Xarxa Feminista PV

Con las madres, también

Viernes 4 de marzo de 2022

Las voces de las maternidades feministas se abren paso tras décadas de hegemonía de un feminismo alejado de sus reivindicaciones.

Gessamí Forner 21 feb 2022 El Salto

El Estado español dispone de una baja maternal congelada desde 1989, carece de una ley que regule la monoparentalidad y de una prestación universal por menor a cargo para paliar la pobreza infantil. España es una rara avis en la Unión Europea (UE), en el mal sentido del término, que suple las carencias del supuesto estado de bienestar sobrecargando a las familias. Algo que repercute en gran medida sobre las mujeres, estadísticamente principales sostenedoras de la casa y de los cuidados, tanto de personas mayores como de menores. Con lo que sí cuenta el Estado español es con la alargada sombra de la Iglesia Católica y una legislación que regula y protege a las familias numerosas. Es un Estado con políticas familiaristas, resume la investigadora predoctoral del Departamento de Política de la UPV-EHU Lore Lujanbio.

En la etapa democrática, el movimiento feminista ha logrado derechos reproductivos —la planificación familiar y el derecho al aborto—, sociales —el divorcio, la independencia económica, la defensa de las sexualidades no heteronormativas— y ha peleado por subvertir relatos culturales patriarcales, como visibilizar que no querer ser madre también está bien. En paralelo, y junto con la precariedad laboral inherente al Estado español, se ha retrasado la edad de la maternidad, generalmente, muy deseada cuando finalmente llega. La edad media de la madre en el nacimiento del primer hijo en 2020 se situó en 31,2 años, según el Instituto Nacional de Estadística (INE), solo por detrás de Italia (31,3), otro Estado familiarista y con la Iglesia Católica bien enraizada.

El discurso político de las maternidades feministas sigue en construcción, y el movimiento feminista observa de soslayo ciertas intervenciones. Al mismo tiempo, muchas madres activistas aún se sienten expulsadas de sus militancias cuando un bebé les cuelga de la teta o se amarra a sus piernas. Las madres entrevistadas para este reportaje asumen que el feminismo debe seguir advirtiendo sobre la familia como institución patriarcal, pero aseguran que el marco actual ha cambiado y necesita añadir más voces. Las suyas.

“Es una posición difícil”, resume la escritora Carolina del Olmo, autora de ¿Dónde está mi tribu? (Clave Intelectual, 2013). “Corremos el riesgo, y a veces pasa, de resucitar una idea estrecha: la maternidad entregada al bebé. Eso chirría y el equilibrio es complicado, porque puedes perderte en huecos y que otras feministas menos maternales te acusen de algo. Pero como feministas, nos apetece reivindicar cuidar del bebé, aunque corramos el riesgo de invisibilizar maternidades menos entregadas”, añade. Como el resto de entrevistadas, considera que existe un conflicto generacional entre las feministas que empezaron a militar en los años 70 y 80 y la generación de sus hijas.

JPEG - 35.4 KB
Dvid F. Sabadell

La construcción colectiva del discurso

Tener una criatura puede ser algo maravilloso, pero ser madre siempre es una puñeta. Añade responsabilidades, preocupaciones y quehaceres, te empuja al interior del hogar y te destierra al parque infantil. O a la plaza, en el mejor de los casos. La maternidad también despierta la consciencia sobre procesos biológicos habitualmente invisibilizados: el parto, el puerperio y la primera etapa de la crianza son experiencias a las que se sobrevive dopada de hormonas. Seguramente, los padres y las madres que no son gestantes también generan dopamina. Porque tampoco tiran a sus bebés por la ventana tras varias horas seguidas de llanto inconsolable, que seguramente se repetirá con los cólicos del día siguiente. Al final de la crianza, que las criaturas sobrevivan sin que ningún coche las haya atropellado al cruzar la calle y que sean personas adultas más o menos funcionales es motivo de orgullo para cualquiera.

Políticamente, este tipo de pensamientos y cuidados generan ambivalencias en madres feministas. Cuando Luisa Menéndez acudió con 24 años a las II Jornadas Estatales de la Mujer de 1979, en Granada, no dijo que era madre, tampoco que estaba casada. Hoy, a sus 72 años, sigue considerando que tener una hija es “una de las cosas más bellas” que ha hecho, pero que ser madre no la define. Aborrece la crianza intensiva, recuerda que su hija tuvo la posibilidad de corretear con más niños y niñas en una casa compartida con otras parejas y reconoce que las experiencias son “vitales” para empezar a construir discurso. “No puede ser de otra manera, siempre partimos de ellas”.

Su hija, Oihane Ruiz, comparte la visión de que no es Madre, sino la madre de sus dos hijos. Antes de que la pandemia lo paralizara todo, en Durango (Bizkaia) se celebró el V Encuentro del Movimiento Feminista de Euskal Herria. Tras caer en la cuenta de que cuestiones centrales alrededor de la maternidad —como la violencia obstétrica— no estaban representadas en dos intensos días de ponencias, se organizó un ’Café para madres’, dinamizado por Silvia Allende, donde un grupo debatió sobre maternidades. “Quedó patente que debemos trabajar el discurso colectivamente, porque como feministas tampoco podemos escapar de los inputs que nos llegan. Por una parte, la maternidad neoliberal de la mujer competitiva que delega los cuidados, generalmente en una mujer mayoritariamente migrante y pobre. De otra, el esencialismo brutal de la maternidad intensiva. Necesitamos construir espacios seguros y sanos. Pronto, Estitxu Fernández y Erika Lagoma publicarán un libro recopilando experiencias”, celebra Ruiz.

Teresa Maldonado es amiga tanto de Menéndez como de Ruiz. Maldonado matiza que los relatos vivenciales sobre maternidades pueden desvirtuar el discurso político, por lo que añade que “a las que tenéis criaturas os falta nuestra perspectiva y a nosotras quizá nos falta la vuestra”. En todo caso, considera que el debate para construir un discurso colectivo feminista debe abordarse “con tranquilidad” y evitando “añadir nuevos conceptos que lo puedan frenar”. “Si a lo que digo le pones la etiqueta antimaternal, ya no puedo matizarlo, se pone en marcha una autoprofecía cumplida”. Hay que dejar de hablar de feministas antimaternales y de madres feministas pesadas.

La periodista June Fernández coincide en que es necesario sumar voces, en vez de restarlas. Contextualiza que en esas jornadas de 1979, “en la pugna entre el feminismo de la igualdad y de la diferencia, se impuso el de la igualdad, en la línea de Simone de Beauvoir, que nos recuerda que la maternidad es una herramienta de control, domesticación y alienación. Un lastre para desarrollarnos como ciudadanas y seres libres emancipados. Creo que ese modelo, bastante europeo y blanco, encaja con la idea de la autonomía como bien supremo, pero relacionar feminismo y liberación con autonomía como principal valor es algo que, como madre, me está provocando bastante sufrimiento”.

Destaca que, en los últimos años, la economista Amaia Pérez Orozco y la antropóloga Yayo Herrero han puesto en el mapa el concepto de interdependencia y popularizado el sintagma “poner la vida en el centro” a la hora de hablar de cuidados. “Ayudan, porque quien no está de acuerdo con nosotras, al menos ahora se ve obligado a disimular —considera Carolina del Olmo—, pero no cambian una cultura activista que durante décadas ha considerado irritante que haya niños en las asambleas y que agenda reuniones a última hora de la tarde”, añade June Fernández sobre la dificultad de conciliar maternidad y activismo.

La jurista especializada en derechos reproductivos Marta Busquets realizó un podcast de maternidad feminista interseccional. Destaca que el discurso feminista hegemónico es “culturalmente específico de la visión occidental e industrializada”. “Cuando sales de ese paradigma, no lo encuentras”, advierte.

Mujeres racializadas que no comparten el paradigma no se encuentran representadas en el movimiento feminista. Por ello, Busquets se suma también a la petición de sobreponerse a los derechos obtenidos y empezar a situar el foco en las maternidades que han dado un paso más allá y que están cuestionando “al estamento médico, a la medicina y a la ciencia al levantar la voz contra la violencia obstétrica”.

Violencia obstétrica

La asociación El Parto es Nuestro fue pionera en denunciar la violencia obstétrica, una violencia que ha estado ausente de la agenda feminista durante demasiado tiempo. El pasado julio, el Ministerio de Igualdad anunció la inclusión de su reconocimiento en la futura reforma de la ley 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la interrupción del embarazo.

La relatora especial de la ONU sobre violencia contra las mujeres reprendió al Estado español en 2019 por la violación sistemática y generalizada de los derechos humanos de las mujeres durante los partos y controles del embarazo. Las tasas de cesáreas, partos instrumentales y episiotomías se sitúan por encima de lo aceptable. Con consecuencias para la vida y salud.

Los servicios públicos no ofrecen ayuda sistemática y universal a las recién paridas para rehabilitar el suelo pélvico, como ocurre, por ejemplo, en Francia. El Estado español considera que mearse al estornudar, saltar o reír es una consecuencia que hay que asumir, o que las recién paridas deben abonar las sesiones de fisioterapia de su bolsillo. Pero la incontinencia urinaria —y la fecal, en el caso de los desgarros más severos— no es un proceso biológico natural de la maternidad, sino que, en muchos casos, está ligada a las complicaciones a largo plazo que generan las episiotomías.

Criar sola

Irene Álvarez tiene un niño de 11 años al que ha criado prácticamente sola y un proyecto para grabar un documental sobre la monoparentalidad. Resalta que “hay muchos temazos: la feminización de la pobreza, la pobreza infantil, la exclusión social, la precariedad laboral y económica, la correlación entre monoparentalidad y salud, con un aumento de la enfermedad, la frustración en el desarrollo vital y si todo se complica aún más, situaciones límites que terminan en desahucios y quitas de custodia”. Reivindica unas condiciones “mínimas y aceptables para poder criar” y critica que si el feminismo de la equidad busca la igualdad, ¿por qué no menciona las condiciones materiales que acarrea criar sola?

Pero mantiene la esperanza: “No vamos a echar piedras contra el feminismo. Al fin y al cabo, el feminismo llega hasta donde puede. Ya llegará con esto también”. Sobre los diferentes modos de crianza, resume que “ni teta ni biberón, lo importante es el bienestar de la madre”. Lo que elija, bien elegido estará.

Álvarez enfatiza las condiciones materiales de la madre y su bienestar emocional y, de alguna manera, sus ideas llevan a lo que resalta la investigadora y una de las autoras de Euskal demokrazia patriarkala, Lore Lujanbio: “Desde una perspectiva feminista es necesario descentralizar la responsabilidad individual de las madres y repensarla, porque de lo contrario se reproduce la estructura patriarcal”. Dejar de hablar de maternidades y ponerse a pensar sobre crianza compartida cambia el marco discursivo. Es muy importante pensar y construir formas de crianza de criaturas donde la responsabilidad no se sitúe en las madres y, en general, en las mujeres. Investigadoras como Beatriz Gimeno subrayan que, en los últimos años, han aumentado prácticas que se muestran como una maternidad más natural y libre. Una maternidad intensiva que carga sobre la madre la responsabilidad individual, algo que encaja muy bien con los objetivos neoliberales de privatización de los cuidados. Lujanbio apuesta por unos cuidados públicos y comunitarios estructurados y fuertes.

Ambivalencias

Tres meses después del encuentro feminista que removió ciertas cosas en Durango, en la multitudinaria manifestación del 8 de marzo de 2020 que recorrió las calles de Bilbao, se vieron carteles caseros que aludían a cosas de madres: “Más baja para mi raja” y “maternar es un acto político”. Si el feminismo defiende desde la década de 1970 que lo personal es político, ¿por qué maternar sigue considerándose como una elección íntima y un proceso privado?

Itziar Gandarias participó en aquel encuentro. Resume que “la maternidad te vincula a procesos biológicos y eso nos genera incomodidad”. Se refiere a la “ambivalencia” que provoca el deseo de cuidar a tu bebé, “que confronta con esa maternidad abnegada que impuso el patriarcado y que recupera, desde otro lugar, aseguran quienes la defienden, la maternidad intensiva, con apego o consciente”. “Nos tiran de muchos lados y ahí anida esa sensación de que, hagas lo que hagas, eres una mala madre”, añade Gandarias.

En su experiencia, resolver la emoción pasa por reconocer que, “si tú estás bien, la relación con tus hijos va a ir bien”. Para algunas madres eso implica volver a su puesto de trabajo enseguida y, para otras, quedarse en casa todo el tiempo que económicamente sea posible y externalizar los cuidados del bebé mínimamente. Gandarias cita las lógicas capitalistas que no contemplan la infancia, a una sociedad adultocéntrica y a Brigitte Vasallo y su concepto de “desocupar la maternidad”: “Los debates nunca incluyen la posibilidad de tener hijxs (de ser sus madres) sin convertirnos por ello en madres. La maternidad feminista está en otro lugar que pasa, necesariamente, por desocupar la categoría de madre”, afirmó en un artículo publicado en la revista Pikara. Desocupar “la Madre como esa cosa abstracta, despolitizada, des-sexualizada y des-socializada”, concreta. A su vez, Vasallo cita a la antropóloga mexicana Marcela Lagarde, que defiende que “es necesario y urgente maternalizar la sociedad y desmaternalizarnos nosotras”.

No eres tú, es la sociedad

La escritora Katixa Agirre utilizó el infanticidio como “excusa narrativa” para abordar un caso extremo de hartazgo del “mito de la maternidad y de esa premisa de que hay que sacrificarse”. Empezó a escribir Las madres no, traducida a siete idiomas y con los derechos vendidos para una adaptación cinematográfica, tras tener a su primer bebé y “descubrir cosas nuevas que nadie me había contado, o que yo no había pensado”. Considera que el feminismo y la sociedad se encuentran en un momento en que “deben repensar la maternidad, para desromantizarla y complejizarla”.

Pero la maternidad se sigue considerando “como algo de mujeres y, por tanto, de segunda categoría, algo íntimo que no se puede ir contando a cualquiera”. Además, la escritora apunta a la rotura de lazos sociales, a vidas con poco barrio y comunidad y a un descenso de nacimientos donde “los niños son casi una rareza y se les intenta excluir todo lo posible, hasta que llegan a una edad en la que pueden insertarse en la sociedad”.

El Estado español pasará a la historia por ser el más restrictivo de Europa con la infancia durante el confinamiento domiciliario de la población por la pandemia de covid-19. Durante 42 días no pudieron salir de sus casas a airearse brevemente con su familia. No fueron pocas las bromas, memes y enfados por un derecho restringido —el de la movilidad— del que no se privó a los perros y a sus dueños. Según el INE, en 2020 había 6.265.153 menores de 14 años, la cifra más baja de los últimos 80 años.

Un año para cuidar en ciudades para crecer

La Asociación Petra Maternidades Feministas nació en 2008 a iniciativa de un grupo de madres feministas que reivindican un permiso digno. Las mujeres siguen teniendo una baja maternal de 16 semanas. “Está congelada desde 1989”, remarca Julia Cañero, activista de Petra, antropóloga y doctoranda sobre activismos en grupos de lactancia. La baja de paternidad aumentó de las ocho semanas de 2019 a 12 en 2020, hasta igualarse con la materna en enero de 2021. Así lo dispuso el Ministerio de Igualdad con el objetivo de favorecer la corresponsabilidad, y ahora el Estado español sigue teniendo uno de los permisos maternales más cortos de la UE, pero uno de los permisos paternales más largos y mejor remunerados.

Petra criticó el desajuste. Su propuesta es de un año de permiso por nacimiento y cuidado del menor, la mayor parte del tiempo transferible, además de una prestación universal por menor a cargo para paliar la tasa de pobreza infantil, que es del 31,3%, la tercera mayor de la Unión Europea. Recuerdan que España es el único estado de Europa que no la tiene.

Aparte de reclamar unas bajas acordes con las necesidades de los bebés —la OMS recomienda lactar un mínimo de seis meses— y de la persona gestante y su recuperación, la asociación feminista incluye en sus propuestas políticas que las ciudades “sean espacios amigables para la infancia”. “Que el patrón de humanización sean las criaturas”, concreta. Que los carriles bici sean aptos para críos que puedan ir y venir de forma autónoma, añadiría cualquier persona que ha intentado pedalear en ciudades adultocéntricas.

Madres bollo no es otro rollo

June Fernández destaca que “el discurso feminista sigue tomando como referencia a la familia nuclear, heterosexual, binaria y monógama”. “Eso provoca cierta frustración a quienes tenemos otros modelos de familia, que creemos que tienen potencial antipatriarcal, como las familias bollo, queer y monomarentales”. Cree que es “una pena” que ese feminismo las meta “en el mismo saco, cuando debería estar reclamando, por ejemplo, una ley de familias monomarentales, un modelo muy castigado por el patriarcado”.

Fernández apunta, además, que “las bolleras siempre hemos estado en la primera línea de defensa del aborto, a pesar de no ser una prioridad en nuestra vida, en cambio, cuando el PP nos expulsó, junto con las monomarentales, de la reproducción asistida por la Seguridad Social, no hubo movilizaciones”. La periodista recuerda que defender desde el feminismo los derechos reproductivos no es solo hablar de aborto, “supone también reconocer la igualdad en el acceso a los tratamientos de fertilidad, la violencia obstétrica y el parto respetado”.

Sobre la crianza, añade una problemática: “Con nuestra familia de origen, muchas hemos roto los lazos o tenemos relaciones deterioradas, por lo que podemos tener menos apoyo. Respecto a la familia elegida, nuestra tribu queer, puede que también se encuentre en posiciones antimaternales y no responda como esperábamos”, expone. También reconoce que tener un bebé puede ser motivo de aceptación para esa familia que antes te denostó: “Porque ahora, ya eres madre” —la Madre con mayúsculas de Brigitte Vasallo—. Concluye su intervención reconociendo que, con la maternidad, “me he llevado una hostia enorme”.

¿Quién no? Oihane Ruiz repiensa sus palabras y añade un nuevo matiz: “Nuestras madres, luchadoras de la dictadura, nos enseñaron que se puede ser madre y pelear la vida. Ellas lo han hecho en un contexto políticamente más público y organizado en asociaciones de barrios. A nosotras nos ha tocado rehacerlo en un contexto más individualista y de menos luchas comunitarias”.

Nadie ha nacido de una piedra ni le ha criado una loba. Recibir una atención sanitaria sin violencias y criar con políticas públicas capaces de alejar la maternidad del neoliberalismo, de la responsabilidad individual y de la pobreza, y resituar la crianza en espacios comunitarios podría ser un comienzo de algo tan bello como una hija.

Comentar esta breve

SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0