Atravesando los siglos, las transformaciones y
evoluciones políticas y económicas. Atravesando auges y decadencias,
familias y vidas completas, la pobreza en Chile parece ser una historia
de nunca acabar. Desde conquistadores con poco que perder, que vinieron
a dar a una tierra donde poco tuvieron que ganar, hasta la mujer que le
explica al periodista de televisión que su casa se fue con el río.
Paradójicamente, la pobreza como estudio
social historiográfico tuvo hasta hace dos décadas un desarrollo
más bien mezquino en nuestro país. La investigación
se concentró en las administraciones de gobierno, en el juego político
para elegir Presidente, las acciones militares o, en el mejor de los casos,
en las hazañas de los empresarios del siglo pasado.
Los grandes historiadores decimonónicos
y anteriores ignoran al pobre en cuanto tal y lo absorben en las categorías
de inquilino, peón, minero o indio. "En esta perspectiva no tuvo
cabida la historia social frente a los pobres, salvo algunos valiosos pero
aislados trabajos de Mario Góngora", afirma el doctor en historia
y sociólogo Gabriel Salazar.
La sociedad y la pobreza
Si bien la pobreza ha existido siempre como realidad,
su apreciación como problema y la categorización del pobre
como sujeto histórico y social sólo aparecen de manera manifiesta
desde fines del siglo XIX y comienzos del XX.
Durante la Colonia, y a través del Derecho
Indiano, la concepción de pobreza era la sustentada por la Iglesia,
es decir, era vista como una relación de igualdad entre seres humanos,
en donde lo importante era la salvación del alma y el lucro era
en sí mismo perverso – un ideal que, claro está, no describe
la realidad de las relaciones sociales de la época -. Esta visión
se rompe con la Independencia: "Quienes dirigen el país después
de la Independencia desarrollaron una concepción muy dura acerca
del tema", sustenta Salazar afirmando que los teóricos y pensadores
del siglo pasado lo plantearon clara y sintéticamente: En Chile
la pobreza no constituye un problema social. Se afirmaba que el tema tenía
un doble carácter: por una parte es un problema económico
atingente al manejo de las finanzas públicas. Se culpaba así
al gobierno de turno de una inadecuada política económica.
Por otra parte la pobreza era un problema moral: quien es pobre, lo es
por flojo, ocioso o borracho.
El resultado de esto fue que durante el siglo
XIX el Estado no desarrolló ninguna política social consistente.
La Iglesia sería quien tomaría las riendas y organizaría
hospitales, casas de expósitos y asilos de ancianos.
Sólo hacia fines de este siglo el cambio
en las condiciones sociales, económicas y culturales hacen visible
al "pobre" como una categoría aparte y pasa a convertirse en una
"cuestión social".
El capitalismo de pequeños artesanos y
de una minería donde los peones, los rotos andariegos, pueden salir
a catear y buscárselas por sí mismos, cambia, sostiene el
historiador. Se va a producir, una concentración de capitales. En
los sectores más dinámicos de la economía algunas
industrias entran en competencia con artesanos y mineros. Ambos estamentos
se ven en la necesidad de entrar a trabajar a las industrias para poder
sobrevivir, produciéndose la proletarización.
Gabriel Salazar agrega a esto la destrucción
del capitalismo agrario por el desarrollo de la hacienda, "todos los campesinos
que eran pequeños propietarios, los parceleros, los chacareros,
comienzan a verse presionados por la gran hacienda y pierden sus tierras.
El historiador sostiene que la familia popular
comienza desintegrarse. Los hombres parten a la faena, al salitre o simplemente
ya no pueden sostener a las familias y se van. Las mujeres se quedan en
los ranchos, en las ciudades o donde sea y mantienen a su familia a través
de la venta de cosas, del trabajo doméstico o en las fábricas.
Los niños están en las calles, en el Mapocho o recolectando
huesos. "Se produce una inseguridad vital debido a la incapacidad de sustentar
a la familia" explica la historiadora María Angélica Illanes.
La concentración de población, la incapacidad de infraestructura
hizo que Chile llegara a 1910 con una población recesiva – morían
más personas de las que nacían – una mortalidad infantil
de 306 por mil, y una tasa de prostitución que alcanzaba el 20 %
de las mujeres adultas de la capital. La tisis hacía estragos, y
el paisaje de rancheríos de quincha, en los campos de entre – siglo
espantaba a los extranjeros de visita: "Casi todos los testimonios de quienes
trabajan en historia social son de extranjeros que llegaban y se asombraban
de las condiciones en que vivían los pobres", explica el sociólogo
y etnógrafo José Bengoa.
La pobreza como problema social se instala por
fin en la agenda del Estado, ahora la pobreza es vista como un problema
que se debe abordar, como una cuestión social.
A este fenómeno hay que sumarle la predica
del Socialismo que comenzaba a prender y la denuncia que había hecho
la Santa Sede ya en 1891 a través de la Encíclica Rerum Novarum,
de León XIII que daba cuenta de la responsabilidad social del mundo
católico.
El siglo XX no sería de una pobreza resignada.
El segmento popular, "aun sumidos en la miseria son actores. Captados a
través de organizaciones, no sólo de partidos políticos
este pueblo miserable se transforma en sujeto político" argumenta
María Angélica Illanes.
Con la instauración del primer Código
del Trabajo en 1931 comienza una nueva etapa "por primera vez encontramos
una legislación surgida en Chile que tiende a proteger al trabajador",
indica Gabriel Salazar. M.A. Illanes agrega se genera entonces un movimiento
de profesionales "lo que yo llamo la inteligentsia lucida que viene
tanto de la clase media como de la elite y ve en la cuestión social
un problema insostenible". El Estado liberal se transforma en uno asistencial.
El enfoque asistencialista también se
verifica a través de la solidaridad caritativa, y una cantidad de
organizaciones católicas que la promueven: "la ayuda se concentra
en torno a la mujer que vive la crisis junto a sus hijos, mientras que
el hombre se emborracha, pelea a cuchillos o esta en el Sindicato. Por
eso la mujer pobre va a llenar la iglesia, va a votar católico,
va a votar derecha y no marxista", afirma Salazar.
Paralelamente a ala concepción "asistencialista"
se gesta la puramente política, "la pobreza es el pretexto para
hacer la revolución, para desarrollar programas de Estado de carácter
político", sostiene Salazar a la vez que afirma que este es el camino
que sigue la izquierda. Entonces se habla de subdesarrollo, de explotación
del trabajador, del abuso del capitalismo, pero no de pobreza.
La respuesta del Estado es intentar resolver
el conflicto, responder a las reinvidicaciones del movimiento popular más
que a preocuparse del problema como tal. "Entonces se construyen más
casas, se da más educación, se suben los salarios de acuerdo
a la inflación pero en todo el período del 30 al 73 no hay
una política precisa hacia la pobreza, es una política hacia
el conflicto" afirma el historiador, quien estima que en la actualidad
la pobreza no es vista como un conflicto en sí.
"las políticas de Estado son darle a la
gente soluciones, no potenciarla para que busque soluciones estructurales,
políticas, entonces por eso se dice que los pobres son beneficiarios,
son receptores de ayuda, no son clase revolucionaria. La pobreza aparece
entonces como una categoría estadística, como un saldo negativo
en el desarrollo, pero que el mismo desarrollo debería suprimir
en el camino" sostiene Salazar.
En las décadas de los 70 a los 80 el Estado,
bajo un nuevo cuño doctrinario, desarrolla nuevas políticas
públicas para resolver la "cuestión social" de la pobreza.
Vivir en la ciudad
José Bengoa estima que se debe hacer una
diferencia muy fuerte entre la pobreza antigua tradicional, de un país
semi – rural, y la pobreza moderna de un país urbano y semiindustrial.
La primera se caracteriza con el bajo pueblo, los sectores populares ligados
a actividades de sobrevivencia. Luego comenzaría a aparecer la pobreza
obrero industrial que se caracteriza fundamentalmente por sólo sobrevivir
sólo gracias al salario. " Este es un tipo de pobreza radicalmente
distinta y que depende mucho más del Estado y de las políticas
que desarrolla".
El 1800 es descrito como un siglo de inseguridad
para la vida del segmento popular. Tras la Independencia hay un cambio
de las condiciones de vida, desde la ruralidad, desde la tierra, hacia
las minas, olas ciudades, los suburbios. Por otra parte, la tradición
ganadera extensiva permitió que durante gran parte de la pasa da
centuria comer carne fuera usual entre la población, aún
para los más pobres. Incluso las salitreras si bien pagaban en fichas
y explotaban a los trabajadores, los mantenían robustos afirma Gabriel
Salazar. No se podría hablar de hambre, la necesidad fisiológica
básica estaba cubierta. Mucho menos favorables son los datos que
se manejan sobre las viviendas: la gran mayoría eran rancherías
de tierra y paja.
La itinerancia es otro elemento importante en
este período. José Bengoa afirma que el siglo pasado se puede
caracterizar por ser un fenómeno poco estudiado por la historia:
las masas migrantes pauperizadas que se desplazaban a través del
país. Aquí se cuentan los ex trabajadores agrícolas,
los peones, aquellos que contrariamente a los inquilinos no estaban integrados
a la hacienda y se enganchaban en los trabajos del ferrocarril. El esfuerzo
de este roto carrilano mereció el respeto del conocido empresario
Henry Meiggs quien llevaría chilenos a trabajar en el ferrocarril
peruano.
También están aquellos que tras
la crisis triguera de los años 70 despueblan campos enteros de la
zona del Maule, "agarran sus animales, sus carretas y empiezan a avanzar
hacia el sur". Pero en el sur se encuentran con que las tierras ya tienen
dueño a través del sistema de remates y concesiones. Pasan
la cordillera y se establecen en Neuquén o siguen migrando hasta
llegar a la Patagonia chilena.
Otros acuden al norte a probar suerte en la minería
donde se empieza a crear "un espacio privilegiado donde se está
fundando una economía moderna, en vista al mercado internacional,
con procesos de industrialización, con bastante circulación
de capitales, según explica la historiadora M.A. Illanes. Sostiene
que la expansión hacia el salitre es parte de este grupo de cateadores
que va avanzando: "Es un pueblo vivo que está autosubsistiendo por
sus propias manos. Por lo tanto no podemos hablar de una pobreza estacionaria
sumida en el abandono, porque es un pueblo bastante autónomo. Se
forman grupos de mineros que trabajan, pero también se independizan
apenas pueden y salen a buscar un nuevo descubrimiento por cuenta propia".
En la ciudad los artesanos cobran fuerza. Se
constituye la Sociedad de Artesanos con líderes como Fermín
Vivaceta, Santiago Arcos o Francisco Bilbao "quienes además tienen
un proyecto político de inserción a la República como
ciudadanos".
A través de esta sociedad los artesanos
impulsan la alfabetización, forman una caja de ahorro previsional
y un sistema de salud autogestionado. "Se trata de una clase popular que
todavía tiene su medio de producción, que está protegiéndose
de las eventualidades y proyectándose hacia el país", indica
M.A. Illanes.
La migración, las masas itinerantes llenas
de carencias pero con miles de estrategias para sobrevivir que caracterizaron
el siglo pasado desaparecieron, indica Bengoa. "se perdieron, principalmente,
por los procesos de regulación del espacio, a la urbanización.
Disminuye el espacio de sobrevivencia autónoma de los sectores populares
– es decir donde poder vivir, sembrar, autoabastecerse – y a al vez se
da un proceso de industrialización con la necesidad de dinero metálico
que esto conlleva".
Aumenta la migración hacia la ciudad que
explota con la imagen real y a la vez estereotipada de la población
callampa de los años 40 y 50 explica Bengoa. Esto contrasta con
la pobreza de los años 20 radicada en el centro de la ciudad, en
las viviendas cercanas a Estación Central.
La relación con el campo se ha roto, lo
mismo que las relaciones asalariadas netas, por lo tanto comienzan las
presiones frente al Estado, y por ende a las políticas populistas:
"se establecen relaciones de protección, de construcción
de viviendas y de todo tipo de búsqueda de empleo". Esta pobreza
sufre más aun cuando aumenta la cesantía, porque está
desvalida, lleva a al delincuencia, a la desesperación.
Movilidad social
Bengoa agrega que en la medida en que la industrialización
no logra incorporar al mundo obrero a toda la masa laboral, queda un colchón
permanente de mano de obra no calificada, sin educación, ni calificación,
y por lo tanto de una vulnerabilidad enorme. El sociólogo afirma
que la movilidad social no ha alcanzado a estos sectores masa desprotegidos
de la población. "Podríamos decir que hay un tercio de la
población chilena que ha sido pobre a través de varias generaciones
y ha continuado reproduciendo esta pobreza". La movilidad se ha dado entonces
en los espacios sociales superiores; en personas que eran campesinos acomodados
o inquilinos o sus hijos que han pasado a formar parte de los sectores
obreros o empleados y que a través de la educación fueron
ascendiendo. "Sin embargo los sectores inferiores, el bajo pueblo, lo que
en términos franceses sería el Estado Llano, es un sector
con muy poco acceso a la educación".
Este es el segmento con condiciones de vida inestable,
donde la familia nunca se constituyó, donde generalmente la que
organiza el mundo es una madre sola. Gabriel Salazar cree que la pobreza
actual se puede medir en el guachismo, el descenso del status de
la masculinidad en sectores populares y en el empleo precario. "La tasa
de hijos ilegítimos fue en el siglo XIX del orden del 46 % a nivel
nacional y se elevaba al 80 % en sectores populares, después bajó
drásticamente resurgiendo en la actualidad".
Porfiada y testarudamente la pobreza se resiste
a desaparecer, pero si por una parte está "la desesperanza aprendida"
– de familias que a través de generaciones no han podido salir de
la pobreza, como dice Bengoa - , por otra parte tenemos la realidad de
un sector popular vivo, que se organiza, que forma ollas comunes, cuando
falta que comer y "que han participado históricamente en la modernización
del país", como lo recalca M.A. Illanes.