Greg Oxley
In Defence of Marxism
Traducción: Germán Leyens
La
Comuna de París de 1871 fue uno de los episodios más trascendentales
e inspirantes de la historia de la clase obrera. En un tremendo movimiento
revolucionario, los trabajadores de París reemplazaron el estado
capitalista con sus propios órganos de gobierno y mantuvieron el
poder político hasta su caída en la última semana
de mayo. Los trabajadores parisienses se esforzaron, en circunstancias
extremadamente difíciles, por terminar con la explotación
y la opresión, y por reorganizar la sociedad sobre una base enteramente
nueva. Las lecciones de esos acontecimientos son de fundamental importancia
para los socialistas de nuestros días.
Veinte años antes del advenimiento de la
Comuna, después de la derrota del levantamiento de los trabajadores
en junio de 1848, el golpe militar del 2 de diciembre de 1851 llevó
al poder al Emperador Napoleón III. Al principio, el nuevo régimen
bonapartista parecía inconmovible. Los trabajadores habían
sido derrotados, sus organizaciones ilegalizadas. A fines de la década
de 1860, sin embargo, el agotamiento del crecimiento económico,
y el renacimiento del movimiento laboral, habían debilitado seriamente
el régimen. Se hizo claro que sólo una nueva guerra –con
un éxito rápido- podría permitir que sobreviviera
algún tiempo. En agosto de 1870, los ejércitos de Napoleón
III se pusieron en marcha contra Bismarck. La guerra, argumentó,
traería conquistas territoriales, debilitaría a los rivales
de Francia, y terminaría con la crisis en las finanzas y la industria.
A menudo sucede que la guerra lleva a la revolución.
No es por accidente. Una guerra arranca a los trabajadores de su rutina
diaria. Las acciones del estado, de los generales, de los políticos,
de la prensa, son escudriñadas por la masa de la población
con infinitamente más atención que en condiciones normales
de tiempos de paz. Es así particularmente en caso de derrota. El
intento de invasión de Alemania por Napoleón III terminó
rápidamente y sin gloria. El 2 de septiembre, cerca de Sedan en
el borde oriental de Francia, el Emperador fue capturado por el ejército
de Bismarck junto con 100 mil soldados. En París, manifestaciones
de masas inundaron las calles de la capital, exigiendo el derrocamiento
del Imperio y la declaración de una nueva república democrática.
La llamada oposición republicana estaba aterrorizada
por este movimiento, pero fue obligada, a pesar de ello, a inaugurar la
república el 4 de septiembre. Un nuevo "Gobierno de Defensa Nacional"
fue instalado, cuya figura clave era el general Trochu. Jules Favre, también
parte del gobierno y un representante típico del republicanismo
capitalista, proclamó que "ni una pulgada de territorio, ni una
sola piedra de nuestras fortalezas" serían cedidas a los prusianos.
Las tropas alemanas rodearon rápidamente París y sitiaron
la ciudad. El pueblo apoyó inicialmente al nuevo gobierno en nombre
de la "unidad" contra el enemigo extranjero. Pero esa unidad se rompería
pronto.
A pesar de sus declaraciones públicas, el
Gobierno de Defensa Nacional no creía que fuera posible defender
París. Fuera del ejército regular, una milicia popular de
200 mil, la Guardia Nacional, se declaró dispuesta a defender París,
pero los obreros armados dentro de París constituían un peligro
mucho mayor para los intereses de clase de los capitalistas franceses,
que el ejército extranjero a sus puertas. El gobierno decidió
que sería mejor capitular ante Bismarck lo más pronto posible.
Sin embargo, a causa del fervor patriótico de los parisienses y
de la Guardia Nacional, el gobierno no podía declarar abiertamente
sus intenciones. Trochu tenía que ganar tiempo. Contaba con los
efectos sociales y económicos del sitio para debilitar la resistencia
de los trabajadores de París. Mientras tanto, el gobierno abría
negociaciones secretas con Bismarck.
Con el paso de las semanas, la hostilidad hacia
el gobierno fue creciendo. Cundían innumerables rumores sobre negociaciones
con Bismarck. El 8 de octubre, la caída de Metz provocó una
nueva manifestación de masas. El 31, varios contingentes de la Guardia
Nacional, dirigidos por los blanquistas, atacaron y ocuparon temporalmente
el edificio [de la Asamblea Nacional]. En esa etapa, la masa de los trabajadores,
no estaba aún preparada a actuar contra el gobierno. La insurrección
fue por lo tanto aislada. Blanqui huyó a la clandestinidad y Flourens,
el valeroso comandante de los batallones de Belleville, fue encarcelado.
En París, la inanición y la pobreza
provocadas por el asedio estaban teniendo consecuencias desastrosas, y
la necesidad de romper el sitio se sentía de manera tanto más
aguda. La salida dirigida a tomar la aldea de Buzenval el 19 de enero terminó
en otra derrota. Trochu renunció. Fue reemplazado por Vinouy, que,
en su primera proclama, escribió que los parisienses "no debieran
tener ilusiones" sobre la posibilidad de derrotar a los prusianos. Ahora
estaba en claro que el gobierno tenía la intención de capitular.
Los clubes políticos y los Comités de Vigilancia llamaron
a los Guardias Nacionales a que se armaran y a que marcharan sobre el Ayuntamiento.
Otros destacamentos fueron a las prisiones a liberar a Flourens. Bajo creciente
presión de abajo, los demócratas de clase media de la Alianza
Republicana exigieron un "gobierno popular" para organizar una resistencia
efectiva contra los prusianos. Pero cuando los Guardias Nacionales llegaron
al Ayuntamiento, Chaudry, representando al gobierno, se dirigió
a gritos a los delegados de la Alianza. Eso bastó para que los republicanos
decidieran dispersarse de inmediato. Guardias bretones favorables al gobierno
abatieron a Guardias Nacionales y a manifestantes que trataban de oponerse
a esa traición. Los Guardias Nacionales devolvieron el fuego, pero
fueron obligados a retirarse.
El primer choque armado con el gobierno significó
el colapso de la Alianza Republicana. Si embargo, el movimiento contra
el gobierno disminuyó temporalmente. El 27 de enero, el Gobierno
de Defensa Nacional pudo seguir con la capitulación que había
planeado desde el comienzo del sitio.
La Francia rural estaba a favor de la paz, y los
votos del campesinado en las elecciones a la Asamblea Nacional en febrero,
dieron una gran mayoría a los candidatos monárquicos y conservadores.
La Asamblea nombró a un reaccionario empedernido, Adolphe Thiers,
como jefe del gobierno. Un choque entre París, y la mayoría
"rural" de la Asamblea, se hizo inevitable. La contrarrevolución
abierta había levantado su cabeza, y actuó como un aguijón
para la revolución. Los soldados prusianos penetrarían pronto
en la capital. La tregua en el movimiento dejó ahora el paso a una
nueva ola más poderosa de protestas. Manifestaciones armadas de
la Guardia Nacional tuvieron lugar, apoyadas masivamente por los trabajadores
y los sectores más pobres de la población, denunciando a
Thiers y a los monárquicos como traidores, llamando a la "lucha
hasta la muerte" en defensa de la república. Los eventos del 31
de octubre y del 22 de enero no fueron más que tímidos anticipos
del nuevo movimiento que venía. La clase obrera de París,
en su totalidad, estaba ahora en franca rebeldía.
La Asamblea Nacional reaccionaria provocaba constantemente
a los parisienses, refiriéndose a ellos como asesinos, criminales.
Anuló la paga, de por sí muy baja, de los Guardias Nacionales,
a menos que demostraran que eran "incapaces de trabajar". El sitio había
llevado a muchos trabajadores al desempleo, y la prestación por
su servicio en la Guardia Nacional era todo lo que los separaba de la inanición.
Los atrasos en el pago de alquileres y todas las deudas fueron hechos pagaderos
dentro de 48 horas. Esto amenazaba a los pequeños comerciantes con
la ruina inmediata. París perdió su estatus como capital
de Francia, la que fue transferida a Versalles. Estas medidas, y muchas
otras, afectaron a los sectores más pobres de la sociedad de manera
particularmente dura, pero llevaron también a una radicalización
de los parisienses de clase media, cuya única verdadera esperanza
de salvación residía ahora en el derrocamiento revolucionario
de Thiers y de la Asamblea Nacional.
La rendición a los prusianos y la amenaza
de la restauración monárquica, llevaron a una transformación
en la Guardia Nacional. Un "Comité Central de la Federación
de Guardias Nacionales" fue elegido, representando 215 batallones, equipados
con 2000 cañones y 450 mil armas de fuego. Se adoptaron nuevos estatutos,
estipulando "el derecho absoluto de los Guardias Nacionales de elegir sus
dirigentes, y de revocarlos en cuanto perdieran la confianza de sus electores."
Esencialmente, el Comité Central, y las estructuras correspondientes
a nivel de batallón, fueron predecesores de los soviets de diputados
de obreros y campesinos, que surgieron durante las revoluciones de 1905
y 1917 en Rusia.
La nueva dirigencia de la Guardia Nacional demostró
rápidamente su autoridad. Cuando el ejército prusiano iba
a entrar en País, decenas de miles de parisienses armados se reunieron
con la intención de atacar al invasor. El Comité Central
intervino para impedir una lucha desigual para la que no estaba aún
preparado. El éxito del Comité Central estableció
firmemente su autoridad como la dirección reconocida de la masa
del pueblo. Clément Thomas, el comandante nombrado por el gobierno,
no tuvo otra alternativa que renunciar. Las fuerzas prusianas ocuparon
parte de la ciudad durante dos días, pero luego se retiraron.
Thiers había prometido a los rurales en la
Asamblea que restauraría la monarquía. Su tarea inmediata
fue terminar con la situación de "doble poder" en París.
Los cañones bajo el control de la Guardia Nacional –y particularmente
aquellos en las alturas de Montmartre dominando la ciudad- simbolizaban
la amenaza contra la "ley y el orden" capitalista. A las 3 de la mañana,
el 18 de marzo, 20 mil soldados regulares fueron enviados a apoderarse
de esos cañones, bajo el comando del general Lecomte. Los cañones
fueron capturados sin dificultades. Sin embargo, la expedición había
comenzado sin pensar en la necesidad de tener arneses para arrastrarlos.
A las 7, los arneses no habían llegado. Los soldados se vieron ahora
rodeados por una creciente multitud de trabajadores, incluyendo mujeres
y niños. A continuación llegaron a la escena los Guardias
Nacionales. La multitud desarmada, los Guardias Nacionales y los hombres
de Lecomte estaban apretujados unos contra otros en el denso gentío.
. Algunos de los soldados fraternizaron abiertamente con los guardias.
Lecomte ordenó a sus hombres que dispararan sobre la muchedumbre.
Nadie disparó. Los soldados y los Guardias Nacionales lanzaban vítores
y se abrazaban. Fuera de un breve intercambio de tiros en la Plaza Pigalle,
el ejército se descalabró sin ofrecer resistencia alguna
a los Guardias. Lecomte y Clement Thomas, el ex comandante de la Guardia
Nacional que había disparado contra los obreros en 1848, fueron
arrestados. Soldados enfurecidos los ejecutaron poco después.
Thiers no había previsto la defección
de los soldados. Presa del pánico, huyó de París y
ordenó al ejército y a los servicios civiles que evacuaran
por completo la ciudad y los fuertes a su alrededor. Thiers quería
salvar lo que pudiera del ejército alejándolo del "contagio"
por el París revolucionario. Los restos de sus fuerzas, muchos de
ellos abiertamente insubordinados, cantando canciones revolucionarias y
gritando consignas, partieron a Versalles.
Sin el viejo aparato estatal, la Guardia Nacional
se apoderó de todos los puntos estratégicos en la ciudad,
sin encontrar resistencia de importancia. El Comité Central no había
jugado ningún papel en los acontecimientos del día. ¡Y,
a pesar de ello, en la noche del 18, descubrió que era, en efecto,
el gobierno de un nuevo régimen revolucionario basado en el poder
armado de la Guardia Nacional!
La primera tarea que enfrentó el Comité
Central fue entregar el poder que tenía en sus manos. ¡No
tenían un "mandato legal" para gobernar! Después de mucha
discusión, se acordó quedarse en el Ayuntamiento "unos pocos
días" durante los cuales se organizarían elecciones municipales.
Con el grito de "¡Viva la Comuna!", los miembros del Comité
Central se sintieron muy aliviados, porque no tendrían que ejercer
el poder por mucho tiempo. El problema que tenían que encarar de
inmediato era el de Thiers y del ejército en camino hacia Versalles.
Eudes y Duval propusieron que la Guardia Nacional los persiguiera para
aplastar lo que quedaba de las fuerzas en manos de Thiers. Sus llamados
no fueron escuchados. El Comité Central estaba compuesto en su mayor
parte por gente muy moderada, sin ninguna preparación en su temperamento
e ideas para las tareas con las que los enfrentaba la historia.
El Comité Central comenzó largas negociaciones
con los antiguos alcaldes y con varios "conciliadores" sobre la fecha de
las elecciones. Esto absorbió su atención, hasta que la elección
tuvo finalmente lugar el 26 de marzo. Thiers aprovechó bien ese
valioso tiempo que se le ofrecía. Se condujo una campaña
de mentiras y una despiadada propaganda contra París en las provincias,
y, con la ayuda de Bismarck, se reforzó la cantidad, las armas y
la moral de los soldados, preparándose para un ataque contra París.
La Comuna recién elegida reemplazó
a la dirección de la Guardia Nacional como el gobierno oficial del
París revolucionario. Estaba compuesta sobre todo de gente asociada
de una u otra manera con el movimiento revolucionario. Se podría
describir a la mayoría como "republicanos de izquierda," sumidos
en una nostalgia idealizada por el régimen jacobino del tiempo de
la Revolución Francesa. De sus 90 miembros, 25 eran obreros, 13
eran miembros del Comité Central de la Guardia Nacional, y unos
15 miembros de la Asociación Internacional de Trabajadores. Entre
ellos, los blanquistas –hombres enérgicos siempre dispuestos a medidas
dramáticas y extremas, pero con ideas políticas de las más
vagas – y los Internacionalistas sumaban un cuarto de la Comuna. Blanqui
mismo estaba en una prisión provincial. Los pocos miembros de derecha
que habían sido elegidos, renunciaron a sus puestos usando diversos
pretextos. Otros fueron arrestados al descubrirse sus nombres en archivos
de la policía, que los identificaban como ex espías del régimen
imperial.
Bajo la Comuna, todos los privilegios de los funcionarios
del estado fueron abolidos, los alquileres fueron congelados, los talleres
abandonados fueron colocados bajo el control de los trabajadores, se tomaron
medidas para limitar el trabajo nocturno, para asegurar la subsistencia
de los pobres y de los enfermos. La Comuna declaró que su objetivo
era "terminar con la competencia anárquica y ruinosa entre los trabajadores
por la ganancia de los capitalistas", y la "difusión de los ideales
socialistas". La Guardia Nacional se abrió a todos los hombres físicamente
capaces, y organizada, como hemos visto, siguiendo líneas estrictamente
democráticas. Los ejércitos permanentes "separados y apartados
del pueblo" fueron declarados ilegales. La Iglesia fue separada del estado.
La religión fue declarada "asunto privado". Se confiscaron casas
y edificios públicos para la gente sin hogar. La educación
pública fue abierta a todos, así como los teatros y los centros
de cultura y educación. Los obreros extranjeros fueron considerados
como hermanos y hermanas, como soldados de la "república universal
del trabajo internacional". Se realizaban reuniones, día y noche,
en las que miles de hombres y mujeres ordinarios discutían cómo
diferentes aspectos de la vida social podían ser organizados en
función de los intereses del "bien común".
El carácter social y político de la
sociedad, que estaba tomando forma bajo los auspicios de la Guardia Nacional
y de la Comuna, era inequívocamente socialista. La falta de todo
precedente histórico, la ausencia de una dirigencia palpable, organizada,
de un programa claro, combinadas con la dislocación social y económica
de una ciudad sitiada, significaba necesariamente que los trabajadores
buscaban laboriosamente, a tientas, cuando se trataba formular los requerimientos
concretos para la organización de la sociedad en función
de sus propios intereses. Se ha escrito mucho sobre la incoherencia, las
medidas a medias, el tiempo y la energía perdidas y las prioridades
erróneas del pueblo parisiense durante sus diez semanas de poder
dentro de los muros de una ciudad sitiada. Todo esto, y más, es
cierto. Los communards cometieron muchos errores. Marx y Engels
fueron particularmente críticos de que no hubieran tomado el control
del Banco de Francia, que continuó pagando millones de francos a
Thiers, con los que se estaba armando contra París. Sin embargo,
fundamentalmente, todas las iniciativas más importantes tomadas
por los trabajadores iban hacia la emancipación total, social y
económica, de la población asalariada, como clase. Sobre
todo, a la Comuna le faltó el tiempo suficiente. El proceso en la
dirección del socialismo fue cortado en seco por el retorno del
ejército de Versalles y el baño de sangre que terminó
con la Comuna.
La amenaza desde Versalles fue claramente subestimada
por la Comuna, que no sólo no intentó atacarlos, sino que
ni siquiera se preparó seriamente para su propia defensa. Desde
el 27 de marzo en adelante, había habido ocasionales intercambios
de fuego entre las posiciones avanzadas del ejército de Versalles
y las fortificaciones en los alrededores de París. El 2 de abril,
un destacamento communard que iba hacia Courbevoie, fue atacado
y rechazado. Los prisioneros tomados por las fuerzas de Thiers fueron ejecutados
sin juicio. Al día siguiente, bajo la presión de la Guardia
Nacional, la Comuna, por fin, lanzó una ofensiva sobre tres flancos
contra Versalles. Sin embargo, a pesar del entusiasmo de los batallones
de communards, la falta de preparación política y
militar seria (se pensaba claramente que, como el 18 de marzo, el ejército
de Versalles se pasaría a la Comuna al ver a la Guardia Nacional)
condenó esa tardía misión de combate a un fracaso
funesto.
Esa derrota resultó en la pérdida
no sólo de los muertos y heridos, que incluían a Flourens
y Duval, ambos masacrados después de su captura por el ejército
de Versalles, sino que también de los elementos más pusilánimes
dentro de París. El optimismo fatalista de las primeras semanas
dio paso a un sentido del peligro inminente de derrota, acentuando las
divisiones y las rivalidades en todos los niveles del comando militar.
Finalmente, el ejército de Versalles entró
en París el 21 de mayo de 1871. En el Ayuntamiento, después
de no haber organizado ninguna estrategia militar seria, ahora, en el momento
decisivo, la Comuna simplemente dejó de existir, abdicando toda
responsabilidad a un "Comité de Seguridad Pública," completamente
inefectivo. Se dejó a los Guardias Nacionales que combatieran "en
sus localidades", una decisión que de por sí, junta con la
ausencia de todo comando centralizado, impidió toda concentración
seria de fuerzas de la Comuna que hubiera podido resistir el ataque de
las tropas de Versalles. Los communards combatieron con inmensa
valentía, pero fueron gradualmente empujados hacia el este de la
ciudad, y derrotados finalmente el 18 de mayo. Las fuerzas de Thiers realizaron
una terrible matanza de casi 30 mil hombres, mujeres y niños, y
unos 20 mil fueron probablemente masacrados en las semanas siguientes.
Los pelotones de ejecución estuvieron en acción, hasta bien
avanzado el mes de junio, asesinando a todo el que fuera sospechado de
haber cooperado de alguna manera con la Comuna.
Marx y Engels siguieron de cerca la Comuna, y sacaron
muchas enseñanzas de ese primer intento de edificar un estado de
trabajadores. Sus conclusiones están contenidas en los escritos
publicados bajo el título de "La Guerra Civil en Francia", con una
introducción particularmente remarcable de Engels. Antes del 18
de marzo, habían declarado que, considerando las circunstancias
desfavorables, la toma del poder sería "una locura desesperada."
Sin embargo, los acontecimientos del 18 de marzo dejaron a los obreros
con un poder en sus manos, que les había sido impuesto. Los trabajadores
de París se consideraban como luchadores, no sólo por sus
objetivos inmediatos. Luchaban, como declaraban, por una "república
social universal", libre de la explotación de la división
en clases, del militarismo reaccionario y de los antagonismos nacionales.
En la Francia moderna, como en todos los países industrializados
del mundo, las condiciones materiales para la realización de esos
grandes objetivos, son incomparablemente más favorables hoy en día,
que en la situación de 1871. Debemos establecer ahora un fundamento
sólido para la sociedad por la que combatieron y murieron los hombres
y mujeres de la Comuna.