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  nº 41 diciembre 03


Una de las facetas menos conocidas del “molo”, y que apenas ha tenido cabida en nuestras páginas, es lo que supone participar en este proyecto, ese echar horas y horas para conseguir sacar a la calle un nuevo número. Por eso nos pusimos manos a la obra y algunos de los miembros del colectivo escribimos una valoración sobre esta experiencia. Al final, dada la falta de espacio, hemos decidido incluir sólo una de ellas, que creemos que refleja bastante bien el sentir colectivo.


Maquetar el molo

PIXEL
Por más que le doy vueltas al asunto no consigo explicarme cómo me metí en el lío de maquetar el molo y mucho menos cómo he persistido en el asunto casi cuatro años. Sí, sí, en parte es evidente: llevaba ya unos años en el colectivo antes de que diéramos el salto al periódico y en ese momento era el que más controlaba de maquetación. Además, siempre he creído en la necesidad de construir medios que contrarresten los discursos dominantes en la comunicación de masas y, cómo no, soy de esos que abomina de las relaciones sociales capitalistas, de este sistema político al que “llaman democracia y no lo es (Oé, Oé, Oé)”, etc…

Pero pienso que ni las casualidades que me llevaron a estar en el lugar indicado en el momento preciso ni mis planteamientos políticos explican completamente ese hábito mensual de encerrarse tres, cuatro o cinco días al mes en un pequeño cuartucho (frío en invierno, muy caluroso en verano), ratón en mano, delante de una pantalla, y en compañía física y virtual de unos cuantos compañeros, a hacer un periódico “desde los movimientos sociales”. En todo caso, esos factores explican una “predisposición a”, pero no la reincidencia sistemática en el mismo comportamiento.

Y es que, aunque maquetar el molo produce ciertas satisfacciones, como la de sacar adelante un medio colectivamente o la de dar visibilidad a planteamientos ignorados por los discursos hegemónicos, también produce mucho, muchísimo, queme. Cuando llevas maquetando tres días seguidos, son las doce de la noche del domingo, todavía te quedan unas cuantas páginas por maquetar y al día siguiente tienes que estar a las 9 en el curro; cuando todo el mundo te dice que el formato gráfico del molo es un “poco ladrillo” y no puedes hacer nada para evitarlo porque has decidido, junto con tus compañeros, sacrificar el aspecto visual para que en cada página quepan 10.500 caracteres (el doble que en un periódico normal) y así no gastar demasiado en la imprenta; cuando el ordenador se cuelga por séptima vez y se te estropean dos archivos en los que has invertido varias horas, el escáner –“no se qué le pasa, pero mira lo que hace”– no escanea y el correo electrónico tarda una barbaridad –“oye, que igual tenemos otro virus”–; cuando dejas de ir a una quedada con tus colegas porque te has comprometido a ir a hacer unas páginas y resulta que la mayor parte de tus compañeros que tenían que escribir los textos se han retrasado –“tío, trata de entenderlos, que están igual de agobiados que tú”– y no tienes nada que hacer; cuando después del curro que te has pegado, no te gustan los textos que han salido o ves que hay alguna pifia gordísima y te preguntas si merece la pena tanto esfuerzo para los resultados que se obtienen; cuando estás malo y te apetece quedarte en la cama pero vas al molo porque sabes que no hay nadie que te pueda sustituir, porque tus compañeros no saben maquetar y la gente que sabe maquetar y que te podría echar una mano no puede comprometerse a estar ahí todos los meses… en todos esos momentos uno esta “quemao”, quisiera pasar de todo, e irse casa.

Pero hay algo que te mantiene ahí y no es tu fidelidad a unas ideas políticas determinadas; es algo menos abstracto: algunos lo llaman compromiso militante y yo prefiero decir que se trata simplemente de cabezonería colectivamente inducida. Porque, otra cosa no, pero el molo está lleno de gente cabezona, gente que se obceca en alcanzar un objetivo y muy mal les tienen que ir las cosas para que acaben desistiendo. Claro, al principio flipas un poco, pero al final te acabas impregnando de esa actitud y de repente te descubres siendo el más cabezón, el más testarudo, y ahora eres tú el que impregna a los demás con esa actitud.
Muchas veces me pregunto si esta dinámica colectiva es un vicio o una virtud. Es verdad que a veces ésta es la única razón por la que las cosas salen adelante, pero también es cierto que a veces lo de ir “a saco pako” nos impide pararnos a pensar sobre lo que estamos haciendo, a analizar sus efectos, y afrontar los cambios necesarios.

Es el momento de parar. Espero que la gente que nos encontremos en el camino de la nueva publicación no se abrume con nuestra cabezonería colectiva. Y espero también, dejando al margen las consideraciones políticas, que en el aspecto gráfico el Salto Adelante supere las limitaciones del molo: que el trabajo de diseño y maquetación esté más repartido, que (al menos parte de) la gente que lo realice pueda dedicarse a él como su actividad principal y no tenga que arañar tiempo de otros trabajos o de su propia vida para llevarlo a cabo, que nos dotemos de los medios técnicos adecuados, que dejemos de sacrificar la agilidad visual en nombre de “los contenidos”, etc.
Un abrazo.

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