¿Reforma o Revolución?
Una discusión en las condiciones actuales de América Latina
James Petras
Exposición en el Forum Social Mundial Porto Alegre 2002
El tema de hoy
tiene una larga historia de discusiones. Cuando lo retomamos, no podemos
ignorar la situación en la que estamos los revolucionarios, que
somos minoría en casi todos los contextos de la izquierda, aunque
en algunos casos estemos creciendo.
En primer lugar, tenemos que comenzar precisando
qué es concretamente el reformismo, ya que los revolucionarios no
nos caracterizamos por el rechazo a las reformas como muchas veces nos
imputan los reformistas. No está allí la diferencia.
Hilando muy esquemáticamente, diríamos
que el reformismo es la corriente política que busca aumentar los
ingresos de los trabajadores, disminuir el grado de las desigualdades sociales,
promover políticas de distribución del ingreso y políticas
sociales por la vía de buscar un mayor peso del estado, y promoviendo
estos objetivos dentro del marco del propio sistema capitalista.
La política revolucionaria en cambio tiene
métodos de lucha distintos al reformismo: acción extraparlamentaria,
creación de nuevas formas de organización popular, de doble
poder. Pero no se trata de una diferencia metodológica que se justifique
por
sí misma. La razón de ser de esta metodología
es la búsqueda sistemática, por parte de los revolucionarios,
de la posibilidad de transferir a estas organizaciones populares el control
de las relaciones de producción y de las formas de gestión
de la
producción social.
Viendo la realidad actual, podemos decir que hay
un error muy grande, a veces, por parte de los revolucionarios, de seguir
calificando de reformistas al referirse a corrientes políticas con
las que disputan en seno del movimiento popular y la izquierda.
Porque, de hecho, si nos atenemos a la caracterización
anterior, vemos que estas organizaciones llamadas reformistas, o que provienen
del reformismo clásico que conocimos, ya no lo son. Podemos ejemplificar
esto gráficamente citando a Milton
Friedman, el papá del neoliberalismo, quién llegó
a decir la vez que conoció a Felipe González, que si él
hubiese sabido que los socialistas eran así, se hubiese hecho socialista.
Pero para actuar sobre esta realidad no alcanza
con repetir definiciones sobre las diferencias entre reformistas y revolucionarios
a partir de los textos clásicos, porque si nos limitamos a tachar
de reformistas a quienes no comparten la política revolucionaria,
perdemos la oportunidad de actuar en el escenario político real.
De lo que se trata, en cambio, es de partir de un
análisis de la realidad. Veremos inmediatamente que las condiciones
que existían en los momentos históricos de auge del reformismo
clásico, ya no existen más. Y eso nos permite explicar entonces
el por qué del fenómeno de que ese reformismo clásico
ya no funcione. Porque la Historia nos muestra que el reformismo avanza
en determinadas condiciones: cuando hay crecimiento de la economía
capitalista, cuando hay posibilidades de ampliar el mercado interno, cuando
hay una situación internacional favorable, cuando puede existir
un sistema político más abierto. Tal es el caso, por ejemplo,
de la coyuntura de las guerras de los países imperialistas entre
ellos. En esa situación los países del Tercer Mundo encontraban
condiciones favorables para las ventas de sus materias primas, y al mismo
tiempo no podían importar productos industriales del Primer Mundo
porque la industria de estos últimos estaba volcada a la producción
militar.
Debieron entonces llevar adelante la sustitución
de importaciones, desarrollar su propia industria para atender el mercado
interno. Y eso generó las condiciones en las que fueron posibles
los casos de reformismo en el Tercer Mundo, cuyos ejemplos
veremos.
Las revoluciones surgieron en cambio en otras situaciones,
a partir de los desastres producidos por las guerras, de colapso del mercado
capitalista, y cuando el capital imperialista había logrado copar
nuevamente los mercados interiores de los países del Tercer Mundo,
cuando las burguesías de estos países pasan entonces a ser
lo que llamamos burguesías compradoras, simples intermediarias del
capital imperialista sin ninguna autonomía productiva. Pero aclaremos
que el colapso del capital por sí mismo no crea las revoluciones.
Capital quebrado no significa el fin del capitalismo, o la etapa final
del capitalismo. No hay una etapa final del capitalismo, el capitalismo
sólo se termina cuando la gente decide tumbarlo.
Y si miramos las experiencias políticas de
los últimos veinte años, podemos decir que no hay ni un sólo
ejemplo de reformismo real, salvo alguna excepción parcial.
El peronismo de la década del cuarenta fue
un ejemplo de reformismo en el Tercer Mundo (de tipo populista). Pero el
gobierno de Menem desarrolla una política ultra-neoliberal.
El partido socialista chileno, el partido de Allende,
podría ser tomado como un caso de reformismo en otra época,
pero hoy es el partido más liberal de América Latina. Y en
todo el continente vemos casos de movimientos nacionalistas que se han
transformado en liberales.
Como excepción, podemos contar apenas con
pequeños episodios de reformismo, por tiempos muy limitados. Alán
García en Perú tuvo una muy breve política reformista
(nacionalización de la banca), pero muy pronto claudicó.
Jospin impulsó primero la reducción de la jornada laboral
a 35 horas, pero de inmediato comenzó la mayor ola de privatizaciones
en Francia, superando aún a la de Chirac. Y debemos decir que no
se trata exclusivamente de Jospin y los socialistas, porque los verdes
y el PCF van a la cola, discrepando, es cierto, pero conservando sus ministerios.
Y Chávez en Venezuela es otro de esos casos.
Y la tragedia es precisamente que cuenta con un gran apoyo popular. Más
allá de su discurso, y hablo porque tuve oportunidad de conocerlo
personalmente en París y hablar extensamente con él, se trata
de un nacionalista liberal de rasgos populistas. En tres años no
ha realizado ninguna reforma profunda en Venezuela, no ha invertido ni
siquiera en programas sociales de envergadura, no ha hecho obras para atender
a las necesidades de las masas gastando grandes sumas de dinero en ello
como sí lo hicieron los reformistas populistas de hace décadas.
Tiene sí una política externa de confrontación con
el imperialismo, pero al mismo tiempo, impulsa una apertura económica
de Venezuela de corte liberal. Su ley de tierras es más conservadora
incluso que la reforma agraria del 61, pagando las expropiaciones en efectivo
y de inmediato. Pero incluso en ese contexto, su política externa
es ya demasiado para el imperialismo, y ha provocado la ira de EE.UU. Los
aspectos de su política internacional que chocan con el extremismo
actual de EE.UU. son: su rechazo a la agresión a Irak, su rechazo
al Plan Colombia, no permitir los vuelos militares por sobre el territorio
venezolano, y, sobre todo, su rechazo a la cruzada antiterrorista de EE.UU.
Por este punto, los funcionarios del gobierno norteamericano fueron expresamente
a Venezuela a advertirle que le iban a hacer pagar un alto precio. Por
eso ahora han alentado una campaña abierta contra Chávez
por parte de la derecha. Chávez no tiene base orgánica, y
no tiene tiempo para crearla. La gente está cansándose de
haber esperado seis años sin resultados. En estas condiciones, si
no radicaliza en forma inmediata su política social interna, no
va a tener posibilidades de sustentar su política exterior independiente,
y no terminará este año.
Esto que estamos diciendo no es un argumento deducido
de los textos clásicos, las limitaciones actuales que hacen imposible
estos tipos de reformismo surgen de la propia realidad.
Lo que ha ocurrido hoy a escala mundial es un viraje
del neoliberalismo a un neomercantilismo. El colapso del neoliberalismo
no significa su final, por el contrario, aún van a apretar más.
Significa su combinación dentro de una nueva política, que
llamamos neomercantilismo, y que está caracterizada por muros de
contención para los sectores no competitivos de los EE.UU., que
reciben subsidios y créditos, al mismo tiempo que el Estado imperialista
trabaja para abrir los mercados en el sur.
Y vemos que se cierran las posibilidades de exportación
a EE.UU. en un sector tras otro, autos, cítricos, azúcar,
en el caso de Brasil. Si aún pueden exportar café es porque
EE.UU. no produce café, de modo todos Uds pueden transformarse en
cafetaleros sin molestar a EE.UU. El neoliberalismo ya pasó,
hoy es el neomercantilismo, que se impone por la fuerza de la misma forma
que el mercantilismo clásico que conoció la Historia. Y esta
nueva estrategia imperialista provoca la liquidación de los mercados
internos de los países del Tercer Mundo, y de esta forma, es una
sentencia de muerte para la pequeña y mediana industria y la pequeña
y mediana propiedad que fueron la base material del reformismo de otrora.
Hoy se extrae el excedente a la fuerza.
A su vez, la burguesía en América
Latina se ha transnacionalizado. Gran parte de sus ingresos están
depositados en bancos internacionales. 500 mil millones son transferidos
por año del Tercer Mundo a los bancos internacionales.
En estas condiciones, el proyecto reformista de
Lula, de las democracias cristianas, del Polo Social, y de tantos otros
ejemplos en el continente, no tiene posibilidades de ser realizado. Esto
lo saben estos líderes políticos, y ya tienen decidido que
los programas que sus organizaciones esgrimen no se van a poner en práctica,
se van a dejar de lado. Si llegan al gobierno, por el contrario, van a
profundizar el proyecto liberal.
Además el neomercantilismo viene sustentado
en la guerra. Esto significa la militarización de América
Latina, el llamado pacto antiterrorista impuesto por EE.UU. y firmado de
inmediato por todos los presidentes del continente menos Castro y Chávez,
que significa abrir las puertas de todo tipo de represión y el Congreso
deja las manos libres a la CIA a texto expreso, algo nunca visto anteriormente.
Con la nueva política belicista, EE.UU. busca
matar dos pájaros con una sola piedra. Al involucrar a sus aliados
en ella, los usan para destrozar la resistencia del Tercer Mundo, y al
mismo tiempo crearles problemas a sus competidores entre las
potencias imperialistas. Estados Unidos difícilmente tenga problemas
de abastecimiento de petróleo a causa de la guerra en Medio Oriente,
pero Europa sí puede llegar a tenerlos. Esta política belicista
tiene entonces un gran impacto en América Latina.
Y en este continente se dice desde hace unos años
que vivimos una transición, pero ¿transición a qué?
Uno de los grandes errores de la izquierda latinoamericana es hablar de
una transición democrática luego de las dictaduras militares.
Lo que en
realidad hubo es una transición de un autoritarismo militar
a un autoritarismo cívico-militar, donde se conservan todos los
resortes del autoritarismo tradicional, donde las decisiones son tomadas
por políticos no elegidos e impuestas por la intimidación
y el chantage. Algunos hablan de democracia, pero no la hay. Claro que
hay diferencias, ahora que estamos reunidos, no nos están golpeando,
aunque ayer mismo invadieron diez hombres armados el local de la CUT en
São Paulo. Hay
una tensión permanente entre estas dos tendencias, como un paisaje
híbrido autoritarismo-democracia.
Pero esto tiene un nuevo giro a partir del 6 y 7
de octubre (creo que hay que tomar esta fecha y no el 11 de setiembre como
fecha clave) con la masacre a Afganistan, Y no guerra, porque no hay realmente
una guerra si hubo 20 000 muertos afganos y
un soldado norteamericano. Un nuevo viraje que trae una ola de invasiones
generalizadas, aunque en general se trata de una invasión de funcionarios
de cuello blanco del FMI, siempre es una invasión militarizada porque
los marines son el soporte de esos funcionarios.
En esta nueva situación represiva, muchos
políticos de izquierda pensaron que no hay más remedio que
acomodarse a la nueva realidad. Es un error, cuanto más se acomoden,
más golpes recibirán. La política de presión
usada en los tiempos del viejo reformismo debe ahora dejar paso a una política
de vocación de poder.
Y para definir esta debemos prestar atención
a las nuevas situaciones, como la de Argentina, en que aparecen nuevas
formas de lucha y nuevos protagonistas. Los desocupados cortan las rutas,
y al cortar el proceso de circulación de las mercancías cortan
el circuito de valorización del capital, en una forma equivalente
a las huelgas de los trabajadores que interrumpen la producción.
Ahora, el desocupado es muchas veces un ex-sindicalista que aporta su experiencia
organizativa en las nuevasorganizaciones barriales. Aparecen también
otros actores, luchas de los cocaleros en Bolivia y campesinos en otros
países, los Sem Terra de Brasil, etc. Y en las luchas de los indígenas
en Ecuador, vemos entrar en escena a los explotados de los explotados.
Ante estas situaciones debemos tratar de comprender
la nueva realidad. Lenin esperaba la revolución en Alemania y no
ocurrió, entonces volvió su mirada a otros lados. Estas otras
luchas tenían formas distintas. Mao fue criticado en su momento
por quienes argumentaban que organizar un ejército de campesinos
no es el camino para realizar una revolución socialista. Se equivocaron,
por más que aquella revolución que Mao llevó al triunfo
tuviese sus limitaciones. Fue una auténtica revolución de
inspiración socialista. Lo mismo Cuba, donde la izquierda se automarginó
de la lucha hasta el último momento. Y por último, el gran
líder Manuel Marulanda en Colombia, despreciado por la izquierda
por tratarse de un campesino que no tiene producción escrita, pero
que ha logrado formar un ejército de veinte mil hombres que controla
el 40% del territorio de Colombia y se ha
mantenido por treinta años, superando en esto al Che, y lo digo
con el mayor de los respetos hacia el Che.
Debemos aprender de todas estas nuevas experiencias.
Y si no entendemos esta realidad, terminamos quedándonos debajo
de la cama.