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Conversación con Helena Maleno, defensora de derechos humanos: “La nueva normalidad se tiene que construir con los saberes migrantes”

Sábado 23 de mayo de 2020

Marcelo Expósito 21/05/2020 CTXT

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La periodista e investigadora Helena Maleno @helenamaleno (Instagram)

Si existe un fenómeno que surge literalmente de las entrañas de la globalización y al mismo tiempo ha puesto en crisis su expansión restringida al beneficio de las élites mundiales, ese es sin duda el crecimiento contemporáneo de los flujos migratorios. Derivado del viejo orden colonial del mundo, relacionado con las nuevas formas de colonialidad que el neoliberalismo ha reinventado, la doble imagen con la que habitualmente se lo representa, o bien como amenaza o bien como experiencia sufriente, no hace justicia a su diversidad y complejidad intrínsecas. Tampoco alcanza a transmitir la manera en que los flujos migratorios constituyen el ejercicio en acto de derechos que desbordan incluso nuestras nociones heredadas sobre los derechos o la ciudadanía. Verdadera piedra angular de un mundo tan postcolonial como neocolonial, al mismo tiempo instrumento y conflicto en la geopolítica mundial posterior a la Guerra Fría, ¿cómo debemos relacionarnos no solamente con los flujos migratorios en abstracto sino sobre todo con las comunidades migrantes encarnadas, ahora que la globalización neoliberal se desmorona?

Helena Maleno (El Ejido, 1970), periodista e investigadora, es conocida fundamentalmente por su labor como defensora de derechos humanos en la frontera sur española. Esta descripción habitual no abarca la tarea que realiza en la que ya podemos considerar una de las mayores fosas comunes de la historia europea: el agua que nos separa de África. Hace casi veinte años se trasladó a vivir a Tánger y casi por un azar recibió por primera vez la llamada de auxilio de una patera. La salvó de hundirse exigiendo ayuda en ese mismo instante a las autoridades obligadas al salvamento en el mar. Desde entonces, por ese método aparentemente tan sencillo y por su utilización beligerante de las redes sociales, ha logrado salvar incontables vidas migrantes. Pero también ha retransmitido tal número de muertes que pensarlo nos hace caer en la cuenta de la dimensión de este espanto. Una catástrofe que no es sólo una gigantesca tragedia humana, sino sobre todo una insostenible infamia política que Europa no logrará nunca reparar del todo. Quizá por todo esto, porque conviene defenderse en el ánimo propio de la vileza del actual régimen fronterizo, Maleno es una persona admirablemente jovial. Y también seguramente porque ha desarrollado –junto con las organizaciones y redes con las que colabora, como Walking Borders / Caminando Fronteras, que fundó en 2002– una política en defensa de las personas migrantes que sortea el paternalismo para conectar más directamente con las capacidades, las invenciones y los saberes de lo que ella denomina con expresiones como la ciudadanía migrante o el pueblo migrante en movimiento.

Tiene una relación a veces incómoda con su nombre propio: consciente del poder que conlleva su protagonismo en las luchas migrantes, es una persona que parece buscar siempre situarse en los frentes de mayores tensiones. Pero, al mismo tiempo, su figura resulta interesante de observar por la manera en que opera modélicamente como una especie de nombre múltiple: su discurso entrelaza, teje. Sus intervenciones públicas, contundentes políticamente, sin fisuras, constituyen asimismo una preciosista caja de resonancia de nombres, relatos, recuerdos y experiencias. Ese modus operandi se ha trasladado a la escritura de su libro Mujer de frontera. Defender el derecho a la vida no es delito (2020). Es un libro sobrecogedor que tiene como columna vertebral el relato de uno de sus episodios biográficos más graves: la reciente persecución de la que fue objeto para intentar –sin lograrlo– impedir su trabajo activista criminalizándola hasta extremos muy agresivos. En esa época tuve la fortuna de seguir de cerca su caso desde nuestro trabajo en la mesa del Congreso de los Diputados, y digo la fortuna –por extraño que suene– porque me supuso el privilegio de observar de cerca cómo se construyó alrededor suyo una red de apoyo delicadamente cuidadora y con total determinación política, fruto de una inteligencia colectiva asombrosa. Mantuvimos esta conversación el domingo, 17 de mayo de 2020.

Helena, aunque resides en Tánger desde el año 2002, de una manera imprevista ahora no estás en Marruecos. ¿Dónde has tenido que hacer el confinamiento y cómo lo estás viviendo?

Ha sido un momento personal complicado. Estaba en Tánger y por un motivo urgente tuve que venir a Madrid recorriendo dos países en estado de alarma. Pasé por la frontera de Ceuta totalmente vaciada, fantasmagórica, teniendo que ir enseñando la documentación en los sucesivos check points tanto en el Reino de Marruecos como en el Estado español con la paranoia de tener que protegerme, no tocar nada ni a nadie. Llegar a Madrid con una maleta con apenas dos cosas que ponerme y hacer la segunda parte de mi confinamiento en soledad, teniendo a mi familia al otro lado de la frontera. Ha sido una experiencia muy fuerte de cómo se transita en condiciones de excepcionalidad. Y cómo se viaja y se vive con muy pocas cosas. En definitiva, como viajan habitualmente los compañeros y las compañeras migrantes.

¿Cómo está tu familia y tu gente allegada en Tánger? ¿Podrías ofrecernos un par de pinceladas de la situación en Marruecos en lo que se refiere a la pandemia?

Mi familia está bien de salud, alhamdulillah. Ahora están en Ramadán, de manera que se echa de menos el poder reunirse para romper el ayuno pero también es un momento de mucha introspección, de manera que se lleva mejor el estar encerrado. Y mi hija con una locura de deberes de la escuela [risas]. Marruecos cerró las fronteras muy pronto porque tiene un sistema de salud pública bastante débil, como otros muchos países, por lo que afrontar una pandemia resulta bastante complicado. Cuando comenzó la crisis había solamente alrededor de 1.000 camas de cuidados intensivos y a marchas forzadas han tenido que cerrar las fronteras y construir más plazas hospitalarias. Se tomaron además medidas de confinamiento bastante rigurosas por lo que te acabo de comentar sobre la debilidad de su sistema hospitalario. Muchas personas de nacionalidad marroquí que estaban en el Estado español o en otros lugares no han podido volver a entrar a Marruecos. Justo en estos días está regresando gente que se quedó bloqueada en Ceuta y Melilla. También hay españoles de origen marroquí que se quedaron en Marruecos y no han podido regresar a España porque no tenían apellido español.

"Ha habido durante esta pandemia deportaciones de personas que han sido detenidas en los bosques de los montes de Nador y expulsadas a Argelia"

Esto, como te puedes imaginar, ha tenido también un impacto bastante fuerte sobre las comunidades migrantes. Marruecos da a cada casa un papel firmado por el representante del Ministerio del Interior en el barrio, de manera que una sola persona por domicilio pueda salir a trabajar o a comprar. Pero los migrantes que no tienen un reconocimiento legal no pueden obtener ese papel porque en teoría no existen, luego no pueden salir de sus casas ni siquiera a mendigar. Está habiendo situaciones durísimas de vulnerabilidad e incluso de hambre, como también estamos viendo en otros países, incluyendo el Estado español. Marruecos ha puesto en marcha una serie de ayudas para paliar estas situaciones y las personas migrantes son también de las más olvidadas, como siempre. Por eso hay una serie de acciones que están siendo llevadas a cabo por organizaciones que se encargan de proveer a esos domicilios lo básico, aseo y comida. Y desgraciadamente ha habido durante esta pandemia deportaciones de personas que han sido detenidas en los bosques de los montes de Nador y expulsadas a Argelia. Y Argelia ha hecho lo mismo, cuando en una situación de pandemia tú no puedes andar expulsando, moviendo contingentes de personas.

Pienso en el contraste entre lo que cuentas y la sensación que la mayoría tenemos del confinamiento como una detención general. Por eso te preguntaría, a ti que estás permanentemente en contacto con la movilidad para favorecerla, ¿esto es realmente así? ¿Se ha detenido el mundo alrededor nuestro en un sentido tan estricto? ¿Qué está sucediendo con el tránsito migratorio en la frontera sur durante estos últimos dos meses?

Hoy llegaba un cayuco a Canarias, al muelle de Arguineguín, con 49 personas, entre ellas 35 posibles menores de 18 años. Parece ser que han salido de Mauritania. Antes de ayer había una patera que había salido de Tarfaya [en la región de Al Aaiún] con 37 personas, entre ellas nueve mujeres y cinco niños. El fin de semana pasado llegaron 116 argelinos a Almería que habían salido de las costas cercanas a Orán. Y no sólo hay estos intentos. Lo que sucede es que esta pandemia está desmantelando las falacias del discurso que ha escondido el negocio del control del movimiento durante mucho tiempo. La sensación es que el mundo se para, pero hoy veíamos imágenes de 200 personas que están durmiendo en la calle, jornaleros que se han desplazado a Lleida para recoger la fruta que los demás necesitamos para seguir confinados. Veíamos las imágenes de las caceroladas en el barrio de Salamanca [una de las zonas pudientes de Madrid] protestando contra el Gobierno porque prolonga su confinamiento, pero quienes trabajan cuidando a esas personas llevan semanas circulando poniendo en riesgo su salud. Al principio se decía: en esta pandemia, todos somos iguales ante el virus porque puede matar a cualquiera. Pero esto no es cierto. Se está demostrando que hay una población cuya vulnerabilidad es mucho mayor entre otros motivos porque no tiene derecho a confinarse, y no son sólo los sanitarios, son también los esclavos y las esclavas que siguen haciendo el trabajo que sustenta el sistema y a quienes la pandemia ha puesto en una situación de todavía más vulnerabilidad. El mundo de los privilegiados que hacen yoga en sus casas es un porcentaje relativamente pequeño con respecto al resto, fíjate si no también en las colas de horas que hay en la calle para recibir comida en el barrio de Aluche [una de las zonas más desfavorecidas de Madrid].

¿Y desde el punto de vista cuantitativo cómo se han modificado los flujos migratorios en la frontera sur de Europa?

Es lógico que baje el flujo migratorio en algunos puntos porque los controles de movilidad no sólo están en la frontera misma, sino que ahora existen de un barrio a otro, de una ciudad a otra, y es mucho más difícil acceder a la frontera para intentar cruzar. Pero la apertura que ha experimentado la ruta canaria o la ruta argelina, que ha existido siempre pero ha estado más invisibilizada que ahora, obedece a la política migratoria que se ha hecho desde el año 2018. Se enmarca en las políticas de disuasión que Estados Unidos lleva implementando desde muchos años antes y que Europa finalmente ha seguido. Consisten en cerrar rutas migratorias como se ha hecho con el norte de Marruecos, a través de Ceuta y Melilla, Estrecho de Gibraltar y Mar de Alborán. Se militarizan las rutas, se hacen grandes inversiones en las que participan las empresas armamentísticas que son las que se han quedado con el negocio del control migratorio, pero eso no quiere decir que las personas migrantes no estén. Están. Y esta es una de las derivas que, en esta situación de pandemia, y con el vuelco que ha dado el mundo en lo que afecta a la libertad de circulación, con mayor control, nos explica todavía mejor que no existe un “efecto llamada” hacia Europa, sino que hay un “efecto salida” porque resulta forzoso marcharse de África. Como dicen las mujeres migrantes: “No tenemos derecho a migrar pero tampoco tenemos derecho a no migrar”, tampoco tienes el derecho de quedarte en tu propio territorio en unas condiciones dignas.

"Hay un negocio en el que ganan todos, las industrias armamentísticas y las criminales. Pero necesitan justificar su negocio con el argumento del efecto llamada"

Es por eso que se ha abierto esta otra ruta en los últimos años cuyos flujos migratorios se intensifican en estas semanas. Como existe el efecto salida, cuando tú cierras una ruta aparecen redes de negocios que se encargan de abrir otras mucho más difíciles. ¿Qué sucede con estas rutas más peligrosas? Que ya no son como la del Estrecho, donde te juntas con diez amigos, te compras una toy y unos remos e intentas cruzar. En las otras necesitas redes más grandes para pasarlas porque son más peligrosas. Con lo cual, las empresas de la guerra han ganado dinero cerrando el Mar de Alborán con la Operación Índalo que costó el año pasado unos nueve millones de euros; las industrias criminales que abren un ruta alternativa mucho más complicada y dura, como es la ruta canaria, también ganan muchísimo más dinero que antes; y detrás vienen de nuevo más inversiones de las empresas de la guerra para cerrar estas nuevas rutas más peligrosas. Pero el flujo seguirá existiendo porque, además, nadie quiere cerrarlo. Hay un negocio en el que ganan todos, las industrias armamentísticas y las criminales. Pero necesitan justificar su negocio y el argumento del efecto llamada es su justificación. Por eso no hay ningún político, sea de derechas o de izquierdas, que haya gobernado en Europa sin haberlo utilizado. Quienes pierden son las comunidades migrantes, las personas que arriesgan su derecho a la vida y las familias que viven el no recibir noticias de muchos de sus seres queridos.

Te has referido a dos tópicos del lenguaje en defensa de un endurecimiento de las políticas fronterizas y de restringir la acogida de personas migrantes en territorio español. Son dos tópicos que resulta muy necesario desmontar. También hay que confrontarlos por el escollo que suponen en este momento en el que hay sectores sociales que piden una regularización amplia de las personas migrantes. ¿Cómo van a salir de su confinamiento las personas que tienen miedo de ser detenidas y deportadas por no tener papeles en regla?

El primer tópico que has mencionado es el del efecto llamada. El segundo tópico argumentativo es el de las “mafias de la inmigración”: no podemos regularizar extensamente porque entonces alentaríamos a las redes que trafican con la circulación de personas. Es un concepto que llevamos años encontrándonos, del lenguaje periodístico a los informes de Frontex (Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas). Sin embargo, tú has contraargumentado que intentar impermebilizar la frontera es precisamente lo que produce eso que el discurso dominante califica de mafias para estigmatizar al conjunto de las migraciones. ¿Por qué es así? ¿Qué características tiene toda esa heterogeneidad de prácticas que se busca criminalizar homogeneizándolas bajo la denominación general de mafias de la inmigración?

Como tú estás diciendo, dentro de lo que se denominan mafias hay un abanico amplísimo. Está, por ejemplo, lo que sucede en Libia. Esas mafias forman parte de los grupos que siguen batallando, no se sabe si las mafias son los grupos armados o viceversa. Se dedican al control de la esclavitud y del movimiento. Antes, los grupos criminales secuestraban a las personas migrantes en casas derrumbadas o en otros sitios donde se escondían y las familias tenían que pagar el rescate. Pero ahora no hace falta que vayan a buscarlas donde se esconden: los centros de detención de personas migrantes financiados por la Unión Europea son los lugares donde se las secuestra porque las mafias operan dentro. Entonces, hay dos procesos que se retroalimentan: cuanto más endureces una ruta migratoria más necesidad creas de una red criminal que conduzca a las personas migrantes por esa ruta. Pero luego sucede que, con la excusa de este mundo tan heterogéneo de las mafias, se producen un montón de detenciones ya en la frontera. Si por ejemplo ha habido un naufragio y algunas personas son rescatadas después de haber perdido en el agua a sus hermanos o amigos, cuando llegan a territorio español no se les aplica el protocolo de asistencia a víctimas de tragedias múltiples. Inmediatamente las interroga la policía y una de las primeras preguntas que se les hace es: ¿quién es el capitán de la embarcación? Ese capitán será detenido porque la policía considera que se trata de una mafia. Cuando la verdadera mafia que gana dinero no viaja en esas pateras. Y nos hemos encontrado historias absurdas como que se amenace con la deportación si no señalaban al capitán después de haber pasado once días en el agua, que el capitán haya muerto y para salvarse los sobrevivientes señalen a un chaval que no sabe hablar francés ni inglés. Esto nos sucedió en el caso de un naufragio en Canarias. Una de las chicas que se salvó fue después a hablar con su trabajadora social para advertirle de que había un inocente en la cárcel a quien pedían ocho años de condena por cada muerto. Ella no se había atrevido a denunciarlo antes en la misma frontera por miedo a la policía. Tremendísimo. El discurso sobre las mafias sólo sirve para limpiar la imagen de la violación de derechos humanos que se produce en el sistema de control del movimiento. Es un discurso maniqueo que necesita representar que a este lado de la frontera somos buenos pero en el otro lado existen unos malos malísimos. Que los hay, pero las primeras que lo sabemos somos las personas que estamos trabajando en la frontera porque, por un lado, somos perseguidas por las industrias criminales, y por otro lado somos perseguidas también por las fuerzas de seguridad y las políticas que alimentan a las otras industrias, las armamentísticas, que podríamos llamar igualmente criminales.

"Un cuerpo racializado lleva consigo una frontera que tiene que atravesar cada día"

El movimiento contra las políticas migratorias y fronterizas europeas empezó a cobrar consistencia a principios de este siglo. Uno de sus lemas más afortunados fue: “No cruzamos las fronteras, las fronteras nos cruzaron”. Y las fronteras atraviesan a determinados sujetos de tal manera que se podría decir que, aún cuando pasan una línea de separación geopolítica, el cuerpo lleva inscrita la frontera consigo. Pilar Monsell, quien fue una importante activista en aquel periodo y que hoy es una cineasta fabulosa, realizó una película titulada Distancias (2008) donde muestra cómo los migrantes subsaharianos arrastran las fronteras consigo en sus recorridos de a veces miles de kilómetros y varios meses de camino. La vida de los sujetos migrantes en general, y muy en particular quienes son empujados a un estado de irregularidad administrativa, es una experiencia fronteriza incluso cuando se encuentran en el centro mismo de nuestras grandes ciudades. Hay un libro de Sandro Mezzadra y Brett Neilson que se titula La frontera como método (2013), señalando el hecho de que las fronteras no son meramente una demarcación geográfica sino que consisten en un dispositivo para regular la vida en la globalización. ¿De qué nuevas maneras se manifiesta esta imposición de la frontera sobre la vida cotidiana de las personas migrantes durante la cuarentena en ciudades como éstas donde nos encontramos tú y yo ahora?

Hay algo que marca mucho la frontera dentro de las ciudades y es tu propio cuerpo. Un cuerpo negro es más susceptible que un cuerpo blanco de ser frenado o parado en su movimiento en cualquier acción que esté realizando. Un cuerpo racializado lleva consigo una frontera que tiene que atravesar cada día y en su recorrido del trabajo a casa tendrá que atravesar también distintas fronteras. Y como antes te contaba, ¿quiénes están ejerciendo los cuidados, quiénes siguen haciendo el trabajo de sostenimiento de la vida en estos momentos? Se ve muy palpable en las ciudades, lo ves en la gente que está repartiendo en bicicleta, cuando salen a pasear las personas mayores ¿de quién van acompañadas?, ¿quiénes recogen la comida que necesitamos para alimentarnos en cuarentena?, en el supermercado ¿quiénes son en su mayoría los trabajadores y trabajadoras? ¿Quiénes en definitiva ejercen en el día a día las tareas más vulnerabilizadas? Son personas migrantes que, además, se ven obligadas a coger el transporte público porque no pueden trasladarse de otra manera a su trabajo, cuando el transporte público es también una situación de riesgo. Son asimismo quienes más inmediatamente han sentido el daño que causa la pandemia, puesto que ya se encontraban previamente en una situación de vulnerabilidad grande que ahora ha aumentado. Pero también son las que más estrategias han construido durante mucho tiempo, y son por lo tanto las que más rápidamente han reaccionado con prácticas de resistencia basadas en una solidaridad que se construye a lo largo de los propios tránsitos migratorios que atraviesan las fronteras. Es el caso de los manteros de Barcelona que rápidamente se pusieron a repartir comida, a fabricar mascarillas. ¿Por qué? Porque esas redes de solidaridad que resisten a situaciones de negación de derechos, y hasta de necropolítica, las comunidades migrantes las conocen muy bien. ¿Quién ha reaccionado cuando las trabajadoras sexuales o las mujeres en situación de explotación o víctimas de trata, de la noche a la mañana, se han visto expulsadas de los hostales y se quedan en la calle porque ya no están trabajando o ya no les sirven a las redes? Son las propias mujeres quienes han reaccionado para afrontar estas situaciones. La asociación de Ex-Mena (menores extranjeros no acompañados) se ha organizado para repartir comida a personas en situación de irregularidad. Todas estas estrategias vecinales de apoyo mutuo que ahora hemos recuperado por parte de la ciudadanía en general, por parte de la población privilegiada, llevan ejerciéndolas mucho tiempo las comunidades migrantes. Y eso también se nota en las ciudades. Las dos cosas. Se ve quiénes están realizando los trabajos explotados y de esclavitud, quiénes sufren las fronteras internas de las ciudades en sus propios cuerpos, y se nota quiénes ejercen las estrategias desarrolladas en las redes migrantes transfonterizas. Estrategias que servirían para construir, con otras epistemologías, la nueva normalidad de la que nos hablan, poniendo en el centro palabras como servicios públicos, derechos humanos o solidaridad.

Esta idea tan potente que expresas sobre los saberes migrantes que deberían servirnos para construir la nueva normalidad me recuerda una experiencia personal que quería compartir contigo en esta conversación. En agosto de 1996, un centenar de “sin papeles” ocuparon la iglesia de Saint-Bernard en París exigiendo ser regularizados. La policía los desalojó derribando la puerta a hachazos y lanzando gases al interior del templo. El estado francés les aplicó de inmediato una represión terrible: encarceló, expulsó y separó familias. Pero estos hechos desencadenaron, sin embargo, una ola enorme de solidaridad que duró muchos meses y que hoy consideramos uno de los acontecimientos fundadores del ciclo contemporáneo de luchas migrantes en Europa. Yo viví en París durante 1997 y nunca se me ha ido de la cabeza algo importantísimo que aprendí entonces. La opinión pública y el movimiento ciudadano favorable a los sin papeles se basaba por supuesto en la solidaridad, pero el filósofo Étienne Balibar hizo pública una declaración que exigía ir más allá. Fue con motivo de un encuentro de intelectuales en apoyo de las personas migrantes y la tituló “Lo que le debemos a los sin papeles”. Lo que Balibar se preguntaba no era sencillamente qué podíamos hacer por las personas migrantes, sino sobre todo qué lecciones nos enseñaban sobre la democracia, sobre su ejercicio de unos derechos que, aún cuando se les niegan, los practican incluso desobedeciendo leyes de las que nos hemos dotado pero que son ilegítimas. Siempre he pensado que ésta ha sido precisamente una constante de tu activismo y el de las organizaciones con las que has trabajado en la frontera, como es el caso de Caminando Fronteras, el colectivo al que ahora perteneces. Se trata de poner en todo momento el foco no solamente en qué necesitan, sino también en qué nos enseñan las migraciones.

Recuerdo perfectamente lo que estás contando y cómo esa ocupación de la iglesia de Saint-Bernard se reprodujo en años posteriores en Barcelona o en Almería con movimientos de personas migrantes que fueron fortísimos. Pero la socialdemocracia atacó con algo que a mí me parece tan peligroso como racista. Y es una trampa en la que muchas organizaciones sociales y movimientos de la izquierda han caído, y es la trampa de las políticas de la compasión. Han hecho a veces tanto daño como las políticas de la confrontación. La compasión nos permite tener un sistema de acogida humanitario o de demanda de asilo que está al margen de los otros sistemas y políticas sociales, segregando a las personas migrantes. Hasta las entrevistas que se les hace cuando llegan a nuestro territorio son brutalmente paternalistas. Las mujeres migrantes nos dicen: “¿Cómo puede ser que me pregunten cuántas veces me han violado?”. Es el tipo de políticas que nos permiten por un lado criminalizar a los MENA y aplicar la quita de custodia de sus bebés a las malas madres migrantes, y por otro lado nos permiten creer que está bien grabar a una mujer que se está ahogando en el mar con un niño para después publicar su imagen con un rótulo que te pide hacer un donativo. Todo esto conforma un entramado que se construye en paralelo a la resistencia de sus comunidades y que ha hecho mucho daño a los movimientos de las personas migrantes. Yo creo que hay algo muy básico que tenemos que entender, y es que el saber migrante construye una epistemología que viene del sur, que es pensamiento y no solamente testimonio. Muchas veces me llaman para dar charlas y me dicen: “Mira, te invito de experta de no sé qué y hay una señora negra o musulmana que viene a dar su testimonio”. ¿¡Perdóname!? Esas personas han puesto el cuerpo. Y cuando la frontera, como tú bien decías, ha pasado por su cuerpo, han construido saberes que valen igual que los míos. Y por lo tanto, el siguiente paso que tenemos que dar es incluso más que analizar nosotras qué nos están aportando, se trata de abrir un espacio para que en igualdad de condiciones construyamos conocimiento de forma conjunta.

"El sistema es tan depredador que nuestro privilegio se fundamenta en la muerte del otro, la muerte selectiva, no sólo el matar sino el dejar morir a poblaciones determinadas"

El surgimiento de la noción de ciudadanía fue crucial históricamente para el desarrollo de los derechos, pero se ha ido convirtiendo también en un corsé que deja fuera demasiadas cosas. En el año 2004 colaboraste con un proyecto llamado Fadaiat, que construyó una red de redes y asociaciones a ambos lados de la frontera sur, basándose en la idea de restituir al Estrecho de Gibraltar la función que históricamente tuvo de puente y no como ahora de separación entre nuestros continentes. Tú formabas parte entonces de un colectivo de mujeres que se llamaba Aljaima. Y escribiste para ese proyecto un texto que me ha parecido la matriz de la que surge tu nuevo libro. Voy a leer el primer párrafo: “Soy una ciudadana de la frontera. No conozco de Estados o nacionalidades. Me siento perteneciente a un espacio que tiene vida, que late, el espacio fronterizo. Aquí, en la frontera sur de Europa, donde los Estados imponen su militarización y dan sentido al sistema económico neoliberal, las personas creamos lugares de resistencia. A la rigidez de la fuerza y de las leyes, contestamos con la movilidad y la creación de redes ciudadanas paralelas. Soy un organismo más de la frontera, una pequeña pieza que da sentido a este espacio, desde mi condición de mujer”. Muchas veces te he escuchado utilizar expresiones como “ciudadanía migrante”, que provocan extrañamiento porque nuestra idea de ciudadanía heredada de la modernidad liga estrechamente el disfrute de los derechos al origen en un territorio y a la posesión de una nacionalidad derivada de tu pertenencia a un Estado. ¿Cómo se ha ido conformando para ti esa “ciudadanía en movimiento” que nos obliga por ejemplo a reconsiderar el disfrute de los derechos de acuerdo con las nociones de tránsito o de nomadismo, a desligar derechos de un territorio y nacionalidad de origen?

Mira, me estás haciendo recordar el Fadaiat, cuando en casa de mi amiga Meme, en Tánger, vinieron compañeros andaluces como Nico [Nicolás Sguiglia] a poner un antena ¡para hacer una conexión entre un lado y otro de la frontera!, con el lío que era entonces colocar y hacer funcionar una antena. Recuerdo que vino mucha gente como Sandro [Mezzadra], a quien antes has mencionado. Y si te cuento este recuerdo es para referirme a una anécdota que está en el libro, que no voy a desarrollar ahora porque prefiero que la gente lo lea. Se trata de cuando, durante el Fadaiat, llegó una patera a una playa muy cercana. En el libro voy desentrañando qué significa esa ciudadanía migrante. Es una ciudadanía que construye lenguaje. Por ejemplo, hay un concepto, “boza”, que es una palabra proveniente de una lengua concreta pero que ha trascendido, utilizado por las personas migrantes para designar el momento en que han pasado el muro, la frontera; para expresar la alegría porque no hemos muerto. Imagínate también cómo se va construyendo toda esa comunidad en el tránsito, compuesta por personas de orígenes muy diferentes pero que van compartiendo construcciones de pensamiento y resistencias que finalmente son comunes. Al igual que se comparten los medios por los que nos comunicamos. Antes era con los teléfonos móviles, enviando mensajes de texto, ahora es a través de las redes sociales: Facebook es una de las redes más potentes en las que se construye la ciudadanía migrante, el discurso del pueblo migrante. Y tú lo ves: ahí es donde la gente publica las desapariciones, donde sabes si alguien no se ha conectado desde que cogió una patera, donde los familiares buscan referencias, cada cual explica dónde se encuentra, cuál es la situación en cada lugar, se informa también de las vulneraciones de derechos fundamentales... Y también el territorio tiene significado para estas personas, pero un significado diferente. Está conformado por los “tranquilos”, por los “guetos”... ellos te dicen: “estoy en la metropol”, es decir, que ya no están en la frontera. Y se construye de una manera diferente la familia: la “mifa” es la familia del camino, se estructuran nuevas familias en el tránsito. Desarrollar todo esto da para otro libro [risas], pero lo interesante es cómo este pueblo migrante es un pueblo nómada. Con un compañero sacerdote estuvimos en una ocasión discutiendo sobre todo esto en el bosque, en uno de los guetos. Y decía: “¡Pero esto es como el pueblo de Moisés!” [risas], un pueblo que se movía junto por algo. En ese tránsito se construye un latir conjunto. Ahí es donde vamos a encontrar claves para otra epistemología, otra forma de construir el mundo. Tú lo has dicho: cómo construir una ciudadanía que no esté necesariamente ligada a un solo territorio y que comprenda la multiplicidad de lenguajes, finalmente unidos por unos objetivos comunes como son la búsqueda colectiva de derechos. Porque, al final, el hecho mismo de moverse es una forma de exigir libertad de circulación. Todo esto nos tiene que hacer pensar que hay otras formas de construir pueblo.

En tu libro comienzas contando cómo el 29 de noviembre de 2017, llegando a vuestra casa en Tánger con tu hija de la mano, te abordan dos policías marroquíes para conminarte a que acudas al Tribunal de Apelación. Desde ese momento te sacude un terremoto biográfico que ha durado más de un año pavoroso. La UCRIF (Unidad Central de Redes de Inmigración Ilegal y Falsedades Documentales de la Policía española) intentaba que la justicia marroquí te aplicara penas de cárcel que podían haber ascendido hasta la cadena perpetua. Y buscaron provocarlo haciendo uso de un dossier armado mediante la violación sistemática de tus derechos que se venía produciendo desde muchos años atrás, como finalmente lográsteis averiguar. La narración del libro, a pesar sostenerse sobre un eje narrativo terrible, es asombrosamente bella: vas entretejiendo el relato lineal de tu caso judicial con las historias vividas a lo largo de tus dos décadas de trabajo como defensora de los derechos humanos en la frontera sur. Y en ese entrelazamiento van apareciendo y desapareciendo nombres, voces, testimonios principalmente de personas migrantes pero no solamente, también de compañeros y, sobre todo, compañeras de activismo. Construyes así un patrón complejísimo de tupidas redes que son de desobediencia y de resistencia, pero que también constituyen un espacio de autonomía conformado por ayuda mutua, solidaridad, reciprocidad, compartición, convivencia, convivialidad... En el año 2001, cuando antes contábamos que empezó a crecer al calor del movimiento antiglobalización una nueva generación de activismo contra la política de fronteras europea, se publicó un libro de Sandro Mezzadra que nos causó mucho impacto. Se titulaba Derecho de fuga, porque ponía precisamente el énfasis en esta idea de que el movimiento global de las personas conlleva una potencia de la que deberíamos aprender en Europa. Me gustaría invitarte a hacer una reflexión para acabar. Está por un lado la potencia afirmativa que constituyen los movimientos migratorios. ¿Por qué existe por otro lado tanta violencia contra algo que no solamente no debería suponer una amenaza para la vida sino que, todo lo contrario, puede conformar una expresión vitalista de la que estamos obligados a aprender? ¿Por qué esa necropolítica, por utilizar el término de Achille Mbembe que tú mencionas repetidamente, que ha hecho de las fronteras en la globalización uno de los espacios más brutales contra unas prácticas que son imprescindibles para la sostenibilidad de la vida?

[Suspira y se toma una pausa] Yo creo que la palabra “privilegio” explica todo. Hemos construido un sistema de privilegios en el que, paradójicamente, entendemos nuestro privilegio como el equivalente a perseguir la vida, terminar con ella. El sistema es tan depredador que nuestro privilegio se fundamenta en la muerte del otro, la muerte selectiva, no sólo el matar sino el dejar morir a poblaciones determinadas. Es un sistema de necropolítica, de esclavitud, que hace que se mantengan unos privilegios para un sector muy pequeño de la población mundial. Pero que incluso siendo pequeño está poniendo en riesgo la vida en general. Fíjate en que hay un relato dentro de las comunidades migrantes muy interesante, que surge del utilizar un lenguaje bélico, no para matar, sino al contrario para defender la vida. Cuando los compañeros del Tarajal [se refiere al episodio por el que, el 6 de febrero de 2014, 15 migrantes murieron ahogados en la playa del Tarajal intentando cruzar a España entre disparos de balas de goma y botes de humo por la Guardia Civil, con otros 23 que fueron víctimas de “devoluciones en caliente” a Marruecos] se dirigían a la frontera de Ceuta por la noche, bailaron antes de salir para intentar cruzarla. Y se llamaban a sí mismos “soldados”, como se llaman por lo general las comunidades migrantes: “Nous sommes des soldats”, porque la vida se considera un combate: “La vie, c’est un combat”. Hace poco murió un niño pequeño en un naufragio en Larache. Y cuando publiqué la noticia en Facebook, muchos comentarios lo llamaban “pequeño soldado”... Todo esto nos expresa maravillosamente cuál es la vida de estas poblaciones que están abocadas a no tener privilegios, a ser destruidas, a ser incluso despojadas de su humanidad cuando mueren: no ponerle ni nombres a las tumbas de quienes murieron en el Tarajal supone despojarlos de todo. Tú sabes muy bien lo que sucedió cuando eras diputado e intentamos organizar algunos actos de reparación a esas víctimas, se les denegó el visado a los familiares que querían venir de África a visitar las tumbas de sus muertos: eso es una forma de quitarles totalmente la humanidad. En esa paradoja de la que tú hablas, este pueblo migrante se resume en esta imagen tan dura y al mismo tiempo tan poética de considerarse un pueblo que tiene que luchar constantemente para defender la vida.

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Esta conversación forma parte de La pandemia en germinal. Conversaciones sobre un mundo en cuarentena, una serie producida para El Aleph. Festival de Arte y Ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) con la colaboración de Galería Àngels Barcelona, La Maleta de Portbou. Revista de Humanidades y Economía, Revista CTXT y Nodal (Noticias de América Latina y el Caribe).

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