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Consumo y responsabilidad

Lunes 1ro de febrero de 2010, por sods

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Aparecen las mercancías en estantes repletos, desbordantes, hipnóticos. Su casi mágica presencia borra las huellas del trabajo que las ha creado; borra, también, el rastro de su viaje. ¿Quién y en qué condiciones produce lo que comemos, lo que vestimos? ¿De dónde provienen, cuántos kilómetros han recorrido desde donde fueron producidas hasta que llegan a nuestro hogar? ¿Cuál es el coste ecológico, económico, humano de esta, en muchas ocasiones, larguísima travesía?

Se calcula que un 82% de las compras de alimentación se hacen en grandes superficies distribuidoras como Alcampo, Carrefour, El Corte Inglés, Mercadona y Eroski, entre otras; grandes empresas que controlan todo el proceso de la cadena alimentaria. Los productos que ofrecen tienen su origen en una agricultura y ganadería altamente industrializadas, con una mano de obra precaria y de bajos salarios; productos que han de recorrer, en muchas ocasiones, miles de kilómetros hasta llegar a nuestras mesas. Este modelo de consumo implica fuertes e indeseables impactos. Por un lado, supone un elevado coste en cuanto a contaminación por el CO2 liberado en la producción y transporte de estas mercancías; por otro, conlleva la agonía y la progresiva desaparición de la agricultura y ganadería locales, incapaces de competir con los grandes productores y de abaratar sus mercancías en la (des)medida de las exigencias de las grandes distribuidoras (beneficiadas, asimismo, por las políticas liberalizadoras que, Robin Hood al revés, vendrían a consistir en apoyar a los grandes para aplastar a los pequeños).

Frente a este modelo de tan negativas consecuencias, se van poco a poco abriendo paso iniciativas locales y comarcales que intentan revertir aquellos procesos y toman como ‘valor’ en el mercado unos métodos de producción respetuosos con el medio, con el trabajador y con el consumidor; otras iniciativas prescinden incluso del mercado, autoabasteciéndose a sí mismas, produciendo para sus propios consumidores (cooperativas de consumo). Otras, en fin, nos llevan a los países del tercer mundo, con programas de comercio justo, que nos ofrecen la posibilidad de pagar sueldos dignos para un trabajo digno en los países productores de mercancías como el café, el cacao, algunas lanas, etc. Hay varias cadenas de comercio justo con tiendas propias e incluso encontramos sus productos en algunas grandes superficies.

Como consumidores, en definitiva, tenemos cierta capacidad para cambiar hábitos incluso de las grandes compañías, haciéndonos responsables de la cadena de efectos, positivos o negativos, sobre el medio natural y el mundo social y cultural, que ponen en marcha hasta nuestros más pequeños gestos. Defendemos, pues, nuestra responsabilidad como consumidores para fomentar la agricultura ecológica, el respeto hacia la naturaleza (deberíamos decir, “hacia nosotros mismos”) y la dignidad del trabajo agrario. Defendemos todas aquellas propuestas que traten de crear comunidad, de regenerar lo local, de regenerar el territorio tejiendo, aun con dificultades, lo que está destejiendo velozmente un ‘milagroso’ sistema global de producción que multiplica los panes y los peces al mismo tiempo que el hambre.