Tienen Voz...
¡No Necesitan Tener Voto!

    Hay autores que consideran que todo proceso cultural, tiene un grado de marginalidad en sus primeras etapas de construcción; toda elaboración generacional, pasa indefectiblemente, por una lucha de imposición y aceptación con los elementos dominantes de una cultura preexistente. Esta lucha de imposición, no sólo se manifiesta en los haceres artísticos, sino que comporta una reasignación valórica del mundo, una adecuación confrontacional a las visiones del mundo imperante.
    En las sociedades democráticas, esta lucha tiene un carácter dinámico y progresivo; siendo la aceptación plural de los diferentes discursos, la característica que impone y llena de sentido el ejercicio democrático.
    En nuestro país, después de 27 años de ausencia de democracia, el panorama cultural se ha visto fragmentado por la imposición de un modelo autoritario por parte del Estado, tanto en el régimen militar como en los gobiernos de la concertación. En contraposición, percibimos la lucha creciente por imponer modelo de cultura alternativa, por parte de sectores progresistas y revolucionarios de la sociedad. Esta situación queda claramente demostrada en lo que el poderoso movimiento contestatario de la década de los 80s -plena vigencia de la dictadura-. La generación de los ochentas se caracterizó en el plano de la culltu8ra, por una fuerte crítica al sistema, bajo, a grandes rasgos, dos modalidades discursivas. El primero, comprendido por la confrontación de Lo Popular (entendido como una forma de vida), exteriorizado en una multiplicidad de expresiones artísticas tales como talleres literarios, grupos folclóricos, teatro popular, etc.; este movimiento tuvo un carácter esencialmente político, reivindicativo de la lucha popular en contra de la dictadura. En segundo lugar se gestó un movimiento incipiente, también contestatario al sistema, pero de una perspectiva más elitista; en este movimiento se nota una fuerte influencia de los primeros retornos del exilio, lo que le dan un carácter más ambiguo que el primero, en ellos la crítica social se encuentra al margen del sistema (acá encontramos talleres literarios dirigidos por conocidos escritores, grupos rock emergentes, etc.). Fuera de los diferentes ámbitos sociales, en que se manifiestan las culturas emergentes de la década de los 80s; ambas, más allá de la ambigüedad de la segunda, se encuentran signadas por una crítica al sistema; la que los primeros veían materializada en al destitución de Pinochet; la segunda, si bien se manifiesta opositora al régimen, acentúan su crítica en un sistema extraño y enajenante de sus intereses particulares.
    En el periodo del gobierno de la concertación, el proceso cultural ha estado signado por la cooptación de la cultura contestataria de los 80s; esta operación tuvo un carácter eminentemente elitista, atrayendo a sectores intelectuales consolidados, tanto del exilio como del interior del país (Skármeta, Zurita, de la Parra, entre otros). Además, se buscó la aceptación de algunos artistas funcionales al modelo de legitimación institucional; marcado por ciertos jóvenes, principalmente escritores y actores (generación mac-ondo, actores de teleseries) y grupos musicales representativos. La cultura durante el actual periodo, se sujeta fuertemente a la ideología neoliberal, manteniendo el mismo sesgo autoritario que en dictadura; expresado en mecanismos de censura (como ejemplo es destacable señalar que el Consejo Nacional de Televisión está integrado por tres miembros de la Concertación), burocracia estatal y amiguismo en la generación de proyectos culturales (estos proyectos nacen del Estado, y se obtienen vía concurso; separando así, bajo una selección proselitista a la gran mayoría de los proyectos populares que no estén de acuerdo con el discurso Concetacionista. Lo que a La postre, le dan a la producción cultural un carácter eminentemente administrativo y unipolar), mantención de aranceles en actividades y eventos culturales, etc. La cultura dominante Concertacionista, concibió un modelo de desarrollo cultural elitista y burocrático, donde aparta en forma violenta a los sectores de la cultura popular contestataria de la década de los 80s. Esta formulación cultural era obvia, ya que este segmento se mostraba más inclinado hacia una cultura de liberación, propiciada por la izquierda.

Problema de Propuestas.

    La operación de un modelo continuista de la institucionalidad dictatorial, tenía necesariamente que pasar por una propuesta de continuismo cultural, que permitiera a un amplio sector de la sociedad, aceptar tranquila y dócilmente el continuismo de la política económica de la dictadura. El problema de la cultura popular de la década de los 80s, radicó en que sus propuestas estaban signadas por una visión cortoplacista de entender el desarrollo de la lucha social de masas. Se pensó que la solución radicaba en la salida de Pinochet, al precio que fuera, sin mirar el trasfondo de los cambios que se venían operando entre las bambalinas de la sociedad; fundamentalmente en el plano de la transacción política. En esta coyuntura, Pinochet salió de la Moneda, pero todo continuó igual; lo que a la postre produjo desencanto y apatía en la llamada cultura popular de la década de los 80s. Esta herramienta fue magistralmente aprovechada por los teóricos de la concertación Eugenio Tironi y Enrique Correa. Aprovechando la debilidad la debilidad propositiva del discurso popular, y teniendo todos los medios de comunicación a sus expensas, no les resultó difícil implantar el discurso cultural de lo nuevo, utilizando todo lo viejo -la alegría ya viene-. En este marco de represión cultural, se formalizó el discurso Concertacionista; acabando con la articulación de "Lo Popular Organizado", dejando a la deriva dejando a la deriva todo un mundo de necesidades incumplidas durante más de una década. En este ámbito, segmentado y reprimido, comenzó a gestarse un movimiento cultural claramente contestatario, pero apartado, "marginado" del hacer político concreto. Esta marginación dio como resultado una pluralidad de discursos que se manifiestan al margen de la cultura oficial.

Conciencia Marginal.

    Todo grupo social necesita causes de expresión, ya sea que estos estén dirigidos -bajo una expresión política, como en el caso de los 80s-; o bien, nazcan de la expresión inconsciente de la necesidad. En el marco de los 90s, bajo la premisa discursiva de: "La transición a la democracia", la conciencia colectiva del mundo popular se replegó. Agotadas las formas de expresión pretéritas, el movimiento popular adquirió un carácter tribal; individualizando sus propuestas hacia lo inmediato; buscando referencialidades en lo primario y más cercano, el entorno grupal. Al ojo social del Estado, los primeros atisbos discursivos de la generación de los 90s tienen carácter estereotipados... Se sitúan en la marginalidad social -de ahí deviene su nombre-, se constituyen en el costo social de la "transición", carne de cañón dócil del precio del desarrollo, ínsulas inconexas de un mundo situado en la virtualidad social del consumo y la libertad banal del libre mercado. En este proceso se manifiestan entre otros, no disociados el uno del otro. En primer lugar el fútbol, como expresión de lucha de pasiones (éste, ha sido el único estanco de la sociedad donde se ha mantenido una práctica social abierta. En el fútbol hay mártires, héroes y villanos... lo más parecido al mundo real. En este deporte se puede tomar partido libremente, se puede criticar abiertamente a todos; en el fútbol se ha dado una modalidad democrática de participación social). En segundo lugar, la música rock (en sus diferentes acepciones; hard, hevy, pop, rap, etc.), acá se da un ámbito parecido al del fútbol, existe una discriminación social democrática en la modalidad adquirido. En ambas expresiones, se crean códigos y valores nuevos, conllevando formas de expresión estéticas adecuadas a sus intereses. Emerge el grafitti, el cómics, la poesía musical, el teatro callejero; todo en un ámbito absolutamente contestatario. Las tribus tienen su lenguaje, comienza una forma de interpelar el mundo desde una perspectiva crítica, mediante juicios estéticos y valóricos. Su presencia de masas se hace evidente, rasgando el discurso socio-moral Concertacionista, su accionar se vuelve amenazante, trayendo con sigo la brutalidad represiva y la consecuente estigmatización (vándalos, lumpen, encapuchados, delincuentes... marginales). Estos movimientos tienen carácter transversal, no se cimientan en un determinado grupo social; sus formas orgánicas no obedecen a estructuras predeterminadas; las estructuras de poder se forman de acuerdo a las necesidades del grupo, recreándose constantemente. De la estigmatización y el desprecio de la cultura dominante, los marginados se cohesionan (confluyen en la actualidad en diferentes grupos, con pluralidades diversas de intereses: grupos de liberación homosexual, barras de fútbol, colectivos universitarios, entidades rock, grupos de teatro, lesbianas, ecologistas, esoteristas, etc.). Los marginados lentamente empiezan a tomar conciencia... Se automarginan de una sociedad que ya antes los había marginado y estigmatizado... Se constituyen en marginales por propia decisión. Ya no son una cifra en medio de las estadísticas oficiales, sino la expresión de un conglomerado social que palpita en el medio de la urbe, como Marginales; como los que conscientemente se ponen al margen de la realidad expresada. Tienen voz, no necesitan tener voto... emergen de las sombras del sistema, con la fuerza avazallante de los que quieren cambiarlo todo. La toma de conciencia de los marginales es variada, obedeciendo a diferentes procesos de desarrollo; algunos se sitúan al margen de toda realidad contingente; otros, en su mayoría, han comenzado a articularse y a tener presencia de masas en la contingencia política. Definen claramente su enemigo, y son implacables en sus críticas sociales con todo lo establecido y vacilante. Su mundo se formó con las visiones de los 80s, pero sin soñar, nacieron de los sueños postergados de sus padres; intuyendo más allá de las consignas el verdaderos enemigo... El mismo que los ha postergado por generaciones y que intuyen que su confrontación es inevitable.

Astiel Larruá.

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