Ernesto Che Guevara
Estimado
compañero. Acabo estas notas en viaje por África, animado
del deseo de cumplir, aunque tardíamente, mi promesa. Quisiera hacerlo
tratando el tema del título. Creo que pudiera ser interesante para
los lectores uruguayos.
Es común
escuchar de boca de los voceros capitalistas, como un argumento en la lucha
ideológica contra el socialismo, la afirmación de que este
sistema social o el período de construcción del socialismo
al que estamos nosotros abocados, se caracteriza por la abolición
del individuo en aras del Estado. No pretenderé refutar esta afirmación
sobre una base meramente teórica, sino establecer los hechos tal
cual se viven en Cuba y agregar comentarios de índole general. Primero
esbozaré a grandes rasgos la historia de nuestra lucha revolucionaria
antes y después de la toma del poder.
Como es sabido,
la fecha precisa en que se iniciaron las acciones revolucionarias que culminaron
el primero de enero de 1959, fue el 26 de julio de 1953. Un grupo de hombres
dirigidos por Fidel Castro atacó la madrugada de ese día
el cuartel Moncada, en la provincia de Oriente. El ataque fue un fracaso,
el fracaso se transformó en desastre y los sobrevivientes fueron
a parar a la cárcel, para reiniciar, luego de ser amnistiados, la
lucha revolucionaria.
Durante este
proceso, en el cual solamente existían gérmenes de socialismo,
el hombre era un factor fundamental. En él se confiaba, individualizado,
específico, con nombre y apellido, y de su capacidad de acción
dependía el triunfo o el fracaso del hecho encomendado.
Llego la etapa
de la lucha guerrillera. Esta se desarrolló en dos ambientes distintos:
el pueblo, masa todavía dormida a quien había que movilizar
y su vanguardia, la guerrilla, motor impulsor de la movilización,
generador de conciencia revolucionaria y de entusiasmo combativo. Fue esta
vanguardia el agente catalizador, el que creó las condiciones subjetivas
necesarias para la victoria.
También
en ella, en el marco del proceso de proletarización de nuestro pensamiento,
de la revolución que se operaba en nuestros hábitos, en nuestras
mentes, el individuo fue el factor fundamental. Cada uno de los combatientes
de la Sierra Maestra que alcanzara algún grado superior en las fuerzas
revolucionarias, tiene una historia de hechos notables en su haber. En
base a estos lograba sus grados.
Fue la primera
época heroica, en la cual se disputaban por lograr un cargo de mayor
responsabilidad, de mayor peligro, sin otra satisfacción que el
cumplimiento del deber. En nuestro trabajo de educación revolucionaria,
volvemos a menudo sobre este tema aleccionador. En la actitud de nuestros
combatientes se vislumbra al hombre del futuro.
En otras oportunidades
de nuestra historia se repitió el hecho de la entrega total a la
causa revolucionaria. Durante la Crisis de Octubre o en los días
del ciclón Flora, vimos actos de valor y sacrificio excepcionales
realizados por todo un pueblo. Encontrar la fórmula para perpetuar
en la vida cotidiana esa actitud heroica, es una de nuestras tareas fundamentales
desde el punto de vista ideológico.
En enero de 1959
se estableció el gobierno revolucionario con la participación
en él de varios miembros de la burguesía entreguista. La
presencia del Ejército Rebelde constituía la garantía
de poder, como factor fundamental de fuerza.
Se produjeron
enseguida contradicciones serias, resueltas, en primera instancia, en febrero
del 59, cuando Fidel Castro asumió la jefatura de gobierno con el
cargo de primer ministro. Culminaba el proceso en julio del mismo año,
al renunciar el presidente Urrutia ante la presión de las masas.
Aparecía en la historia de la Revolución Cubana, ahora con
caracteres nítidos, un personaje que se repetirá sistemáticamente:
la masa.
Este ente multifacético
no es, como se pretende, la suma de elementos de la misma categoría
(reducidos a la misma categoría, además, por el sistema impuesto),
que actúa como un manso rebaño. Es verdad que sigue sin vacilar
a sus dirigentes, fundamentalmente a Fidel Castro, pero el grado en que
él ha ganado esa confianza responde precisamente a la interpretación
cabal de los deseos del pueblo, de sus aspiraciones, y a la lucha sincera
por el cumplimiento de las promesas hechas.
La masa participó
en la reforma agraria y en el difícil empeño de la administración
de las empresas estatales; pasó por la experiencia heroica de Playa
Girón; se forjó en las luchas contra las distintas bandas
de bandidos armadas por la CIA; vivió una de las definiciones más
importantes de los tiempos modernos en la Crisis de Octubre y sigue hoy
trabajando en la construcción del socialismo.
Vistas las cosas
desde un punto de vista superficial, pudiera parecer que tienen razón
aquellos que hablan de supeditación del individuo al Estado, la
masa realiza con entusiasmo y disciplina sin iguales las tareas que el
gobierno fija, ya sean de índole económica, cultural, de
defensa, deportiva, etcétera. La iniciativa parte en general de
Fidel o del alto mando de la revolución y es explicada al pueblo
que la toma como suya. Otras veces, experiencias locales se toman por el
partido y el gobierno para hacerlas generales, siguiendo el mismo procedimiento.
Sin embargo,
el Estado se equivoca a veces. Cuando una de esas equivocaciones se produce,
se nota una disminución del entusiasmo colectivo por efectos de
una disminución cuantitativa de cada uno de los elementos que la
forman, y el trabajo se paraliza hasta quedar reducido a magnitudes insignificantes;
es el instante de rectificar. Así sucedió en marzo de 1962
ante una política sectaria impuesta al partido por Aníbal
Escalante.
Es evidente que
el mecanismo no basta para asegurar una sucesión de medidas sensatas
y que falta una conexión más estructurada con las masas.
Debemos mejorarla durante el curso de los próximos años pero,
en el caso de las iniciativas surgidas de estratos superiores del gobierno
utilizamos por ahora el método casi intuitivo de auscultar las reacciones
generales frente a los problemas planteados.
Maestro en ello
es Fidel, cuyo particular modo de integración con el pueblo solo
puede apreciarse viéndolo actuar. En las grandes concentraciones
públicas se observa algo así como el diálogo de dos
diapasones cuyas vibraciones provocan otras nuevas en el interlocutor.
Fidel y la masa comienzan a vibrar en un diálogo de intensidad creciente
hasta alcanzar el clímax en un final abrupto, coronado por nuestro
grito de lucha y victoria.
Lo difícil
de entender, para quien no viva la experiencia de la revolución,
es esa estrecha unidad dialéctica existente entre el individuo y
la masa, donde ambos se interrelacionan y, a su vez, la masa, como conjunto
de individuos, se interrelaciona con los dirigentes.
En el capitalismo
se pueden ver algunos fenómenos de este tipo cuando aparecen políticos
capaces de lograr la movilización popular, pero si no se trata de
un auténtico movimiento social, en cuyo caso no es plenamente lícito
hablar de capitalismo, el movimiento vivirá lo que la vida de quien
lo impulse o hasta el fin de las ilusiones populares, impuesto por el rigor
de la sociedad capitalista. En esta, el hombre está dirigido por
un frío ordenamiento que, habitualmente, escapa al dominio de la
comprensión. El ejemplar humano, enajenado, tiene un invisible cordón
umbilical que le liga a la sociedad en su conjunto: la ley del valor. Ella
actúa en todos los aspectos de la vida, va modelando su camino y
su destino.
Las leyes del
capitalismo, invisibles para el común de las gentes y ciegas, actúan
sobre el individuo sin que este se percate. Solo ve la amplitud de un horizonte
que aparece infinito. Así lo presenta la propaganda capitalista
que pretende extraer del caso Rockefeller -verídico o no-, una lección
sobre las posibilidades de éxito. La miseria que es necesario acumular
para que surja un ejemplo así y la suma de ruindades que conlleva
una fortuna de esa magnitud, no aparecen en el cuadro y no siempre es posible
a las fuerzas populares aclarar estos conceptos. (Cabría aquí
la disquisición sobre cómo en los países imperialistas
los obreros van perdiendo su espíritu internacional de clase al
influjo de una cierta complicidad en la explotación de los países
dependientes y cómo este hecho, al mismo tiempo, lima el espíritu
de lucha de las masas en el propio país, pero ese es un tema que
sale de la intención de estas notas.)
De todos modos,
se muestra el camino con escollos que aparentemente, un individuo con las
cualidades necesarias puede superar para llegar a la meta. El premio se
avizora en la lejanía; el camino es solitario. Además, es
una carrera de lobos: solamente se puede llegar sobre el fracaso de otros.
Intentaré,
ahora, definir al individuo, actor de ese extraño y apasionante
drama que es la construcción del socialismo, en su doble existencia
de ser único y miembro de la comunidad. Creo que lo más sencillo
es reconocer su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Las taras
del pasado se trasladan al presente en la conciencia individual y hay que
hacer un trabajo continuo para erradicarlas.
El proceso es
doble, por un lado actúa la sociedad con su educación directa
e indirecta, por otro, el individuo se somete a un proceso consciente de
autoeducación. La nueva sociedad en formación tiene que competir
muy duramente con el pasado. Esto se hace sentir no solo en la conciencia
individual en la que pesan los residuos de una educación sistemáticamente
orientada al aislamiento del individuo, sino también por el carácter
mismo de este período de transición con persistencia de las
relaciones mercantiles. La mercancía es la célula económica
de la sociedad capitalista; mientras exista, sus efectos se harán
sentir en la organización de la producción y, por ende, en
la conciencia.
En el esquema
de Marx se concebía el período de transición como
resultado de la transformación explosiva del sistema capitalista
destrozado por sus contradicciones; en la realidad posterior se ha visto
cómo se desgajan del árbol imperialista algunos países
que constituyen ramas débiles, fenómeno previsto por Lenin.
En estos, el capitalismo se ha desarrollado lo suficiente como para hacer
sentir sus efectos, de un modo u otro, sobre el pueblo, pero no son sus
propias contradicciones las que, agotadas todas las posibilidades, hacen
saltar el sistema.
La lucha de liberación
contra un opresor externo, la miseria provocada por accidentes extraños,
como la guerra, cuyas consecuencias hacen recaer las clases privilegiadas
sobre los explotados, los movimientos de liberación destinados a
derrocar regímenes neocoloniales, son los factores habituales de
desencadenamiento. La acción consciente hace el resto.
En estos países
no se ha producido todavía una educación completa para el
trabajo social y la riqueza dista de estar al alcance de las masas mediante
el simple proceso de apropiación. El subdesarrollo por un lado y
la habitual fuga de capitales hacia países civilizados por otro,
hacen imposible un cambio rápido y sin sacrificios. Resta un gran
tramo a recorrer en la construcción de la base económica
y la tentación de seguir los caminos trillados del interés
material, como palanca impulsora de un desarrollo acelerado, es muy grande.
Se corre el peligro
de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la
quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que
nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica,
la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etcétera),
se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí
tras de recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan
muchas veces y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó
la ruta.
Entre tanto,
la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el
desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente
con la base material hay que hacer al hombre nuevo. De allí que
sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización
de las masas. Este instrumento debe ser de índole moral, fundamentalmente,
sin olvidar una correcta utilización del estímulo material,
sobre todo de naturaleza social.
Como ya dije,
en momentos de peligro extremo es fácil potenciar los estímulos
morales; para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia
en la que los valores adquieran categorías nuevas. La sociedad en
su conjunto debe convertirse en una gigantesca escuela.
Las grandes líneas
del fenómeno son similares al proceso de formación de la
conciencia capitalista en su primera época. El capitalismo recurre
a la fuerza, pero, además, educa a la gente en el sistema. La propaganda
directa se realiza por los encargados de explicar la ineluctabilidad de
un régimen de clase, ya sea de origen divino o por imposición
de la naturaleza como ente mecánico. Esto aplaca a las masas que
se ven oprimidas por un mal contra el cual no es posible la lucha.
A continuación
viene la esperanza, y en esto se diferencia de los anteriores regímenes
de casta que no daban salida posible. Para algunos continuará vigente
todavía la fórmula de casta: el premio a los obedientes
consiste en el arribo, después de la muerte, a otros mundos maravillosos
donde los buenos son los premiados, con lo que se sigue la vieja tradición.
Para otros, la innovación; la separación en clases es fatal,
pero los individuos pueden salir de aquella a que pertenecen mediante el
trabajo, la iniciativa, etcétera. Este proceso, y el de autoeducación
para el triunfo, deben ser profundamente hipócritas: es la demostración
interesada de que una mentira es verdad.
En nuestro caso,
la educación directa adquiere una importancia mucho mayor. La explicación
es convincente porque es verdadera; no precisa de subterfugios. Se ejerce
a través del aparato educativo del Estado en función de la
cultura general, técnica e ideológica, por medio de organismos
tales como el Ministerio de Educación y el aparto de divulgación
del partido. La educación prende en las masas y la nueva actitud
preconizada tiende a convertirse en hábito; la masa la va haciendo
suya y presiona a quienes no se han educado todavía. Esta es la
forma indirecta de educar a las masas, tan poderosa como aquella otra.
Pero el proceso
es consciente; el individuo recibe continuamente el impacto del nuevo poder
social y percibe que no está completamente adecuado a él.
Bajo el influjo de la presión que supone la educación indirecta,
trata de acomodarse a una situación que siente justa y cuya propia
falta de desarrollo le ha impedido hacerlo hasta ahora. Se autoeduca.
En este período
de construcción del socialismo podemos ver el hombre nuevo que va
naciendo. Su imagen no está todavía acabada; no podría
estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas
económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación
los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus
ambiciones, los hay que aun dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta,
tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan. Lo
importante es que los hombres van adquiriendo cada día más
conciencia de la necesidad de su incorporación a la sociedad y,
al mismo tiempo, de su importancia como motores de la misma.
Ya no marchan
completamente solos, por veredas extraviadas, hacia lejanos anhelos. Siguen
a su vanguardia, constituida por el partido, por los obreros de avanzada,
por los hombres de avanzada que caminan ligados a las masas y en estrecha
comunión con ellas. Las vanguardias tienen su vista puesta en el
futuro y en su recompensa, pero esta no se vislumbra como algo individual;
el premio es la nueva sociedad donde los hombres tendrán características
distintas: la sociedad del hombre comunista.
El camino es
largo y lleno de dificultades. A veces, por extraviar la ruta, hay que
retroceder; otras, por caminar demasiado aprisa, nos separamos de las masas;
en ocasiones por hacerlo lentamente, sentimos el aliento cercano de los
que nos pisan los talones. En nuestra ambición de revolucionarios,
tratamos de caminar tan aprisa como sea posible, abriendo caminos, pero
sabemos que tenemos que nutrirnos de la masa y que ésta solo podrá
avanzar más rápido si la alentamos con nuestro ejemplo.
A pesar de la
importancia dada a los estímulos morales, el hecho de que exista
la división en dos grupos principales (excluyendo, claro está,
a la fracción minoritaria de los que no participan, por una razón
u otra en la construcción del socialismo), indica la relativa falta
de desarrollo de la conciencia social. El grupo de vanguardia es ideológicamente
más avanzado que la masa; esta conoce los valores nuevos, pero insuficientemente.
Mientras en los primeros se produce un cambio cualitativo que le permite
ir al sacrificio en su función de avanzada, los segundos sólo
ven a medias y deben ser sometidos a estímulos y presiones de cierta
intensidad; es la dictadura del proletariado ejerciéndose no sólo
sobre la clase derrotada, sino también individualmente, sobre la
clase vencedora.
Todo esto entraña,
para su éxito total, la necesidad de una serie de mecanismos, las
instituciones revolucionarias. En la imagen de las multitudes marchando
hacia el futuro, encaja el concepto de institucionalización como
el de un conjunto armónico de canales, escalones, represas, aparatos
bien aceitados que permitan esa marcha, que permitan la selección
natural de los destinados a caminar en la vanguardia y que adjudiquen el
premio y el castigo a los que cumplen o atenten contra la sociedad en construcción.
Esta institucionalidad
de la Revolución todavía no se ha logrado. Buscamos algo
nuevo que permita la perfecta identificación entre el Gobierno y
la comunidad en su conjunto, ajustada a las condiciones peculiares de la
construcción del socialismo y huyendo al máximo de los lugares
comunes de la democracia burguesa, trasplantados a la sociedad en formación
(como las cámaras legislativas, por ejemplo). Se han hecho algunas
experiencias dedicadas a crear paulatinamente la institucionalización
de la Revolución, pero sin demasiada prisa. El freno mayor que hemos
tenido ha sido el miedo a que cualquier aspecto formal nos separe de las
masas y del individuo, nos haga perder de vista la última y más
importante ambición revolucionaria que es ver al hombre liberado
de su enajenación.
No obstante la
carencia de instituciones, lo que debe superarse gradualmente, ahora las
masas hacen la historia como el conjunto consciente de individuos que luchan
por una misma causa. El hombre, en el socialismo, a pesar de su aparente
estandarización, es más completo; a pesar de la falta del
mecanismo perfecto para ello, su posibilidad de expresarse y hacerse sentir
en el aparato social es infinitamente mayor.
Todavía
es preciso acentuar su participación consciente, individual y colectiva,
en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla
a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica,
de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes
y sus avances son paralelos. Así logrará la total consciencia
de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura
humana, rotas todas las cadenas de la enajenación.
Esto se traducirá
concretamente en la reapropiación de su naturaleza a través
del trabajo liberado y la expresión de su propia condición
humana a través de la cultura y el arte. Para que se desarrolle
en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva; la
mercancía-hombre cesa de existir y se instala un sistema que otorga
una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción
pertenecen a la sociedad y la máquina es sólo la trinchera
donde se cumple el deber.
El hombre comienza
a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponía la necesidad
de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse
retratado en su obra y a comprender su magnitud humana a través
del objeto creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar
una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece
más, sino que significa una emanación de sí mismo,
un aporte a la vida común en que se refleja; el cumplimiento de
su deber social.
Hacemos todo
lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social
y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará
condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro,
basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza
su plena condición humana cuando produce sin la compulsión
de la necesidad física de venderse como mercancía.
Claro que todavía
hay aspectos coactivos en el trabajo, aún cuando sea necesario;
el hombre no ha transformado toda la coerción que lo rodea en reflejo
condicionado de naturaleza social y todavía produce, en muchos casos,
bajo la presión del medio (compulsión moral, la llama Fidel).
Todavía le falta el lograr la completa recreación espiritual
ante su propia obra, sin la presión directa del medio social, pero
ligado a él por los nuevos hábitos. Esto será el comunismo.
El cambio no
se produce automáticamente en la conciencia, como no se produce
tampoco en la economía. Las variaciones son lentas y no son rítmicas;
hay períodos de aceleración, otros pausados e incluso, de
retroceso.
Debemos considerar,
además como apuntáramos antes, que no estamos frente al período
de transición puro, tal como lo viera Marx en la Crítica
del Programa de Gotha, sino de una nueva fase no prevista por él;
primer período de transición del comunismo o de la construcción
del socialismo. Este transcurre en medio de violentas luchas de clase y
con elementos de capitalismo en su seno que oscurecen la comprensión
cabal de su esencia.
Si a esto de
agrega el escolasticismo que ha frenado el desarrollo de la filosofía
marxista e impedido el tratamiento sistemático del período,
cuya economía política no se ha desarrollado, debemos convenir
en que todavía estamos en pañales y es preciso dedicarse
a investigar todas las características primordiales del mismo antes
de elaborar una teoría económica y política de mayor
alcance.
La teoría
que resulte dará indefectiblemente preeminencia a los dos pilares
de la construcción: la formación del hombre nuevo y el desarrollo
de la técnica. En ambos aspectos nos falta mucho por hacer, pero
es menos excusable el atraso en cuanto a la concepción de la técnica
como base fundamental, ya que aquí no se trata de avanzar a ciegas
sino de seguir durante un buen tramo el camino abierto por los países
más adelantados del mundo. Por ello Fidel machaca con tanta insistencia
sobre la necesidad de la formación tecnológica y científica
de todo nuestro pueblo y más aún, de su vanguardia.
En el campo de
las ideas que conducen a actividades no productivas, es más fácil
ver la división entre la necesidad material y espiritual. Desde
hace mucho tiempo el hombre trata de liberarse de la enajenación
mediante la cultura y el arte. Muere diariamente las ocho y más
horas en que actúa como mercancía para resucitar en su creación
espiritual. pero este remedio porta los gérmenes de la misma enfermedad.:
es un ser solitario el que busca comunión con la naturaleza. Defiende
su individualidad oprimida por el medio y reacciona ante las ideas estéticas
como un ser único cuya aspiración es permanecer inmaculado.
Se trata sólo
de un intento de fuga. La ley del valor no es ya un mero reflejo de las
relaciones de producción; los capitalistas monopolistas la rodean
de un complicado andamiaje que la convierte en una sierva dócil,
aún cuando los métodos que emplean sean puramente empíricos.
La superestructura impone un tipo de arte en el cual hay que educar a los
artistas. Los rebeldes son dominados por la maquinaria y sólo los
talentos excepcionales podrán crear su propia obra. Los restantes
devienen asalariados vergonzantes o son triturados.
Se inventa la
investigación artística a la que se da como definitoria de
la libertad, pero esta investigación tiene sus límites imperceptibles
hasta el momento de chocar con ellos, vale decir, de plantearse los reales
problemas del hombre y su enajenación. La angustia sin sentido o
el pasatiempo vulgar constituyen válvulas cómodas a la inquietud
humana; se combate la idea de hacer del arte un arma de denuncia. Si se
respetan las leyes del juego se consiguen todos los honores; los que podría
tener un mono al inventar piruetas. La condición es no tratar de
escapar de la jaula invisible.
Cuando la Revolución
tomó el poder se produjo el éxodo de los domesticados totales;
los demás, revolucionarios o no, vieron un camino nuevo. La investigación
artística cobró nuevo impulso. Sin embargo, las rutas estaban
más o menos trazadas y el sentido del concepto fuga se escondió
tras la palabra libertad. En los propios revolucionarios se mantuvo muchas
veces esta actitud, reflejo del idealismo burgués en la conciencia.
En países
que pasaron por un proceso similar se pretendió combatir estas tendencias
con un dogmatismo exagerado. La cultura general se convirtió casi
en un tabú y se proclamó el summum de la aspiración
cultural, una representación formalmente exacta de la naturaleza,
convirtiéndose ésta, luego, en una representación
mecánica de la realidad social que se quería hacer ver; la
sociedad ideal, casi sin conflictos ni contradicciones, que se buscaba
crear.
El socialismo es joven y tiene errores
Los revolucionarios
carecemos, muchas veces, de los conocimientos y la audacia intelectual
necesarias para encarar la tarea del desarrollo de un hombre nuevo por
métodos distintos a los convencionales y los métodos convencionales
sufren de la influencia de la sociedad que los creó. (Otra vez se
plantea el tema de la relación entre forma y contenido.) La desorientación
es grande y los problemas de la construcción material nos absorben.
No hay artistas de gran autoridad que, a su vez, tengan gran autoridad
revolucionaria. Los hombres del Partido deben tomar esa tarea entre las
manos y buscar el logro del objetivo principal: educar al pueblo.
Se busca entonces
la simplificación, lo que entiende todo el mundo, que es lo que
entienden los funcionarios. Se anula la auténtica investigación
artística y se reduce al problema de la cultura general a una apropiación
del presente socialista y del pasado muerto (por tanto, no peligroso).
Así nace el realismo socialista sobre las bases del arte del siglo
pasado. Pero el arte realista del siglo XIX, también es de clase,
más puramente capitalista, quizás, que este arte decadente
del siglo XX, donde se transparenta la angustia del hombre enajenado.
El capitalismo
en cultura ha dado todo de sí y no queda de él sino el anuncio
de un cadáver maloliente en arte, su decadencia de hoy. Pero, ¿por
qué pretender buscar en las formas congeladas del realismo socialista
la única receta válida? No se puede oponer al realismo socialista
la libertad, porque ésta no existe todavía, no existirá
hasta el completo desarrollo de la sociedad nueva; pero no se pretenda
condenar a todas la formas de arte posteriores a la primer mitad del siglo
XIX desde el trono pontificio del realismo a ultranza, pues se caería
en un error proudhoniano de retorno al pasado, poniéndole camisa
de fuerza a la expresión artística del hombre que nace y
se construye hoy.
Falta el desarrollo
de un mecanismo ideológico cultural que permita la investigación
y desbroce la mala hierba, tan fácilmente multiplicable en el terreno
abonado de la subvención estatal. En nuestro país, el error
del mecanicismo realista no se ha dado, pero sí otro signo de contrario.
Y ha sido por no comprender la necesidad de la creación del hombre
nuevo, que no sea el que represente las ideas del siglo XIX, pero tampoco
las de nuestro siglo decadente y morboso. El hombre del siglo XXI es el
que debemos crear, aunque todavía es una aspiración subjetiva
y no sistematizada.
Precisamente
éste es uno de los puntos fundamentales de nuestro estudio y de
nuestro trabajo y en la medida en que logremos éxitos concretos
sobre una base teórica o, viceversa, extraigamos conclusiones teóricas
de carácter amplio sobre la base de nuestra investigación
concreta, habremos hecho un aporte valioso al marxismo-leninismo, a la
causa de la humanidad. La reacción contra el hombre del siglo XIX
nos ha traído la reincidencia en el decadentismo del siglo XX; no
es un error demasiado grave, pero debemos superarlo, so pena de abrir un
ancho cauce al revisionismo.
Las grandes multitudes
se van desarrollando, las nuevas ideas van alcanzando adecuado ímpetu
en el seno de la sociedad, las posibilidades materiales de desarrollo integral
de absolutamente todos sus miembros, hacen mucho más fructífera
la labor. El presente es de lucha, el futuro es nuestro.
Resumiendo, la
culpabilidad de muchos de nuestros intelectuales y artistas reside en su
pecado original; no son auténticamente revolucionarios. Podemos
intentar injertar el olmo para que dé peras, pero simultáneamente
hay que sembrar perales. Las nuevas generaciones vendrán libres
del pecado original. Las posibilidades de que surjan artistas excepcionales
serán tanto mayores cuanto más se haya ensanchado el campo
de la cultura y la posibilidad de expresión.
Nuestra tarea
consiste en impedir que la generación actual, dislocada por sus
conflictos, se pervierta y pervierta a las nuevas. No debemos crear asalariados
dóciles al pensamiento oficial ni becarios que vivan al amparo del
presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán
los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica
voz del pueblo. Es un proceso que requiere tiempo.
En nuestra sociedad,
juegan un papel la juventud y el Partido. Particularmente importante es
la primera, por ser la arcilla maleable con que se puede construir al hombre
nuevo sin ninguna de las taras anteriores. Ella recibe un trato acorde
con nuestras ambiciones. Su educación es cada vez más completa
y no olvidamos su integración al trabajo desde los primeros instantes.
Nuestros becarios hacen trabajo físico en sus vacaciones o simultáneamente
con el estudio. El trabajo es un premio en ciertos casos, un instrumento
de educación, en otros, jamás un castigo.
Una nueva generación nace
El Partido es una organización
de vanguardia. Los mejores trabajadores son propuestos por sus compañeros
para integrarlo. Este es minoritario pero de gran autoridad por la calidad
de sus cuadros. Nuestra aspiración es que el Partido sea de masas,
pero cuando las masas hayan alcanzado el nivel de desarrollo de la vanguardia,
es decir, cuando estén educados para el comunismo. Y a esa educación
va encaminado el trabajo. El Partido es el ejemplo vivo; sus cuadros deben
dictar cátedras de laboriosidad y sacrificio, deben llevar, con
su acción, a las masas, al fin de la tarea revolucionaria, lo que
entraña años de duro bregar contra las dificultades de la
construcción, los enemigos de clase, las lacras del pasado, el imperialismo…
Quisiera explicar
ahora el papel que juega la personalidad, el hombre como individuo de las
masas que hacen la historia. Es nuestra experiencia no una receta.
Fidel dio a la
Revolución el impulso en los primeros años, la dirección,
la tónica siempre, peros hay un buen grupo de revolucionarios que
se desarrollan en el mismo sentido que el dirigente máximo y una
gran masa que sigue a sus dirigente porque les tiene fe; y les tiene fe,
porque ellos han sabido interpretar sus anhelos.
No se trata de
cuántos kilogramos de carne se come o de cuántas veces por
año se pueda ir alguien a pasearse en la playa, ni de cuántas
bellezas que vienen del exterior puedan comprarse con los salarios actuales.
Se trata, precisamente, de que el individuo se sienta más pleno,
con mucha más riqueza interior y con mucha más responsabilidad.
El individuo de nuestro país sabe que la época gloriosa que
le toca vivir es de sacrificio; conoce el sacrificio. Los primeros lo conocieron
en la Sierra Maestra y dondequiera que se luchó; después
lo hemos conocido en toda Cuba. Cuba es la vanguardia de América
y debe hacer sacrificios porque ocupa el lugar de avanzada, porque indica
a las masas de América Latina el camino de la libertad plena.
Dentro del país,
los dirigentes tienen que cumplir su papel de vanguardia; y, hay que decirlo
con toda sinceridad, en una revolución verdadera a la que se le
da todo, de la cual no se espera ninguna retribución material, la
tarea del revolucionario de vanguardia es a la vez magnífica y angustiosa.
Déjeme
decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero
está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar
en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás
sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un
espíritu apasionado una mente fría y tomar decisiones dolorosas
son que se contraiga un músculo.
Nuestros revolucionarios
de vanguardia tienen que idealizar ese amor a los pueblos, a las causas
más sagradas y hacerlo único, indivisible. No pueden descender
con su pequeña dosis de cariño cotidiano hacia los lugares
donde el hombre común lo ejercita.
Los dirigentes
de la Revolución tienen hijos que en sus primeros balbuceos, no
aprenden a nombrar al padre; mujeres que deben ser parte del sacrificio
general de su vida para llevar la Revolución a su destino; el marco
de los amigos responde estrictamente al marco de los compañeros
de Revolución. No hay vida fuera de ella.
En esas condiciones,
hay que tener una gran dosis de humanidad, una gran dosis de sentido de
la justicia y de la verdad para no caer en extremos dogmáticos,
en escolasticismos fríos, en aislamiento de las masas. Todos los
días hay que luchar porque ese amor a la humanidad viviente se transforme
en hechos concretos, en actos que sirvan de ejemplo, de movilización.
El revolucionario,
motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se
consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que
la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial.
Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más
apremiantes se ven realizadas a escala loca y se olvida el internacionalismo
proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora
y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos
irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo
proletario es un deber pero también es una necesidad revolucionaria.
Así educamos a nuestro pueblo.
Claro que hay
peligros presentes en las actuales circunstancias. No sólo el del
dogmatismo, no sólo el de congelar las relaciones con las masas
en medio de la gran tarea; también existe el peligro de las debilidades
en que se puede caer. Si un hombre piensa que, para dedicar su vida entera
a la revolución, no puede distraer su mente por la preocupación
de que a un hijo le falte determinado producto, que los zapatos de los
niños estén rotos, que su familia carezca de determinado
bien necesario, bajo este razonamiento deja infiltrarse los gérmenes
de la futura corrupción.
En nuestro caso,
hemos mantenido que nuestros hijos deben tener y carecer de lo que tienen
y de lo que carecen los hijos del hombre común; y nuestra familia
debe comprenderlo y luchar por ello. La revolución se hace a través
del hombre, pero el hombre tiene que forjar día a día su
espíritu revolucionario.
Así vamos
marchando. A la cabeza de la inmensa columna -no nos avergüenza ni
nos intimida decirlo- va Fidel, después, los mejores cuadros del
Partido, e inmediatamente, tan cerca que se siente su enorme fuerza, va
el pueblo en su conjunto sólida armazón de individualidades
que caminan hacia un fin común; individuos que han alcanzado la
conciencia de lo que es necesario hacer; hombres que luchan por salir del
reino de la necesidad y entrar al de la libertad.
Esa inmensa muchedumbre
se ordena; su orden responde a la conciencia de la necesidad del mismo
ya no es fuerza dispersa, divisible en miles de fracciones disparadas al
espacio como fragmentos de granada, tratando de alcanzar por cualquier
medio, en lucha reñida con sus iguales, una posición, algo
que permita apoyo frente al futuro incierto.
Sabemos que hay
sacrificios delante nuestro y que debemos pagar un precio por el hecho
heroico de constituir una vanguardia como nación. Nosotros, dirigentes,
sabemos que tenemos que pagar un precio por tener derecho a decir que estamos
a la cabeza del pueblo que está a la cabeza de América. Todos
y cada uno de nosotros paga puntualmente su cuota de sacrificio, conscientes
de recibir el premio en la satisfacción del deber cumplido, conscientes
de avanzar con todos hacia el hombre nuevo que se vislumbra en el horizonte.
Permítame
intentar unas conclusiones:
Nosotros, socialistas,
somos más libres porque somos más plenos; somos más
plenos por ser más libres.
El esqueleto de nuestra libertad
completa está formado, falta la sustancia proteica y el ropaje;
los crearemos.
Nuestra libertad y su sostén
cotidiano tienen color de sangre y están henchidos de sacrificio.
Nuestro sacrificio es consciente;
cuota para pagar la libertad que construimos.
El camino es largo y desconocido
en parte; conocemos nuestras limitaciones.
Haremos el hombre del siglo XXI:
nosotros mismos.
Nos forjaremos en la acción
cotidiana, creando un hombre nuevo con una nueva técnica.
La personalidad juega el papel de
movilización y dirección en cuanto que encarna las más
altas virtudes y aspiraciones del pueblo y no se separa de la ruta.
Quien abre el camino es el grupo
de vanguardia, los mejores entre los buenos, el Partido.
La arcilla fundamental de nuestra
obra es la juventud, en ella depositamos nuestra esperanza y la preparamos
para tomar de nuestras manos la bandera.
Si esta carta
balbuceante aclara algo, ha cumplido el objetivo con que la mando. Reciba
nuestro saludo ritual, como un apretón de manos o un Ave María
Purísima.
Patria o muerte.
Texto dirigido a Carlos Quijano, publicado en Marcha,
Montevideo, 12 de marzo de 1965. Tomado de: Ernesto Che Guevara, Escritos
y discursos, Tomo 8, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1977.