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Cuando en la plaza Tahrir se abusa de las mujeres

Lunes 16 de julio de 2012

Por: Ana Carbajosa | 09 de julio de 2012El País

Las revoluciones significan eso, cambios rápidos y profundos. Sobre el terreno, implican también caos, incertidumbre y altas dosis de sálvese quien pueda. Esta combinación suele ser mala para las mujeres.

Porque cuando reina la confusión, la fuerza bruta y la misoginia encuentran su hueco con mayor facilidad. Lo demuestran los últimos ataques a mujeres en la plaza Tahrir, el epicentro de la revolución egipcia, donde la violencia de género campa a sus anchas y donde los agresores se benefician del anonimato que les proporciona formar parte de una turba de agresores.

Los observadores con mínima memoria histórica cuentan que el Tahrir de los últimos tiempos no es el de la revolución de hace un año. Yo no viví en El Cairo la caída de Mubarak, pero sí he pateado la plaza durante el pulso que los islamistas han librado con los militares para repartirse el poder en las últimas semanas.

Tahrir es un lugar vivo, que cambia de color según la hora del día y el tono político de la jornada. Pero en general, los días previos a la publicación del resultado de las elecciones presidenciales, en Tahrir se respiraba un ambiente festivo, pero también algo opresivo y por qué no decirlo, poco seguro para las mujeres; especialmente las occidentales. La abrumadora mayoría de los miles de personas que allí acampaban y protestaban día y noche eran hombres. Casi todos, seguidores de los Hermanos Musulmanes y salafistas, encendidos por lo que se perfilaba una victoria presidencial islamista y encolerizados porque temían que les fueran a robar su triunfo. Navegar entre aquel grupo humano del que salían manos por todas partes y miradas amenazantes, no era a menudo ningún plato de gusto. Esa fue al menos mi vivencia, sobre la que medité a menudo. Me preguntaba si tal vez estaba pecando de agorera, de prejuiciosa, de exagerada.

Algunas mujeres egipcias, me dieron sin embargo algunas pistas que confirmaban mis temores. “Segunda agresión sexual de la noche en Tahrir, me piro”, escribía una tuitera local. Bothaina Kamel, única mujer aspirante a la presidencia y revolucionaria de pro de la plaza Tahrir, me explicó que la cosa iba de mal en peor. Que ahora ella no se atrevía a pisar la plaza sola y que la erosión de los derechos avanzaba a toda prisa. Prueba de ello, me contó, fue el reciente ataque a la marcha de mujeres que pedía el fin de las agresiones sexuales. Una turba rompió el cordón de hombres que trataba de protegerlas y pegaron y manosearon a las manifestantes, que finalmente lograron escapar.

Pero fue cuando me enteré de lo que le había sucedido a Natasha Smith,el día del anuncio del triunfo de la Hermandad, fue cuando de verdad comprendí que algo de cierto había en mi percepción temerosa.

En una espeluznante entrada de blog cuenta cómo poco antes de entrar en la plaza Tahrir, se dio cuenta de que aquello no tenía buena pinta y quiso darse la vuelta. “Pero en un segundo, todo cambió. Me separaron de mi amigo, me manosearon por todas partes cada vez con más fuerza y agresividad. Grité. Me di cuenta de lo que estaba pasando y vi que no podía hacer nada para impedirlo. No me podía creer que hubiera acabado en esa situación”. Y continua: “Los hombres me arrancaron la ropa. Me desnudaron. Su insaciable apetito por hacerme daño, creció. Esos hombres, cientos de ellos, pasaron de ser humanos a ser animales”. Luego cuenta cómo la violaron con las manos, uno detrás de otro. Cómo la arrastraron por el suelo desnuda y la volvieron a violar. Cómo pensó que aquel era su final.

Logró escapar. Grupos de mujeres corrieron a cubrir el cuerpo de la extranjera con ropas. Se esforzaron por explicar que el islam no permite agresiones como esa y que no todos los egipcios son así. También le dijeron que sus agresores pensaron que era una espía; una acusación habitual, después de los estragos que ha causado una campaña televisiva estatal que invita a los egipcios a desconfiar de los extranjeros.

El caso de Natasha Smith no es ni mucho menos único. Los datos del Centro Egipcio de los Derechos de las Mujeres recogidos en 2008 reflejan que el 83% de las mujeres han sufrido algún tipo de agresión sexual, definida como “contacto sexual no deseado”. Parece, según los expertos, que la situación desde entonces no ha mejorado. Dalia Abd El Hameed, investigadora de la Iniciativa Egipcia para los Derechos de la Persona confirmaba recientemente que los casos de violencia contra las mujeres han aumentado, comparados con los de los inicios de la revolución.

Mohamed Morsi, el primer presidente egipcio de la democracia, tiene muchos, muchísimos asuntos que resolver. Garantizar el bienestar y la seguridad de la mitad de la población, es desde luego uno de ellos. Si no toma medidas urgentes, a este paso, temen muchas egipcias, la revolución acabará convertida en una verdadera involución.

Foto: Una egipcia muestra en un cartel el lema "Soy como tu hermana" durante una manifestación contra la violencia sexual el pasado día 6 en la plaza Tahri de El Cairo, por AHMED MAHMUD (AFP)

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