FUENTE: Liberación
13-Diciembre-2002
Periodismo «militante»
Frecuentemente, el papel de los medios de información,
la libertad de información, tan traída
y llevada como la democracia, constituye centro de
interés y de análisis. Dichos análisis, que
casi siempre dejan un saldo negativo para los dueños de
la información, suelen ser respondidos por los subordinados
contratados, con la descalificación a priori, desde una
posición de blanco y negro (el que no está conmigo
está contra mí), característicos de estos
tiempos de dictadura del mercado y pensamiento único. Una
versión neoliberal del estalinismo, que ha superado ampliamente
a este.
Ahora uno de esos estudios, referido a los medios
suecos, ha puesto en guardia contra la tendencia a convertirse,
acríticamente en víctimas de la propaganda de guerra.
Y trae a colación lo ocurrido durante la guerra en la antigua
Yugoslavia, donde un impresentable informador de la OTAN proveía
diariamente de alimento periodístico basura
a los embelesados colegas suecos que estos deglutían con
gran satisfacción en sus crónicas. Obviamente el
portavoz era americano.
En realidad no se trataba entonces ni se trata ahora
de ingenuidad sino, como el informe reciente de los expertos suecos
lo señala, de una predisposición mental de los periodistas
europeos a utilizar y confiar en las fuentes anglosajonas. Predisposición
que en el caso sueco tiene especial fuerza ya que América
ha sido el sueño dorado de una parte de la intelectualidad
de este país. En ese marco de predisposición genética
como diría el empresario petrolero Carl Bildt, ex-dirigente
del Partido Conservador, refiriéndose a los antimperialistas,
que él y los neoliberales denominan antiamericanos,
hay una anécdota que caracteriza esta actitud. Cuando la
Administración de George Bush en el año 1989 invadió
Panamá para capturar a su ex-socio agente de la CIA, Manuel
Antonio Noriega, los periodistas de la radio llamaron a la base
que Estados Unidos tenía en Panamá para informarse
e informar a sus lectores sobre aquellos dramáticos acontecimientos,
que costaron un número indeterminado de víctimas
que algunas estimaciones cifran en 3000 en el arrasamiento de
la localidad de Los Chorrillos.
El informe presentado ahora reconoce lo que muchos
dijimos una y otra vez a lo largo de esos años, a saber,
que todo se redujo a la demonización de Milosevic y los
serbios, como los verdugos exclusivos de los horrores de esa guerra.
Los kosovares y la guerrilla de ese origen eran los buenos
y hasta Solana y compañía se hacían la foto
con ellos en un simulacro, de entrega de las armas que, los habitualmente
suspicaces reporteros, aceptaron sin la más mínima
vacilación. Hubo alguna gente, funcionarios honestos, médicos
y diplomáticos que, para disgusto de los entrevistadores,
advirtieron lo que ahora se confirma. Pero fueron desbordados
por los perros guardianes. La fiscal del Tribunal
de la Haya continuó esa tarea con un ensañamiento
indigno de alguien que tiene la alta misión de administrar
justicia. (Sin perjuicio de que las imputaciones formuladas a
Milosevic estén respaldadas por los hechos y no sean, como
hasta ahora, presunciones que, en cualquier caso recaen también
sobre muchos otros que no fueron demonizados y no
están en la lista de perseguidos).
Los grandes consorcios de la comunicación
mediática, controlados por familias, grupos empresariales,
gobiernos o movimientos políticos, se sirven de los comunicadores
(periodistas) para vender las bondades y conveniencias
de su «ideología». El espectro de las armas
desplegadas con esa finalidad es muy amplio. La más común
es la ya referida demonización de un régimen o de
un gobierno que tenga la valentía de defender a los más
débiles, que se oponga a la prepotencia imperial, que resista
la ofensiva de los grandes poderes financieros, a los que están
subordinados a los ricos de cada país, socios menores,
simples sirvientes.
Algunos episodios del acontecer internacional actual,
permiten comprobar que la tendencia al vasallaje intelectual y
la degradación del oficio de informar se ha consolidado
desde que un puñado de compañías transnacionales
se está cargando a los Estados nacionales y
convirtiendo a los líderes de cada país en meros
administradores de los negocios de aquellas.
La actitud del presidente George W. Bush en el conflicto
con Irak, el atropellamiento de todo derecho internacional, la
falta de respeto a los dirigentes de otros países, algunos
amigos entre ellos, el avasallamiento de la ONU, repugnan
a cualquier persona de bien, independientemente de su posición
política. Y el jefe de los inspectores, el sueco Hans Blix,
que debería ser el orgullo de todos nosotros es denigrado
por algunos de sus compatriotas en reaccionarios pasquines del
imperio sin que casi nadie en su propio país levante la
voz para darle su apoyo.
Los periodistas del mundo libre han
elegido entrar de lleno a militar en la causa de la globalización
neoliberal. Y desde ese momento se han transformado en una fuerza
beligerante, tal como lo son los marines. No es extraño
que el pueblo venezolano (la turba, dicen algunos) haya descargado
su furia en Caracas contra los canales de televisión, reducto
mediático de una conspiración que pretende tirar
abajo a un presidente que, nos guste o no, fue elegido por la
mayoría del pueblo de aquel país, en elecciones
que nadie cuestionó. Y que al término de su mandato
puede ser sacado del gobierno por el mismo mecanismo.