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  nº 36 junio 03

Entrevista Wu Ming (2ª parte)
 

Seguimos reproduciendo la entrevista a Wu Ming, colectivo de escritores que participa activamente en el movimiento de movimientos italiano. En nuestro próximo numero publicaremos la tercera y última parte.

“Movimiento de movimientos” y comunicación

Sean Mallory (Traducción: Hugo Romero y Eugenia Mongil)*

Sean Mallory: En Madrid hablásteis del peligro de que el proceso de mitopoiesis se interrumpa y cristalice en formas y figuras alienantes que bloqueen la imaginación y la reflexión (de mito a “lengua de trapo” o jerga para iniciados). Desde vuestra experiencia directa, ¿cómo puede evitarse en concreto ese peligro, esa tentación de fabricar fetiches?
Wu Ming:
Hay algo concreto que hace que se afinque la lengua de madera: es la tentación identitaria. Y, más aún, el miedo a la mezcla y al intercambio, que en el fondo es miedo a la diversidad de la que se compone la multitud. El fetichismo y el sometimiento a la repetición son el refugio más simple frente al miedo que suscita el cambio, frente al temor de ver diluida la propia identidad en el océano de la comunidad en movimiento. Este retroceso identitario lleva consigo una carga derrotista que impide estar a la altura de la historia. Y, por tanto, lleva a barricarse detrás de unas pocas palabras, posiblemente conceptos que se querrían complejos, pero que nadie entiende. Hemos dado una definición, si bien aproximada, de “multitud”. Hemos dicho que ése es el mapa de los “trazos de la canción” (1) sobre el planisferio del mundo globalizado. Seguramente podrían ser muchas las definiciones. Lo importante es que este concepto, “multitud”, no se convierta en una palabra vacía, que no alude a nada, un nuevo tic lingüístico que sustituye a los viejos. Lo mismo podríamos decir de un concepto como el de “Imperio”. ¿Qué es hoy el Imperio? ¿Una tendencia? ¿Una realidad en potencia? ¿Un proyecto? Seguir contando historias también significa continuar explorando lenguajes y palabras sin contentarse con las que ya se usan. Y si las que usamos no nos suenan claras o no nos convencen, es inútil conservarlas. Busquemos otras. Si no somos capaces de mantener esta actitud, terminaremos inevitablemente por hablarnos encima los unos a los otros y sonar cada vez más incomprensibles. No hay proselitismo de los conceptos o de las consignas que aguante, cada encuentro a lo largo de los caminos de la comunidad en movimiento no puede más que dar vida a una redefinición y a un enriquecimiento del lenguaje. Tener miedo de esto significa condenarse a la regresión

S.M.: Decíais también en Madrid, durante las jornadas contra la propiedad intelectual, que no os convence nada la metáfora de Matrix para iluminar la realidad actual. Os recuerda demasiado, quizá, a la noción hipostasiada y paranoica de “espectáculo” forjada por los situacionistas. ¿Podríais volver a explicar vuestra perspectiva de la cultura de masas, lo que pensáis de la relación entre “cultura popular” y “cultura mediática”?
W.M.:
Pensar que la cultura “pop” coincide con la cultura mediática es algo completamente equivocado. La cultura popular y de masas es infinitamente más rica y se nutre de un número incalculable de motivos y de fuentes. Guy Debord asignaba a la capacidad espectacularizadora del capital un poder infinito, desarrollando una actitud paranoica con respecto a la industria de la imagen y reduciendo todo a una única categoría: el espectáculo. Así, el capital espectacularizado era omnipotente, podía recuperar cualquier expresión humana, sobre todo las de los rebeldes, neutralizándola.
Decir que el espectáculo lo recupera todo es como no decir nada. La definición que Guy Debord da de espectáculo no significa nada: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediada por las imágenes”. Las relaciones sociales entre los seres humanos están mediadas por imágenes desde que el primer Homo Sapiens pintaba escenas de caza en las paredes de una gruta para que cualquier otro pudiese “leer” y contar esas historias. Y esto nunca ha impedido que en el curso de los milenios los hombres viviesen intensamente la propia vida, amasen, odiasen, se reprodujeran, se rebelaran, inventaran ideas, concepciones del mundo, filosofía.
El pensamiento paranoico de Debord lleva derecho a la inacción o, como mucho, a una acción autorreferencial, que teme ser comunicada, hacerse comunicación, porque “aparecer” ya es traicionar la propia intención genuina. Esa línea de pensamiento, por tanto, es del todo inútil y podría ser definida como el último punto exasperado de llegada del pensamiento dialéctico hegeliano, “negativo”, interpretable en clave psicoanalítica en términos de neurosis extrema.
Existe también otra corriente de pensamiento que superpone la cultura de masas y la proliferación mediática. Es el así llamado pensamiento post-moderno, que en el curso de los años ochenta del siglo pasado tomó erróneamente la crisis de las ideologías novecentistas por el fin de las grandes narraciones. Hoy en día, las narraciones vuelven a ser protagonistas de la historia, ya sean las “imperiales” y neoliberales o las multitudinarias que narran otro mundo posible, y el pensamiento de Lyotard ha sido barrido.
Lo cierto es que la cultura mediática es sólo una parte de la cultura popular o, mejor dicho, refleja solamente algunos aspectos, pero no podrá nunca reducirla a sí misma.
Además, este increíble movimiento demuestra haber adquirido la capacidad de relacionarse con los medios de masas, de utilizarlos, y no sólo hacerse narrar y fotografiar por ellos. Y a esto se añade que el movimiento ha creado sus propios medios de comunicación de masas, utilizando las tecnologías telemáticas como un tam-tam que atraviesa el planeta.
Pero es necesario decir más. Frente a las manifestaciones que hacen afluir en todas las calles del mundo a decenas de millones de personas, no son los medios de masas los que pueden resistir la comparación. La multitud misma es el medio de comunicación de masas, y puede que el más grande y potente que la historia jamás haya conocido. Porque aquellos millones de personas volverán a casa y contarán lo que han visto y vivido, lo escribirán en mensajes de e-mail, telefonearán, lo cantarán en piezas musicales, lo describirán en fanzines, revistas, libros. Hoy en día, es el poder excesivo de los viejos medios de comunicación de masas el que entra en crisis con la apropiación comunicativa por parte de las mismas masas, que a su vez se vuelven medio de comunicación.
Existe ya, está circulando por el mundo, una épica del movimiento de movimientos. Es un romance popular escrito por centenares de miles de manos que viaja por todos los canales comunicativos del planeta y permea a través suyo toda la cultura de masas.
Lo que nos debe interesar es la experimentación de formas y modos que amplíen cada vez más la recepción del mensaje. Elegir los mejores modos para ser eficaces, para explotar y, al mismo tiempo, potenciar la fuerza de la comunidad. Es el aspecto más interesante y estratégico del tiempo en que vivimos.

S.M.: Durante un período, habéis participado en Tute Bianche (Monos Blancos), desde donde se practicó la “guerrilla de la comunicación” a gran escala. ¿Militáis ahora en un espacio político definido? ¿Cómo influye eso en vuestra práctica narrativa?
W.M.:
El mono blanco fue un icono abierto maravilloso, algo que cualquiera podía ponerse para practicar una forma particular de representación del conflicto político. Era como el pasamontañas de los zapatistas. Las acciones de los Monos Blancos se basaban todas en el plano comunicativo, simbólico y, obviamente, mediático. Más allá del ataque sorpresa al estilo de Greenpeace, escenificaban el asedio, representaban el enfrentamiento con las fuerzas del orden que defendían a los “poderosos de la Tierra” reunidos en consejo en cualquier parte del mundo. Era un reclamo épico formidable, puro cine. Y de hecho el mensaje pasaba, a través de los propios medios de comunicación, por la fascinación de la práctica de la desobediencia civil protegida, que excluía el uso de objetos contundentes y preestablecía un teatro de impacto físico con la policía. Era como un duelo en el O.K. Corral, pero sin pistolas. Y, de hecho, hicieron falta las pistolas, en Génova, para invalidar ese plano de la representación simbólica que estaba teniendo un éxito total.
Los Monos Blancos han sido la forma más eficaz desde el punto de vista mediático de la fase inicial de este movimiento.
En Italia, los Monos Blancos se disolvieron en Génova en junio de 2001. Se “disolvieron en la multitud”. La multitud tantas veces invocada, convocada, también en Génova, al día siguiente del asesinato de Carlo Giuliani, se materializó para salvar a los ex-Monos Blancos de la matanza que los carabinieri habían preparado para ellos. Aquella aparición, aquella epifanía, demostró que la elección de quitarse el mono blanco había sido la correcta. El papel de propulsión simbólica del movimiento había terminado, habíamos obtenido nuestro objetivo, la multitud, finalmente, había llegado. Y, desde entonces, el número ha seguido creciendo de forma exponencial.
Frente a este nuevo escenario, la tarea más apremiante es la de comprender qué formas y modalidades simbólicas y comunicativas sirven para relacionarse con las miles de procedencias de los componentes del movimiento.
Un hermoso desafío para la imaginación. Esto es lo que nos interesa también a nosotros, tanto desde el punto de vista narrativo, como del político. ...


*© Sean Mallory. Se permite la reproducción por cualquier medio de este texto siempre y cuando su circulación sea sin ánimo de lucro y esta nota se mantenga.

(1) Se trata de un término acuñado por Bruce Chatwin en su estudio de los aborígenes australianos (Los trazos de la canción, Península, 1999) y que el propio Chatwin explica así: “Comercio significa amistad y cooperación; y para el aborigen el principal objeto del comercio era la canción. La canción, por lo tanto, trajo la paz. Sin embargo siento que los trazos de la canción no son necesariamente un fenómeno australiano, sino universal: que eran los medios a través de los cuales un hombre delimitaba su territorio, y de esa manera organizaba su vida social. Todos los otros sistemas sucesivos eran variantes -o perversiones- de este modelo original (...). Tengo una visión de los trazos de la canción extendiéndose a través de los continentes y las edades; que cualquier hombre que ha hollado la tierra ha dejado un rastro de canto (del cual podemos, de vez en cuanto, pescar un eco); y que estos rastros deben remontarse, en tiempo y en espacio, a un aislado bolsón de la sabana africana, donde el Primer Hombre, abriendo la boca para desafiar los terrores que le rodeaban, gritó la primera estrofa de la Canción del Mundo: “¡yo soy!””. (N. del T.)

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