Heinz Dieterich Steffan
Aprovechar política
y propagandísticamente una coyuntura en beneficio de sus intereses
estratégicos, es un oficio que practican todos los gobiernos del
mundo. Pero ninguno ha mostrado la capacidad que tiene él de Estados
Unidos, tal como se observa en relación con los atentados del 11
de septiembre.
Esos intereses
estratégicos de Washington son básicamente cuatro: a) revertir
la tendencia a la democratización de la sociedad global que ha cobrado
creciente fuerza en los últimos años, desde los acontecimientos
de Seattle hasta los de Génova; b) restablecer el miedo en los pueblos
y gobiernos del mundo que se ha quebrado ante la demostración de
vulnerabilidad del gran amo que domina indirecta o directamente sus vidas;
c) garantizar su control del petróleo en Medio Oriente y Asia Central
y d) militarizar a la sociedad global con nuevas bases e instalaciones,
dentro de su proyecto de lograr la supremacía nuclear y en el espacio.
A fin de
avanzar este proyecto de intereses estratégicos, Washington ha trazado
un plan de operaciones que procura alcanzar tres objetivos, después
de los atentados en Nueva York y Washington. En primer lugar pretende construir
un apoyo político-diplomático global. Con las respectivas
declaraciones de la Unión Europea, del Consejo Islámico y
de la Organización de Estados Americanos (OAS), este objetivo se
ha cumplido ya.
El segundo
consiste en la obtención de bases militares regionales circundantes
a Afganistán que son imprescindibles para la logística de
la guerra. El ofrecimiento de las instalaciones militares por parte de
los gobiernos de India y Pakistán y de las pequeñas repúblicas
neocoloniales de Asia central, junto con las bases ya existentes en Arabia
Saudita, Yemen y, por supuesto, Israel, ha avanzado sustancialmente esa
necesidad logística regional. Solo falta poner en cintura a Irán
que se ha negado a prestar su espacio aéreo y territorial para la
guerra de Bush II, hecho por el cual el secretario de relaciones exteriores
de Gran Bretaña se encuentra en este país --la primera vez,
desde 1979-- tratando de doblarle la mano a los ayatollas.
El tercer
propósito inmediato de Washington consiste en construir su autonomía
de acción bélica frente a los demás miembros de la
OTAN, para no verse obligado a negociar y contemporizar sus operaciones
abiertas y clandestinas con las potencias europeas. Como el régimen
del Taliban no tiene fuerzas militares que puedan presentar un problema
militar, la Casa Blanca y el Pentágono quieren operar con absoluta
libertad en su guerra santa por la civilización occidental. Este
objetivo también se está logrando, perfilándose una
estrecha alianza guerrerista entre Bush II y el cachorro del Imperio Británico,
Tony Blair.
Este plan
de operaciones, destinado a lograr el máximo provecho estratégico
de la coyuntura política-propagandística proporcionado por
el terrorismo, sólo puede tener éxito si se realiza fuera
de la ley. Y la decisión de la elite política estadounidense
es precisamente esta: actuar fuera de los procedimientos y de las estructuras
del derecho internacional.
La resolución
de pasar por alto a los mecanismos e instituciones de las Naciones Unidas
que fueron creadas precisamente para resolver conflictos internacionales
como éste; la negación a entablar negociaciones con el gobierno
afgano o presentar evidencias jurídicas válidas sobre la
culpa de Osama bin Laden; la presunción de poder actuar como fiscal,
juez y ejecutor mundial contra otros entes; el ultimátum totalitarista
de Bush II al resto del mundo, declarando ante el Congreso estadounidense
que "quien no está con su gobierno está con los terroristas",
todos estos elementos demuestran fehacientemente que Washington pretende
actuar fuera del derecho internacional, tal como hicieron los terroristas.
La reacción
de los gobiernos nacionales frente a este posicionamiento del imperio ha
sido extremadamente preocupante. Solo el gobierno de Cuba se ha atrevido
a diferenciar entre la necesaria condena de los atentados y el necesario
rechazo a las pretensiones extra-legales de Washington. La Unión
Europea que es el único poder de la comunidad mundial que puede
enfrentarse sin riesgo al imperio ha caído una vez más en
un abyecto oportunismo, empujado por fuerzas neocoloniales como las que
representan el francés Jacques Chirac, el inglés Tony Blair
y el español Javier Solana. Pero también potencias mundiales
como China y Rusia se están plegando acríticamente a los
planes de Washington. La preservación y la ampliación de
la democracia mundial exigen que esas potencias obliguen a Estados Unidos
a utilizar los procedimientos previstos en el Estado Global para la solución
de este conflicto por las vías institucionales construidas durante
los últimos cincuenta años. Esta es sus responsabilidad política
y ética no sólo ante los ciudadanos que les dieron el mandato,
sino ante la humanidad entera.
El 28 de
junio de 1914 fue asesinado en el balcano el delfín del imperio
austro-hungaro, el duque Franz Ferndinand, por el estudiante bosnio Princip,
miembro de la organización clandestina "Mano Negra". El 23 de julio,
la monarquía dio un ultimátum al gobierno serbio: represión
de los movimientos nacionalistas y anti-austríacos y castigo de
los responsables del atentado, con participación de las autoridades
del imperio. Serbia, insistiendo en sus derechos soberanos, no aceptó
las condiciones de la Monarquía y cinco días después,
el imperio declaró la guerra que pronto llevó a la primera
conflagración mundial.
Hoy día,
el peligro de una guerra mundial en el sentido convencional, no existe.
Pero, lo que sí existe es el peligro de una guerra contra los pobres,
los movimientos nacionales y los movimientos democratizadores a nivel mundial.
Este es el proyecto que Bush II, aprovechando los atentados, quiere construir
para la aldea global.
Correos
para la Emancipación