Xarxa Feminista PV

¿Cuánto machismo queda en Suiza?

Martes 26 de junio de 2018

El voto femenino no llegó al país helvético hasta 1971. “El orden divino”, la película de Petra Volpe que Suiza ha presentado a los Óscar, refleja la transformación de una mujer destinada a estar en el hogar. Ahora, en 2018, el machismo continúa de puertas para dentro.

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Imagen de la película ’El orden divino’ de Petra Volpe. / Surtsey Film

Barcelona 25/06/2018 ANA BERNAL-TRIVIÑO Público

A finales de los años 60 se producen revueltas y cambios en varios países del mundo… pero no para la mujer suiza. El orden divino, película ganadora en el Festival de Cine de Tribeca y candidata al Óscar, recupera la vida tranquila y prácticamente aislada de la mujer en el país helvético. En un pequeño pueblo vive Nora, una joven ama de casa y madre de dos hijos. Es el “modelo” patriarcal de buena esposa y madre, y por ello bien considerada por todo el vecindario. El punto de inflexión llega cuando quiere volver a trabajar. Su marido, que debe darle el permiso, se lo niega. Esa frustración la lleva a convertirse en el paradigma del movimiento sufragista de su ciudad. Todo ello sin estar exenta de ser humillada, recibir amenazas y el posible fin de su matrimonio. Su integración en el movimiento feminista la convierte en una mujer nueva que reivindica sus derechos.

¿Cómo fue aquel movimiento y qué queda de aquella etapa? Lo que sucedió tras aquellos días fue inspirador para una joven llamada Cecilia Buhlman que, años después, sería parlamentaria del Partido Verde y encabezaría las principales luchas por la mujer en el país. 47 años después, una madrileña residente en Suiza comprueba que la desigualdad sigue presente. Hablamos con las dos para conocer más sobre la discriminación de la mujer.

Suiza en 1971: "La vida para la mujer era de presión, con un enorme control social"

Cuando Cecilia Buhlman tenía 21 años recuerda la imagen de las feministas en las calles pidiendo el derecho al voto. Pero también la sensación de injusticia que padecían en sus hogares. “La vida para la mujer era de presión, con un control enorme social. Para las mujeres casi todo estaba prohibido, como trabajar, llevar pantalón, salir con falda corta... Era una vida muy limitada en aquel tiempo. Estaba definido muy claro el papel de las mujeres, lo que podían o no hacer”, comenta Buhlman.

Aquel papel era que la mujer no trabajara y se dedicara al hogar y a sus hijos, donde el marido llevaba el dinero. “Así lo vivieron mis padres y si yo decía que no quería vivir así, no era lo normal. Una vez dentro del movimiento feminista comprendí que no era la decisión de las mujeres ni que era yo la única que me negaba, sino que era estructural”.

Confiesa que asumir esa idea fue liberador pero, ¿por qué no las mujeres suizas no consiguen el derecho al voto hasta el año 1971? “Yo creo que en Suiza fue tan tarde por dos razones. Una, porque tenía que ser votado en referéndum por los propios hombres. No era una decisión parlamentaria, como en otros países. Además de votar por cantones. Y, por otro, todos los países de nuestro entorno habían formado parte de la Segunda Guerra Mundial. Países donde muchos hombres murieron y donde las mujeres tuvieron un papel político. Eso no pasó en Suiza. Aquí todo estaba parado. Los hombres siempre estaban en casa, y las mujeres siempre estaban al cuidado”, considera.

También señala la dificultad de llegar a las mujeres y difundir el mensaje feminista en núcleos no urbanos. Recuerda cómo en 1963 Suiza ingresa en el Consejo de Europa, pero no ratifica el Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales (CEDH), porque no había reconocido aún el derecho de voto a las mujeres. Ese era el gran argumento que las feministas llevaban en sus manifestaciones, con las críticas dirigidas al gobierno. Y así se llegó hasta la votación que aprobó el sufragio femenino por un 64%. No fue igual para el cantón de Appenzell-Rodas, que negó el voto a la mujer hasta 1990, ya obligado a reconocer la igualdad de derechos por orden del Tribunal Federal.

Tampoco se lo ponían fácil algunas mujeres. En la película, algunas instruyen a otras en la conciencia de ideas patriarcales como que “la igualdad de sexos es un pecado contra natura” o que la mujer no puede politizarse. Buhlman no protagonizó la lucha del sufragio femenino pero sí la siguiente. No todo se resolvía con el derecho al voto, así que fue precisa una “nueva lucha feminista que duró veinte años después. Yo, con otro pequeño grupo de mujeres, conseguimos entrar en el parlamento y nos unimos para reivindicar nuestros derechos. Pedimos el permiso de aborto en un plazo de seis semanas, la baja de maternidad pagada, que la violación en el matrimonio fuese delito oficial… había mucho por resolver”. Dice, con razón y orgullo, que todo se consiguió con mucha lucha. Que nada fue regalado. Entre ello, combatir el mensaje de grupos políticos de derecha, ante todo.

Buhlman aprendió del feminismo de los años 70 que lo personal es político y es consciente de todo lo que queda por hacer, de que “la verdadera discriminación estaba y sigue estando en casa, cuando la mujer interrumpe la carrera para cuidar de los hijos, cuando tenemos que seguir debatiendo de la brecha salarial, o de que a una mujer del ámbito rural le cueste encontrar una guardería para sus hijos. Las diferencias entre los servicios urbanos y rurales dificultan muchísimo la igualdad”.

Suiza en 2018: "No hay estadísticas de violencia de género. Meten lo peor bajo la alfombra y venden lo mejor que tienen"

Desde su librería Ibercultura, Fátima del Olmo tiene conversaciones con sus clientas y alumnas de clases de español, que dan una idea de cómo piensa la mujer suiza en la actualidad. Esta española se trasladó muy joven al país y se percató del machismo. Escuchándola, parece que poco han cambiado las cosas de puertas para dentro en pleno 2018.

“Recuerdo que una profesora me comentó, en el año 2005, que en un debate en clase sobre la aprobación de la baja de maternidad cubierta por el Estado, las jóvenes estaban en contra. Los argumentos eran que si una mujer quería darse el ‘capricho’ de trabajar y tener hijos porque así lo consideraban, tenía que asumir las consecuencias y no pagarlo el resto de la sociedad. Y que, aunque estudiaban, admitían que cuando tuviesen a su lado a alguien que les permitiese vivir sin trabajar, lo harían”. Recuerda que aquella profesora narró la situación abochornada y con cierta amargura porque “en su juventud fue muy militante por los derechos de la mujer, desde trabajar a tener autonomía emocional”.

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Fotografía de Fátima del Olmo. / Michael Fankhauser

Del Olmo señala la gran distancia entre la igualdad de papel y la real. Uno, la baja maternal que antes comentaba, aprobada en 2005 por “los pelos, porque fue rechazada antes por referéndum. Solamente se cubren tres meses y medio de baja con el 80%, no cubre el 100%”. Comenta que la baja compartida ni se menciona y los padres reciben solamente un día libre tras tener un hijo, por ley.

Otro tema son las guarderías y comedores en colegios que “están bajo mínimos”, según Del Olmo. Reconoce cómo el hecho de la guardería es casi imposible si se vive fuera de las ciudades, y también que existen diferencias entre la Suiza alemana, más conservadora; y la francesa, que defiende más los derechos. Explica que en Infantil apenas hay niños escolarizados, porque “socialmente es inaceptable. La conciliación es nula, como la reivindicación tampoco”. Recuerda que en el colegio donde estudia su hija preguntaron a los padres sobre la necesidad de un comedor escolar: “El 70% dijo que no. No se contempla la conciliación porque se supone que la madre está en casa para los hijos. Existe un concepto que es ‘rabenmutter’ o sea, ‘mala madre’, pero nunca he oído ‘mal padre’. Otra palabra es “emanze”, emancipada. Es despectivo para la mujer”. Lo mismo produce la palabra “feminismo”, porque es “casi heroico decir en un sitio en voz alta que eres feminista”, explica.

Esta española apunta a una gran asignatura pendiente en Suiza: el reconocimiento de la violencia machista. “No hay estadísticas, meten lo peor bajo la alfombra y venden lo mejor que tienen. Los datos se mezclan con todos los crímenes a lo largo del año, y no se desglosa por tipos de violencia ni siquiera por género. Hay estudios no oficiales, en este país tan pequeño, y se dice que tiene uno de los índices más altos de violencia machista de Europa pero es muy difícil trabajar el problema sin una información fiable. Se ha intentado hacer un teléfono de denuncia, pero no funciona bien y apenas se publicita”.

Pero junto a ello desvela otro dato preocupante. Del Olmo explica que, a pesar de esa imagen “pacifista” de Suiza, el hombre debe pasar por un servicio militar que dura años. “Son civiles armados, y en esos 15 ó 20 años que dura, llevan las armas a casa. Perdimos un referéndum hace tres años sobre la prohibición de que las armas del Ejército estuvieran en casa, sobre todo para evitar los suicidios, que tiene tasas altísimas aquí. Nadie habló de la violencia machista, mientras hay mujeres que mueren de un tiro en la nuca pagado por las armas del Estado”.

Otro tema es la prostitución, comenta Del Olmo. “En Suiza es legal. Y, al igual que en Alemania, se ha disparado. La idea de la ‘vida laboral’ de las prostitutas es un cuento. Sabemos que no es así. Desde entonces ha aumentado la sexualizacion de la mujer y la objetivización de la mujer”.

Tras este recorrido por los últimos años en Suiza, comenta el menor impacto que ha tenido la campaña del #MeToo. Ella cerró su librería el 8 de marzo pasado, pero la inmensa mayoría no realiza ningún acto ese día. “Sólo recuerdo aquella jornada un artículo durísimo en la prensa, donde una periodista llamaba a las mujeres suizas a espabilar. Por ejemplo, pedía reaccionar contra algo tan básico como reclamar su apellido, y no usar el de su pareja”.

Fátima reconoce que, cuando se quedó embarazada, le inquietaba tener una hija, por la sociedad suiza que estaba descubriendo. Al final, tuvo una niña, a la que educa desde el feminismo más absoluto, y la ha hecho consciente desde pequeña del machismo que existe en cada esquina. “Lo ha aprendido pronto, desde el sexismo en los juguetes hasta los libros infantiles, que aquí es lo peor. De forma literal, hay pasillos de ‘libros para niños’ y ‘libros para niñas’. Ellas de rosa, con cuentos de príncipes, delfines, unicornios y brillantina. Ellos de oscuro, con piratas, astronautas y deportistas”.

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