Martes 29 de octubre de 2024
Denunciar en comisaría, anónimamente, individual o colectivamente genera la misma reacción: odio contra las mujeres, independientemente del signo político donde ocurre la violencia.
Gessamí Forner 28 oct 2024 El Salto
“El daño a la izquierda es que la izquierda reproduzca las propias técnicas de violencia que ejerce el patriarcado”, alerta la investigadora feminista Bárbara Tardón. A su juicio, la izquierda debe “dejar de posponer un debate que viene de los años 50 del siglo pasado, y me atrevo a decir que desde el siglo XIX, como son las violencias estructurales que se ejercen contra las mujeres dentro de los espacios de izquierdas y progresistas”.
En su carta de dimisión, Ínigo Errejón jugó a ser la víctima: el problema es la “sociedad neoliberal” que crea “subjetividades tóxicas”. Victimizarse es una táctica de manipulación habitual en agresores. El resto de reacciones para justificar y sostener el patriarcado no fueron suyas: voces progresistas sugieren que es mejor no hablar demasiado del caso del exdiputado de Sumar, argumentan que puede hacer más mal que bien a la izquierda. Con esta petición de silencio introducen otra bala habitual hacia quien lucha contra el patriarcado: calificar indirectamente de problemáticas a las feministas que desean un debate profundo.
Y con este marco, la mayoría de medios trataron de desacreditar a la mujer: destacaron en el titular que la denuncia de Instagram es anónima. Mientras la construcción de este relato trataba de abrirse paso sin profundizar en la raíz de la impunidad, la escritora Silvia Nanclares advirtió en redes sociales: “Ojito con lo de ‘esto daña a la izquierda’, los tíos de izquierda caen porque las mujeres feministas de izquierda estamos organizadas de maneras que no creeríais. [Nosotras] Somos la izquierda”.
Tras la última ola feminista, hombres de izquierdas mantuvieron una etapa —que no duró más de dos o tres años— en la que trataban de mantenerse a un lado cuando hay que abordar un tema como el del Errejón o introducir perspectiva de género a cualquier otro asunto. Pero llegó la reacción a la ola feminista, con su consiguiente impacto en los espacios de izquierdas y la vuelta a la normalidad: “Os estáis pasando un poco, vamos a regularlo de nuevo”, describe la escritora, quien indica que, ante el feminismo, “la escucha debe ser radical”.
Hace justo un mes, 150 músicas vascas emitieron un comunicado en Instagram alertando sobre la misoginia del cantante vasco de la banda de rock Gatibu, Álex Sardui, por haber declarado en una entrevista que no hay machismo en la escena musical vasca, donde él es uno de los reyes. El grupo acusó a la periodista Maialen Ferreira de manipuladora, posteriormente el cantante tuvo que retractarse en un vídeo y, mientras, la redactora recibió mensajes de odio de fans del grupo. Gatibu agotó las entradas de sus conciertos de despedida, la acción colectiva feminista no les pasó factura.
La rapera La Furia fue una de las firmantes del manifiesto y recuerda sobre el comunicado de Gatibu y el caso Errejón que “el movimiento feminista lleva explicando la violencia desde hace muchos años y desde muchos lugares”. “Esto no tiene que ver con Íñigo Errejón; es un patrón en el que no nos tiene que temblar el pulso por el signo político, procedencia o cercanía del agresor”. Y considera que tanto la protesta colectiva de las músicas con nombre y apellido como la denuncia anónima individual en Instagram “son una victoria del feminismo”.
Las victorias se producen gracias a las redes feministas, destacan tanto Nanclares como la Furia: 150 músicas vascas juntadas para consensuar un comunicado en 48 horas; la red que ha impulsado Cristina Fallarás para que las mujeres puedan socializar su vivencia de forma anónima, impulsando la siguiente denuncia. La cuenta de Fallarás es “un punto de tranquilidad” en “una vida donde los hombres tratan de robar a las mujeres nuestro derecho al enfado”, advierte la rapera.
Sin derecho al enfado y con una justicia patriarcal, las mujeres han aprendido que las comisarías y los tribunales son sitios hostiles —el fiscal del caso Nevenka tuvo que dimitir tras una interpelación misógina a la víctima; su dimisión llegó gracias a la presión feminista—, mientras que las redes y la denuncia anónima son cálidas —hermana, yo sí te creo—. Nanclares se refiere a la denuncia judicial como un “fetiche” para los que patalean cuando la mujer no ha pasado por comisaría, cuando para las mujeres el anonimato es algo “histórico y habitual”. Incluso puede serlo “todo”. “¡Contrasta tanto con lo que se espera de nosotras!”, indica Nanclares.
La concejala del PP Nevenka Fernández denunció en 2001 al alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez, por acoso sexual. Ella tenía 26 años; él, 51. El PP auspició manifestaciones contra Nevenka, donde vecinas replicaban frases pronunciadas por hombres periodistas: “A mí nadie me acosa si no me dejo”. El Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León condenó al alcalde con una multa diaria de nueve meses y una indemnización de 12.000 euros. Tras vivir aquel infierno, Nevenka se mudó a Londres. Antes de presentar la querella encontró a una aliada: la concejala Charo Velasco, rival política del PSOE. En las calles, asociaciones feministas se concentraban para dar apoyo a Nevenka en Ponferrada, Valladolid y Burgos.
Nevenka Fernández se convirtió en la primera mujer que en España ha conseguido una condena por acoso sexual de un político (de derechas).
Instagram, 2024. Una mujer explicó anónimamente en la cuenta de la periodista Cristina Fallarás la experiencia que tuvo con un político de izquierdas, al que definió como un monstruo. Íñigo Errejón se dio por aludido y dimitió 48 horas después. Seguramente, consciente de no poder contener una oleada de denuncias. El exdiputado lleva ejerciendo violencia machista al menos desde 2015, según el testimonio publicado por El Salto, con un patrón que repite para buscar la sumisión, sin los consensos previos necesarios, según sostienen también los testimonios publicados por eldiario.es y Cristina Falláras. De momento, la actriz Elisa Mouliaá ha demandado a Errejón, horas después de la dimisión del político. Desde entonces, recibe mensajes de odio a través de las redes sociales.
Íñigo Errejón se ha convertido en el primer político (de izquierdas) en dimitir por una denuncia anónima de violencia sexual.
Veintitrés años separan un hecho del otro. En medio, ha habido una ola feminista, las huelgas de 2017, una violación grupal que impulsó el “hermana, yo sí te creo” y la ley del Solo sí es sí, un #metoo y una Jenni Hermoso que noqueó a Luis Rubiales. Ha habido avances muy significativos, pero siguen persistiendo las mismas estrategias con el objetivo de desacreditar tanto a las víctimas como al feminismo. Desde la derecha, desde la izquierda. A ello se suma que la derecha desdeña el feminismo, y parte de las izquierdas, aún lo considera, “subsidiario”, apunta la escritora Silvia Nanclares.
La periodista Cristina Fallarás, que es la cara visible de los testigos anónimos de violencia sexual, empezó ayer a recibir críticas desde la izquierda, señalándola por publicar un libro cuyos derechos de autor gestionará una una asociación feminista. También voces antipunitivistas de la izquierda ya califican de “linchamiento” lo que le está sucediendo a Errejón, sin posibilitar a las víctimas llevar a término un proceso de reparación que no implique comisarías ni juzgados.