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Dadnos el volante que el feminismo sabe a dónde vamos

Martes 13 de marzo de 2018

Nuria Alabao 11-03-2018 CTXT

El 8 volvimos a salir a la calle en las grandes ciudades, en las capitales de provincia, y en muchos municipios. En la ciudad, en las redes, nuestra experiencia fue la del desborde, la de la alegría sin freno de ocupar el espacio público siendo una fuerza social de transformación. Fue la experiencia de un 15M feminista, plural, algo más intergeneracional y con la diferencia de que esta vez sí, los medios parecen haber entendido un poco más y más rápidamente.

Fue tan potente que el PP ha pasado de afirmar que la huelga pretendía "romper nuestro modelo de sociedad occidental” –siguiendo su línea argumental contra el terrorismo– a decir que se parten el lomo por la igualdad. El PP apenas ha sabido tomar el pulso al momento político y difícilmente va a ser capaz de navegar esta gran movilización social. Una reciente encuesta de Metroscopia evidencia que más del 80% de los españoles –87% mujeres y un 72% de hombres– cree que hay motivos para la huelga, que hay comportamientos machistas en la sociedad. Una amplia mayoría, pues, tan grande como la que pensaba que había motivos para ocupar las plazas durante el 15M. Cuanto más jóvenes, mayor percepción del machismo. Es decir, de nuevo el PP se encuentra atado a su composición y votantes, una estructura envejecida incapaz de evolucionar con la sociedad. Parece tener así los días contados y este es un signo más de que su recambio, Ciudadanos, encuentra amplio espacio para crecer hacia la derecha.

La respuesta de C’s fue más sutil: tratando de deslegitimar la huelga, esa herramienta aparentemente tan “anticapitalista”, pues así la llamaron. La derecha renovada sí trata de disputar el contenido –y la potencia política– del feminismo. Para no tener que desmarcarse totalmente apoyaron la manifestación pero no la huelga. El feminismo neoliberal –del que habla Nancy Fraser–, tiene aquí su nicho más fuerte: las de C’s no niegan la desigualdad, quieren ser iguales a los hombres. Sin embargo, como mujeres, es decir, como encargadas por la organización social de las tareas de cuidados –de “reproducción”– para que ellas puedan ser profesionales sin tener que elegir entre sus carreras o ser madres –o cuidar a sus mayores, o tener la cocina limpia– han de externalizar parte de esas tareas en un momento u otro de sus vidas. No es raro que el número de trabajadoras del hogar en España sea uno de los más altos de la Unión Europea, según la OIT, indica que tenemos un estado del bienestar subdesarrollado y en franco retroceso. Y esas trabajadoras –más de 600.000 en todo el estado– son las encargadas de cargar sobre sí la posibilidad de que las mujeres profesionales trabajen ya que el Estado –y la mayoría de hombres– no se van a hacer cargo de esas tareas. Las trabajadoras domésticas y de cuidados no tienen los mismos derechos que otros trabajadores –y hay más trabajo en negro en este sector que en otros–, porque pertenecen a un régimen especialmente pensado para que no se desmorone toda la organización social de los cuidados. Si no fuese porque salen baratas –la mayoría son inmigrantes–, quizás esas mismas profesionales de C’s estarían reivindicando los servicios que tanta falta nos hacen: guarderías suficientes, residencias que no sean aparcamientos de abuelos, una ley de dependencia efectiva y más amplia, y tantas otras cosas imprescindibles para que cuidar sea una labor social y no pagada sobre todo con las vidas –el tiempo y el esfuerzo- de las mujeres. Se dicen feministas, pero ¿apoyan el permiso paternal igual al de las mujeres e intransferible? ¿Las guarderías? ¿Votan a favor de medidas destinadas a no desahuciar a las mujeres con hijos sin alternativa habitacional? ¿Cómo se puede hacer todo esto si su medida estrella es bajar los impuestos?

Si hay huelga de mujeres, “¿quién va a cuidar a los mayores y menores?”, dijo Laura Seco, vicesecretaria sectorial del Partido Popular en Cádiz. Pues sí, señora Seco, esa es la gran pregunta que pone el feminismo sobre la mesa –el principal objetivo de la huelga– y que tiene la capacidad de visibilizar lo invisible, lo que pasa en los hogares y de situar en el debate público el gran problema de reproducción de la vida y de la sociedad: quién tiene hijos, quién los cuida y en qué condiciones, qué pasa cuando nos enfermamos, cómo envejecemos, cómo nos despedimos de la existencia. La huelga feminista es ya una victoria también por todo lo que se está hablando estos días de esta cuestión central e ignorada, o reducida al ámbito de lo privado e individual. Ahí te apañes con tu madre enferma, con tu trabajo de jornadas infinitas y tus hijos…

Pero queremos vivir.

Lo que ni Laura Seco ni nadie del PP puede ni siquiera pensar es que lo que estamos presenciando es una auténtica crisis de cuidados. El ataque a la civilización occidental no viene del feminismo, viene del fin de los pactos de posguerra que hicieron posible el estado del bienestar y al que el PP contribuye tan alegremente cuando abraza la austeridad o las privatizaciones –un plan no muy alejado del proyecto que encarna C’s–. La apuesta feminista es radical, pero de una radicalidad de sentido común: pedir la socialización de los cuidados, servicios colectivos que hagan posible la vida, una vida con tiempo para encargarse de los hijos si queremos, o proporcionarle una vejez agradable a las madres que nos dieron infancias felices, o simplemente charlar con las amigas o pasear; una vida para trabajar sin tener que hacer frente a la precariedad extrema que nos enferma el cuerpo y la mente; sin riesgo constante de expulsión en el caso de las migrantes con problemas de papeles. Una vida buena es una en la que los elevados alquileres no nos hagan escapar de las ciudades hacia lugares donde unos transportes públicos ineficientes nos llevarán después de horas de viaje. La vida está en peligro. Lo está cuando amenazan las pensiones, cuando recortan en sanidad, cuando el contrato único se propone facilitar los despidos, cuando las ayudas a la dependencia no llegan, cuando nos desahucian de nuestras casas, cuando los abuelos se mueren por falta de atención en las residencias.

La buena noticia es que el feminismo tiene un proyecto alternativo. Uno donde el principal objetivo de la economía no es, como ahora, la producción de beneficios, sino la reproducción de la vida; conseguir que la mayoría podamos vivir en condiciones vidas que merecen la pena ser vividas. Esto supone una gran revolución: una apuesta por los servicios públicos y los comunes –no solo en relación a los cuidados, sino que también implica recuperar servicios esenciales como el agua, la energía o el transporte público–; una apuesta por una relación diferente con nuestro medio natural; por una defensa de los derechos sociales y las libertades conquistadas contra el estado penal; también por construir lazo social más allá del Estado, y da forma al proyecto político más interesante de estos tiempos, capaz de proporcionar un nuevo impulso a la izquierda. Dadnos el volante que el feminismo sabe dónde vamos. Todos, hombres y mujeres, porque es un proyecto para los más.

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