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Billie Holiday y por qué es imposible redactar una biografía

Martes 10 de septiembre de 2019

En los 70, la periodista Linda Kuehl trató de escribir el libro definitivo sobre la cantante y el proyecto la consumió. Tres décadas más tarde, otra escritora produjo un texto bello y raro con el material que ella había dejado

Begoña Gómez Urzaiz 02-09-2019 CTXT

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Billie Holiday durante un concierto en el Downbeat club, en Nueva York. William P. Gottlieb

Cualquiera que haya escrito algo aproximado a una biografía, incluso un simple obituario, sabe que es un género lleno de trampas. Es muy tentador darle sentido a todo, relatizar, encontrar, preferiblemente en la infancia, el suceso que lo explica todo. Poner orden al caos necesario que es una vida. A Linda Kuehl le costó tanto escribir su biografía de Billie Holiday que se puede decir que murió por ella.

En los años 70, la periodista Linda Kuehl quería firmar un libro digno sobre Billie Holiday. Entrevistó a más de 150 personas que la conocieron con tal de construir un completo retrato coral: los novios que tuvo la madre de la cantante, músicos, artistas de vodevil, productores, parejas ocasionales, su mánager, sus amigos. Con todo ese material, y un contrato con la editorial Harper & Row, se sentó a escribir. Pero no conseguía pasar del segundo capítulo, que redactaba una y otra vez. Finalmente, su editora, Frances McCullough, le dijo por escrito en agosto de 1977 que su intento de libro era “un batiburrillo en el que el lector se pierde con facilidad” y que no pensaba publicarlo. “Si esto es doloroso para mi, para ti debe ser terrible”, añadió. Kuehl consiguió vender la idea a otro sello, Dial Press, y siguió trabajando en él durante unos meses más, hasta el día en que, tras volver de un concierto de Count Basie en Washington, se tiró por la ventana de su hotel.

Debía de ser una entrevistadora brillante. Uno de sus últimos encargos fue hablar con Joan Didion para la famosa sección The Art of Fiction, de The Paris Review, el mejor archivo de entrevistas con escritores que existe. Como esa pieza se publicó tras la muerte de Kuehl, le tocó a Didion escribir su propia entradilla y dijo de Kuehl esto tan sumamente didionesco: “Recuerdo que tenía varios temores, uno de ellos era que me reprodujesen como la clase de loca que teniendo 300 grados de vistas sobre el océano, pone todas sus sillas en un rincón oscuro detrás de la chimenea. La inteligencia de Linda disipó esos temores inmediatamente. Su interés y su agudeza sobre el acto técnico de escribir me hicieron relajarme y hasta entusiasmarme hablando, cosa rara en mí. De hecho, el entusiasmo por hablar técnicamente me hace parecer, leyendo la transcripción, una especie de aprendiz de fontanera de la ficción”.

Tras su suicidio, la familia de Kuehl guardó las cintas y las transcripciones del “proyecto Holiday” hasta los años 90, cuando las vendieron a un coleccionista privado, que las cedió a la escritora Julia Blackburn

Tras su suicidio, la familia de Kuehl guardó las cintas y las transcripciones del “proyecto Holiday” hasta los años 90, cuando las vendieron a un coleccionista privado, que, años después, las cedió a la escritora Julia Blackburn. Esta, que es autora de varias novelas, dos de ellas finalistas al premio Orange, y de unas memorias tituladas The Three of Us sobre su turbulenta infancia, con una madre pintora y un padre poeta y alcohólico que fue amante de Francis Bacon, volvió a proponerse hacer lo que parecía más lógico: leer todo aquello, organizarlo y darle forma de libro. “Como ya había hecho Linda Kuehl, preparé listas con los, a mi entender, episodios más importantes de la vida de Billie, y empecé a escribir capítulos titulados, por ejemplo, Una infancia en Baltimore o Harlem en los años 30. Posteriormente, agrupé las entrevistas e intenté meter todas aquellas voces en las jaulas que les había construido”, explica Blackburn en el prefacio del libro que acabó saliendo.

Las entrevistas, que Kuehl había ido cosechando muchas veces de bar en bar, se contradecían entre sí, se resistían a doblegarse por el bien de “el relato”, como un pelo rebelde que se niega a ser aplastado con fijador. Además, se perdía el tono distintivo de cada una –un peligro que también conoce cualquiera que se haya dedicado a la fontanería del periodismo–. Recortadas y reportajeadas, esas voces se disolvían. “El resultado era insulto y uniforme”, admite Blackburn. Así que decidió rendirse y liberar las entrevistas de Kuehl en su hábitat natural. Con eso construyó su libro, Con Billie Holiday. Una biografía coral, que se publicó en inglés en 2005 y ha traducido ahora en España Libros del Kultrum.

El texto, que se podría definir como una exitosa “biografía fracasada”, tiene un interés doble, o múltiple: por lo que emerge de la vida imposiblemente excesiva de Billie Holiday y por los talking heads que van desfilando. Ahí está por ejemplo Jimmy Fletcher, el policía negro que arrestó a Billie Holiday por posesión de narcóticos en su apartamento de Nueva York en 1947. La conocía de antes. Se habían visto, habían charlado y bailado (Fletcher era un agente infiltrado en los bajos fondos de Harlem) y por eso mismo fue el escogido para hacer una detención que la policía quería mediática y aleccionadora. “Sabía que la habían escogido para hacer una detención de campanillas y lamentaba que le hubieran encargado aquel caso, lamentaba haber podido acabar con todo aquello antes de que sucediera”. La transcripción de su entrevista con Kuehl, la primera y única que concedió, tenía 37 páginas. Blackburn arranca una frase de ahí para empezar su capítulo: “Era todo amor”. Fletcher cierra su intervención diciendo que tras su detención Billie no volvió a pedirle ayuda, aun sabiendo que él habría hecho cualquier cosa por ella, incluso ayudarla a desengancharse.

Aaron y Claire Lievenson siempre vieron a Billie estando juntos, pero la recuerdan de manera muy distinta. Llevaban una farmacia en Harlem durante la Segunda Guerra Mundial, cuando Billie vivía en el barrio con su madre, Sadie. Aaron dice que, aunque no le interesan los chismes, sabía que Billie hacía la calle, que vendía sus favores a los hombres del barrio. Claire, que de soltera era actriz, ejerce la memoria de manera mucho más benevolente. Se hizo muy amiga de la cantante. “Era tan elegante… Me da lo mismo que se colocara. Era espectacular ver a aquella mujer acercarse al micrófono. Tenía unos andares muy femeninos, con pasos cortos, y se fundía con el micrófono. Te hechizaba. Lo lograba incluso estando colocada”.

Era espectacular ver a aquella mujer acercarse al micrófono. Tenía unos andares muy femeninos, con pasos cortos, y se fundía con el micrófono. Te hechizaba

Si alguien por ahí da talleres de escritura, puede utilizar el libro de Blackburn para explicar la cuestión del narrador poco fiable. Lo es el pianista Jimmy Rawles, por el mero hecho de que necesita emborracharse para hablar de Billie y sigue haciéndolo mientras dura la entrevista. La autora cree que a medida que avanza la transcripción de su charla con Kuehl, da la impresión de que la intérprete de Strange Fruit entra en la habitación y se sienta “con un vaso de leche lleno de ginebra y aquella sonrisa nostálgica tan suya”. Jimmy conoció a Billie cuando aún no había probado la heroína, una semana después de que llegara a Hollywood. Vivió con ella cosas tremendas, como la paliza que le propinó su novio y mánager John Levy: “Saltaba sobre su estómago, le dio una paliza de muerte… A Billie le dolía todo, incluso el coño, y eso no era ninguna broma, porque ella cantaba con las entrañas”.

Por razones muy distintas, tampoco es un narrador de fiar Carl Drinkard, que trabajó con la cantante a mediados de los cincuenta. “A lo largo de unas cien páginas mecanografiadas devana una madeja de fanfarronadas y alucinaciones de drogadicto en las que no es fácil distinguir dónde acaba la realidad y dónde empieza la ficción”, avisa Blackburn.

Aunque renuncia a contar la historia de la cantante con nada parecido a una cronología, la autora sí escribe hacia el final un capítulo titulado Desenlace. Empieza con la desastrosa gira europea que Holiday hizo en 1958. En 1959 le diagnosticaron cirrosis y en mayo ingresó en el Metropolitan Hospital para un tratamiento de hígado y corazón. El departamento de narcóticos la volvió a arrestar en su misma cama del hospital, donde falleció el 17 de julio, a los 44 años, hace ahora casi 60.

Tres años antes de morir, ella ya había querido contar su historia, en el libro que escribió junto al periodista William Dufty. Lady sings the blues se considera a la vez, un relato completamente parcial y parcheado (por motivos legales, se omitieron o falsearon, por ejemplo, sus relaciones amorosas con Orson Welles y Tallullah Bankhead), incluso lleno de errores que han ido corrigiendo los biógrafos posteriores, y uno de los mejores libros sobre la era del jazz. Cuestión de buena fontanería.

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