Xarxa Feminista PV

Deciden que la mujer sufra

Lunes 26 de noviembre de 2018

Cristina Fallarás 25/11/2018 Público

La niña corre por el patio del colegio hacia la cancha de baloncesto. Observo la escena por casualidad. Salgo de dar una charla al alumnado sobre periodismo y al pasar por el recreo me he dado cuenta de que van a jugar un partido. La niña que corre hacia el lugar donde ya se apiñan varios compañeros y compañeras viste falda escocesa y polo blanco. Los niños que la esperan, pantalón corto gris y el mismo polo blanco.

Cuando arrancan el juego, en el primer topetazo, a la niña se le echa a volar la falda. A medida que pasa el tiempo observo que es la única que, en esa circunstancia, no se detiene en mitad del juego (con lo que eso significa) para bajarse la falda. Inevitablemente, me fijo en ella por descubrir algún gesto más que explique su audacia. Y acabo descubriéndolo, claro y lamentablemente. Bajo la falda viste un pantaloncillo elástico hasta medio muslo.

En un descanso aprovecho para preguntarle. “Es para que no se me vean las bragas”, me contesta. Por la noche, en casa, mi hija me contará que en su colegio también hay esa costumbre.

Más.

Hace unos días, en un programa de televisión me preguntaron mi opinión sobre la obligatoriedad de que las niñas usen falda como parte del uniforme escolar. No mi opinión sobre si el uniforme debería ser obligatorio, sino una vez dado por hecho el uniforme, si el de las niñas debe ser obligatoriamente de falda. No pantalón, falda.

La pregunta me sorprendió mucho. Muchísimo. Para empezar, porque no me cabe en la cabeza que el uniforme escolar no permita a las niñas elegir entre falda y pantalón. Recordé cómo habíamos superado hace muchos años la falda obligatoria en azafatas de todo tipo, en el ejército e incluso entre las monjas. Y también me sorprendió que alguien sea capaz de tal pregunta. Porque eso significa que no son pocas las personas que apoyan el asunto de la falda y solo falda obligatoria para las crías. En fin, son tantas como para que se me pregunte.

Me sorprendió e inmediatamente pensé en la crueldad, en la imposición del sufrimiento. En cómo a esas niñas se les impone el sufrimiento, la posibilidad de sufrir.

Bien debe de ser cierto que a algunas crías no les importa llevar falda, pese al engorro que supone para la práctica de cualquier deporte o ejercicio e, incluso, juego. Sin embargo, a otras sí, y esa ya es razón suficiente para que se elimine dicha obligación.

¿Por qué se debe hacer sufrir a las niñas que efectivamente sufren con la falda? ¿Por qué debemos arriesgarnos a que sufran otras más? ¿Para qué, con qué finalidad? ¿Por qué pudiéndolo evitar y no aportando absolutamente nada más que la posibilidad de sufrimiento no se evita? Es decir: la obligación de llevar falda no solo no aporta nada a su educación sino que las castiga a moverse con menos libertad que el resto de los alumnos, es decir, los chicos. O sea que esa posibilidad de sufrimiento, de incomodidad, de desventaja, de vergüenza solo va destinado a ellas en tanto que hembras. No es al alumnado más despierto o menos, al alumnado más alto o menos, al alumnado de dibujo lineal frente al de artístico. No. Es a las niñas en tanto que niñas.

Más.

El sufrimiento que se impone a la mujer en tanto que mujer, por el simple hecho de serlo, puede evitarse. ¡Ahí está la clave! Puede evitarse pero no se evita. O sea, se aplica/permite. Puede evitarse TODO el sufrimiento, todos y cada uno de los sufrimientos añadidos que comporta pertenecer al sexo femenino. Y sin embargo no se evitan.

En la base de todo esto, sin duda, gruñe la idea de que la mujer puede y debe ser castigada. ¿Por qué? Pues a la vista está: por el simple hecho de ser mujer (no por ser de dibujo lineal, ni menos despierta ni más alta). O sea de no ser hombre.

Es tan simple que da vergüenza. Y sin embargo no es idiotez sino de una profundidad abrumadora: la mujer pertenece a un grupo humano al que se puede infligir sufrimiento, dolor. ¿Qué características comparte ese grupo humano? Su cuerpo.

Más.

Para que la niña se acostumbre a todo lo anterior, se le permite acceder a la misma vida (más o menos) que los varones (educación, fútbol, etc.) pero con un plus de sufrimiento: la falda. De la misma forma, a la mujer se le permite autonomía económica y acceso laboral pleno (más o menos) pero con un plus de sufrimiento: menor salario que sus compañeros varones, imposibilidad de acceder a cúpulas etc. Otros ejemplos que no son tan bobitos como parecen podrían ser el menor premio en iguales competiciones, las exigencias estéticas exclusivamente femeninas, la obligatoriedad del pluriempleo no remunerado que significan crianza y cuidados…

…Y (aquí llegamos a la sangre, a la muerte) la denegación de las peticiones de protección.

Hay una cifra que tengo colocada en la estantería de la infamia y que llama a llanto y a guerra. A raíz de un caso cercano, me interesé por cuántas peticiones de protección se denegaban en Barcelona. La cifra resulta espeluznante: entre el 75 y el 78 por ciento de las mujeres que piden a la justicia que las proteja porque temen que su pareja o expareja las mate a ellas o a ellas y a sus hijos solo reciben un NO. Quiere esto decir que de cada 10 mujeres que imploran que se les proteja del dolor y la muerte, solo se atiende a dos.

Ya sé que cunde la idea, idiota, repugnante, brutal, de que las mujeres acuden a los tribunales para quedarse con el coche, el piso y un buen pellizco mensual que ahogue a su ex. Pero escuchen: cuando una mujer se desplaza hasta el juzgado y pide protección, está aterrada, ha pasado noches sin dormir y días pendiente de su sombra, arrastra con ella tal carga de dolor, de violencia, un miedo tan feroz, que es capaz de dirigirse a alguien que no conoce, que sabe que la va a poner en duda, contarle sus más íntimos dolores y terrores. Y exponerse a que la echen (casi 8 de cada 10) a las fauces de la bestia que la masticará.

Ha tenido que ir hasta allí, narrar su intimidad, narrar sus debilidades, narrar su terror más bestia, es evidente que su pavor no le reporta beneficios, que su acto raya con la desesperación, y en cambio deciden no protegerla, decirle: “No, vete a tu casa a ver si hoy tienes suerte y no te mata”.

Insisto:

Deciden no protegerla.

Deciden obligarle a la falda.

Deciden que su sueldo sea menor por el mismo o mayor trabajo.

Deciden que cuide sola y gratis de todos.

Deciden que el premio femenino en los torneos sea inferior, que la peluquería sea más cara, que ciertos trabajos y relaciones exijan una dolorosa disciplina estética…

Todas esas cosas no suceden solas. Todas esas cosas pueden evitarse. Sencillamente, deciden no evitarlas. O sea deciden que la mujer sufra.

De eso se trata.

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