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De lágrimas, mitos, mujeres y hombres

Martes 1ro de diciembre de 2020

Mientras las lágrimas de las mujeres son de cocodrilo o de debilidad, los hombres con sus lágrimas muestran su lado más sensible y humano, y no solo se les perdona, sino que se alaba, sobre todo cuando esto ocurre en terrenos de la masculinidad dominante como el fútbol

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La ministra de Igualdad, Irene Montero, durante su intervención en la entrega de reconocimientos con motivo del Día Internacional para la Eliminación de la Violencia contra la Mujer. EF

Lina Gálvez 29-11-2020 elDiario.es

Esta semana se ha llorado mucho. Me refiero a mediáticamente, porque llorar, lloramos todas las semanas por las injusticias, las penas, los dolores y hasta por las alegrías. Pero esta semana las lágrimas han estado en todas las portadas, análisis de los medios de comunicación y platós de televisión.

La cosa empezó con las críticas a las lágrimas de la ministra de Igualdad, Irene Montero, en el acto institucional por el Día para la Eliminación de la Violencia de Género. La ministra leyó su discurso visiblemente emocionada y con lágrimas en los ojos. No nos debe de extrañar que se emocione quien tiene encomendada la responsabilidad de reducir una violencia que no remite, o no lo hace con la velocidad que necesitaríamos para salvar las vidas de muchas mujeres que acabarán muertas solo por el hecho de serlo, o muertas en vida cuando sus parejas o ex parejas decidan hacerles daño asesinando a sus hijos.

La violencia machista es una cosa muy seria, que genera rabia e indignación entre quienes llevamos años combatiéndola y encontrándonos con víctimas que han visto sus vidas rotas, con hijos e hijas que se han quedado sin sus madres, con mujeres que cuentan los horrores de los que finalmente consiguieron salir, y con la ceguera de una parte importante de la sociedad que niega la existencia de esta violencia estructural.

No debe parecerles un tema tan serio a quienes arremetieron contra las lágrimas de Irene Montero, como el ex alcalde popular de Valladolid, Javier León de la Riva, quien durante una tertulia en la televisión de Castilla y León habló del "numerito" de la ministra y de sus lágrimas, que él no se cree. Tampoco se las creyeron José Manuel Soto, Fernando Sánchez Dragó o Francisco Rosell, quien criticó duramente a la ministra en el plató de Espejo Público. Y no solo fueron hombres quienes la criticaron; Carla Toscano, diputada por Vox, afirmó: "Me río de vuestras lágrimas feministas".

Cuando Isabel Díaz Ayuso lloró en el funeral por las víctimas de la pandemia en la Almudena hubo muchos que, desde el arco ideológico de la izquierda, no se creyeron sus "lágrimas neoliberales". Y es que parece que las lágrimas y la aceptación o no de las mismas tienen color político. De hecho, la misma derecha mediática que ahora critica las lágrimas de Irene Montero defendió entonces las de Díaz Ayuso frente a los comentarios despectivos de sus adversarios políticos, "reflejo de la degradación de una izquierda decadente".

Pero la credibilidad y el efecto de las lágrimas también tiene mucho que ver con el género de la persona que las vierte, aunque la mujer en cuestión esté entre las más poderosas del mundo, como la canciller Angela Merkel, a quien se le saltaron durante una cumbre del G20 o en una visita a Auschwitz. Hay incluso estudios científicos, como este realizado por investigadores en Israel y publicado en Science, que demuestran cómo las lágrimas de emoción de las mujeres contienen señales químicas que reducen la excitación sexual y los niveles de testosterona en los hombres. No se sabe si las lágrimas masculinas contienen señales similares porque no se ha investigado, curioso. Lo interesante es que las lágrimas emocionales son una respuesta que solo los seres humanos poseemos. Todos hemos visto animales con lágrimas en los ojos, pero en ellos tienen solo una función lubricante.

Por tanto, el llanto emocional es una señal evolutiva característica de la especie humana, esa que creemos superior. Y así parece que se ha interpretado también esta semana, no con Irene Montero, sino con todos los comentaristas deportivos, entrenadores de fútbol, etc. que han llorado en público la muerte de Maradona, lo conocieran o no. Con la muerte del jugador argentino, clamaban, había muerto el fútbol y no se podía hacer otra cosa que llorar, sin que por supuesto fuera necesario entrar a detallar los abusos que el propio Dios hecho hombre cometió con otros seres humanos, sobre todo con mujeres, muchas de ellas excesivamente jóvenes y vulnerables. El hombre que no quería mercantilizar el fútbol, pero que no tuvo ningún empacho en mercantilizar a las mujeres; el hombre que luchaba contra la explotación de los más desfavorecidos, pero que no tenía nada que decir sobre la explotación sexual de las mujeres.

Entiendo que todas las portadas y telediarios abriesen con su muerte, porque nadie puede negar su genialidad con el balón y porque, teniendo en cuenta la importancia del fútbol en nuestras sociedades y la personalidad del propio Maradona, el mito estaba servido. Pero no escribo este artículo para juzgar al ídolo, sino para hablar de lágrimas y de sesgos.

Sé que no tiene la misma responsabilidad pública una ministra que un comentarista deportivo, aunque es posible que los mensajes que transmiten estos últimos lleguen, desgraciadamente, a muchas más personas que los de una ministra, sobre todo si su cartera es la de Igualdad. Y no me parece mal que los locutores deportivos lloren; llorar es sano, también, o sobre todo, para los hombres. Lo que me disgusta es cómo se aplican los sesgos cognitivos de género de manera tan generalizada y acrítica en el debate público. Mientras las lágrimas de las mujeres son de cocodrilo o de debilidad, los hombres con sus lágrimas muestran su lado más sensible y humano. Y no solo se les perdona, sino que se alaba, sobre todo cuando esto ocurre en terrenos de la masculinidad dominante como el fútbol. Los tiempos de Boabdil quedan lejos…

Los sesgos cognitivos son efectos psicológicos que producen una desviación en el proceso mental y nos llevan a emitir juicios inexactos, en especial cuando se trata del sesgo del ángulo muerto, que precisamente nos vuelve ciegos a nuestros propios sesgos. Los estudios de género han analizado profusamente cómo funcionan los sesgos cognitivos y cómo las mismas actitudes o comportamientos pueden tener una connotación positiva o negativa dependiendo del sexo de la persona que los adopta.

Por ejemplo, si una mujer se ausenta de una reunión en compañía de su jefe se supone que están teniendo un affaire; si es un hombre el que marcha con su jefe, se entiende que es para hablar de negocios. Si una mujer tiene una foto de su familia sobre la mesa de la oficina, esto es interpretado como un signo de que la familia es lo prioritario para ella, por encima de su actividad profesional, mientras que, en el caso de los hombres, se considera una señal de responsabilidad y el individuo en cuestión se convierte en alguien confiable, un buen candidato para el ascenso. Todo esto se traslada luego a las estadísticas y a la materialidad de la vida. Los hombres con hijos tienen una tasa de empleo mayor y un salario medio superior que los hombres sin hijos, mientras que en las mujeres esta relación se invierte: las que no tienen hijos alcanzan una tasa de empleo y un salario medio superiores a los de las mujeres que los tienen. Aunque tampoco nos va bien a las mujeres cuando nos comportamos como no se espera de nosotras; esto sucede a causa del llamado sesgo de double bind o doble atadura. Así, hay mujeres que desarrollan comportamientos asertivos y ocupan espacios de autoridad y acaban siendo más criticadas que cualquier hombre que también lo hace. Del mismo modo que se critica más a una ministra que llora que a un entrenador de fútbol que se emociona en antena.

Pero tenemos que aceptar las lágrimas de las políticas y los políticos para lograr al menos dos cosas. La primera, desmontar esos sesgos cognitivos presentes en todos los ámbitos de nuestra sociedad; sin ello, difícilmente podremos avanzar hacia sociedades más igualitarias. Y la segunda, humanizar la política y dejar de cuestionar a nuestros representantes cuando se comportan como humanos, porque recordemos que las lágrimas emocionales son un rasgo distintivo de nuestra especie.

A Maradona se le ha perdonado en todas las cadenas de televisión y en todos los periódicos estos días que fuera el más humano de los dioses, una manera muy fina de decir que, por ser él quien era, parece justo mirar hacia otro lado e ignorar todos los abusos que cometió, no solo consigo mismo y con su cuerpo, sino también con terceros, principalmente con terceras. Pues bien, del mismo modo necesitamos que nuestra política se humanice, pero a veces son los propios medios de comunicación y la gran polarización política existente en nuestro país (y en otros) los que impiden que avancemos hacia ese fin que tan sano sería para nuestras democracias y para la participación democrática en las distintas instituciones y la sociedad civil. Lloremos por Maradona, pero hagámoslo también y muy especialmente por las mujeres víctimas de violencia machista y por una sociedad que sigue tolerando lo intolerable.

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