La primera crisis del posfordismo
Toni
Negri
Grado Cero
Una
de las raras diversiones de esa izquierda lúgubre, agobiada por
los remordimientos, las derrotas y la ausencia de imaginación ha
sido, durante los últimos años, debatir sobre el hecho de
saber si habíamos entrado o no en una nueva fase de la organización
del trabajo y la sociedad– tras el taylorismo, el fordismo y el keynesianismo.
Lo que parecía evidente para la mayoría de la gente dotada
de buen sentido se revelaba tan difícil de digerir para la izquierda
que, incluso cuando la evidencia se imponía (la informatización
de lo social, la automatización en las fábricas, el trabajo
difuso, la hegemonía creciente del trabajo inmaterial, etc.), sólo
la aceptaba con fuertes gestos de repugnancia, amorfismo caracterizado,
acompañados de "sí...
Pero", y de una
tendencia irresistible a girar en círculo. El efecto era singularmente
cómico. No se quería admitir a ningún precio, en fin,
que todo había cambiado después de 1968– y por tanto durante
los últimos veinte años, y que, en particular, el rechazo
del trabajo expresado por la clase obrera, combinándose con la innovación
tecnológica que le siguió (precisamente los fenómenos
de inmaterialización del trabajo a gran escala), había determinado
una situación nueva e irreversible, tanto en la organización
del trabajo como en la del Estado, y que obligatoriamente tenía
que derivarse una emancipación total del movimiento obrero frente
a toda su tradición, y la invención de formas de lucha y
organización adecuadas.
Pronto la comedia
se ha tornado en tragedia. Vaciadas de toda referencia a la realidad, la
ideología e incluso la pasión sincera que animaban a tantos
militantes se han revelado pura estupidez.
En el número
10 de Futur Antérieur, como en el presente número,
hemos tratado de dar cuenta de la intensidad y la profundidad de las mutaciones
del trabajo, tanto en su situación como en su concepto, y de las
leyes sociales que determinan su nueva valorización. Hoy se hace
cada vez más urgente poner en el orden del día la cuestión
de la producción de una subjetividad adecuada a estas mutaciones.
Se trata de actuar desde el interior mismo de las modificaciones de la
estructura de clase, de la sociedad, de lo ideológico, de lo político.
Se trata de plantear en el corazón del debate nuevas categorías:
comunicación, nueva cotidianeidad, nuevas experiencias de explotación
y de antagonismo.
Durante mucho
tiempo, hemos trabajado en esta elaboración casi en la clandestinidad.
Hoy, toda una serie de acontecimientos políticos– con frecuencia
superficiales pero no por ello menos importantes y repetidos– parecen imponer
una aceleración del debate, parecen obligar a todo el mundo a abandonar
tanto las antiguas convicciones como los resentimientos históricos
y las incertidumbres teóricas. ¿Qué pasa? Lo que pasa
es que en el imperio neoliberal dominante, un nuevo Presidente vuelve a
lanzar un New Deal extravagante, que en la Alemania monetarista
el industrialismo vuelve al primer plano para responder al desafío
de la unificación nacional, que la derecha francesa, ahora victoriosa
sobre diez años de mitterrandismo, está, también,
a la búsqueda de nuevos corporativismos y nuevos industrialismos.
Y, en fin, está el big bang de Rocard: el enarca de servicio propone
a los socialistas y a la izquierda reconocerse y reorganizarse en el posfordismo.
Sin embargo, un hecho es más fundamental: era preciso que se desencadenara
la primera crisis del posfordismo, sin que nadie sepa cómo controlarla,
para que todo el mundo acepte reconocer finalmente que nos encontramos
en una situación nueva– económicamente, políticamente,
simbólicamente. ¡Ahí estamos, y de lleno! Es cierto,
lo sabemos desde hace años. Pero ¿será posible– para
militantes que han vivido la crisis del antiguo modo de producción
y de las viejas organizaciones no como una derrota, sino como una necesidad–
reunir las energías, reinventar el porvenir, construir comunidades
de investigación y acción vastas y determinadas? ¿Lograremos
estudiar la primera crisis del posfordismo como la forma
en la que se presentarán las próximas crisis del nuevo modo
de producción y en cuyo seno la pasión del comunismo podrá
hacerse de nuevo experiencia de masa? Volvamos a nuestro tema: el análisis
del trabajo. ¿Cuáles son los puntos en torno a los cuales
se concentra la primera crisis del posfordismo y que la hacen evidente
de ahora en adelante? El primer punto reside en la formidable asimetría
que revela el sistema del mando internacional entre los instrumentos
de control monetario-financiero y la valorización productiva. Asimetría
que equivale a crisis. Porque el mando monetario y financiero, reclamando
la socialización de la producción, la participación
de las clases trabajadoras, la recuperación de los fenómenos
de cooperación productiva, que necesitan la anticipación
de la empresa capitalista pero que están preconstituidos por el
desarrollo social del trabajo inmaterial, dejando de lado las contradicciones
que revela en sí mismo... y que son enormes, se vuelve caótico
e incapaz de un proyecto racional cuando se ve enfrentado a las nuevas
modalidades de valorización del capital. El segundo punto consiste
en la salida a la luz de nuevos antagonismos en el interior de la
nueva organización del trabajo. Allí, en la empresa automatizada,
la nueva valorización tiene que apelar al "alma" misma del obrero,
a la floración de su libertad y su inteligencia; en el trabajo terciario,
la nueva valorización se basa en la capacidad del sujeto que trabaja
de recoger y utilizar la relación social en el acto productivo;
en el trabajo de la comunicación, la nueva valorización se
instaura sobre la creatividad de la cooperación, de la elaboración
de sentido, en el despliegue total de la subjetividad interactiva; en la
ciencia, la nueva valorización opera agenciamientos de máquinas
complejas que construyen con toda libertad una nueva naturaleza. En cada
uno de estos casos la valorización productiva se opone, radicalmente,
al mando. El capital, la propiedad, la disciplinarización, la jerarquía,
el Estado son parasitarios en esencia. Asimetría del mando y la
producción igual a crisis, ecuación válida a nivel
económico-político macroscópico y que se verifica
cada vez más a medida que el análisis se sumerge en lo microscópico,
al nivel de las individualidades y de los sujetos colectivos de producción.
La vida productiva reacciona contra un orden que pretende ser legítimo
pero que no sabe ni puede organizar el consenso, la participación,
la representación.
En esta crisis
objetiva, son numerosas las vías que intentan tomar las fuerzas
sociales y políticas.
Hay las que,
en la desesperación y el extravío, amplias capas de la población
buscan casi espontáneamente, prótesis ilusorias para agarrarse
antes de tiempo a un punto de referencia cualquiera. En ese registro, los
viejos nacionalismos y los nuevos localismos, las ideologías de
la seguridad y los fantasmas de proximidad se articulan en formas confusas
y monstruosas. Por Europa pululan especies de este nuevo zoo arcaico. Las
guerras que no puede dejar de producir esta irracionalidad insidiosa, guerras
intestinas tanto como internacionales, ya han resurgido ante nuestros ojos.
Existe otra opción, más reflexionada pero igual de reaccionaria,
que cobra también un vigor inesperado: es la vía populista,
entendida en el sentido de la defensa del statu quo, que consiste–
en particular, en el seno de los nuevos parámetros de la producción–
en mantener bajo nuevas formas viejos compromisos institucionales y corporativos.
Lo que se explica en los ambientes de la jerarquía imperial del
orden monetario (reconociendo al mismo tiempo que este aspecto de la crisis
es fundamental) es que la salvación sólo puede venir de la
recodificación de los flujos del mando internacional, en función
de las normas de un orden productivo que ha dado muestras de sus capacidades:
si no, nos espera el salto al vacío... No hay ninguna dificultad
para reconocer ahí el buen número de soluciones que hoy se
presentan con el nombre de nuevo industrialismo, keynesianismo renovado,
nuevo impulso "comunitario" (en el sentido norteamericano del término)
de compromisos institucionales.
Estratos importantes, tanto del viejo movimiento
obrero como de las nuevas capas liberales, espantadas por la violencia
de la mutación productiva, parecen agarrarse cada vez más
a esta perspectiva de salida de la crisis. Encontramos ahí todo
un cóctel de posiciones, o más bien intensidades diferentes
que reúnen al mismo tiempo a elementos conservadores, populistas
y comunitarios: actualmente, ya aparecen las diferenciaciones y muy pronto
podremos verlas organizarse de acuerdo a proyectos políticos distintos.
Pero lo que parece salir ganando es la tendencia a un "gran centro" comunitario.
El neointervencionismo de Clinton recibe el apoyo de Perot, el industrialismo
de Kohl parece salido de los estudios del DGB, el big bang de Rocard desplaza
resueltamente los equilibrios políticos hacia la esfera aristotélica
de las ideas fijas del Reino de Francia. La derecha y el centro se reorganizan,
pues, dentro del escenario de la primera crisis del posfordismo. ¿Existe
en este contexto un espacio para una refundación de la izquierda?
¿Es posible, en las condiciones del posfordismo y de su crisis,
reorganizar una nueva socialdemocracia revolucionaria? La pregunta no tendría
ningún sentido si nos distrayéramos considerando tan sólo
los aspectos objetivos internacionales de la crisis y las consecuencias
ideológicas y prácticas que se derivan de ella a ese nivel.
Desde luego, ni los nuevos fascismos ni el gran centro comunitario lograrán
dar una respuesta: la crisis va a agravarse en el curso de los próximos
años: y, en particular, va a acentuarse el carácter dramático
de los conflictos comerciales y políticos internacionales– en una
medida desconocida hasta entonces en los años de la posguerra. Por
el contrario, una refundación de la izquierda sólo es pensable,
y puede convertirse en la materia de una praxis colectiva de masa, si colocamos
en el corazón de nuestro análisis y nuestra acción
las contradicciones nuevas que actúan en la producción, y
si todos los esfuerzos tienden a descubrir, a imaginar y a organizar las
nuevas condiciones de producción de subjetividad antagónica.
Son los cerebros de los investigadores que quieren hacer nacer energías
infinitas y nuevas máquinas de vida, sometiendo la fuerza de la
industria y orientándola hacia la liberación colectiva; son
los nuevos trabajadores los que saben cuánto puede dar su alma a
la comunidad de investigación y trabajo con la que se identifican
cada vez más; son los nuevos sujetos productivos, en la comunicación,
en la producción de imaginario, en la asistencia pública
que de ahora en adelante conciben el trabajo como una cooperación
social: con todos estos sujetos debe elaborarse y hacerse efectiva una
nueva política de izquierda. La explotación y la pobreza
siguen siendo realidades masivas a extirpar, a destruir– pero los medios
están ahí, como la capacidad de asociarse y con ello determinar
la subversión. Con la primera crisis del posfordismo vuelve a abrirse
un espacio de anticipación teórica y práctica, basado
en nuevas contradicciones, en nuevas dinámicas de resistencia, en
nuevos modelos de cooperación, que las reacciones capitalistas,
ya sean populistas o centristas, no lograrán ocupar nunca, porque
sólo aquel que tiene en sus manos las claves para reducir a nada
la distancia tan corta que separa la dominación capitalista del
poder constituyente del trabajo vivo puede construir el futuro.