LA REPÚBLICA ( URUGUAY) 3/10/02 -
LOS SUEÑOS DE EMIGRAR DE TRES URUGUAYOS
FUERON CORTADOS AL SER
DEPORTADOS DESDE ESPAÑA
Regreso involuntario
Tres jóvenes que viajaban con pasaporte
uruguayo fueron detenidos en el aeropuerto
de Madrid (España) y obligados a retornar a nuestro país.
La amabilidad no caracterizó
a los funcionarios de Migración que ni siquiera les permitieron
comunicarse con el
Consulado.
Carlos Bobadilla es uno de los deportados desde
España que había vendido su moto y el
televisor para comprar el pasaje.
La letra del acuerdo de Reconocimiento de Paz y
Amistad entre Uruguay y España, firmado
en 1870 y aún vigente, se diluye en los aeropuertos ibéricos,
cuando aviones procedentes de
América Latina tocan pista con pasajeros, que en algunos
casos sólo buscan ir de paseo y en
otros, quedarse incluso "sin papeles" apostando a un
futuro mejor.
La ley de extranjería española, con
menos de dos años de vigencia, especifica que no afectará
lo acordado entre países en materia de inmigración,
pero la realidad indica otra cosa.
El canciller Didier Opertti que el miércoles
25 de setiembre compareció ante la Comisión de
Asuntos Internacionales de Diputados reconoció que la legislación
migratoria española del año
2000, "es muy dura y tiene normas un tanto exigentes en materia
de requisitos". Incluso
comentó que ante el aumento de casos de uruguayos que enfrentan
problemas de inmigración,
se prepara un instructivo para que todos los consulados de nuestro
país sepan exactamente
cómo actuar.
Tres historias
Carlos Bobadilla tiene 27 años. Vive en la zona de Barros
Blancos con su esposa embarazada
y un hijo pequeño. Sus padres fallecieron y su hermana
se aloja en la casa de adelante a la
suya.
El sábado 28 de setiembre fue al aeropuerto
de Carrasco pero está vez no para despedir a
nadie. Le había llegado la hora de cargar su valija y de
recibir él la palmada de aliento de su
familia. No miró atrás.
Estaba desempleado de su oficio de carpintero en
aluminio. El túnel de la economía familiar no
mostraba la luz por lo que decidió vender una moto y el
televisor para comprar el pasaje a
España y llevar unos 1.200 dólares para mantenerse
los primeros tiempos.
El sueño de muchos uruguayos, que hacen
fila frente a los consulados para obtener pasaportes
de la comunidad europea, se hacía realidad para él,
aunque viajaba con pasaporte de oriental.
No le dieron tiempo ni de respirar el aire madrileño.
En el aeropuerto los funcionarios de
Migración le preguntaron a qué viene, cuánta
plata traía y hasta ahí no hubo problemas.
La tercera pregunta fue demoledora. ¿Tiene
carta de recomendación? La respuesta fue
negativa. Pasó once horas encerrado en una sala del aeropuerto
junto a otros latinos que
habían llegado en el mismo avión.
Le pusieron un abogado de oficio "que se sentó
al lado mío y no hizo nada" dijo Carlos a LA
REPUBLICA, sabiendo a esa altura que lo iban a deportar.
Contó que los funcionarios españoles
los trataban mal, los tuvieron encerrados durante horas,
no les dieron de comer y bajo ningún concepto les permitían
comunicarse con el Consulado,
familiares o amigos.
Carlos regresó, pero volverá a intentar
la aventura de emigrar porque acá no tiene esperanzas.
Turista
La historia de Marcelo Fernández (26) es otra. Es oriundo
de Maldonado, vive con su
compañera y tres hijos de 2, 4 y 9 años. Trabaja
colocando membranas y lo hace para
empresas grandes.
Un amigo de Ibiza lo tentó para que fuera
a conocer aquella realidad. No pensaba quedarse
por lo que compró un pasaje de ida y vuelta con el retorno
marcado para la semana siguiente.
Con U$S 800 en su bolsillo y el pasaporte uruguayo
en regla no logró pasar el control de
Migración.
Se repitieron las preguntas de rutina y fue a parar
a la misma sala, donde conoció a Carlos.
Marcelo dijo a LA REPUBLICA que en el aeropuerto
el trato del personal fue bastante duro,
les hablaban a los gritos y cuidado con preguntar algo. Tampoco
le dejaron llamar a su amigo
en Ibiza.
Nunca había viajado en avión pero
lo que más le dolió dice fue que lo trataran
como a un
criminal "a mí que no tengo ningún antecendente".
Lo ficharon en Interpol y vivió la vergüenza
de ser observado en el avión cuando alguien de la
tripulación dice: "Los deportados deben bajar último".
Contó que la experiencia vivida fue tan
violenta que al llegar a su casa sufrió un bajón
tan
pronunciado que tuvo que consultar a un sicólogo.
Hija de españoles
Natalia había vendido todo para irse del país. Conoció
a Marcelo y Carlos en la sala del
aeropuerto de Madrid. Su historia de emigrar parecía no
tener obstáculos porque sus padres
son españoles y estaban en España.
Ella viajó con pasaporte uruguayo, y al
no permitírsele llamar a sus padres debió integrar
el
grupo de los deportados.