Xarxa Feminista PV

Abrazar a mujeres invisibles

Domingo 4 de abril de 2021

Gessamí Forner 31/03/2021 Pikara

La Posada de los Abrazos es un colectivo bilbaíno que lucha por la inclusión social desde una intervención feminista y pionero en atender al sinhogarismo de las mujeres

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Ilustración: Zuriñe Burgoa

Micheline Kononbe es de Itol, un pequeño pueblo de Camerún donde entierran a los muertos en los árboles. Cuando una de sus hijas murió tras practicarse un aborto, Kononbe vivía en Bilbao y no pudo enterrarla en un árbol. Lo único que pudo hacer es ir a La Posada de los Abrazos a llorar y allí lloraron con ella. “Me he sentido muy abrazada en esta casa, podría haberme vuelto loca, pero ellas se sentaban conmigo cuando lo necesitaba”, cuenta mientras explica cómo superó el duelo.

Sabe que podría haberse vuelto loca porque no era la primera hija que perdía. La anterior falleció de camino a Europa. El viaje no fue fácil, ni corto, ni tranquilo. Duró más de dos años, conoció a un hombre que no era bueno, cruzó el Mediterráneo en una patera, pero antes de cruzar el mar enterró en Marruecos a un bebé de ocho meses. Al alcanzar la península, se detuvo en Madrid, donde se quedó aquel hombre. Ella siguió hacia el norte hasta recalar en Bilbao. Recuerda de aquellos tiempos nublados por el alcohol, hace ya diez años: “Solo beber y fumar me daba paz”.

Una noche todo cambió: cogió unos cartones y se tumbó en el suelo del cajero de la calle San Francisco de Bilbao. Una mujer la despertó y la invitó a ir con ella. La llevó a unos portales más abajo, donde se encontraba una de las viviendas de La Posada de los Abrazos, un colectivo que lucha por la inclusión social. En La Posada le ofrecieron algo de comer, le dijeron que se diera una ducha y que fuera a descansar a una habitación individual. Durmió hasta las once de la mañana.

Fue una trabajadora social del Ayuntamiento de Bilbao la que sacó a Michiline Kononbe de aquel cajero y la llevó a un recurso ajeno a las instituciones, pero el único pensado en clave de mujer. Y aquella posada se convirtió durante casi cinco años en la casa de Kononbe, el tiempo que ella necesitó para abandonar el alcoholismo con la ayuda del módulo psicosocial Auzolan y la asociación Zubietxe. Ahora comparte piso en el barrio de Uribarri, pero siempre vuelve a La Posada para acompañar a las mujeres que la habitan ahora y para visitar a las mujeres que la gestionan, como Laura Agirretxea y Arantza Hergueta.

Las mujeres sin hogar pocas veces duermen solas en cajeros automáticos. Normalmente se esconden en los recovecos de las ciudades, sobre todo si tienen criaturas a cargo, o consienten en convivir bajo un mismo techo con personas con las que no compartirían ni el estropajo de los platos si tuvieran opciones económicas. Otras “intercambian” en la calle favores sexuales con hombres sin hogar con la promesa de que no les pegarán ni robarán. Algunas prefieren cobrar los “favores sexuales” a puteros y pagarse ellas mismas una pensión. Las que llegan a las calles suelen compartir con los hombres que las habitan adicciones y una salud mental trastocada. La calle es dura para todos. Pero en las mujeres se suman experiencias previas de violencias machistas que vuelven a experimentar a la intemperie.

“Una vez que las mujeres alcanzan las formas de sinhogarismo más extremas, su situación de deterioro físico y mental tiende a ser mayor y suelen acumular un mayor número de problemáticas, tales como abuso de drogas, problemas de salud mental o la vivencia de experiencias traumáticas asociadas, fundamentalmente, a la violencia de género”, especifica un estudio pionero publicado en 2016 por Emakunde , titulado ‘La situación residencial grave en la Comunidad Autónoma del País Vasco desde una perspectiva de género’.

Kononbe sabe que le debe la vida a La Posada de los Abrazos. Y su agradecimiento es su presencia, su tiempo, sus cuadros. Dice que ella, que nunca había cogido un lápiz, empezó a pintar. Le gusta dibujar espíritus en los árboles —como sus dos hijos— y le ha regalado a La Posada uno de sus cuadros, para que los espíritus protejan a la casa como la casa le protegió a ella tras arrancar un viaje que terminó en Bilbao. Un viaje que empezó cuando su marido falleció en Itol y ella quedó viuda, junto con otras tres esposas del mismo hombre; a cargo de cuatro hijos que quedaron con la abuela mientras ella se dispuso, con 35 años, a ir a Europa a trabajar. La habían casado con 15 años.

Al sinhogarismo no se llega de repente. Pero cuando una llega, todo lo anterior estaba muy roto y todo lo que sigue suele ser el preludio del final. Y aún así, hasta hace pocos años, el sinhogarismo femenino es como si no hubiera existido: apenas se ha estudiado y demasiadas instituciones siguen sin asumirlo como una realidad y una prioridad, por lo que los recursos públicos siguen estando pensados para hombres (albergues con habitaciones comunales mixtas, pocas habitaciones para mujeres con hijos). Observar lo que tiende a invisibilizarse es un trabajo que requiere de más empatía y perseverancia. Y eso es lo que hacen, desde 2003 y en silencio, La Posada de los Abrazos, de Bilbao.

A lo largo de este tiempo, el colectivo ha experimentado diversos procesos de reflexión y reestructuración. La madrugada del 4 de marzo de 2006 vivió un golpe enorme, cuando tres meses después de alquilar una pensión de dos plantas en el número 34 de la calle San Francisco, el edificio ardió y tres personas usuarias fallecieron. La ciudad se volcó con La Posada de los Abrazos y la arropó económicamente, pero, con el tiempo, los apoyos han ido disolviéndose y “actualmente es un proyecto deficitario”, lamentan Agirretxea y Hergueta. En paralelo, el proyecto viró: decidió que debía dejar de ser mixto y atender solo a mujeres, ya que no había recursos pensados específicamente para nosotras.

La Posada cuenta hoy con dos viviendas. En una, este mes de enero han entrado a vivir dos mujeres para empezar su proceso “sin fecha de salida”, como les gusta recalcar a Agirretxea y Hergueta. Cuando una mujer entra en La Posada tiene la seguridad de que no la abandonará hasta que pueda sostenerse por sí misma. “Son procesos largos y nos dimos cuenta de que quien llega a nosotras es que no cabe en lo institucional, no le ha gustado la experiencia o ha llegado en una situación de desamparo total”, explican.

Allí habitarán en una convivencia consensuada y horizontal. Las trabajadoras sociales contratadas por el colectivo y las militantes les atenderán “sin una mesa de por medio”. De tú a tú. Y juntas recorrerán el camino que les permitirá emanciparse con una mochila cargada de recursos y habilidades.

En la otra vivienda, conviven dos mujeres con riesgo de ser agredidas por sus exparejas. Escoger quién habita La Posada es complicado. “Llegan mujeres que te tocan a la puerta, te dan su historia y decir que no es muy complicado, pero decir que sí puede sobrepasarte si no puedes gestionar una situación de una intensidad que sobrepasa nuestras capacidades”, explican Agirretxea y Hergueta. “Siempre estamos buscando el equilibrio”, añaden.

Lo que tienen muy claro es que “la única intervención posible es la feminista”. “Como paradigma de interpretación, de cuál es nuestro lugar de poder y cuáles son nuestros privilegios, así como cuáles son las tareas que nos corresponden”. Buscan romper entre “el yo soy acompañada y el yo soy acompañante” y “hacer de las otras un nosotras”.

Kononbe vuelve a La Posada para acompañar a las mujeres que ahora viven en ella y también para sentirse acompañada. Otra posadera creó una asociación para combatir la exclusión social. Tras más de 17 años luchando por la inclusión social, La Posada de los Abrazos sigue respetando la esencia de su nombre y llevándola al máximo esplendor.

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