Toni Negri
A partir de la hipótesis teórica de una crisis de la teoría del valor y por un análisis de la absorción de la totalidad social en el seno de la lógica del Capital, el autor orienta hacia nuevas formas de intervención, con la constitución de una «subjetividad» revolucionaria no determinada según los modos clásicos de concebirla. La confrontación con el pensamiento de Marx vuelve hoy a ser oportuna. No sólo para constatar cómo hemos cambiado (lo que siempre resulta agradable), sino sobre todo para comprender si y en qué medida puede el marxismo contribuir a la reconstrucción de la teoría social y política. Es un hecho que la crisis del marxismo ha dejado un auténtico, seco déficit de teoría. Algunos, con el marxismo, han tratado subrepticiamente de liquidar las categorías y los problemas que el marxismo «überhaupt» desvelaba: Como si la crisis de la doctrina inscrita en Das Kapital eliminase del horizonte del mundo de la vida «el capital». 0 la explotación o la lucha de clases. Pero la realidad económica y social es tozuda: tal vez en otros campos la magia negra consiga modificar el real, pero no en éste. ¿Entonces? Volvamos a situar las cosas. Déficit de verdad de las nuevas lecturas de nuestra realidad político-social, hemos dicho -esta paradoja a la inversa, no podrá sin embargo hacernos fingir que el marxismo es nuevamente capaz de explicar el real, con la única justificación que sus adversarios explican tan sólo sus porciones nulas o menores - no, la crisis del marxismo permanece. Pero nosotros nos preguntamos si el marxismo, aunque agotado como Weltanschaung, no será, como otras veces en su ya larga historia política, capaz así y todo de desplazarse y ofrecer sus categorías modificadas a las modificaciones estructurales importantes del presente, e innovaciones conceptuales a las consiguientes determinaciones epistemológicas. El problema es arduo y el contexto emblemático no es desde luego soslayable mediante expedientes retóricos. Queda el hecho de que el pensamiento marxiano es, pese a todo, muy fértil. Me gustaría pues tratar de provocar aquí el déplacement del cuadro teórico marxiano, en torno a un tema que me interesa mucho: el de la composición de clase. Lo haré de una manera altamente hipotética, y en una forma literaria concisa, ofreciendo a la discusión ocho tesis de un grupo de veinte, redactadas para plantear la base de un trabajo colectivo de investigación. Las ocho tesis que presento se refieren pues al tópico: composición de clase, y se sitúan en un conjunto concerniente a la definición (desplazada) del concepto de valor/trabajo y las consecuencias (desplazadas) que se pueden derivar. De las otras doce tesis me limitaré a dar el enunciado.
Tesis 1.- Entiendo por "constitución" el dispositivo socio-político determinado por la ley del valor.
Tesis 2.- La crisis de la ley del valor no impide que el trabajo esté en la base de toda constitución.
Tesis 3.- La explotación es producción del tiempo de la dominación contra el tiempo de la liberación.
Tesis 4.- La periodización
del desarrollo capitalista muestra que nos hallamos en el comienzo de una
nueva época.
Nos ocupamos aquí de ese periodo de la revolución
industrial que, a partir de los años en torno a 1848, Marx describe
como período de la "gran industria". Marx estudia también
el periodo precedente de la "manufactura", que hunde sus raíces
en la época de la "acumulación primitiva" y de la construcción
del Estado moderno: El interés específico de Marx se dirige
sin embargo al período de la «gran industria». El arco
de desarrollo de la «gran industria», descrito por Marx en
sus orígenes y en los países capitalistas centrales, se ha
tensado mucho más allá del horizonte de la experiencia científica
de Marx, se ha prolongado de hecho más de un siglo, hasta la revolución
de 1968.
Podemos aquí describir sumariamente este
gran período de la revolución industrial, subrayando ante
todo que se divide en dos fases, y que esta división se sitúa
alrededor de la primera gran guerra mundial de 1914-1918.
La primera fase de la «gran industria»
va pues de 1848 a 1914. Se caracteriza: 1.- Desde el punto de vista de
los procesos laborales: el obrero es atraído por vez primera dentro
del mando de la maquinaria y se convierte en apéndice de ésta.
La fuerza aquí aneja al ciclo productivo es fuerza trabajo cualificada
(período del «obrero profesional»), con cierto conocimiento
del ciclo laboral. En cuanto al período de la «manufactura»,
la composición técnica de la clase obrera se ve ahora profundamente
modificada porque el artesano es llevado a la fábrica y su cualificación,
antes independiente, se torna aquí la prótesis de una maquinaria
cada vez más pesada y compleja; 2.- Desde el punto de vista de las
normas de consumo: esta primera fase se caracteriza por la creciente afirmación
de una producción de masa únicamente regulada por la capacidad
salarial adecuada a una demanda efectiva correlativa, por tanto por el
determinarse de una profunda irregularidad del ciclo económico con
frecuentes caídas catastróficas; 3.-Desde el punto de vista
de los modelos de regulación: el Estado se desarrolla hacia niveles
más y más rígidos de integración institucional
entre construcción del capital financiero, consolidación
de los monopolios y desarrollo imperialista; 4.- Desde el punto de vista
de la composición política del proletario:
se asiste a la formación de partidos obreros, basados en una
organización dual (de masas y de vanguardia, sindical y política),
y en el programa de gestión obrera de la producción industrial
y de la organización social, según un proyecto de emancipación
socialista de las masas. La composición técnica del obrero
profesional se traduce aquí adecuadamente en la composición
política de la organización socialista. Los valores del trabajo
y la capacidad del trabajo productivo de fábrica para dominar y
dotar de sentido a cualquier otra actividad y estratificación social
se asumen como fundamentales.
La segunda fase del período de la «gran
industria» va desde la primera guerra mundial hasta la revolución
de 1968. Se caracteriza: 1.- Desde el punto de vista de los procesos laborales:
por la nueva composición técnica del proletariado, es
decir, por un tipo de fuerza trabajo que se ha vuelto completamente abstracta
en relación con la actividad industrial a la que está unida,
y, como tal, reorganizada por el taylorismo. Grandes masas de trabajadores,
de este modo descalificadas, son introducidas en procesos de elaboración
tan alienantes como complejos. Él «obrero masa» pierde
el conocimiento del ciclo. 2. - Desde el punto de vista de las normas de
consumo: ésta es la fase en la que se constituye el fordismo, o
sea una concepción del salario como anticipación sobre la
adquisición de los bienes producidos por la industria de masa. 3.-
Desde el punto de vista de las normas de regulación: poco a poco
se va formando, bajo el impulso de políticas keynesianas (pero también,
en general, por la reflexión sobre las crisis cíclicas de
la fase precedente), el modelo de Estado intervencionista, para el sostenimiento
de la actividad productiva, para el mantenimiento del pleno empleo y como
garantía de la asistencia social. 4.- Desde el punto de vista de
la composición política del proletariado, mientras se prolongan
las experiencias en las organizaciones obreras socialistas (es sobre todo
la experiencia soviética la que perpetúa la desastrosa hegemonía
política de las viejas figuras del «obrero profesional»,
convertido ahora en stajanovista!), Se configuran, sobre todo en los Estados
Unidos y en los países capitalistas avanzados, nuevas formas de
organización. En estas formas de organización del «obrero
masa», la vanguardia actúa al nivel de masa, desarrollando
las grandes contraseñas del «rechazo al trabajo» y del
«igualitarismo salarial», rechazando radicalmente toda forma
de delegación y volviendo a apropiarse del poder bajo formas de
masa y de base.
Como puede verse, estas dos fases se unifican y
diferencian por el grado de creciente intensidad de la dominación
del capital industrial sobre toda la sociedad. La división entre
la primera y la segunda fase de este período está marcada
por el tránsito a una fase más alta en la abstracción
del trabajo, en este caso, por el tránsito de la hegemonía
del «obrero profesional» a la del «obrero masa».Nos
encontramos ahora en el comienzo de una nueva época. La tendencia
hacia una creciente abstracción del trabajo en efecto ha disminuido,
y han aparecido nuevas, originales y radicales perspectivas de desarrollo.
La nueva época comienza en los años
inmediatamente posteriores a 1968. Se caracteriza por el hecho de que:
1.- Los procesos laborales se van modificando cada vez más debido
a la automatización de las fábricas y a la informatización
de la sociedad. El trabajo inmediatamente productivo pierde su centralidad
en el proceso de producción, mientras que él «obrero
social» (es decir, el conjunto de las funciones de cooperación
laboral vehiculadas en las redes productivas sociales) cobra hegemonía.
2.- Las normas de consumo son nuevamente reconducidas a elecciones de mercado,
y desde este punto de vista un nuevo tipo de individualismo (basado en
el presupuesto necesario de la organización social de la producción
y de la comunicación) encuentra la manera de manifestarse. 3.- Los
modelos de regulación se extienden en torno a líneas multinacionales,
y cada vez más la regulación pasa a través de dimensiones
monetarias que cubren el mercado mundial. 4.- La composición del
proletariado es social, desde el punto de vista del territorio de pertenencia:
es del todo abstracta, inmaterial, intelectual, desde el punto de vista
de la sustancia del trabajo; es móvil y polivalente desde el punto
de vista de su forma.
Resumiendo, ¿qué nos lleva a decir
que nos encontramos en el comienzo de una nueva época, y no, más
simplemente, en la fase conclusiva del proceso de abstracción del
trabajo? Nos lleva a decirlo la observación de que, mientras en
el período de la «manufactura», y más aún
en las dos fases del período de la «gran industria»,
el desarrollo de la abstracción del trabajo y la formación
de los procesos de cooperación social de las fuerzas productivas
eran consecuencia del desarrollo de la máquina capitalista, industrial
y política, ahora la cooperación se sitúa antes de
la máquina capitalista y como condición independiente de
la industria. El tercer período del modo de producción capitalista,
tras la «manufactura», y después de la fase del «obrero
profesional» y del «obrero masa», se presenta como período
del «obrero social» que reivindica su propia autonomía
de masa, su propia capacidad de autovalorización colectiva respecto
al capital. ¿Tercera revolución industrial o tiempo de la
transición al comunismo?
Tesis 5.- La teoría del valor
de Marx está unida a los orígenes de la revolución
industrial.
La definición de la que encontramos en El
Capital, de Marx, pertenece a la que hemos llamado antes primera fase de
la segunda revolución industrial (el período 1848-1914).
Pero la teoría del valor, formulada por Ricardo
y desarrollada por Marx, se ha formado de hecho en el precedente periodo
de la «manufactura», es decir, en la primera revolución
industrial. De ahí las grandes carencias de la teoría, sus
ambigüedades, los vacíos fenomenológicos, la limitada
plasticidad de sus conceptos. En realidad, los límites históricos
de esta teoría son asimismo los límites de su validez, por
mucho que hayan sido los esfuerzos, en ocasiones extremos, que Marx realizó
para otorgar a esta teoría del valor el vigor de una tendencia.
Para especificar el discurso, señalemos que ya en el curso de la
segunda revolución industrial, y en particular allí donde
se produce el tránsito del «obrero profesional» al «obrero
masa», empieza a extinguirse caracteres esenciales de teoría
del valor. Pierde toda importancia (excepto la de suscitar continuas cuestiones
bizantinas) la distinción entre trabajo simple» y «trabajo
socialmente necesario», resultando imposible de definir la genealogía
de este último; y sobre todo se altera la distinción entre
trabajo productivo» y «trabajo improductivo», entre «producción»
y «circulación», entre «trabajo simple»
y «trabajo complejo». En cuanto a la primera pareja, ya en
la segunda fase de la segunda industrial, pero aún más al
comienzo de la tercera, asistimos a una dislocación completa de
los conceptos: «trabajo productivo» no es ya de hecho «el
que produce directamente capital», sino el que reproduce el social;
desde este punto de vista la separación del «trabajo productivo»
resulta completamente desplazada. En cuanto a la segunda pareja es preciso
revelar que la «producción» va siendo cada vez más
«subsumida en la circulación» y viceversa. En cuanto
a la tercera distinción, también en este caso asistimos a
una recalificación total de la relación entre «trabajo
simple» y «trabajo complejo» (o cualificado, o especializado,
o teórico, o científico...). En efecto, ya no se trata de
una relación lineal y cuantificable, sino más bien de un
recambio entre estratificaciones ontológicas del todo originales.
Finalmente, lo que aquí se somete a crítica es el criterio
de la explotación. Su concepto ya no es revisable bajo la categoría
de la cantidad. La explotación es por el contrario el signo político
de la dominación sobre y contra la valorización humana del
mundo histórico-natural, es mando sobre y contra la cooperación
social productiva.
Ahora bien, todo ello representa un concepto adecuado
a la filosofía de Marx y a la metafísica del valor como crítica
de la explotación, pero no está desde luego contenido en
los límites históricos de la teoría.
Tesis 6.- Las leyes constitutivas
de la forma del valor son las leyes de su deconstrucción.
Los procesos de modificación de la forma
del valor, los tránsitos de uno a otro período del desarrollo
capitalista, siguen la dinámica de la relación social capitalista,
y se determinan por la relación antagonista de explotación.
Estos procesos se desarrollan bajo forma de una dialéctica rudimentaria
y eficaz: explotando las fuerzas laborales, el capital las encierra en
estructuras que las engloban de manera coactiva, pero estas estructuras
son, a su vez, o bien destruidas o bien remodeladas por las fuerzas sociales
de la producción 'El proceso real es el resultante de estas tensiones
particulares, el desarrollo no tiene lógica, es simplemente la consolidación
del choque de voluntades colectivas.
(Es preciso insistir particularmente en el hecho
de que este desarrollo no ha dado lugar a teleología alguna. Todo
resultado es apreciable únicamente a posteriori, nada es preconcebido.
El Materialismo histórico no tiene nada que ver con el materialismo
dialéctico. Cuando además ocurre que se comprueban ciertas
presuntas leyes, como sucede por ejemplo con la ley de la caída
tendencias de la tasa de beneficio que, en los límites de la segunda
revolución industrial describe fenómenos sin duda ciertos,
pues bien, tampoco en este caso hay ningún a priori, ninguna inteligibilidad
previa, sólo existe la verdad a posteriori del acontecimiento.)
Sobre estas bases resulta evidente que la atención científica
deberá centrarse más en las discontinuidades (ya sean rupturas
o innovaciones) que en las continuidades: ya que en efecto éstas
no son sino discontinuidades o rupturas dominadas. En cuanto a las innovaciones,
no son más que estructuras de la dominación, pero ya más
precarias, ya que el choque, la lucha, el rechazo al trabajo han sido,
en sus orígenes, más fuertes. El conflicto no ha podido resolverse
más que con un salto hacia adelante, una mutación de paradigma,
una transformación cualitativa. El capital, por muy reformista que
sea, jamás accede de buena gana a una fase ulterior o superior del
modo de producción. De hecho, la innovación capitalista es
siempre un producto, un compromiso o una respuesta, en resumen, una constricción
derivada del antagonismo obrero. Desde este punto de vista el capital siente
a menudo el progreso como declive.
Y es un declive, o mejor, una deconstrucción.
Porque cuanto más radical es la innovación, tanto más
profundas y fuertes han sido las fuerzas proletarias antagonistas que la
han determinado, y extrema ha sido pues la fuerza desplegada por el capital
para dominarlas.
Toda innovación es una revolución
fallida, pero también intentada.
Toda innovación es secularización
de revolución. En consecuencia, dentro de los procesos de socialización
de la forma del valor que hemos descrito, resulta evidente que los procesos
dialécticos que modifican el equilibrio capitalista y determinan
el sentido de sus innovaciones, atacan en medida cada vez mayor al poder
capitalista y a su hegemonía sobre las transformaciones socio-políticas
de la sociedad. El aumento de la complejidad es aumento de la precariedad
de la dominación. Son simples charlatanes de feria aquellos filósofos
que, de la complejidad social, han hecho un laberinto en cuyo interior
se diluiría la función revolucionaria del proletariado, o
los hermeneutas que, de la complejidad histórica, hacen la jaula
en cuyo interior las ratas se persiguen sin fin). En efecto, cuanto más
se realicen las leyes de la transformación de la forma valor, tanto
más mostrarán su eficacia como fuerzas de deconstrucción,
desestructuración del poder.
Mientras el capital tuviera la posibilidad de jugar
a la baja en la mesa de la innovación, mientras poseyera otros territorios
sobre los que descargar los momentos de desestabilización que preparan
la deconstrucción, la situación podía ser soportada
por el capital y por la fuerza política en la cual siempre más
se encarna e identifica. Pero ahora, en la fase de total subsunción
de la sociedad y de completa multinacionalización de los procesos
productivos, ¿qué alternativa tiene ya? Directamente, hoy,
el proceso de innovación desestructura, deconstruye capital. La
revolución, momentáneamente bloqueada y resuelta en una secuela
de momentos innovadores, no puede ser banalizada. Cada cual está
a la espera de que la desazón de la civilización muestre
hasta qué punto se han abierto caen en su alma la anarquía
y el vacío de significado.
Tesis 7.- La deconstrucción
del valor es matriz de subjetividad.
Y viceversa. La deconstrucción es la línea
quebrada que atraviesa las transformaciones de la forma del valor. Pero,
¿quién deconstruye a quién? El objeto es conocido:
deconstrucción es desestructuración de la dominación;
profunda, implacable, irreversible, se produce en el momento en que la
forma política y social de la explotación se determina y
sus innovaciones se manifiestan. Pero, ¿quién actúa
en el interior de las dinámicas este antagonismo? El actor es en
primer lugar la multitud, es la multiplicidad innumerable de poderes y
saberes sociales, es la red del cotidiano significante. No hablamos aún
de sujeto, porque no puede atribuirse características subjetivas
esta galaxia. Son otros los trámites críticos que probablemente
se necesitan para identificar el condensarse de la subjetividad. No obstante,
tenemos ahora un polvillo de energía, ante nosotros, una auténtica
trama ontológica de la multiplicidad que está situada debajo
de la deconstrucción. Si no hay subjetividad consumada, aquí
hay sin embargo en movimiento un proceso de invención de subjetividad,
que reconocemos como inherente, consustancial a la actividad de deconstrucción,
una matriz genética de subjetividad. El fantasma de la subjetividad
es la trama poderosa y fundamental de la deconstrucción.
En el marxismo ortodoxo del siglo pasado, en todo
caso antes del 68, las funciones de destrucción y de reconstrucción
estaban separadas por el acto de la insurrección. En cuanto a la
estrategia inmediata de la lucha, ésta tenía que articular
desestabilización y desestructuración, momentos de guerra
de movimiento y de guerra de posición. Esta separación ha
dejado de funcionar. Destrucción y reconstrucción conviven
en esta deconstrucción. La trama sobre la que define la subjetividad
antagonista no una tendencia proyectada hacia un porvenir mítico,
hacia una hipóstasis futura; por el contrario, el proceso de deconstrucción
es también proceso de construcción de una subjetividad. Sabotaje
y autovalorización son caras de un mismo sujeto, mejor aún,
la doble figura de la puerta de Jano que introduce a la constitución
del sujeto.
Comprendemos así cómo, si la deconstrucción
implica un fantasma y aboca a un elemento de subjetividad, la subjetividad
no puede vivir más que mediante la deconstrucción. La propia
forma del antagonismo se define a partir de esta compleja y articulado
nueva relación entre subjetividad y deconstrucción. Si en
efecto la producción es ya del todo comunicación, el sentido
del antagonismo no tendrá un lugar o un tiempo de fundación
distintos de la propia comunicación. Es en la deconstrucción
de la comunicación donde se construye el sujeto, donde la multitud
halla la potencia.
Tesis 8.- Las figuras sincrónicas
y diacrónicas de la transformación del valor conducen a contraindicaciones
estratégicas del desarrollo.
Defino ante todo los términos. Por figuras
sincrónicas de la forma del valor entiendo aquellas que para Marx
se constituyen en torno al «trabajo socialmente necesario»,
para ilustrar su consistencia ontológica. Debemos remitirnos sobre
todo al libro II de El Capital, y en particular a dos conceptos. El primero
es el de la «mediación» o de la «igualación»
de los valores de la fuerza trabajo en el proceso en que precisamente se
produce la constitución de su dimensión social. Ahora bien,
el trend de socialización, en el preciso momento en que constituye
individualidades colectivas siempre más abstractas y productivas,
en ese mismo momento las define como entidades antagónicas -en relación
con el mando que, sobre el consolidarse subjetivo del trabajo socialmente
necesario, el capital desearía ejercer. El segundo concepto sobre
el que Marx se detiene ampliamente es el de las tendencias unidad de producción
y de circulación, que se realiza a través de la progresiva
integración del movimiento del valor, entonces en las redes del
transporte, ahora en las de la comunicación.
Ahora bien, esta dinámica integrativa está
sometida a la definición del antagonismo en el terreno ontológico
permite recoger la multitud en la polaridad antagonista.
Por figuras diacrónicas de la forma del valor
entiendo aquellas de las que se ha hablado ampliamente en la Tesis 4; sobre
«obrero profesional», «obrero masa» y «obrero
social» volveremos más adelante, para centrar aún más
las contradicciones materiales que el movimiento de sus figuras determina.
Aquí interesa únicamente definir la forma de su movimiento.
Para precisar, en primer lugar, que este movimiento no tiene nada de determinista.
Si en efecto observamos la transformación de las formas del valor
y el afirmarse, mediante esta transformación, de un proceso de creciente
abstracción e integración del trabajo, podríamos pensar
en una especie de motor o de razón finalista del desarrollo. Pero
admitir esto, aun bajo forma de síntesis dialéctica, sería
negar la profundización de la contradicción del proceso.
Nada de lo que experimentamos nos permite por el contrario concluir en
la racionalidad y en la teleología de las transformaciones. Antes
bien: en el desarrollo histórico, en el subseguirse y en el separarse
de épocas y de fases del desarrollo, lo único constante es
la imprevisibilidad de los dispositivos en acción, sólo la
lucha que se abre siempre entre cada polaridad de poder y de saber. El
hecho de que el desarrollo histórico parezca seguir un ritmo marcado
por el tránsito a formas más altas de socialización
de la producción y del antagonismo, no revela destino alguno: no
sería correcto sustituir a la inmensa variedad del acontecer histórico
las reglas de nuestra lectura. De hecho, estos procesos son relativamente
casuales, expuestos a vaivenes y a catástrofes, y su tendencia,
aun siendo a veces progresiva, se revela más como diseminación
que como unilinearidad. Los procesos diacrónicos de la forma del
valor tienen aspecto de fuegos artificiales, y, entre pausas y «crescendos»,
se despliegan sobre el horizonte en figuras más y más complejas.
Las indicaciones de Marx sobre los saltos de calidad en la diacronía
de las formas del valor, y en particular en el volumen 1 de El Capital,
cuando estudia la formación de la «gran industria»,
o en el volumen III cuando analiza la recomposición de todos los
componentes de la producción y de la circulación en la constitución
del mercado mundial, o en los Grundrisse, cuando analiza la génesis
del «individuo colectivo universal»; pues bien, conviene retomar,
verificar estas indicaciones:
entonces, más allá de los residuos de determinismo lógico
que se rastrean a veces, se podrá comprobar la riqueza de la intuición
histórica que despliega el antagonismo, y sus movimientos y sus
tendencias, sobre la integralidad de las dimensiones del desarrollo. Entiendo
por contradicciones estratégicas aquellos efectos que, al conectarse
con las secuencias sincrónicas o diacrónicas del desarrollo,
se determinan al límite de la emergencia, o directamente en torno
a la emergencia, de subjetividades adecuadas. Para explicarme mejor acerca
de lo que he venido diciendo, quiero proponer ahora algún ejemplo.
En la primera fase de la segunda revolución industrial, la que va
de 1848 hasta la primera guerra mundial, las mayores contradicciones (sincrónicas,
internas al ciclo productivo) se dan entre procesos laborales directos
y proceso capitalista de producción. Él «obrero profesional»,
insertado en medio del proceso laboral que controla plenamente, quiere
también el control de la producción. La reivindicación
de la autogestión del proceso laboral y el control del ciclo productivo
constituyen, en esta fase, contradicción estratégica.
Está claro por qué: porque una subjetividad,
un programa, nacen allí donde maduran las determinaciones sincrónicas
y los ritmos diacrónicos que definen de manera general un período.
En torno al tema de la autogestión y del control, la multitud de
los «obreros profesionales» construye la matriz de un sujeto
revolucionario y desarrolla el proyecto comunista en un «modelo apropiativo».
En la segunda fase de la segunda revolución industrial, es decir,
en la que va desde el final de la primera guerra mundial imperialista hasta
la revolución de 1968, la contradicción estratégica
se plantea entre procesos productivos Y procesos reproductivos, o de socialización
avanzada. También en este caso tenemos una multitud de sujetos laborables
atrapados en una contradicción mayor, en la conspiración
de la figura sincrónica de la forma del valor. Es decir, aquí
se vuelve explosiva la contradicción, entre masificación
de un trabajo descalificado y abstracto, que los obreros rechazan, y elevación
general del grado de cooperación, del nivel del salario, de la calidad
de las necesidades. Él «obrero masa» construye, en torno
a su «rechazo al trabajo» y al descubrimiento de la altísima
socialización de su trabajo, su propio modelo de comunismo, en términos
de modelo «alternativo».
Llegamos así a la época que empezamos
a vivir, la tercera revolución industrial. Desde los años
70 en adelante hemos tenido la infeliz fortuna de vivir el período
más cruel Y estúpido de la reestructuración y de la
represión. Pero en este mismo Período hemos captado la determinación
de una nueva, altísima contradicción estratégica la
que se ha abierto por la radical socialización productiva en relación
con el mando capitalista (ya sea burgués o socialista). Elemento
clave de este tránsito es la dislocación de las contradicciones
sincrónicas en la forma del político, de la objetividad de
la explotación en relación con la estructura del mando. De
lo que resulta que aquí la contradicción roza de inmediato
la esfera de la subjetividad. La propia contradicción se revela
bajo esa forma particular de subjetividad que es el antagonismo. De ello
se deriva una consecuencia fundamental: la contradicción estratégica,
o sea, el depósito de los momentos sincrónicos y diacrónicos
del antagonismo del desarrollo, se presenta de forma subjetiva, política;
el comunismo se propone según el modelo del «poder constituyente».
Tras el modelo «apropiativo», después del «alternativo»,
tenemos el modelo «constituyente», que resume todos los otros,
llevando la contradicción estratégica directamente hasta
la subjetividad. Él «poder constituyente» Configura
la producción social, engloba el social y el económico en
el político, abarca la organización de la producción
y la organización política de manera radicalmente constructiva.
Pero volveremos sobre ello. Llegados a este punto podemos concluir nuestra
argumentación señalando que el resultado al que hemos llegado
no es sino consecuencia actual de lo que hemos defendido en la Tesis 7:
«la deconstrucción del valor es matriz de subjetividad».
Ahora comprobamos que las contradicciones estratégicas
del desarrollo muestran, o mejor, producen, instituyen una nueva subjetividad
antagonista. Todo esto no ocurre de modo determinista es por el contrario
fruto de un proceso dominado por la multitud, que exalta en la libertad
su propia potencia. Podemos aquí concluir nuestra demostración
de la siguiente manera:
Tesis 9.- Las contradicciones estratégicas del desarrollo verifican las leyes de la deconstrucción.
Tesis 10.- La trama constitutiva
de la fase actual del desarrollo capitalista es un enorme nudo de contradicciones
estratégicas.
Las características del período actual
del desarrollo capitalista - fase inicial de la tercera revolución
industrial - se forjaron en la década de los 70, y en particular
entre 1971 y 1982.
1971, 17 de agosto: Nixon-Kissinger sueltan el broche
de oro del dólar; con ello se lanza una gran señal de desreglamentación
al capitalismo mundial.
Se trataba de romper la presión, de efecto
cumulativo, que las luchas obreras en los países del Tercer Mundo
habían producido en los años 60 (en el último período
de lucha ofensiva del obrero masa). En los años 60 la Trilateral
capitalista impone su política contra la Tricontinental proletaria
de los años 60. ¿Cuál es el proyecto que desarrolla
el capital a partir de este momento? El resquebrajamiento de la fábrica,
y en particular la liquidación de la hegemonía del proceso
de trabajo taylorizado. El análisis del trabajo se profundiza, y
su organización se va descentralizando más y más en
el espacio, y centrando en la expropiación de los saberes sociales,
en la capitalización de las redes laborales sociales, en suma, en
la explotación de una figura obrera que desborda ampliamente los
límites de la fábrica. Llamo a esta figura «obrero
social». La informatización del social, y en particular la
utilización productiva de la comunicación, el traspaso del
programa de control de la sociedad de fuera (la fábrica) a dentro
(la comunicación) de la propia sociedad. Un modo de producción
social empieza aquí a perfilarse, y su característica fundamental
es la de integrar a la sociedad en la producción (es decir, marxianamente,
reproducción y circulación). En los años 70 hemos
podido seguir este tránsito, y ver sobre todo su lado sucio: la
destrucción del modelo fordista, de la garantía del empleo
y del Welfare, la construcción de la marginación y del mercado
de pluriempleo, la intensificación de la explotación sobre
las capas débilmente protegidas, y en especial sobre mujeres y jóvenes,
el furibundo mixage de las formas de explotación, todas ellas ahora
compatibles en el seno de la socialización de los flujos de producción.
La nueva forma- Estado se va conmensurando esencialmente con este mixage
de la explotación, de sus diversas capas, composiciones, niveles:
un control diferenciado de la totalidad social productiva, una orgánica
capacidad-necesidad de producir crisis en todo momento y en todo lugar.
El Estado capitalista, en esta fase de desarrollo, es Estado-crisis, y
sólo tal: es el Estado que planifica la crisis. La mundialización
del sistema de explotación. En este nivel asistimos a un proceso
de integración (vertical, entre varias capas de desarrollo, y horizontal,
o sea, universal) de todas las formas de la explotación. Primero,
un proceso de multinacionalización, cada vez más explícito;
después, una fase de desplazamiento del taylorismo y del fordismo
hacia la periferia, y la instauración de un sistema jerárquico,
aproximado pero eficaz, puesto en marcha en escala mundial; finalmente,
una integración financiera mundial siempre más avanzada:
éstas son las etapas que a lo largo de los años 70 ha recorrido
el neoimperialismo capitalista. Y es necesario reconocer que el monetarismo,
utilizado dentro de un cuadro de desreglamentación, ha sabido ser,
tanto en contra de las clases obreras como del proletariado social, un
espantoso ingenio de control y de represión.
Llegamos así a 1982, año en que la
crisis de la deuda mexicana (primera entre tantas) concluía él
«heroico» período de la extensión mundial de
las nuevas formas de desreglamentación y de nueva acumulación.
Con la crisis del 82 se evidenciaba el hecho de que, si la desreglamentación
había funcionado ferozmente contra el obrero central, tan sólo
parcial. Mente había herido al obrero periférico, es más,
la mundialización del modo de producción abría surcos
a través de los cuales los efectos de descentralización se
revelaban como perversos, auténticos boomerangs, a veces, para el
capital. La presión de las contradicciones mayores hacia la periferia
del sistema ponía al descubierto una serie de focos de revuelta
y algunas ocasiones de revolución, tal vez insignificantes en sí
mismos, pero capaces de levantar ondas expansivas sobre, hacia el centro
del sistema. No ya eslabones débiles, sino réseaux débiles.
En verdad, la trama del presente es un enorme nudo de contradicciones estratégicas
es como un volcán en ebullición, que multiplica explosiones
y flujos. 1982 consolida la crisis como forma permanente del ciclo en que
hemos entrado.
Tesis 11.- El punto de contradicción
revolucionaria es hoy el antagonismo entre cooperación social y
mando productivo. Lo que diferencia a la actual de las fases precedente
de desarrollo del modo de producción capitalista, es el hecho de
que la cooperación social productiva, en otras ocasiones producida
por el capital. Se presupone ahora a toda política sur, o mejor,
es condición de su existencia. Desde este punto de vista, las contradicciones
sincrónicas o diacrónicas no han concluido en las contradicciones
estratégicas sino que se vuelven a abrir gracias a ellas.
En consecuencia, la crisis no revela como una dificultad,
un incidente es la sustancia misma del proceso capitalista. De ahí
el hecho de que el capital puede mostrarse únicamente como sujeto
político, como Estado, como poder, Por contra, el obrero social
es el productor, productor, antes que de toda mercancía, de su propia
cooperación social. Expliquémonos mejor. En todo momento
del desarrollo del modo de producción capitalista, el capital ha
propuesto siempre la forma de la cooperación. Esta tenía
que ser funcional a la forma de explotación, cuando no inherente.
Sólo sobre esta base el trabajo se volvía productivo.
También en el período de la acumulación
primitiva, cuando el capital vuelve a asumir y obliga a la valorización
a formas laborales preexistentes, el capital es el que plantea la forma
de la cooperación, que consiste en el vaciamiento de los vínculos
preconstituidos en los sujetos laborales tradicionales. Pero ahora la situación
ha cambiado completamente.
El capital se ha convertido en una potencia de captación,
un fantasma, un ídolo: a su alrededor se desarrollan procesos de
autovalorización, radicalmente autónomos, que tan sólo
el poder político, por las buenas o las malas, consigue doblegar
hacia la puesta en forma capitalista. La traslación del económico
al político, que aquí se produce, y en dimensiones globales
en lo que concierne a la vida social productiva, se realiza no porque el
económico se haya vuelto una determinante menos esencial, sino únicamente
porque el político puede arrancar al económico de la tendencia
que lo lleva a confundirse con el social y a realizarse en la autovalorización.
El político es impulsado a ser la forma valor de nuestra sociedad
porque los nuevos procesos laborales se fundan en el rechazo al trabajo
y la forma de la producción es su crisis.
La cooperación productiva del obrero social
es la consolidación del rechazo al trabajo, es la trinchera social
desde la que los productores se defienden de la explotación. Por
contra, el político, como forma de valor, posee un máximo
contenido de mixtificación y de violencia.
Y tampoco el cuadro se modifica por la altísima
intensidad de la composición del capital que se derrama sobre el
social para controlarlo, porque, en realidad, cuanto más abstracta
se vuelve la instrumentalización de la producción, supera
la figura de la mecanización y se vuelve inmaterial, tanto más
implicada está en la lucha que atraviesa el social. La automatización
participa todavía, en parte, de la vieja economía política
del control mediante la maquinaria: pero la informática se encuentra
ya más allá de este horizonte, y ofrece enormes potenciales
de posible ruptura.
En la comunicación, la inmaterialidad es
absoluta, la mercancía es la transparencia, aquí las posibilidades
de lucha son altísimas y sólo controladas por un poder exterior.
Estas breves ejemplificaciones sólo para indicar cómo ya,
también y ante todo en el terreno del avance tecnológico,
y en razón directa a su perfeccionamiento, existen sectores sensibles,
más y más sensibles, a la autonomía de la cooperación
social y a la autovalorización de los sujetos proletarios, a la
exaltación de las microfísicas individuales y colectivas.
Todo ello lleva a asumir como demostrada la tesis de que el antagonismo
entre cooperación social del proletario y mando político
del capital, aun dándose dentro de la producción, se funda
fuera de ella, en el movimiento real del social. La cooperación
social no sólo anticipa dialécticamente el movimiento político
y económico, sino que le preexiste, se afirma como autónoma.
Tesis 12.- Las luchas preceden y prefiguran producción y reproducción sociales
Tesis 13.- La vida clandestina de las masas es ontológicamente creativa.
Tesis 14.- Las secuencias de la potencia proletaria son asimétricas respecto a las secuencias del desarrollo capitalista.
Tesis 15.- La estructuración capitalista del social es destructiva, la proletaria es creativa.
Tesis 16.- El tránsito de la estructura al sujeto es ontológico y excluye soluciones formalistas o dialécticas.
Tesis 17.- La teoría del partido obrero presuponía la separación del político del social.
Tesis 18.- Hoy el político invade y constituye radicalmente el social.
Tesis 19.- La potencia del proletariado es poder constituyente.
Tesis 20.- Hoy está madura
la constitución del comunismo.