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Cinco rincones de Nueva York de la mano de grandes mujeres que forjaron la ciudad

Lunes 21 de diciembre de 2020

Detrás de algunos edificios y lugares emblemáticos se esconden las protagonistas que dieron lustre a la Gran Manzana. La escritora Pilar Tejera, autora del libro ’Damas de Manhattan’, propone una visita literaria para descubrir quiénes fueron.

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El puente de Brooklyn, que une el distrito homónimo de Nueva York y Manhattan. — S. Stapleton (Reuters)

Madrid 17/12/2020 Henrique Mariño Público

Ahora que Nueva York queda más lejos que nunca, la escritora Pilar Tejera propone una visita literaria a algunos de los rincones emblemáticos de la Gran Manzana de la mano de las mujeres que forjaron la historia de la metrópoli. Por su libro Damas de Manhattan (Casiopea) desfilan escritoras, sufragistas, enfermeras, filántropas y, así, hasta más de una treintena de nombres propios, aunque en este viaje nos dejaremos acompañar por cinco. Ellas están detrás de edificios, puentes, parques, salones y locales históricos.

Emily Warren cruza su puente de Brooklyn

John A. Roebling concibió el puente de Brooklyn, pero nunca pudo verlo. Murió de tétanos tras sufrir un accidente en un pie y su hijo, Washington A. Roebling, ocupó su puesto como ingeniero jefe. Sin embargo, sus visitas a la obra le provocaron el síndrome de descompresión, por lo que a punto estuvo de abandonar el proyecto. Fue su mujer, Emily Warren, quien peleó con los promotores para que siguiese al frente de los trabajos, aunque tuvo que adquirir los suficientes conocimientos de ingeniería para ejercer de mensajera entre su marido y el personal.

Emily lidió con un presupuesto de quince millones de dólares y con seiscientos obreros, enfrentados a una tarea titánica y peligrosa, hasta el punto de que una treintena fallecieron. En mayo de 1883, trece años después del comienzo de las obras, su esposo —quien las había seguido desde la ventana de su apartamento— pudo ver a través de un catalejo como ella cruzaba los 1.800 metros que mide el puente subida en un carruaje, acompañada por el presidente de EEUU Chester Arthur.

"Este es un monumento eterno a la devoción y el sacrificio de una esposa y a su capacidad de recibir una formación de la que ha sido apartada durante demasiado tiempo", afirmó entonces el congresista y posterior alcalde neoyorquino Abram Hewitt. La construcción, recuerda Pilar Tejera, fue complejísima y problemática. "No obstante, debía tener un temperamento apabullante, porque convenció a ambos ayuntamientos de que se respetase la idea de su suegro y se siguiesen las directrices de su marido. Todo un logro, pues fue la responsable de que el proyecto prosiguiera tal y como había sido diseñado".

La escritora considera que la estructura fue un hito, por no hablar de su revolucionario diseño, pues debe enmarcarse en un momento en el que Nueva York aumentaba su pujanza. "La ciudad estaba generando muchísima actividad industrial y mercantil en sus dársenas, llamadas piers, adonde llegaban los barcos con mercancías. Sin embargo, el transporte marítimo era peligroso y las aguas se congelaban en invierno, por lo que el puente supuso un empuje importantísimo como eje de la economía del país", afirma Tejera, quien destaca no solo que una mujer coordinase "una obra de ingeniería tan complicada", sino que también lo hiciese en plena época victoriana.

Lina Astor y el viejo Waldorf Astoria

Bajo lo que hoy es el Empire State Building había un hotel y, antes, un par de mansiones. En aquel solar de la Quinta Avenida con la esquina suroeste de la calle 34, Lina Shermerhorn Astor (1830-1908) era la anfitriona de unas cenas en las que solo tenían cabida las cuatrocientas personas más distinguidas de Nueva York. Casada con el empresario William Backhouse Astor Jr., fue vecina durante casi tres décadas del hermano mayor de su marido, John Jacob Astor III, aunque la relación no era buena.

Mientras la ciudad se abría a los nuevos ricos —y ella trataba de apuntalar la exclusividad de las viejas fortunas—, ambas familias se enfrentaban: cuando murió su suegra, Lina dejó de llamarse señora de William Astor y adoptó el título de señora Astor, una afrenta que soliviantó a su cuñado y patriarca, quien decidió instalarse junto a su joven mujer —la, a su juicio, genuina señora Astor— en Inglaterra.

Sin embargo, su sobrino William Waldorf Astor regresó a Manhattan, derribó la casa de sus padres y en 1893 construyó un hotel que bautizó con su primer apellido. La venganza estaba servida, pues Lina no soportaba tener un establecimiento tan mundano junto a su aristocrática residencia.

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Lina Astor, uno de los orígenes del hotel Waldorf Astoria de Nueva York. — DAMAS DE MANHATTAN

El hotel, diseñado por el arquitecto Henry Hardenberg, era un moderno espacio con luz eléctrica, baños privados y servicio de habitaciones. Pero sus trece plantas ensombrecían la casa de Lina, quien ya viuda terminaría mudándose a otra mansión y construyendo un hotel todavía más alto, The Astor. Paradójicamente, ambas familias terminarían uniéndose, pues un millonario se hizo con los dos hoteles y construyó una pasarela que conectaba los edificios. Nacía el legendario Waldorf Astoria, que cedería espacio al Empire State Building para trasladarse a Park Avenue en 1931.

"¡Quién le iba a decir a Lina Astor que su barrio terminaría siendo comercial!", exclama Pilar Tejera, quien explica que en aquella época "la gente de categoría se reunía en las casas, por lo que la construcción en una zona residencial de un edificio público para socializar era casi una obscenidad". Lo nunca visto, al menos hasta donde alcanzaba la vista desde aquellos palacetes decimonónicos ajardinados. Sin embargo, el Waldorf Astoria pronto "fue testigo de acontecimientos históricos, de encuentros políticos, de amores secretos y de conspiraciones millonarias", escribe en Damas de Manhattan.

En el lujoso establecimiento, relata la autora del libro, también se celebraron las primeras audiencias del Senado para investigar el hundimiento del Titanic, en el que falleció uno de los hijos de Lina. Un siglo después, solo cabe imaginarse cómo fue su ambiente, aunque la visita merecerá la pena, si bien en su lugar hoy se asienta el Empire State Building. "Posiblemente, el lugar más turístico de Manhattan, donde se venden perritos calientes al lado de lo que fue la mansión de una de las mujeres más esnobs de su tiempo, quien ahora se estaría revolviendo en la tumba", ironiza Tejera.

Un Manhattan con Dorothy Parker

¿Un Manhattan en Manhattan? Pues en la mesa redonda del hotel Algonquin, escenario de la tertulia de la cuentista Dorothy Parker (1893-1967), quien convocaba a su alrededor a una fauna de artistas, plumillas e intelectuales de lengua viperina. Cóctel en mano, el visitante puede recrear la atmósfera humeante de aquel círculo vicioso presidido por la "suma sacerdotisa" del establecimiento, que conserva la habitación donde dormía tal y como estaba en los años veinte, cuando se relacionaba con Scott Fitzgerald, William Faulkner, Dashiell Hammett o Raymond Chandler.

"Escandalizó y sedujo a partes iguales a sus amigos y detractores. Atraía como un imán y vibraba, como la tela de una araña, ante todo lo que sonara a vanguardia y a excentricidad", escribe Tejera. "Le gustaba rodearse de artistas, dibujantes, dramaturgos, escritores y críticos teatrales con los que sentía compartir un mundo privilegiado. Adoraba trasnochar, excederse, transgredir... Crítica teatral, cronista, guionista, escritora y poeta, fue una especie de sibila que hipnotizaba con su inteligencia a las mentes más brillantes de la época".

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Dorothy Parker presidió la ’mesa redonda’ del hotel Algonquin. — DAMAS DE MANHATTAN

Dorothy Parker trabajó como asistente editorial en Vogue y prestó su pluma a Vanity Fair, aunque era tan afilada que la despidieron, si bien luego firmaría en The New Yorker. Con los años, algunas publicaciones le dieron la espalda, pero ella siguió escribiendo, además de abrazar causas como el derecho al aborto, el antinazismo o la Segunda República. No solo recaudó fondos para los izquierdistas españoles, sino que también legó sus bienes a la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (NAACP).

"Fue una crítica mordaz con un ingenio fuera de lo común, carismática e inteligente, mundana y brillante. No hay más que leer sus frases para entender su figura", afirma Tejera, quien detalla que su salida de Vanity Fair se produjo después de que se burlase de la actriz Billie Burke, casada con un gran anunciante de la revista. "Ella no se mordía la lengua. Ahora bien, su reverso tenebroso la condujo al lado oscuro de la vida, viéndose empujada a la bebida, a la droga y al intento de suicidio. Pagó el precio de la estrella que se va apagando, porque se dio cuenta de que su época se había acabado y de que ya no era una gurú".

La omnipresente alma de Billie Holiday

El Café Society ya no existe, pero la voz de Billie Holiday sigue encontrando su eco en numerosos bares de jazz de la Gran Manzana. En el ubicado en Greenwich Village —abierto entre 1938 y 1948— enmudeció al público tras interpretar Strange Fruit, un símbolo contra el linchamiento de negros en los estados del sur. Estrella indiscutible, con una infancia durísima y de vida errática, le prohibieron cantar en los clubes de la ciudad durante sus últimos años, aunque hoy puede seguir escuchándose su Autumn in New York.

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Billie Holiday, el alma musical de Manhattan. — William P. Gottlieb

Su alma está presente en locales como Smoke, Dizzy’s, Smalls, Iridium, Standard, Birdland y tantos otros, cuyos rótulos siempre van acompañados de la palabra jazz. "Es un icono musical que late no solo en los garitos, sino también en las tiendas y en los centros comerciales, donde continúan sonando sus canciones. Manhattan es el alma que mantiene viva su figura, de modo que se puede seguir su rastro en los clubes del Village y de toda la isla", afirma Tejera, quien la define como una revolucionaria y una pionera en la lucha por la igualdad racial.

"Fue una de las primeras cantantes afroamericanas que iba acompañada de una banda de blancos, cuando los músicos negros no podían entrar en los locales por la puerta principal. Como otras Damas de Manhattan, no estaba dispuesta a aceptar las reglas imperantes en la época y rompió moldes", explica la autora del libro. "Una mujer muy avanzada en muchos aspectos, no solo artísticamente, porque hizo de su capa un sayo y mantuvo relaciones con hombres y mujeres, aunque la música es el reflejo de la partitura de su vida. Pasan los años y su sello personal ha sido emulado y sigue recorriendo Nueva York".

Betsy Rogers, al rescate de Central Park

El pulmón de Nueva York entró en declive a principios del siglo XX, lo que llevó a establecer un plan para recuperar Central Park. Sin embargo, la creación de nuevas infraestructuras —desde pistas deportivas hasta áreas infantiles— no fue acompañada de una estrategia de gestión, lo que provocó que se sumiese en un estado de abandono, con zonas peligrosas donde no se adentraban los trabajadores del parque.

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Betsy Rogers, la salvadora de Central Park. — Lucas Jackson (Reuters)

La urbanista Elizabeth Barlow Rogers, designada administradora en 1979, fue su salvadora. Gracias a su empeño, se creó la asociación Central Park Conservancy, que le devolvió su esplendor. "Como todas las grandes figuras, Betsy Rogers estuvo a la altura del proyecto. Lo mismo se la veía sumergida en el barro o deshierbando con las manos, que se movía en los círculos sociales desplegando elegancia", escribe Pilar Tejera. Cuando dejó su puesto en 1996, "había convertido un páramo sucio, abandonado y peligroso en un auténtico oasis".

La escritora considera que, aunque sigue viva, era necesario difundir su historia, porque detrás de la recuperación del parque está la lucha de una mujer que tuvo que conciliar diferentes posturas, desde las de los observadores de aves hasta las de los especialistas en paisajismo. "Fue una proeza, porque logró superar numerosos obstáculos para que hoy Central Park sea un lugar emblemático, como reflejan las películas. Por eso, hay que recorrerlo pensando que fue ella quien logró reunir fondos no solo de filántropos, sino también de los ciudadanos, que permitieron realizar los trabajos de acondicionamiento".

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