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Atrapar el tiempo: Consuelo Kanaga

Martes 22 de octubre de 2024

La estadounidense fue una de las primeras mujeres en trabajar en el campo del fotoperiodismo. Su obra refleja el activismo contra la segregación y a favor de las mujeres y los derechos sociales

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Chica joven de perfil. Fotografía de Consuelo Kanaga (1948). / Brooklyn Museum

Tania López García 16/10/2024 CTXT

Una se aproxima a las fotografías de Consuelo Kanaga con asombro. Estas revelan unas formas y una belleza hasta entonces opacada, oculta. Sus fotos se presentan como pequeños milagros. “Lo importante no es captar la atención, sino atrapar el espíritu”, decía la propia fotógrafa, y quizá sea eso lo que nosotros vemos en sus fotos, el espíritu de los retratados, pero también el suyo. Toda fotografía es una sinergia entre el retratado y el que retrata y de esta mezcla única nos quedan las imágenes.

Kanaga nació en 1894 en Astoria, Oregón, en una posición privilegiada para una mujer de su época: hija de una escritora y de un abogado, aprendió rápido el oficio de la comunicación mientras ayudaba a sus padres editando y redactando para ellos, antes de incorporarse al San Francisco Chronicle en 1915. Fue una de las primeras mujeres en trabajar en el campo del fotoperiodismo y además ser fotógrafa de plantilla.

Mientras trabajaba para ellos, descubrió uno de los temas que le interesaban, la fotografía de carácter social, que se preocupaba por las condiciones materiales de los más desfavorecidos por el sistema y que era tan distinta de la ensoñación pictorialista que aún influenciaba la fotografía de la época.

Una serie de amistades fueron decisivas en su vida; con ellas tejió una red de afectos y colaboraciones que impulsaron su carrera y a los que retrató en numerosas ocasiones. Comenzando por la de la fotógrafa Louise Dahl-Wolfe, que conoció a finales de la década de 1910, antes de que Dahl-Wolfe se convirtiera en una de las fotógrafas de moda más destacadas. Con ella exploró San Francisco, Europa y Túnez, como recordaría Dahl-Wolfe: “Connie y yo paseábamos alegremente por las estrechas callejuelas. Atravesamos los puentes, recorrimos las calles llenas de misterio siempre cargadas con nuestras cámaras”.

Por esas fechas también se introduce en el California Camera Club, donde conoció a Dorothea Lange, Imogen Cunningham y a Edward Weston, que se convirtieron en amigos suyos y, a su vez, en eternos referentes en su obra y en su vida. Con ellos mantuvo siempre una estrecha amistad, así como con Tina Modotti, a la que regaló su cámara y montó una exposición sobre sus fotografías.

Sin duda, de vital importancia para Kanaga fue conocer también, a principios de la década de 1920, a Alfred Stieglitz. Este le animó a dedicarse a la fotografía, y sus imágenes formaron parte del primer imaginario de la fotógrafa, sobre todo en los paisajes urbanos y naturales.

Sin embargo, serán los retratos lo que definirá la obra de Kanaga. Desde el principio se convertirán en una de sus principales líneas creativas.

El blanco y el negro de las fotos ayuda a una visión que, sin embargo, está llena de matices, tan inundada de luz que se ve colmada con una fuerza propia.

Una fuerza que ya se revelaba en las imágenes que capturó para el New York Journal American, como la que tomó a una joven viuda y sus hijos en 1922, dentro de un reportaje que ayudaba a recaudar dinero para las madres solteras.

Aquellas fotos de la joven viuda influyeron mucho en su amiga Dorothea Lange, y sin duda fueron un precedente formal de la famosa fotografía “Madre migrante” que tomaría Lange en 1936, poniendo cara a los estragos de la Gran Depresión.

Entre 1927 y 1928 Kanaga viaja de nuevo a Europa y a Túnez, donde entra en contacto con una comunidad de artistas estadounidenses que residían en el país. Allí produjo varios álbumes de fotografías del lugar y sus habitantes.

Lo que vemos ahí, en esos retratos tan cercanos que realizó durante el viaje, es un contraste tan fuerte entre la luz del sol y la sombras que proyecta que apenas nos deja entrever el rostro de las personas, pero que sin embargo nos cuenta lo fundamental de estas: con una pequeña chispa, Kanaga es capaz de captar lo que importa, todo aquello que está detrás de los artificios. El brillo de los ojos, los rasgos apenas marcados. La proximidad de los rostros nos acerca a los retratados, elimina la etiqueta de la otredad. Como ella misma diría: “Resulta extraño, pero, cuanto más retrato veo, más cerca me siento de expresarme”.

Quizá por esto, Kanaga combinó su interés por la justicia social con el retrato, y lo hizo de manera sublime cuando retrató a los ciudadanos negros y a los desposeídos de Estados Unidos, integrándose en un movimiento que pasaría a llamarse “Nuevo Negro”. A mediados de la década de 1930 se trasladó al barrio de Harlem para retratar la vida de una familia mientras vivía con ellos, y en sus calles, que eran un hervidero de artistas, conocería al que sería su marido, el pintor Wallace Putnamy.

Los retratos de Kanaga desafían la estética blanca predominante porque muestran la belleza de los ciudadanos negros y contradicen las representaciones racistas basadas en clichés y en un supremacismo racial.

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She’s a tree of life. Fotografía de Consuelo Kanaga, 1950. / Brooklyn Museum

De esta manera capturó en uno de sus viajes al sur de Estados Unidos, entre 1940 y 1960, la que sería una de las fotografías más famosas She’s a tree of life, la estampa de una mujer y sus dos hijos, que recuerda a la escultura Forever Free, obra del escultor Sargent Johnson. En estos tránsitos de norte a sur, Kanaga fotografió a menudo para otros, como su amiga la activista feminista Barbara Deming, con quien estuvo trabajando en el libro Prison Notes.

El activismo contra la segregación y a favor de las mujeres y los derechos sociales, también llevó a Kanaga a trabajar para periódicos obreros como Labor Defender, que estaba organizado por el partido comunista y que proporcionaba asistencia jurídica a huelguistas y otros trabajadores. Para ellos tomó fotografías de activistas, de cantantes y de artistas, entre ellos Kenneth Spencer, el poeta Langston Hughes o el artista plástico Sargent Johnson.

Kanaga también supo captar el espíritu en la naturaleza, como hizo cuando fotografió la superficie de un estanque en Yorktown Heights, y de aquellos objetos cotidianos que tenemos siempre cerca. Sin embargo, quizá, lo que más nos acerque a ella sea su intento por detener el tiempo, uno de los pilares y espíritu de la fotografía.

Así lo explicaba ella misma sobre una camelia a la que hizo una foto: “La gente piensa que la hice por su belleza, pero la fotografié porque alguien se la había quitado de la solapa del abrigo en mi estudio y la había tirado sobre la mesa. Se estaba deteriorando por los bordes. Era tan hermosa que no podía soportar que pasara desapercibida. Pensé que había que guardarla para el recuerdo”.

Después del cierre en 1950 del periódico The Sun, en el que trabajaba su marido, Kanaga optó por colaborar en sus últimos años de trabajo con revistas femeninas como Women’s Day, que se convirtieron en el principal sustento de su familia.

Quizá esa fue una de las razones entre tantas otras para su paulatina desaparición de las exposiciones fotográficas, además de su olvido.

Pese a ser una de las más importantes de la fotografía estadounidense, Kanaga es una de las fotógrafas más desconocidas de su historia, y hubo que esperar hasta el año 1993 para que se realizara una retrospectiva sobre su obra.

Pese a saber del desprecio por el arte creado por mujeres o quizá precisamente por ello, sus fotos nos impactan doblemente; mientras las miramos podemos atrapar incluso nuestro asombro, no solo por el olvido, sino por la pulcritud de sus formas que ahora nos iluminan con mayor fuerza.

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