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“Coengendrar” en tiempos de guerra

Martes 1ro de marzo de 2022

El neovocabulario reproductivo no entiende de circunstancias personales, humanitarias o bélicas, así que una puede perfectamente "coengendrar” en tiempos de guerra, de la misma forma que una puede ser “gestante” mientras llena una mochila o una maleta seleccionando qué cosas se lleva

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Una mujer llega con su hija en tren a Polonia tras la invasión de Rusia a Ucrania. Olmo Calvo

Lucía Taboada 27 de febrero de 2022 elDiario.es

Ayer cogí el metro de Madrid, como casi a diario, y por mi cabeza pasó la idea de que esos andenes y pasillos abarrotados se convirtiesen algún día en refugio de guerra. La simple idea del andén de la línea 5 convertido en refugio antiaéreo cubierto de polvo me estremeció todo el cuerpo. Con la cabeza fluctuando de escenario apocalíptico a escenario apocalíptico, como la cartera de telefilms de Cuatro, escribir sobre cualquier cosa ajena a lo que está sucediendo en Ucrania me parecía hoy una frivolidad. Pero es justo en las situaciones extremas donde queda más en evidencia la frivolidad, la propia y la ajena.

Quizá la explosión más evidente de frivolidad sucedió hace un par de días en Twitter, cuando la ’Plataforma Apartidista por la Protección de la infancia Nacida en Georgia y Ucrania’ publicaba un hilo en el que manifestaba su preocupación por “las gestantes que coengendran a nuestros hijos”. Dicho de otra forma, la asociación se preocupaba por la situación del contenido contratado, no tanto por la situación del contenedor, casi incorpóreo, desposeído de nombre o status propio. El neovocabulario reproductivo no entiende de circunstancias personales, humanitarias o bélicas, así que una puede perfectamente "coengendrar” en tiempos de guerra, de la misma forma que una puede ser "gestante” mientras llena una mochila o una maleta seleccionando qué cosas se lleva y cuales deja en una casa a la que no sabe si algún día podrá volver. Al mensaje de la Plataforma le faltó añadir algo como “En un mundo antiutópico asolado por las guerras, engendrar no resulta fácil", "En lo que a nosotros respecta esto es una mera transacción comercial que hay que cumplir”, "Vuestra misión es la de procrear"; en definitiva, cualquier línea real de una ficción de Margaret Atwood con mujeres cálices ambulantes.

La perspectiva legal de la gestación subrogada es bien conocida: la ley española, al igual que la de muchos otros países europeos, no permite esta práctica. El propio Parlamento Europeo condenó la maternidad subrogada en un informe anual sobre ‘los derechos humanos y la democracia en el mundo’ argumentando “que es contraria a la dignidad humana de la mujer, ya que su cuerpo y sus funciones reproductivas se utilizan como una materia prima”. Pero no existe un Tratado Internacional que legisle sobre ello. Tampoco existe un modelo de regulación que únicamente acepte como gestantes a aquellas personas que tengan un nivel socio-económico estable. Así que, desde hace tiempo, Ucrania, donde la gestación subrogada es legal, es un destino preferente de familias españolas. En Ucrania la gestación subrogada es un negocio lucrativo sustentado, a menudo, en la vulnerabilidad económica de las mujeres, con un poder de negociación desigual y con la incapacidad de pronosticar con precisión los costos humanos de la transacción.

Las perspectivas para Ucrania son bastante sombrías. Así que todo apunta a que la guerra empobrecerá más a estas mujeres, “gestantes” o “coengendradoras” según para qué plataformas. Algunas, las más vulnerables, acabarán en redes de explotación sexual y reproductiva. Y ahí seguirán el negocio y la paradoja de países como España, “colaboradores” de un procedimiento comercial que ellos mismos rechazan. El deseo reproductivo y las motivaciones personales de las familias que recurren a la gestación subrogada en Ucrania son entendibles, seguramente sea una medida desesperada después de mucho tiempo atrapados en las matemáticas de la infertilidad, pero el deseo no es un derecho, y especialmente no lo es en tiempos de guerra. Si en medio de un conflicto los derechos se aniquilan, imaginad lo que sucede con los deseos.

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