre fuerzas contrarias, el feminismo ha reaccionado de forma contundente, como sucedió en Polonia, en 2016, cuando se convocó la primera huelga feminista de la década como respuesta al intento de endurecimiento de las leyes sobre el aborto. Una huelga que inspiraría a las que se sucederían después en todo el planeta.

Un punto de confluencia es la defensa de la familia natural acompañada en la última década del discurso contra la “ideología de género”; ese hallazgo que proviene del Vaticano y que sirve para confrontar los avances de la mujer desde los 70. Recordemos: el género no existe, es “ideología”, es decir, no es una construcción social sino que forma parte del “orden natural de las cosas”, el orden divino. Esta cruzada fue rápidamente asumida por el evangelismo –sobre todo en su versión neopentecostalista, la más poderosa–, que tuvieron un papel relevante en la elección del presidente posfascista Bolsonaro el año pasado. Las versiones estadounidenses apoyaron a Trump en las elecciones del 2016. Hoy el vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, es evangelista y está considerado como el gran aliado de los grupos que tratan de limitar los derechos de las mujeres y personas LGBTI. Según Open Democracy, grupos de fundamentalistas cristianos están financiado a la ultraderecha en Europa y Rusia para impulsar su agenda de “defensa de la familia”.

Además de la ya consolidada lucha contra la “ideología de género”, en el reciente congreso de Verona pudimos ver cómo estas fuerzas están renovando sus narrativas para conectar con nuevas preocupaciones “a la moda”. Por ejemplo, uno de los ejes de los debates vinculaba la defensa de la familia con la lucha contra el cambio climático –“ecología humana integral”–, pero también vimos cómo se han movido hacia temas que son centrales para la ultraderecha nacionalista, como son la cuestión de la soberanía nacional y de las migraciones. El lobby fundamentalista está asumiendo los discursos de los líderes ultra, cuyas conexiones les permiten tener posiciones institucionales en muchos países.

El lobby está asumiendo los discursos de los líderes ultra, cuyas conexiones les permiten tener posiciones institucionales en muchos países

En relación a la cuestión de la soberanía, se trata de reivindicar la capacidad de decisión de los países contra los instrumentos del derecho internacional que se consideran “abusivos” –como la UE, la ONU, u otros organismos que velan por el respeto de los Derechos Humanos y se oponen a la agenda ultraconservadora. “No existe en ningún instrumento internacional el derecho a la autonomía de la mujer ni el derecho a disponer de su cuerpo. No son normas jurídicas ni derechos reconocidos”, dijo recientemente el político colombiano Rafael Nieto Loaiza en otro encuentro similar, el Foro Trasatlántico III, en Colombia este mes. Realmente, si se considera que no existe nada como el “derecho a la autonomía o a decidir sobre el propio cuerpo”… lo que se narra en El cuento de la criada sería perfectamente legal.

Migraciones y tasas de nacimiento “nacionales”

Uno de los temas centrales del WCF ha sido la “crisis demográfica” europea, que está vinculada tanto a políticas para promover un aumento de la tasa de natalidad (de las mujeres europeas), como a la lucha contra el aborto –al que se acusa de estar detrás de la crisis demográfica–. Pero también se asocia a un ataque directo al feminismo –culpable de que las mujeres ya no quieran asumir su papel de reproductoras–. En estos términos habló el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, en la edición del congreso de 2017 que tuvo lugar en Budapest en un discurso titulado: “Europa, nuestra patria común, está perdiendo en la competición poblacional entre las grandes civilizaciones”. En él dijo que: ”En la lucha por el futuro de Europa, es imperativo detener la migración ilegal” y “esta lucha ... solo vale la pena si podemos combinarla con una política familiar que restaure la reproducción natural en el continente”.

Esta vinculación entre agendas familiaristas y antiinmigración se está produciendo en muchos lugares. En Italia, Salvini es un buen exponente: “Defenderemos a la familia natural fundada en la unión entre un hombre y una mujer. Para ello ejerceré todo el poder”, dijo a los medios italianos el pasado agosto.

Mientras que Alternativa para Alemania se presentó a las elecciones en 2017 con un programa que recogía su “compromiso con la familia tradicional”, se oponía a la “incorporación de la perspectiva de género” y se comprometía a contrarrestar a una población cada vez más reducida con “familias numerosas en lugar de inmigración masiva”.

En nuestro país recoge el testigo tanto Vox como lobbies como el de Mayor Oreja o plataformas ultras como Hazte Oír. Pero también el PP, que defiende que “el aborto no es un derecho”, en palabras de su candidata Andrea Levy. Mientras, el ultra Pablo Casado defiende la derogación de la ley de plazos de Zapatero para volver a la de supuestos –una cuestión que divide al propio partido–.

La Teoría del Reemplazo

Podemos descubrir la vinculación entre las tasas de nacimiento y las migraciones en los discursos alucinados de la extrema derecha mundial que hablan de la Teoría del Reemplazo. Esta dice que los pueblos europeos –o el estadounidense– se están extinguiendo porque están siendo reemplazados por inmigrantes con sus culturas diferentes –e “inferiores a la occidental”–. Tiene su origen en Francia, en entornos “más respetables” o aparentemente menos radicales, a partir de un libro del filósofo Renaud Camus. En él se explica que Francia está siendo víctima de la sustitución de la población “nativa” por los franceses descendientes de la inmigración llegada de las antiguas colonias. Es decir, un ataque directo contra los franceses musulmanes. (No es difícil tampoco ver una traslación de esta teoría en la última novela de Michel Houellebecq, Sumisión, cuya trama parece estar inspirada en estas ideas.) Hoy en Europa, la islamofobia estructura los nuevos nacionalismos tal y como hacía el antisemitismo en la primera mitad del siglo XX, según explica Enzo Traverso.

Pese a su tono conspiranoico, estas ideas están calando más de lo que podríamos esperar –sobre todo en jóvenes muy radicalizados con componentes contraculturales– y con violentas consecuencias. Teoría del Reemplazo se llamaba el manifiesto que publicó Brenton Tarrant en Facebook para justificar su tiroteo en una mezquita en Nueva Zelanda, en la que mató a cincuenta personas. Esa misma filosofía estaba detrás del ataque de supremacistas blancos en Charlottesville, Virginia, en 2017. Estos jóvenes, muchas veces vinculados a grupos neonazis o similares, llegan a impugnar que las mujeres prefieran trabajar “en vez de criar”.

Podemos descubrir la vinculación entre las tasas de nacimiento y las migraciones en los discursos alucinados de la extrema derecha mundial que hablan de la Teoría del Reemplazo

El ataque conjunto a mujeres y migrantes puede parecer fruto de teorías conspiranoicas y jóvenes radicalizados, pero tiene un trasfondo sistémico. Con esta doble ofensiva se está poniendo en el punto de mira a dos de las fuentes de trabajo barato de nuestro sistema económico. El de los migrantes o personas racializadas: discriminados en el mercado laboral y muchas veces sin ciudadanía plena –sin todos los derechos precisamente para controlar su movilidad y mantenerlos atados a sus condiciones de explotación– de modo que sus salarios están entre los más bajos y sus condiciones son las más penosas. (Hasta el punto de la esclavitud, ya sea en la trata laboral o en la que tiene fines de explotación sexual, cuyas víctimas son fundamentalmente inmigrantes). Mientras que las mujeres –que ya son explotadas en el hogar con todo el trabajo de reproducción gratuito que realizan–, también, y precisamente por esta causa, ocupan los puestos de trabajo más precarios y tienen las tasas más altas de pobreza. Si son migrantes y mujeres al mismo tiempo, probablemente se dedicarán a los sectores más explotados: trabajo doméstico, agricultura o prostitución.

El ataque a los derechos de las mujeres y los migrantes no solo se ceba en los más pobres, sino que tiene como último objetivo condenarlos a estas posiciones de subordinación en la sociedad, sujetarlos a ese régimen de sometimiento. Como explica María Mies en Patriarcado y acumulación a escala mundial, esta subordinación está vinculada a la dinámica de división del proceso de producción en dos sectores: por un lado, un sector formal cada vez más pequeño, cuyos trabajadores están cualificados, bien pagados y son sobre todo hombres –nacionales–. Y por otro, un sector informal o no organizado, de jornadas parciales o sin contrato, muy feminizado y con altas tasas de mano de obra migrante. Aunque estas mismas condiciones se están generalizando progresivamente para todos los trabajadores. Precisamente, hay que piensa que algunas de estas posiciones ultraderechistas están vinculadas con la nostalgia del régimen fordista donde el pacto entre capital y trabajo implicaba para los varones blancos un trabajo en condiciones –y una mujer en la casa–. Hoy ese mundo ha estallado, el trabajo se degrada –de lo que se puede culpar a los migrantes– y las mujeres no quieren permanecer atadas a las tareas del hogar y subordinadas a un marido –el patrón de la casa–.

Por tanto, estos postulados de la ultraderecha implican que el feminismo hoy solo puede ser antirracista y el antirracismo, feminista.

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