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Cuando nos jugamos la vida: apoyar la movilización en México contra las violencias machistas

Martes 3 de mayo de 2016

Vidas precarias 22-04-2016

El próximo 24 de Abril tendrá lugar la primera marcha nacional en contra de las violencias machistas en México. Es una marcha muy importante, convocada simultáneamente en diferentes ciudades y organizada a través de las redes sociales. Además de ser la primera de esta magnitud –nacional, con la participación de cientos de mujeres–, México es un país con unos índices de violencia altísimos. Mujeres jóvenes que desaparecen sistemáticamente en algunos estados con la complicidad y pasividad de las autoridades; niñas que son violadas de manera atroz por adultos; mujeres que aparecen descuartizadas tiradas en cunetas; jóvenes, hijos de hombres con poder, que se mofan públicamente de violar a adolescentes; cuerpos mutilados exhibidos en el horror de la guerra del Estado contra la población con la excusa del narcotráfico; vídeos de mujeres torturadas por el ejército mexicano; mujeres de cualquier edad y condición que han sido abusadas en los transportes públicos, en todos los espacios públicos...

En este contexto, movilizarse para tomar la palabra y decir basta es movilizar la esperanza y el deseo fuerte, irreductible, de vivir. Históricamente, las mujeres mexicanas han resistido y han sido ejemplo de valentía y lucha contra el machismo. Es un grito en primera persona contra la máquina de muerte. Un grito que debemos arropar con nuestras voces y corazones para que se multiplique.[1]

(En España, la marcha se apoyará con una concentración el domingo 24 de Abril a las 12.30h en la Embajada de México. En México, las diferentes convocatorias pueden encontrarse en la red. En la Ciudad de México, a las 10h en el Palacio Municipal de San Cristóbal de Ecatepec hasta la Victoria Alada).

Sacar el feminismo de lo particular

Uno de los problemas a los que se enfrentan las luchas feministas es que fácilmente son interpretadas como un asunto particular, algo que no sería de todos. Mientras que otras batallas adquieren un carácter universal de modo más automático, relacionado con el nivel de cercanía de las preocupaciones de los varones blancos, las que conciernen a las minorías se arriesgan a ser consideradas asuntos lejanos, aquellos que no son más que de unos pocos. ¿Qué pasaría si le damos la vuelta a esta lógica? ¿Cómo pensar que las situaciones de privilegio que habitamos se relacionan con las exclusiones de una parte de la población? Y en el otro sentido: ¿Cómo elaborar discursos feministas que conecten con la situación general que vivimos hoy?

Al calor de la convocatoria en México, se escuchan palabras que con su fuerza se hacen verdad:

Esta movilización es de todxs.

El miedo va a cambiar de bando.

La primavera es ahora violeta.

Nos jugamos la vida.

Las violencias que sufrimos

Hay un relato sobre la vivencia cotidiana de las mujeres que necesitamos visibilizar. Relato que ha sido tejido en la posibilidad permanente de que algo terrible nos suceda. También en la certeza de que a muchas de nosotras eso terrible ya nos sucedió. Y en la batalla cotidiana ante las microviolencias que no nos matan, pero que nos hacen sentir en entornos de guerra, siempre en posición de alerta: no te despistes, no des un mal paso, no te distraigas en la noche. Los hombres dicen no saber nada de esto, se sorprenden cuando exigimos respeto. En cualquier caso, para la mayoría, no es un asunto prioritario.

Recuerdo un día que salí de madrugada de casa de un amigo en la Ciudad de México. No estaba tan lejos de mi casa, pero a esas horas para nosotras está prohibido caminar por la calle. Llamé a un taxi de sitio. Realmente, los taxis de esa parada no me daban tanta confianza. La actitud del taxista desató mi inseguridad. Pero llegué bien, con el corazón acelerado, como tantas veces. Ni al ratito en la noche ni a la mañana siguiente había mensaje suyo alguno preocupado por cómo estaba.

Pienso en las cientos de veces que nosotras nos escribimos para saber si llegamos. Si llegamos vivas. No es cualquier cosa. Autocuidado colectivo entre mujeres, nuestra estrategia para protegernos.

Cuando la violencia se traduce en asesinato, agresión sexual, etc., los mismos hombres que dicen no saber nada de esto, también dicen sorprenderse. Piensan que hay algunos hombres malos, muy malos, y que se trata de casos excepcionales. O que es un asunto de países remotos. En España, piensan que es cosa de lugares como México. En México, de países que suenan míticos, como del lejano oriente. Para nosotras, la lógica es la misma, aunque las intensidades y posibilidades de respirar sean muy distintas.

Vamos abriendo con nuestras luchas y redes más y más claros en los que vernos y respirar juntas.

La violencia como negación sistemática de las diferencias

¿Y si la violencia contra las mujeres tuviese, efectivamente, diferentes grados e intensidades, pero participase de una misma lógica? El heteropatriarcado es un sistema muy complejo que opera a través de múltiples mecanismos –económicos, simbólicos, sociales, políticos–, logrando, en última instancia, solidificar la idea de que masculinidad y feminidad son identidades preestablecidas, inamovibles, ordenadas cuasi naturalmente de manera jerárquica. Cuando miramos desde este prisma la violencia, descubrimos que no se encuentra aislada del conjunto de prácticas cotidianas, expectativas sociales y vivencias subjetivas.

Descubrimos también que dar la espalda a aquello que permite romper con el ensimismamiento propio de cierta masculinidad, contribuye a priorizar las identidades cerradas –lo mismo– y a hacer de la diferencia –de aquello que no es Uno– una dimensión insignificante. La comunicación, el diálogo, el cuidado, la atención a los procesos, la interdependencia o la vida en común son dimensiones que empujan más allá de lo que somos cada cual. Por ello, no caben en esta lógica que impide salir fuera de sí y ser afectado. La diferencia es negada, invisibilizada o no reconocida y, en el extremo, incluso exterminada (Ciudad Juárez como marca imborrable del paradigma límite de esta lógica, escenario del terror). Recordemos que si la violencia es posible es porque previamente se produjeron cuerpos susceptibles de no ser reconocidos en la plenitud de su derecho de existir, diferencias que no merecen ser consideradas.

Esto se relaciona con el hecho de que uno de los pilares de nuestro sistema socioeconómico es la negación estructural de las redes materiales e inmateriales que sostienen la vida. El ensimismamiento dificulta reconocer aquello que no siendo yo me permite, sin embargo, ser lo que soy. Negar estas redes es posible a través de la explotación de quienes ocupan posiciones de desigualdad social –por ejemplo, en el trabajo doméstico, sexual, migrante, indígena o afromexicano–; y así disfrutar de sus beneficios sin tener que devolver nada a cambio. Descubrimos, por tanto, que jerarquizar o directamente borrar las diferencias es una condición necesaria del funcionamiento del capital.

De lo simbólico a lo material.

De lo material a lo simbólico.

Nos encontramos ante una economía simbólica del poder.

Pienso en tantas conversaciones entre amigas: ¿Cómo se llega a esa situación en la que nosotras tenemos que pelear por ser legítimas en este mundo en todos los planos de la existencia: nuestra sexualidad, nuestras palabras, nuestro trabajo, nuestros deseos? ¿Por qué, por el contrario, para la posición masculina, viene dada? Exigimos nuestro lugar y se nos culpa. Por decir, por sentir, por criticar. Bien lo saben las compañeras mexicanas. Ya lo canta a ritmo de salsa Maelo Ruiz:

Es una pena que tú seas así/ que no te guste ser llevada por la buena/ no entiendo cómo tú pretendes ser feliz.

¿A qué mujer no le han dicho –amigos, parejas, amantes, familiares– que el problema ante un conflicto es que no se deja llevar? Hay una norma, y si no la cumplimos no nos irá bien. No nos querrán. Y quizá nos agredan. O nos violen. O nos maten. Somos culpables. De nuevo, la diferencia debe ser expulsada.

Un asunto de todxs

Entonces, el heteropatriarcado es un conjunto de significados y prácticas que se adhieren con fuerza a la piel, haciendo cuerpo, construyendo imaginarios. Y el capitalismo no funciona sin esas imágenes que organizan la división sexual del trabajo, la desigualdad laboral, la explotación de las tareas de cuidado, nuestra posición siempre subalterna, siempre en crisis.

De lo más cotidiano a lo más general. De lo material a lo simbólico. Y de vuelta. Nos están matando. En México, son miles al año. ¿No deberíamos parar el mundo? Pero la dificultad a la que nos enfrentamos es que solo si cambiamos nuestra manera de relacionarnos, de hacer, sentir, pensar, podrá detenerse esta maquinaria de muerte.

Los movimientos de mujeres ya lo están haciendo, a pasos agigantados. ¿Cómo estar a la altura del acontecimiento que abrieron desde el siglo pasado? ¿No es una manera de empezar no situando a los feminismos en general, y al problema de la violencia en concreto, como asuntos particulares, que solo concierne a unas pocas, o excepcionales, que solo ocurren en otras partes del mundo? ¿No adquiere esta pregunta una dimensión enorme en un país como México, sumido en la violencia general, desmesurada, en el horror? ¿A qué intereses y prioridades resulta funcional? ¿No es hora de preguntar qué tipo de sociedad queremos construir, si una donde a las mujeres se las puede agredir, violar o asesinar, o una en la que la vida de todas las personas valga igual? ¿No es hora de interrogar la manera de relacionarnos, de entender nuestra subjetividad, y si ésta se involucra en la reproducción de la violencia –por ejemplo, a través de todas esas estrategias de poder perversas que tratan de suplir la inseguridad masculina o la expresión directa de quien ostenta el poder–? ¿No se trata precisamente de entender que la vida en común solo es posible a partir del reconocimiento de la diferencia en toda su radicalidad? ¿No se trata de hacernos cargo de la gravedad de la violencia desde la convicción de que la batalla más difícil es quizá la que mantenemos con nosotrxs mismxs, sin dejar, al mismo tiempo, de desvelar los poderes a los que sirve?

Mientras, las mujeres se plantan con fuerza. Cada vez con más fuerza. Queremos un mundo distinto ya.

Nos jugamos demasiado, nos jugamos la vida.

Y, por eso, la primavera se hizo violeta.

silvia l. gil

[1] Los motivos que se exponen para pensar la marcha son personales, no representan la misma; se trata de motivos personales volcados desde las entrañas al calor de la convocatoria en México. Gracias a Itza Amanda Varela Huerta por los comentarios tan oportunos y necesarios. Y a todas las amigas por las miles de conversaciones con las que aprendemos a poner nombres, pensar este laberinto y sentirnos con más y más fuerza.

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