CRÓNICAS CIUDADANAS
 


LA FE

    Siempre me impresionó esa potente religiosidad que mis abuelos profesaban. De pequeño, solía seguir a mi abuelo italiano, bueno como el pan y tan pechoño como los de su raza, a cuánta misa o liturgia se presentara. Recuerdo patente, el olor a Iglesia, el silencio marmóreo de esas paredes frías, donde cuaja el hermoso vitreau de finos colores, que es lo único cálido de esos lugares lúgubres. Tampoco me olvido del cura, figura clave aunque difusa, déja vu místico empinando el cáliz al mismo tiempo que ofrecía, solemne, el cuerpo de Cristo. Nunca entendí muy bien cómo esa masa transparente, casi invisible y desabrida, podía representar una de las claves de la cristiandad. Desde entonces, la sotana y los brazos abiertos en signo de cruz, me provocan remembranzas infantiles interesantes. Hoy, ya pasados los años y mi abuelo en el cielo - seguramente a la diestra de Su Señor Padre -, no frecuento ni Iglesias, ni templos, ni tampoco descansa en mi velador La Biblia, aquel mapa de vida que mi vieja ascendencia tanto quiso y quisiera que este nieto moro (que ni siquiera ha pasado por la ceremonia sagrada del bautismo) ocupara como guía absoluto en esta vida transitoria. Tiempo hace ya, que tomé la decisión de abandonar el rebaño de Dios, levantando mi sombrero, con respeto, en signo de Adiós y hasta nunca. Quizás, esta decisión tenga como hito aquel episodio donde este mismo viejo adorable, muy apenado al intuir que su joya de nieto miraba con cierto desdén la idea de convertirse en otro feligrés ejemplar (Aldo ya lo era, que duda cabe), hizo su última jugada cuando nos visitó en nuestro pequeño departamento de la periferia parisina, en el verano de 1978. Con las mejores palabras del mundo, me habló de las bondades del bautismo y de lo que para él significaba que yo aceptara su celestial petición. Sin embargo, ya era demasiado tarde: yo ya me había olvidado de la Iglesia, replegándola muy lejos entre mis inquietudes e intereses. Reinaban ahora, los discursos de Allende, la música de los Quila, la 2da Declaración de La Habana, la hoz y el martillo, las peñas lloronas y los textos del Che. Por otra parte, con mis amigos, la mayoría musulmanes, estábamos seguramente considerados, no para llegar al cielo el día del juicio final, sino que para ir en dirección contraria, directamente hacia el fuego de Lucifer. Pasaron los días y la arteriosclerosis de mi abuelo, que ya se venía fuerte, me echó una mano para que no se hablara más del tema: nunca fui capaz de rechazar la idea de plano, por temor a ofender a mi pobre viejo que tan bueno había sido conmigo siempre.
    Recuerdo todo esto, justo cuando la edición chilena de Le Monde Diplomatique, nos ofrece en su último número, un suculento dossier sobre el Opus Dei, su influencia en la Iglesia, las relaciones con el actual Papa ("los pobres no pueden esperar") y algo, no demasiado pues quedamos con gusto a poco, acerca de los affaires de la secta en Chile. ¿Dónde y cómo actúa esta santa mafia, este poder detrás del poder eclesial? Llama la atención lo clandestina de su estructura, que con sigilo y dinero por montones, pretende imponer ideas retrógradas y fundamentalistas, inventando Centros de Estudio, Universidades y Colegios, todo esto con la figura omnipresente del beato Escrivá de Balaguer, cual estrella que alumbra un camino que, a todas luces, es bastante oscuro. El viejo Aldo, mi abuelo parmesano, mayor de 10 hermanos, de seguro nunca supo ni le interesó el tema del Opus. Con su inocencia característica, siempre supo que existía Dios, y que era uno solo, al cual la humanidad entera le debía ferviente e incondicional devoción. (Con tal filosofía, quizás, emprendió el viaje a Etiopía donde, gracias a Dios, se salvó de una muerte casi segura y de unas salvas en su honor, disparadas por los esbirros de "Il Duce"). Nadie le habló, o él no quiso escuchar una verdad hasta hoy indesmentible. Las dos caras de una misma medalla: por un lado, diáfana, llena de bondad y buenas intenciones, cerca de los pobres y oprimidos del mundo; al reverso, el sello nauseabundo e inquisidor de esta otra iglesia, poderosa, negociante, sectaria, dogmática. La iglesia de los azotes, de la incomprensible y violenta castidad, del Dios furioso, castigador inmisericorde. Esta poderosa institución con carácter Divino, cuyo comportamiento con los más de 20 años de Papado de Carol, ha significado un franco y poderoso transito hacia el conservadurismo más recalcitrante, del cual Chile tambien se ha hecho eco, contando con algunos adelantados en la categoría, que hasta el día de hoy hacen noticia con la podredumbre de su discurso. Presbíteros amilicados, Obispos gordos de opulencia y fascismo, despreciando al prójimo, cuando es proleta, homosexual, comunista o simplemente, pobre. En fin, la iglesia de unos pocos, ejerciendo dominio sobre el rebaño de cientos de millones de hombres y mujeres de Fe.
    Razones de sobra para alejarse, de esta Institución milenaria, tal como lo hiciera aquella vez, a pesar de la escasez de argumentos, a pesar del abuelo, la familia y la presión social. Pero tambien motivos suficientes para sentir una fuerte cercanía con aquellas ovejas negras (o descarriadas) que mantienen vivos los principios y valores de la iglesia de los pobres, del Dios bondadoso, del buen pastor. La cara sucia de algunos, no puede opacar la belleza de las acciones de otros, valerosos seres humanos entregados a entregar, a amar, a tan sólo dar…sin esperar recibir nada a cambio, ni siquiera aquello que tal vez sea lo más preciado por la Iglesia en general: la evangelización del mundo.
    Hace muchos años que la Iglesia Católica está en crisis. Algunos, más atrevidos, han planteado que desde su génesis. Lo cierto es que se acerca a paso firme, la definitiva decadencia de una Institución que de seguro, acabará para siempre con la Iglesia que algún día, de niños, soñamos espléndida.

Romero Ventura

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