Xarxa Feminista PV

Bienvenidas al Elías Ahúja

Lunes 10 de octubre de 2022

Bienvenidas a la violencia y el terror sexual del señorito. Bienvenidas a la mentira de la meritocracia. Bienvenidas a las cocinas del privilegio cañí.

Irene Zugasti Hervás 7 OCT 2022 El Salto

Quizá este sea el enésimo artículo de opinión que leas hoy sobre lo ocurrido con el Colegio Mayor Elías Ahúja, en Madrid. Y eso es bueno: significa que lo ocurrido no ha dejado indiferente a la opinión pública (sea lo que sea eso) y que la polémica ha trascendido de Twitter al Programa de Ana Rosa, y al Congreso de los Diputados, y a la Fiscalía. También a la boca de metro de Ciudad Universitaria, donde se concentran hoy las feministas, y con un poco de suerte, trascienda también a algún buen chalet de esos que pueblan la A-6, donde hoy se les atragante la cena porque el heredero o la heredera se ha pasado de bocazas.

Los chicos del Ahúja, con su rito anual de iniciación universitaria, nos han hecho un gran favor, pues, sin quererlo, han abierto las ventanas, celebrando unos días de Puertas Abiertas allí donde la mayoría nunca pensábamos entrar. Bienvenidas seamos, pues, al Elías Ahúja.

Bienvenidas a las cocinas del privilegio cañí, ese que se cuece en capeas, bodas, bautizos y comuniones, cócteles y reservados donde jamás nos invitarán. Dicen que los del Ahúja se iban a las puertas de otro colegio mayor madrileño, el Chaminade, a gritar “mi abuelo mató a tu abuelo”, y sí, tienen razón. Sus abuelos desterraron, exiliaron y fusilaron a una generación, pero sobre todo, les despojaron de todo. El suelo público de la Complutense sobre el que descansa el Ahúja nos recuerda que la riqueza de sus niños se construye sobre el expolio y la represión franquista y su epílogo, atado y bien atado. Y hasta hoy.

Bienvenidas a la violencia y el terror sexual del señorito, el que violaba a las chicas del servicio, el que pagaba los vuelos a Londres para abortar a sus novias, el que cierra los contratos en puticlubs, el que —volviendo a los abuelos— aplaudía las arengas de Queipo de Llano cuando pedía violar a comunistas, anarquistas y maricones, “por mucho que forcejeen y pataleen: ahora por lo menos sabrán lo que es un hombre de verdad”. Que, bien pensado, tampoco es tan distinto a amenazar a las conejas con follárselas en la capea. Porque aunque la violencia machista no entiende de clases, sí lo hace de ideologías: y hay una que se sostiene directamente sobre ella.

Bienvenidas a la mentira de la meritocracia, a la orla inmaculada de esos jóvenes talentosos y sobradamente preparados, que han crecido pensando que merecen el mundo entero, que se lo debemos. Que de verdad creen que su suerte es merecida, y no la consecuencia de su agenda de contactos, su patrimonio y su privilegio, o de su Máster en la Universidad Europea —pinta y colorea—. Que la verdad no les manche un anuario inmaculado: ellos eran más guapos, más listas, mejores. Son los futuros CEO y emprendedores —alguno, seguro, lo hará en economías verdes, o en liderazgos femeninos, o en innovación social— las y los próximos diplomáticos y altos funcionarios, los mejores cuadros del Partido, —aunque a veces se les cuele algún muerto de hambre—, las influencers a las que admiran las pobres que sueñan vidas que jamás vivirán, restaurantes que nunca pisarán, y bronceados que jamás lucirán.

Bienvenidas, también —y ¡ay! esta sí que duele— a la feminidad sumisa y orgullosa. Esa que se disfraza de empoderada, que se cree libre, aunque viva acatando todas y cada una de las normas. Las que aún creen que es bueno que le digan eso de que no son “como las demás”, las que reniegan de sus propios derechos, aunque luego, a escondidas, los ejerciten. Las torturadoras de la cárcel de Ventas. Las musas de Masterchef. Pero llámenme ingenua, aún me resigno a pensar que entre ellas, seguro, hay alguna que está apretando los dientes y saldrá de allí más pronto que tarde. Chicas, de todo —y especialmente de los Colegios Mayores—, también se sale.

Cuesta pensar que en la misma boca de Metro de Ciudad Universitaria convivan realidades tan diferentes. Que ahí, enfrente de Medicina, de camino al Paraninfo, mientras algunas pensaban en los exámenes, o en si le darían la beca el año que viene, o en parar la ley Bolonia —qué vieja soy— o, también, en la próxima calimochada, había otras persona, los que iban al Chaminade a gritar “tu madre me friega el suelo”, que tenían ya todo el camino hecho, y la vida universitaria era solo un trámite, un episodio feliz de novatadas, capeas, borracheras y tunas, en su camino hacia la cima.

Lo bueno de unas Jornadas de Puertas Abiertas es que una puede cotillear por los rincones, llevarse los canapés en el bolso, y hasta vandalizar alguna pared. Al fin y al cabo, como dicen ellos, ¿quién no ha sido joven y gamberra? Pero ahora que los niños del Ahúja, sin querer, nos han abierto su casa para recordarnos quiénes son, no sería un mal momento para asaltarla, para recordarles que no hay que dar por hecho la impunidad de la que presumen, el privilegio que no merecen, ni ese trozo de suelo que habitan. Porque cuando se les quita todo eso de encima, sólo devienen hombrecitos de masculinidad frágil, peinados ridículos y corbatas anudadas a la cabeza. Yo que ellos no dormiría demasiado tranquilo: abrieron las ventanas y las feministas, las zorras, las putas, las conejas, se les han colado hasta la cocina.

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