Xarxa Feminista PV

Ana Botín y el feminismo del 1%

Viernes 19 de octubre de 2018

Por más feministas que seamos, la sororidad tiene un claro límite de clase

Nuria Alabao 17-10-2018 CTXT

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Ana Patricia Botín. Luis Grañena

Hace poco Ana Botín, presidenta del Banco Santander, y miembro del consejo de administración de Coca-Cola se declaró públicamente feminista. La revista Forbes la ha reconocido hace poco como la novena mujer más poderosa del mundo y no es raro, el Santander es uno de los mayores bancos del mundo. Ana Patricia Botín-Sanz de Sautuola O’Shea forma parte de un saga familiar al frente de la entidad financiera, de una, podríamos decir, monarquía hereditaria, que inauguró su bisabuelo Emilio Botín I. Esta presidencia acabaría recayendo en su hijo, Emilio Botín II, que –adivinen– tuvo un hijo que también fue presidente y sí, también se llamaba Emilio Botín (III). Su hija, Ana Patricia, mujer “hecha a sí misma” no se llama Emilio, pero también acabó asumiendo el cargo y la fortuna que viene con el apellido de la familia que –dicen– es la más rica de España.

Ana Botín se ha declarado feminista y el Santander acaba de publicitar un nuevo fondo de inversión “por la igualdad de género”. El propósito es que si usted lectora ahorradora tiene unos dinerillos y quiere pintar el mundo de violeta puede invertir en este atractivo fondo que le genera beneficios y además financia empresas que “promueven” la igualdad de género. Porque como dice Ana Botín, “una proporción más alta de mujeres en puestos directivos, además de ser justo, es bueno para el negocio.”

Su feminismo, dice, “es un feminismo autosuficiente, en el que te puedes valer por ti misma. No requiere una organización colectiva… Por esa misma razón no es estrictamente político y, quizá por eso, es algo que a muchas profesionales como yo nos resulta atractivo de forma natural”. Esta es una perfecta definición del feminismo liberal: individualista –no hace falta organizarse, organizarse es de pobres que luchan, entre otras cosas, por sus condiciones laborales o por el desmantelamiento del Estado del bienestar– y meritocrático, de esa extraña mezcla algo paradójica que sale del “valerse por sí misma” y ser heredera de una de las familias más poderosas de Europa.

Botín no se declara a favor de las cuotas. Sin embargo, la ministra de Igualdad, Carmen Calvo está impulsando una norma que podría encajar perfectamente en este feminismo-Botín o feminismo liberal: imponer por ley cierta representación de mujeres en la dirección de las empresas. (Ese 30% del infierno, del que nos hablaba la feminista mexicana Raquel Gutiérrez). ¿Es esta una política feminista?

Cuotas en las direcciones empresariales

Hay un sentido común de politóloga que dice que las políticas de techo de cristal acaban generando más igualdad en las empresas porque las mujeres son más “sensibles” a la conciliación o a la promoción femenina. Rosa Luxemburgo se arrancaría los pelos de la cabeza con sus propias manos si oyese que las conquistas de las trabajadoras tienen que depender de la buena voluntad de las directivas y no de la organización y de la reclamación colectiva de derechos. Por no hablar de ejemplos como estas declaraciones –del 2014– de la entonces presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica de Oriol, que dijo que prefería contratar “a mujeres menores de 25 y mayores de 45” para evitar embarazos. En fin, ni el feminismo, ni la conciencia social vienen con el género, mucho menos con el género de las empresarias.

Varias décadas de políticas de “discriminación positiva”, en EE.UU. –el término es de 1961– demuestran que estas han sido efectivas para aumentar la igualdad entre hombres y mujeres en las capas profesionales del 15% más alto. Para la gran mayoría de ingresos medios –60% de los trabajadores–, la brecha de género se ha reducido pero por abajo, por un descenso del salario y un empeoramiento las condiciones de trabajo de los hombres cuyas condiciones se van equiparando a las de las mujeres. En las posiciones más bajas, estas políticas apenas se han notado. ¿Quién reclama ser igual a un inmigrante varón en un invernadero de Almería?, por poner un ejemplo.

Por tanto, se da la paradoja de que a medida que se reduce desigualdad entre hombres y mujeres en el ámbito laboral, aumentan la desigualdad social y la precariedad en todos los ámbitos. Desde el feminismo, ¿qué queremos? ¿Estamos pidiendo igualdad en la precariedad o queremos arañar más beneficios al capital y redistribuir? Porque nos podemos encontrar que consigamos igualdad, en condiciones de existencia cada vez más degradadas o que igualdad en cuidados, signifique que ninguno, ni hombres ni mujeres puedan ocuparse de los suyos en condiciones.

En el feminismo también hay intereses distintos de clase, así como una disputa por utilizar el capital político y la legitimidad que de él se derivan. Por tanto, las políticas destinadas a romper los techos de cristal son políticas para el 1% porque solo afectan a una pequeña élite de mujeres. Muchas veces, los destinos de esas mismas mujeres –como en el caso de Botín– están estrechamente relacionados con la banca o el capitalismo financiero; es decir, con los intereses –bien materiales y reales– que hay detrás de las políticas de austeridad y de recortes de la Troika y con los más de 40.000 millones de todas que perdimos al rescatar a esos mismos bancos. El FMI –sorpresa– también está encabezado por una feminista.

A estas alturas ya sabemos que cuando se desmantela el Estado del bienestar las que salimos más perjudicadas somos las mujeres. En el sector público es donde se dan los empleos en mejores condiciones, pero también es el que proporciona apoyo material y prestaciones para ocuparse de las tareas de cuidados (excedencias laborales, subsidios, casas-refugio para mujeres maltratadas, cuidado de niños gratuito, etc.) que consiguen rebajar un poco la opresión que se produce en los hogares. Los sectores públicos vaciados y degradados por las mismas autoridades que esgrimen sus credenciales feministas están devolviendo las responsabilidades del trabajo reproductivo al hogar, es decir, a las mujeres.

El mantra del feminismo liberal

Como explica Susan Watkins (New Left Review 109), el empoderamiento de las mujeres es, desde hace mucho tiempo, un mantra del establishment global que ha sido impulsado por poderosos intereses empresariales. La Fundación Ford, por ejemplo, estuvo invirtiendo a partir de la década de 1970 hasta 200 millones de dólares anuales en financiar organizaciones feministas cuyas acciones eran compatibles con el reforzamiento del modelo empresarial. De hecho, Este feminismo del 1%, en realidad, es el que ha dado forma a las políticas oficiales del feminismo mundial durante los últimos veinte años. Como por ejemplo la concesión de microcréditos a las mujeres más pobres en lugares como India, que sentó las bases de la financiarización del Sur Global y endeudó a cientos de miles de mujeres.

“¿Por qué son tan decepcionantes los resultados de tanto esfuerzo y tan sesgados los beneficios hacia la clase media-alta? Las limitaciones del proyecto feminista global están inscritas en parte en su modelo estratégico: “incorporar a las mujeres a la corriente principal” del orden existente, sobre todo a los estratos empresariales y profesionales”, dice Susan Watkins. Esta autora, además, señala que unas de las principales contradicciones de este feminismo es que las reglas antidiscriminatorias nunca se han aplicado a la propiedad, donde las cuotas de género son impensables.

Entonces, frente a los intereses del feminismo liberal nos toca decir: las cuotas en los consejos de administración no son las políticas que necesitamos. Política feminista es subir el salario mínimo, derogar las últimas reformas laborales, educación universal y gratuita de 0 a 3, más Estado del bienestar y, aunque haya debate, yo diría que la Renta Básica Universal porque las mujeres somos las más pobres y las más precarias. Estas –y muchas otras– son las medidas feministas que necesitamos, las que afectan a la mayoría de las mujeres y no al 1% y que además, están claramente confrontadas con los intereses de las del feminismo-Botín. Por más feministas que seamos, la sororidad tiene un claro límite de clase. No, en muchas cosas, no estamos en el mismo bando. Como dice Bell Hooks, la sororidad, es poderosa pero seremos hermanas en la lucha únicamente si nos enfrentamos juntas a las formas en las que también las mujeres –aprovechando las desigualdades de clase, de raza o de identidad sexual– dominan y explotan a otras mujeres.

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