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  nº 37 julio 03

Entrevista a Rafael Chirbes, escritor

“Tendrán que venir formas nuevas de lucha, porque las que hay ahora mismo no les hacen daño”

>> Aprovechando que durante la Feria del Libro de Madrid, del 31 de mayo al 16 de junio, se concentran multitud de autores, hemos aprovechado para realizar algunas entrevistas, que iremos desgranando en este periódico. Empezamos por Rafael Chirbes.
Nace en Tabernes de Valldigna (Valencia) en 1949, y posteriormente se traslada a Madrid. Ha trabajado de profesor, de periodista en revistas del corazón y de crítico literario. En 1988 publica su primera novela, Mimoun –en parte biográfica, ambientada en Marruecos-, con la que queda finalista en el premio Herralde. A partir de ahí, publica varias novelas –En la lucha final, Los disparos del cazador, La buena letra, etc.– de fuerte contenido político-social, que giran en torno a la evolución de la generación de la postguerra. Desplegando un estilo sobrio, de narraciones bien hiladas, sutilmente insinuadas, Chirbes describe “una generación que se reclama ‘inocente’, pero que se ha construido sobre los cimientos que pusieron ‘las manos sucias’ de otros”, como dijo un crítico literario.

Fernán Chalmeta
Molotov: En tus dos ultimas novelas, La larga marcha y La caída de Madrid, describes la sociedad bajo el franquismo y después, durante el inicio de la Transición, señalando la continuidad. En tu última novela, Los viejos amigos, planteas que una generación que pudo cambiar algo, ya está instalada en la paz de las clases medias. ¿Todo “atado y bien atado”?
Rafael Chirbes:
No sé lo que queda, es verdad que el último libro es muy pesimista, yo también lo soy. Creo hay que una especie de vuelta, de cierre de un círculo, que nos ha llevado al principio. En los últimos años sobre todo, después de la guerra de Yugoslavia, la de Kosovo y la última del Golfo, parece que ha quedado muy claro que se ha acabado un ciclo empezado en 1848, con las primeras agrupaciones obreras, y que se han acabado todas estas formas de lucha, porque ellos tienen unos aviones que ni siquiera necesitan piloto, que bombardean solos. Es decir, que no hay ninguna forma de luchar a la que, parece, ellos no puedan resistir.
Creo que desde que cayó el muro de Berlín, que de alguna manera mantenía un cierto equilibrio, también dieron otro paso. No hay que olvidar que la seguridad social y todos los derechos que se han ido adquiriendo, la socialdemocracia, son fruto de que había una revolución más o menos corrompida, pero bueno, al menos había un destello que por lo menos les hacía pensar que tenían que darle algo a la gente. Acabado esto, ellos hacen desaparecer los derechos porque ya nadie se les opone. Tendrán que venir formas nuevas de lucha, porque las que hay ahora mismo no les hacen daño. ¡¡Si además han optado por dejar fuera del sistema a 1.500 millones de personas!! Parece que sólo la acción directa tendría un sentido en estos momentos. Hemos vuelto al preasociacionismo.

M.: Con lo cual, sólo quedarían la posturas nihilistas, ya que no quedaría posibilidad de transformación actualmente.
R. C.:
No lo sé, yo soy novelista. Lo que hago es reflexionar lo que yo veo. Si tuviera 25 años vería otra cosa, o si tuviera 40 años. De hecho, en La Larga Marcha ya escribí sobre eso: cómo una generación, incluso cuando cumple lo que otra quería, lo hace siempre contra esa misma generación. Porque las generaciones asumen la derrota.

Y por suerte eso no es hereditario. En La Larga Marcha había un personaje que lo decía: “mire, ya sabemos que cuando un niño nace, ya sabemos que va a morir. En las primeras anginas lo podríamos dejar morir.” Pero no es así, la dignidad está en mantener un minuto la injusticia y la muerte fuera de casa.
Cada generación vuelve a recrear, digamos, sus ideales. Pero como han vaciado prácticamente todas las palabras de sentido, y la gente se agrupaba por palabras.... Ahora vemos ingenuos esos tiempos de Franco en los que las palabras libertad o amnistía podían hacer daño. Ahora no hay palabras que les hagan daño, porque ha desaparecido la clase obrera. No tiene sentido porque se ha difuminado, ya no hay. Ha desaparecido el concepto de revolución. No sé qué conceptos hay. Cuando no hay conceptos, no hay manera de agruparse. Habrá que elaborar un nuevo discurso.

Y sobre todo, no sé lo que ocurre cuando el 90% de la población está contra una guerra, y el gobierno hace una guerra. ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué nos queda: Al qaeda? ¿La s soluciones, ponerte aparatito en la cintura y abrazar a Bush? No soy partidario de la lucha armada, pero da la sensación que es el único espacio que nos han dejado y que nos han contado que está en la punta del fusil, cada vez con más claridad. Ellos tienen las armas y el dinero, y las novelas no sirven para nada, los libros... Bueno, sirven para ir creando un ambiente, un algo, pero ahora mismo no se por donde salir.

M.: Hay un colectivo de escritores italianos, que firman como Wu Ming, que plantean que uno de los papeles de la “parte cultural” de los movimientos transformadores seria recuperar la potencia del mito. Generar un nuevo mito que atraiga, que enganche y una a la gente.
R. C.:
Estoy de acuerdo. Creo que hay que crear imaginarios que permitan esto. Pero la forma de crear imaginarios, no creo que sea ahora mismo, por lo menos desde mi experiencia -que yo siempre hablo de mi, ya he dicho que no soy un reformador social. Lo que hago es reflexionar sobre la evolución de mis propios mitos, los de mi generación, ver como se levantaron, y como se han hecho polvo. Sobre ello, que los demás puedan reflexionar. En ese sentido, soy muy materialista lucreciano: creo que los dioses están en el Olimpo, durmiendo. Entonces hay que partir del conocimiento, y lo único que sirve son los libros, los libros que sirven para reflexionar y conocer un poco más. Si la literatura no lleva al conocimiento no lleva a nada. En El novelista perplejo, uno de mis libros, hay muchísimas referencias a Herman Blok, un escritor que a mi me gusta mucho, que dice que cualquier estética que no sea fruto del conocimiento, es una estética mafiosa. La belleza es mafiosa cuando no sirve para que conozcamos más. La sensación de que algo bello tiene que surgir, de que dos palabras, de repente, nos han dicho algo que no habíamos visto antes.

Mi misión como novelista, lo que he hecho, ha sido autoanalizarme, ponerme en el microscopio yo mismo, y en la medida en que tengo cosas en común con las demás personas, pues esa forma de conocimiento, a través de la literatura, -como hay otro conocimiento a través de la historia, de la filosofía, etc.- es lo que intento ofrecer a los lectores. Tampoco tengo una consigna que ofrecer, no tengo ese imaginario.

Creo que los imaginarios tienen que surgir de la reflexión, tampoco pueden surgir de un voluntarismo absurdo. Porque hemos visto como los imaginarios que surgen de voluntarismos acaban llevando a posturas irracionales. Sólo desde el conocimiento se puede recrear la utopía. Creo que la literatura es uno de los espacios donde más claramente luchan el bien y el mal, por decirlo de alguna manera. En la medida en que la literatura misma abre un terreno, que es el del espíritu humano, que es el terreno donde luchan esos dos elementos.

M.: Con las protestas por lo del desastre del Prestige, y contra la guerra, salieron multitudes a la calle, pero algunos consideran que fue cosa de un día, animado en buena parte por los aparatos de la socialdemocracia...
R. C.:
Eso es verdad, pero bueno, al mismo tiempo creo que es la primera vez en que ha habido movimientos espontáneos, desde la Transición. Es decir que por vez primera, y sobre todo en el caso del Prestige, se demostró que el estado no sirve para nada, o sirve para muy poco, y que puede haber organizaciones al margen del estado, que duran un destello, pero que marcan. Es la primera vez que hay la esperanza de que surja algo. Luego, curiosamente, hay que ver como se lo han tragado y que precisamente la gente que más se había agrupado en torno a esto es la que más ha pagado en el espacio electoral, por decirlo de alguna manera. Pero bueno...

Esta claro que la socialdemocracia lo ha utilizado, como utiliza todo, como ha utilizado, pues yo que sé, las brigadas internacionales, la guerrilla, el exilio... Siempre he dicho que este país no celebraba el 50 aniversario [del Franquismo] porque estaba el PSOE, lo que había que hacer era echar tierra encima, y ahora que está el PP, se celebra el 60 aniversario. Se dice: “hay que condenar el régimen de Franco cuando está el PP, pero cuando está el PSOE, no”.

M.: ¿Ves alguna posibilidad a los movimientos sociales que se están desplegando, aunque algunos sean todavía muy marginales?
R. C.:
Bueno, algo tendrá que surgir. Siempre ha surgido algo en 200.000 años. Es lo que decíamos antes del médico: cada generación crea sus propios imaginarios. Lo que si es cierto que ahora han demolido todo, nunca ha estado tan dominado y controlado. Y me da mucho miedo estas prohibiciones que van creciendo, creo que nos estamos aproximando a una etapa que tiene mucho que ver con el fascismo. He llegado hace muy poco de Canadá, y los aeropuertos esos son verdaderos controles Auswicht: en nombre de la seguridad ya no quedan resquicios. Incluso el ultimo espacio, que era el tren, ahora te hacen pasar controles. En nombre de una sociedad individualista, estamos perdiendo los derechos individuales, y al mismo tiempo, no existen valores colectivos. Es la gran contradicción de esta sociedad. Es cada vez más el modelo americano: cada uno con su escopeta en su casa, vigilando al de enfrente, y eso es aterrador.

M.: Hablas desde la perspectiva de una generación derrotada, pero dejas un resquicio a la esperanza...
R. C.:
Una cosa son las valoraciones literarias, y otra es tu vida cotidiana. Yo bajo al bar casi todas las noches y me río mucho, y en mis novelas, en cambio, parece que me río bastante menos, no sé porqué. Lo que he querido contar, bueno, me ha ido saliendo, no tenía ese proyecto, ha sido el ciclo de como un mito derrotado es sustituido por un mito en alza que a su vez vuelve al polvo. Bueno, a la generación siguiente le tocara contar como se levanta un mito sobre este mito de derrotas. Y la historia del ser humano es así. Una vez más, lo que digo del médico. Sigue operando hasta el ultimo momento, a los 80 años pone una sonda, sabiendo que la muerte va a ganar siempre. La dignidad del ser humano no es otra: sabemos que el mal absoluto, que es la muerte, siempre gana, que el poder siempre está en manos de los peores; y aún sabiendo eso, tenemos que seguir enfrentándonos. Porque la dignidad no consiste más que en eso: mantener tu lucha contra el poder, tu parcela de bien (por decirlo así, aunque suene muy...) frente al mal, aunque sea un segundo. Si no, eres un hombre indigno, si no has tenido ese momento de enfrentarte, eres parte del mal.

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