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  nº 35 mayo 03

La miseria de Aznar

CARLOS TAIBO*
>> La agresión que EEUU ha acometido contra Iraq ha suscitado entre nosotros tanta polémica como una cuestión que le es muy próxima: la relativa a la sumisa actitud -para algunos sorprendente- que el gobierno español ha mostrado en relación con las ínfulas militaristas de Bush hijo y de los suyos. El que más y el que menos se ha preguntado por las razones de una conducta que ha acabado por enfrentar a nuestros gobernantes con la abrumadora mayoría de la ciudadanía y con toda la oposición parlamentaria.

En un somero repaso de esas razones, el primer lugar bien puede ocuparlo un argumento de cariz psicológico: Aznar -porque al fin y al cabo lo que nos ocupa es una conducta de cariz casi personal- estaría ocultando su complejo de inferioridad a través de una operación que lo representaría codeándose con los grandes del planeta, y singularmente con el mayor de todos ellos: esa mezcla de fundamentalismo religioso, negocios cutrosos, afición por las ejecuciones, escasa cultura e instintivos movimientos que es el actual presidente norteamericano. La conducta de Aznar al respecto -basta con recordar las patéticas imágenes de las Azores- se vería fortalecida por un hecho a menudo ignorado: no parece que al presidente, como a su homólogo iraquí, le gusten en demasía los asesores que le cantan las cuarenta, como no parece que muestre inclinación alguna a revisar, y rectificar, comportamientos.

Una segunda razón importante invoca el peso de la sintonía que existe, pese a las diferencias de cultura política, entre los proyectos conservadores que gobiernan hoy EEUU y España. Esa palpable sintonía parece haber dado al traste, dicho sea de paso, con el cacareado giro al centro del PP. Una de las secuelas del fenómeno que ahora nos interesa es el asentamiento de un discurso que bebe en una rutinaria, e ineficaz, repetición de consignas y se vincula más con la propaganda esencialista que con la reflexión o el diálogo. Que la abrumadora mayoría de los cuadros del PP hayan sucumbido a semejante ejercicio nada bueno dice de la salud y del futuro de ese partido.

Se impone subrayar la importancia, con todo, de una tercera razón que contribuye, y poderosamente, a repartir las culpas: el actual gobierno español no ha hecho otra cosa que seguir una línea, de franca sumisión a EEUU, que trazaron sus antecesores socialistas entre 1982 y 1996. El mayor designio del PSOE en el gobierno estribó en demostrar que España era un aliado fiel, de tal suerte que había llegado a su fin una larga etapa de aislamiento internacional. Ahí están, para testimoniarlo, el malhadado referéndum sobre la OTAN y un sinfín de ejemplos que ilustran una manifiesta vocación de aceptar las imposiciones y los caprichos del gigante del norte de América. Muchos son los que piensan que sin estos pasos, acometidos en su momento, a duras penas podrían explicarse los que el PP ha dado en los últimos meses, y ello por mucho que sea cierto que el desdén que Aznar muestra hacia algunos de sus socios europeos a duras penas hubiera podido imaginarse con el PSOE en la Moncloa.

Agreguemos una cuarta y última razón: la que sugiere que el gobierno español habría negociado, en la trastienda, eventuales contraprestaciones de cariz económico y comercial. Al respecto se ha hablado de inversiones norteamericanas en España, de un eventual desarme arancelario por parte de EEUU, de garantías en lo que atañe el futuro de los capitales españoles invertidos -con amplias dosis de especulación- en América Latina, de presiones orientadas a facilitar la incorporación de España al grupo de los ocho, de cuotas de participación en el negocio de la reconstrucción posbélica en Iraq o, en fin, de derechos de explotación para Repsol en uno u otro paraje del desierto occidental de la nueva colonia estadounidense.

En lo que se refiere a estas posibles contraprestaciones, bien puede discutirse qué es lo que debería producir mayor indignación: si el hecho de que sean ciertas, con el consiguiente y mezquino mercadeo, o el horizonte de que no lo sean en absoluto, circunstancia que indicaría, a los ojos de muchos, un lamentable candor del lado del gobierno español. Esto último se antoja, de cualquier modo, poco probable, tanto más cuanto que sobran las evidencias que invitan a extraer una cruda conclusión: ningún dato de relieve sugiere que Washington se está moviendo en el golfo Pérsico en virtud de otra cosa que no sean los intereses más obscenos. Hasta Aznar debe haberse percatado.

*Profesor de relaciones internacionales en la Universidad Autónoma de Madrid

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