Xarxa Feminista PV

Binta y la gran frontera

Viernes 4 de agosto de 2017

Ésta es una historia real. Es la historia de muchas mujeres y hombres que nunca podrán contar porque se perdió en un desierto, en un mar, en una patera, en una concertina, en un Centro de Internamiento para Extranjeros, en un vuelo de deportación, en un calabozo o entre la inmensidad burocrática de las políticas migratorias. Historias que se tragó la Frontera Sur de España. Historias como la de Binta, a la que el género la obligó a migrar.

Lucía Muñoz 01-08-2017 Pikara

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Sobrevivientes de la Frontera Sur en su llegada al puerto de Motril tras cruzar en patera*. / Foto: Lucía Muñoz

Perdonen si en este texto digo demasiadas veces Binta, pero quédense con su nombre. Y pueden cambiarlo por Zaynet, Cecile, Flaure, Samba.

No es la historia de una mujer, es la de todas.

“Mi color favorito es el color carne”, dice Binta mientras dibuja con una cera marrón en un pequeño colegio al sur de Senegal. Pero esta es una frase de ‘Binta y la gran idea’, un documental de Javier Fesser que muestra las diferencias sociológicas (que no desigualdades) entre Occidente y el África subsahariana, un lugar aún colonizado y empobrecido (que no pobre) por los llamados países del ‘primer mundo’. Binta no entiende de fronteras, al igual que la Binta de carne y hueso, natural de Costa de Marfil.

Ésta es una historia real. Es la historia de muchas mujeres y hombres que nunca podrán contar porque se perdió en un desierto, en un mar, en una patera, en una concertina, en un Centro de Internamiento para Extranjeros (CEI), en un vuelo de deportación, en un calabozo o entre la inmensidad burocrática de las políticas migratorias. Historias que se tragó la Frontera Sur de España.

Binta es y está inquieta, siente las ansias de la libertad. Se acaba de enterar de que se va a casar con alguien que no ha elegido. Se trata de un hombre mucho mayor que ella que adoptó el papel de cabeza de familia cuando su padre la abandonó a ella, a sus tres hermanas y a su madre. Ella dice que se ha criado bajo el techo de una casa matriarcal, pero en un sistema “intensamente” patriarcal. Lo que no saben bajo este techo es que a Binta le gustan las mujeres. No se atreve a contarlo porque más de una vez ha escuchado a su madre y a la vecina decir que “si ellas tuvieran un hijo homosexual le matarían con sus propias manos”. Así, un día la prima de Binta llegó a casa llorando porque el hombre con el que la habían obligado a casarse la había violado dos veces y al denunciarlo desesperadamente ante la policía se rieron de ella y después le dijeron que “se fuese a casa con su marido y a cumplir como mujer”. Binta no aguantó más: “Ningún hombre iba a decidir mi destino”.

Tener unas ideas diferentes, las ganas de formarse como persona, de tener una opinión propia y de ser independiente le llevó a Binta a escaparse de su casa. “Salí de noche y fui en autobús hasta Mali. Luego en coche por Níger y atravesamos el desierto del Sahara hasta Argelia. He visto a mucha gente morir en el camino y perder todo lo que tenían; por supuesto, lo más importante, la vida. Pero mi determinación a cambiar las cosas pudieron con el hambre y la sed”. Cambiar las cosas para Binta es poder expresarse libremente: “Hay que cambiar la idea que nos inculca la sociedad de que la vida junto a un hombre es más respetable y estable. Tenemos que aprender que una mujer que vive sola no es una puta o lleva mala vida. Somos seres que podemos tomar nuestras propias decisiones sin que nadie nos juzgue”.

Desde Argelia a Marruecos tuvo que sortear a la policía, pero también a las mafias: “No existe una red de mafia como tal, son personas que aprovechan una situación para ellos también sobrevivir. Son hombres normalmente autóctonos que pagan a la policía para que miren a otro lado cuando pasamos”. Se quedó sin dinero y aguantó durante ocho meses viviendo en el bosque. “Sobrevivíamos pidiendo en las calles de Tánger para comer. En el bosque nos organizábamos las tareas de forma comunitaria, pero yo no había ido hasta Marruecos para vivir de esa manera porque me estaba jugando la vida por tener derechos y por tenerlos también como mujer. Marruecos no es el país de los derechos. Es lo peor que yo he visto”. El Gobierno de Marruecos ejecuta redadas en estos campamentos en los que viven exclusivamente personas subsaharianas, donde queman y arrasan violentamente con todo lo que hay a su paso, lo que obliga a estas personas en tránsito a subir a pateras o a saltar vallas antes de lo previsto; sin que existan ‘oleadas’ o un ‘efecto llamada’, como nos cuentan desde el Ministerio de Interior del Gobierno de España o en algunos medios de comunicación.

En patera y sin chaleco salvavidas

La Frontera Sur recorre el Norte del continente africano, incluida Ceuta y Melilla, el mar de Alborán, el Mediterráneo y el Estrecho de Gibraltar ,que bañan las costas de Andalucía, Murcia y Canarias. Las rutas migratorias cambian, pero no desaparecen, y cada vez son más peligrosas por la falta de vías seguras y las trabas en las políticas fronterizas. Las pateras ya no son cayucos de madera, sino balsas de plástico de juguete, algunas sin motor. Donde sólo entran diez personas, navegan hasta 60. Mujeres, bebés y hombres. Subir tiene un precio y a veces no es necesariamente económico. Binta “no tenía ni un duro”, literalmente, así que acordó una plaza a cambio de prostituirse. “No es algo de lo que me sienta orgullosa, pero no tenía otra opción si quería conseguir mi sueño en lugar de quedarme en el bosque esperando un milagro”. cuenta. Una decisión totalmente legítima para que Binta después se jugase la vida en el mar, pero algo indigno y vulnerable para las mujeres. No es cuestión de forma, cuando la decisión es vivir o morir. Las violaciones y los chantajes son unas de las principales vejaciones que sufren las mujeres en las fronteras, donde la cosificación del cuerpo se convierte en el sustento y en una moneda de cambio.

LAS VIOLACIONES Y LOS CHANTAJES SON UNAS DE LAS PRINCIPALES VEJACIONES QUE SUFREN LAS MUJERES EN LAS FRONTERAS, DONDE LA COSIFICACIÓN DEL CUERPO SE CONVIERTE EN EL SUSTENTO Y EN UNA MONEDA DE CAMBIO

Binta salió del campamento a las ocho de la tarde y no subió a la patera hasta las siete de la mañana. “Bajamos corriendo por el bosque, con mucho miedo pero con mi objetivo en mente. Llegamos a la patera 14 hombres y yo, la única que no llevaba ni chaleco salvavidas ni neumático en el pecho por si pasaba algo, y nos dijeron que recto llegaríamos a Tarifa y que para el otro lado estaba Ceuta. Ahora me puedo reír, pero imagina nuestra cara ese momento cuando todas éramos personas que nunca habían visto el mar”.

Después de horas navegando, el agua empezó a entrar en la patera. En ese momento se encontraron con la Guardia Civil de España, que tan sólo les informó que estaban en aguas marroquíes. “Al verlos pensamos que estábamos salvados, pero de eso nada. Nos hablaban en español y nadie entendía nada. De repente empezaron a dar vueltas alrededor de la balsa y lo que consiguieron fue que entraran mucha agua, tanta que parecía que se iba a hundir y esperaron a que llegase la germandería marroquí que quería devolvernos a Marruecos, pero muchos chicos ya habían vivido esa experiencia y amenazaron con tirarse al agua, algo que no les importó”.

Las devoluciones en caliente no es una práctica que sólo se dé en las vallas de Ceuta y Melilla, también ocurren en el mar. Con la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, conocida como Ley Mordaza, hicieron legales esta acciones en lugar de ofrecer una asesoría jurídica y la posibilidad de solicitar asilo en España: “Los extranjeros que sean detectados en la línea fronteriza de la demarcación territorial de Ceuta o Melilla, mientras intentan superar los elementos de contención fronterizos para cruzar irregularmente la frontera, podrán ser rechazados a fin de impedir su entrada ilegal en España”, según la modificación de la Ley de Extranjería.

“Lo único que se me pasaba por la cabeza era que si moría nadie se iba a enterar y que me habría ahogado con mis retos y con mis sueños; pero a nadie le importaría porque los policías dirían que no pudieron hacer nada y no se sabría la verdad”, recuerda. Sin saber ni cómo, ni por qué, Binta empezó a gritar que le dolía la barriga porque estaba embarazada y que era menor de edad. Eso cambió todo. La Guardia Civil no tuvo otra que trasladar a Binta hasta Ceuta, algo nunca visto, pero sus compañeros de viaje se negaron a irse con la policía marroquí y, con el apoyo de Binta, esta mentira piadosa salvó su vida y la del resto de personas en tránsito.

Al llegar a Ceuta se destapó la mentira y pasó más de 24 horas en el calabozo. “No me creía que ya estaba en tierra firme y sólo me venían recuerdos de todo el camino, pero no sabía dónde estaba ni por qué estaba en la cárcel sin haber comido durante dos días. Después me llevaron al Centro Temporal de Internamiento para Extranjeros (CETI) y allí estuve cuatro meses, donde todo el mundo se queja pero yo traté de aprovechar el tiempo con cursos y con actividades. Cada tarde iba hasta la Asociación Elin para aprender español”, explica.

Cuando se traslada una patera a algún puerto español, las personas en tránsito son detenidas sin haber cometido ningún delito, solo una falta por entrar al país en situación administrativa irregular, en lugar de recibir unos protocolos humanitarios que tengan en cuenta el factor psicológico del trauma y el choque que acaban de vivir esas personas. Aquí, la única asistencia humanitaria es la de Cruz Roja en el momento de la llegada, en el mismo puerto. Su labor consiste en tomar la temperatura, dar una muda de ropa si están mojados, mantas y algo de comer; además, por supuesto, del cariño y la humanidad de las personas voluntarias, que siempre es un aliento para quienes se acaban de jugar la vida, aunque no suficiente para una ONG multinacional que recibe fondos millonarios del Gobierno para estas atenciones.

Si la llegada es a Ceuta, las personas son trasladadas al CETI, un centro que depende del Ministerio de Fomento, que sólo existe en estas ciudades autónomas y en el movimiento de entrada y salida es limitado. En la península están los CIE, que son auténticas cárceles y dependen de Interior. “Cuando salí del CETI me trasladaron a la península, donde vivo ahora, y aquí conocí a muchas mujeres que me contaron cosas horrendas de los CIE. Vivían atrapadas entre barrotes, en celdas y para ir al servicio iban siempre acompañadas por policías que las vigilaban. Incluso no tenían muda de ropa”. En los CIE las personas migrantes están un máximo de 60 días, luego son deportadas a sus países o abandonadas a su suerte en las calles.

Los migrantes no encuentran un punto para solicitar asilo en los puertos a sus llegadas, tienen que hacerlo en las comisarías o centros de internamiento. Según los datos de colectivos, tres de cada cuatro personas que están en los CIE llegaron en pateras. Se han invertido más de 300.000 euros en mejorar esas instalaciones y 12 millones de los vuelos de deportaciones, políticas de fronteras, en lugar de invertir en una acogida e integración decente. Esta carencia también está haciendo que aumente el racismo y la islamofobia en los países de acogida y tránsito, como el caso de España, porque el discurso del miedo y el referente al yihadismo del Gobierno señala a las personas que se juegan la vida en patera o tienen que saltar las vallas de más de tres metros de largo y acabadas en afiladas concertinas por el hecho de ser negras. Algo que no tiene sentido cuando la mayoría de las personas subsaharianas son católicas. A toda costa hay que separar la religión también del terrorismo.

Carta roja para la Ley de Asilo

La increíble fuerza de Binta, su coraje, valentía y optimismo ha hecho que rápidamente encuentre su sitio. Es conocida y querida allá por donde va. Ella ya pidió asilo, pero la resolución de la protección internacional se está haciendo esperar y ,mientas tanto, esta sobreviviente de la Frontera Sur anda aferrada a una tarjeta roja que limita sus derechos como ciudadana en España. “Se supone que a los seis meses ya me tendrían que haber dicho algo, pero de momento se ha prolongado más tiempo. No me pueden deportar, pero no puedo viajar fuera de España y ni siquiera puedo trabajar, porque la opción de trabajar es posible a los seis meses de pedir asilo y, ahora que podría, nadie quiere contratar a alguien en esta situación de incertidumbre”. “ES COMPLICADO CONSEGUIR LA PROTECCIÓN INTERNACIONAL PORQUE MI MOTIVO ES POR GÉNERO (…) NO ES UN MOTIVO DE GUERRA QUE ACABE CON TU VIDA, PERO LAS MUJERES MORIMOS LENTAMENTE AGONIZANDO CUANDO NOS OBLIGAN A CASARNOS, CON LA MUTILACIÓN GENITAL, LA EXPLOTACIÓN SEXUAL CUANDO NO NOS DEJAN NI SIQUIERA PENSAR”

Binta huyó de un matrimonio forzado y por ello pidió protección en España. “Yo no entiendo de políticas, ni de fronteras, pero sé lo que es una, dos, tres y muchas fronteras. Las he vivido y sentido. Las leyes están hechas por hombres, y por hombres que no saben lo que son. Por eso creo que es complicado conseguir la protección internacional porque mi motivo es por género y en un sistema de clases no se valora ni se reconoce la situación de las mujeres. No es un motivo de guerra que acabe con tu vida, pero las mujeres morimos lentamente agonizando cuando nos obligan a casarnos, con la mutilación genital, la explotación sexual, cuando no nos dejan ni siquiera pensar. Eso también es violencia y cuestión de vida o muerte”. La actual Ley de Asilo española, aprobada en el año 2009, recoge la persecución por motivos de género u orientación sexual como causa de asilo, pero interpreta que “no puede dar origen a una persecución por sí solos”, sino que depende de las circunstancias del país, por lo que para estas sobrevivientes es muy difícil a veces demostrar y tener las pruebas “contundentes” que se les requiere.

La Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía realiza cada año el informe Frontera Sur. La última edición resalta que se está viviendo una feminización de la migración, ya que el 25 por ciento de las personas que llegan son mujeres; mujeres que cuando hay que huir son las que se quedan en su país de origen para seguir manteniendo y ser el sustento no sólo de la familia, sino también de la comunidad.

Durante el mes de julio, por primera vez en la historia, ocurrió lo nunca visto: salió de Alhucema una patera sólo con mujeres, 26, y cinco bebés. Todas eran costamarfileñas. Señalar el país de origen es importante para entender la situación que viven estas personas. La denominación entre refugiadas y migrantes ha creado una diferencia de clases no sólo política, sino también antropológica en la forma en la que la sociedad las acoge y las integra. Las cuotas de acogida de la Unión Europea recogen estrictamente a personas de Siria, Irak, Afganistán y Eritrea, principalmente; pero excluye a las personas de origen subsahariano, porque entienden que no están en un conflicto y que el factor del tránsito es económico. Aunque en Costa de Marfil se viva una guerra desde hace más de diez años, aunque en Nigeria se conviva con los bombardeos y la violencia de Boko Haram, o aunque en Camerún el expolio esté matando de hambre a la población.

Binta sabe que puede conseguir lo que se proponga. Su siguiente reto es ser periodista y el más ansiado es regresar a su país siendo la mujer que siempre ha sido, pero ahora con sus sueños cumplidos y con su sexualidad por delante. Se jugó la vida y lo volvería hacer, pero sabiendo que en Europa no está ‘El Dorado’, sino que está en alcanzar la libertad dentro de su propio país, al lado de su pueblo. No le recomienda a nadie este viaje, ni a su peor enemigo. No le guarda rencor a su familia. Binta no sólo ha conseguido expresarse libremente y ser la voz de muchas mujeres, sino que derrumba las fronteras y los muros allá donde va.

*No hemos publicado un foto de Binta para proteger su identidad

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