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¿Correrse con placer o para complacer?

Domingo 9 de abril de 2023

DIANA LÓPEZ VARELA, periodista y guionista 08/04/2023

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Varias parejas se dan un beso durante la celebración del primer Hot Kiss Day en el nuevo local de No Mames Way, a 14 de febrero de 2023, en Madrid (España). Foto: Fernando Sánchez / Europa Press

Estos días me he topado con un post que me removió todo. Se titula "Necesito que te corras" y está escrito por la sexóloga Patt Oliver. Aunque el tema de esta semana era otro, esas cuatro palabras resonaron en mi cabeza con semejante contundencia que no pude dejar de pensar en ello. Ese necesito-que-te-corras como un taladro perforando mi oído. Como una prueba de amor. Como una súplica. Como una amenaza. Sonaba mal, incluso cuando quería sonar bien. Perdona, ¿necesitas qué? Nuestra sexualidad convertida en una carrera, una meta, en un premio al mejor follador. Peor: en una necesidad del otro.

Cuando era más joven solía escribir acerca de lo mucho que me gustaba follar, era uno de mis temas preferidos. Aunque muchas veces yo follaba sin ganas, sobre todo, porque no quería que el chico que me gustaba pensase que no lo quería, que era rara, o que estaba averiada. En esos términos, el de la "avería" pensaba en mí misma si después de un rato que yo consideraba absolutamente interminable el corredor de fondo no conseguía su objetivo. Un sentimiento de culpa me invadía si no le daba al otro su/mi orgasmo. Avería. Error. Lo mío era grave. Estoy segura de que incluso pensé en ir al médico. Por supuesto, yo sabía correrme. Aprendí a hacerlo a los 12 años sin manual y sin hombres. Igual que todas las niñas el día que descubren que tienen un clítoris entre las piernas. Y ese descubrimiento sagrado, secreto -y casi siempre culpable- marca nuestra vida sexual desde sus inicios. Sabemos fingir porque sabemos corrernos.

Con los años, entendí que esa necesidad de que las mujeres nos corriésemos no estaba tan relacionada con nuestro placer sino con su virilidad. Una virilidad que tutoriza e infantiliza a las mujeres hasta tal punto que pretende enseñarnos a gozar de verdad. El imperativo del orgasmo se ha masculinizado porque el sexo se ha pornificado. El orgasmo se ha convertido en una meta ineludible. Todo polvo acaba con una buena corrida en sus pantallas. Pero ojo, en las nuevas "ficciones" (el porno no es ficción) las mujeres también se corren. Lo hacen chupando pollas, con varias penetraciones, o siendo golpeadas como perras. Se corren correctivamente. Se corren, aunque no quieran. Se corren a la fuerza. Se corren, porque ellos quieren que se corran. Y el porno es un generador de expectativas a cumplir. Hay innumerables estudios que demuestran los efectos de la pornografía no solo en la sexualidad masculina, sino también en las fantasías sexuales de las mujeres. La paradoja del porno es que su consumo está haciendo que cada vez nos cueste más corrernos.

Mis amigas y yo también solíamos hablar de sexo en términos pornográficos. Comentábamos lo grande que la tenían ellos, las guarradas que ellos nos hacían, las veces que ellos conseguían que nosotras alcanzásemos el clímax. Siento una mezcla de pena y asco al recordar aquellas conversaciones en las que intentábamos emular al más macho de los machos. Recuerdo perfectamente el día que le confesé a una buena amiga que yo, en realidad, no tenía un orgasmo siempre que me acostaba con mi pareja. Su respuesta fue implacable: "yo siempre me corro". Tengo 36 años y hay cosas que parece que no han cambiado demasiado. La dictadura del orgasmo lo empapa todo. El Instagram parece un badulaque de satisfayers y la prensa conservadora un recetario porno. No hay semana en que no indiquen los millones de beneficios del orgasmo y cómo alcanzarlo a partir de los 50, de los 60, de los 70, de los 80. Pastillas para ellos y lubricantes para ellas. Si no te vas a correr, mejor muérete.

El relato pornográfico en el que nos encontramos envueltas necesita que nos corramos. Es una exigencia. El mandato de la corrida permanente es digno de una auténtica lobotomización. Desvincular el sexo de cualquier otro significado parece el objetivo. No hablo de amor romántico. Hablo de afectos. Llegadas a este punto vale la pena preguntarse ¿dónde queda la afectividad cuándo reducimos los encuentros sexuales a un orgasmo? ¿El buen sexo debe acabar obligatoriamente en una corrida? ¿Es eso lo que la mayor parte de las personas esperan de sus relaciones?. Observo a mi alrededor a la gente que tiene citas, a los jóvenes, a las parejas que viven en la distancia. Quién en su sano juicio se pasaría horas y horas delante del espejo, embelleciéndose, perfumándose, quién cogería trenes, aviones, autobuses, quién hablaría horas y horas con su objeto de deseo por algo tan fácil y barato de conseguir como un simple orgasmo. Como dice Patt Oliver, la sexualidad de las mujeres no funciona a base de embestidas. Dicho de otra manera, si quieres que me corra, no me pidas que me corra.

No me malinterpreten. El sexo es genial. Y me parece imprescindible que el sexo que se hace en pareja cuente con la participación de la otra parte en nuestro placer. Procurar placer a la compañera o compañero de cama es lo que hace la buena gente. Pero follar es mucho más que correrse. Y el sexo real no es una película porno en la que todo el mundo, hasta el apuntador, tiene que acabar salpicado. El sexo industrial fiscaliza el placer: la obsesión por hacernos llegar al orgasmo frustra y des-excita a muchas mujeres. Así entendido, el orgasmo se acaba convirtiendo en una obligación. Y el "te correrás cueste lo que cueste", en un mandamiento. Y toda buena chica quiere darle a su hombre lo que se merece. Cueste lo que cueste. Por eso, empatizo tanto con la sensación de fracaso que la sexóloga cita en su publicación "¿cómo ser normal en un sistema que tanto te llama puta, como te tacha de frígida?". Con ese miedo permanentemente instalado a que el hombre al que quiero me deje si no follo lo suficiente, o si no me corro tanto como le gustaría.

Solo el feminismo consiguió que me replantease de verdad qué parte de esa supuesta desfogada sexualidad pertenecía a mi deseo y qué parte al nuevo mandato de la sociedad hiperpornificada en donde estar permanentemente calientes (y, por tanto, disponibles) es lo que se espera de nosotras. Solo el feminismo consiguió que correrse fuese un placer y que no hacerlo, fuese una liberación.

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