Xarxa Feminista PV

Ahora que todas creemos a Rocío

Martes 30 de marzo de 2021

Irantzu Varela 24/03/2021 Pikara

«Reconozco esa mirada. Reconozco esa forma de llorar, esa tristeza que parece hueca. Esa forma extraña de estar viva, como si estuvieras muerta. Es la de las que no encontramos la forma de explicar que no era culpa nuestra. La de las que éramos promiscuas, borrachas, escandalosas, problemáticas, malas mujeres, malas madres, malas de las que no les gustan a las que se creen de las buenas». Irantzu Varela escribe sobre el testimonio de Rocío Carrasco en televisión

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Rocío Carrasco, en un momento del documental.

La experiencia me ha enseñado que, cuando una mujer parece la mala a todo el mundo, ella suele ser la víctima.

Por desgracia -para mí- lo he aprendido en primera persona, pero recuerdo -porque fue hace unos días- la última vez que lo dije en un grupo en el que había mujeres nuevas y hombres a los que quiero, y cómo vi algo familiar en la mirada de una de ellas. Ella también tenía una historia. Como la tenemos todas.

Y la que no la tenga, que no estorbe.

Hoy vengo a hablar de Rocío Carrasco.

Pero podría hablar de las decenas de mujeres que me he encontrado y que me han buscado y que me han contado mi historia mil veces, en diferentes versiones. La historia de la violencia machista. La historia del patriarcado.

Me da igual que no te dé pena “Rociíto”. Esa señora, ya de más de 40, que se llama -seguramente, a veces, a su pesar- Rocío Carrasco Mohedano nosequé Jurado. Y no se me escapa la incoherencia que puedas ver en que haya ido a contar su historia a un programa en el que le han pagado una pasta, en la cadena que ha hecho de la misoginia su agenda y en un espacio en el que te pueden tocar 12.000 euros si llamas a un número de pago. Pero resulta que yo nunca “lo he contado” en el momento oportuno.

Lo he contado borracha a gente que no quería escucharlo. Lo he contado de sopetón en momentos en los que nadie quería asumirlo. Lo he contado cuando no tocaba, a quien no correspondía, a quien no quería y a quien no esperaba creérselo. Me lo han contado en terapia.

Porque nunca te crees que te ha pasado. Bueno, no es verdad. Llega un día en que te lo crees. Pero no llega nunca el momento en el que crees que los demás te van a creer. ¿A ti? ¿Con ese carácter? ¿A ti, que eres tan lista? ¿A ti, que eres feminista?

Nadie te cree. Porque su imaginario se ha adaptado a que les pasa a otras, se lo hacen otros, son siempre casos aislados. Pero nadie quiere creer que su amiga, su hermana, su compañera, su vecina, su madre, su empleada, su jefa, haya sido torturada -como si su propia casa fuera una comisaría franquista- por su amigo, su hermano, su compañero, su vecino, su padre, su empleado, su jefe… Eso no. Eso lo “aguantan” otras. “Por algo lo harán”.

A mí, a estas alturas, me la suda lo que penséis de “Rociíto”. Rocío para las amigas. Porque yo, aunque ella no lo sepa, la considero de las mías.

A mí, que me violó mi marido porque me dolía tanto la regla que no quería tener sexo. A mí, que me ha dado de hostias, por ser bollera, mi vecino. A mí, que me piden el teléfono de una abogada cada vez más amigas porque quieren divorciarse de su marido, que es “de los buenos”.

Reconozco esa mirada. Reconozco esa forma de llorar, esa tristeza que parece hueca. Esa forma extraña de estar viva, como si estuvieras muerta. Es la de las que no encontramos la forma de explicar que no era culpa nuestra. La de las que éramos promiscuas, borrachas, escandalosas, problemáticas, malas mujeres, malas madres, malas de las que no les gustan a las que se creen de las buenas.

Telecinco y todas las televisiones tendrán que preguntarse por qué tuvieron esto delante e hicieron como que estaban del lado bueno.

Pero no cometas la desfachatez de pensar que esto no te interpela. Tú también lo has hecho. Tú también has creído que sabías quiénes eran las buenas. Las que aguantan, pero no tanto como para que las maten. Las que se callan, pero no tanto como para querer suicidarse. Las que hacen lo que haga falta por sus hijas e hijos, pero sin parecerte a ti, que no tienes ni puta idea de lo que es la violencia -qué va, a ti no- malas madres. Las que denuncian a pesar de toda la mierda, de toda la revictimización, de todo el cuestionamiento y de toda la tortura que implica ir a una comisaría a decir que has elegido a tu torturador, y que todo el mundo crea que es culpa tuya que no te quiera. Las que consiguen sentencias. Como si no viviéramos en una sociedad patriarcal con una justicia pensada para proteger a los hombres de lo que se hacen entre ellos, pero no para protegernos a nosotras de nada, mucho menos de ellos.

“Es la puta realidad”, dice Rocío. “¿Y tú qué quieres?”, le pregunta la entrevistadora. “Simplemente espero que me deje tranquila”. Porque eso es lo que quieres cuando te han deshumanizado tanto que no eres nadie. Solo eres alguien que quiere estar tranquila, que es lo único que recuerdas que se parezca a estar viva.

En las televisiones la han destrozado, pero no porque sea ella sino por ser una de nosotras. Ha sido en las teles, porque es famosa, porque creemos saber su vida. Pero os habéis reído de la divorciada de vuestro pueblo, de la separada de la escalera, de la cuñada que denunció a tu hermano, de la “despendolada” que acusó a tu amigo, de la madre que “renunció” a sus hijos. Habéis cavado las tumbas de muchas, aunque algunas no estemos muertas.

Que es mala madre, que es mentirosa, que es mala mujer, que es mala persona, que lo hace por dinero, que es vengativa, que es egoísta, que está despechada, que se lo inventa porque es mala. Eso lo habéis dicho de todas.

Porque en una sociedad que nos considerara personas, a las mujeres que vivimos violencia se nos trataría como a gente que ha sufrido algo excepcional en una vida que se espera que sea de libertad, autonomía, justicia, igualdad. Pero vivimos en una sociedad que cuenta con que nos van a maltratar.

Por eso los juzgados ignoran nuestros moretones, nuestras heridas, nuestras cicatrices, nuestras vaginas y anos y corazones desgarrados, nuestros cuerpos maltratados, nuestros egos aplastados, nuestras mentes desequilibradas a la fuerza, nuestros relatos. Porque vivimos en una sociedad que cuenta con la violencia contra nosotras, pero nos ha convencido a todas de que eso solo les pasa a las otras. Y de que, si nos pasa, es culpa nuestra, por no haberlo visto, por haberlos elegido, por no haberlo evitado, por habérnoslo buscado.

Rocío, yo sí te creo. Porque se te nota en la cara. Porque tu historia me suena. Porque a mí y a todas nos han cuestionado.

Van a hablar de relaciones tóxicas, de que podrías haberte ido, de que has tardado mucho, de que tenías recursos, de que podrías haber denunciado antes, más, mejor. De que te estás aprovechando, de que te estás vengando, de que las hijas e hijos primero, de por qué no te defendiste, de por qué nadie se ha dado cuenta antes, de que es buen padre, de por qué no te dieron la razón en los juzgados… Como si no supiéramos que la justicia, la opinión pública, el imaginario colectivo, el discurso entero están del mismo lado.

Nos matan porque pueden. Nos pegan porque pueden. Nos violan porque pueden. Nos maltratan porque no les pasa nada. Lo hacen porque a ellos les creen. Y a ti te hacen creer que te lo mereces.

Yo te creo porque me suena tu historia como si fuera la mía. Eres tonta, estás gorda, vamos a follar siempre y solo cuando y como yo quiera, nadie te quiere, a todo el mundo le caigo bien, soy policía (el mío era bombero), nadie te va a querer como te quiero yo.

No te atreves a decir su nombre, Rocío. El mío era “el innombrable” hasta que me gasté una pasta en terapia. Pero todavía se me atraviesa su nombre en la garganta.

La primera vez que te tiró del pelo te querías ir, Rocio. Y no te fuiste. Y le querías reventar. Pero no hiciste ninguna de las dos cosas. Ninguna lo hacemos.

Van a hablar de guerra, de dos bandos, de que habrá que escuchar a las dos partes, de que podría haber sido al revés. Y esas palabras, como el invento del Síndrome de Alienación Parental, son armas que apuntan, una vez más, siempre a las mismas. Nos pueden matar porque les entendéis, nos pueden pegar porque les justificáis, nos pueden torturar porque les absolvéis, en los juzgados y en la calle.

Solo nos creéis cuando lloramos, destruidas por los años de escarnio. No tenéis confianza ni solidaridad para nosotras. Solo nos creéis si os despertamos la compasión, atravesadas por nuestras heridas. Solo nos creéis si hacemos la performance de vuestra idea de víctima. Sin performance, solo nos queda la hoguera o la burla. O la huida.

Nevenka se tuvo que ir, aunque tenía sentencia. Rocío se tuvo que intentar ir, para que le señaláramos a él. Nos perdonáis por pena, y nos creéis porque salimos llorando y casi pidiendo perdón por haber sufrido y no haberlo parado o visto o contado a tiempo.

No queréis creernos a la primera, porque tendríais que desmontar todo en lo que creéis. Una justicia que no ve violencia en someternos a la fuerza. Una educación que nos enseña a tener miedo, no a prepararnos para la autodefensa. Una cultura que nos representa como objetos y nos odia como sujetas. Una iglesia que coloniza nuestros cuerpos y pretende imponerles sus supersticiones. Una masculinidad que nos ve enfrente, debajo, detrás, nunca al lado. Una historia que nos ignora. Una ciencia que nos enferma. Unos medios de comunicación que dicen, cuando nos matan, que “aparecemos muertas”.

Nadie te va a devolver más de dos décadas de mierda, Rocío. Nadie le va a devolver el precio del exilio a Nevenka. Nadie me va a devolver la candidez. Nadie les va a devolver nada a las que sí acabaron muertas. Nadie nos va a devolver nada a ninguna, si creemos que no, que nosotras no, que “el tuyo” no, que te darías cuenta, que te irías, que lo evitarías.

No existen las mujeres que no han sido víctimas de la violencia machista. Existen las mujeres que han desarrollado mecanismos más o menos llevaderos para sobrevivir a una violencia que es estructural, que es sistémica. Y eso significa que el sistema está estructurado sobre la violencia contra nosotras. Y eso significa que habrá que desestructurarlo para que deje de ser violento.

Poco a poco vamos señalando lo que se nos hace insoportable. Y encontrándonos con otras que tampoco aguantan más, que también creían que estaban solas. Vamos a hacer leyes, pero no vamos a esperar que nos creáis para hacer justicia. Y no vamos a esperar a que os parezca que hemos llorado lo suficiente para que nos creáis. No estamos solas y no vamos a dejar que nos tratéis como si no nos tuviéramos las unas a las otras.

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