Umberto Eco
La cuestión que estos días turba las
conciencias de todos no es si el terrorismo está bien o mal, o si
hay que erradicarlo aunque sea de forma violenta: sobre esto hay un consenso
unánime, al menos en Occidente y en muchos países árabes,
e incluso un pacifista admite que en cualquier reacción de legítima
defensa es indispensable cierta dosis de violencia. Si no fuera así,
no deberían existir ni siquiera las fuerzas de policía, y
no habría que usar la violencia contra quien está disparando
a la multitud. Los auténticos problemas son otros: si la guerra
es la forma adecuada de violencia y si el enfrentamiento que nos espera
debe convertirse en un enfrentamiento de civilizaciones -o, si se prefiere,
de culturas-, o una guerra entre Oriente y Occidente. De ahora en adelante
usaré, por comodidad, la expresión 'guerra E/O', del mismo
modo que durante la Guerra Fría se consideraba, con mucha flexibilidad
geográfica, Este a Checoslovaquia y Oeste a Finlandia, Este a China
y Oeste a Japón. Y naturalmente, al hablar de un enfrentamiento
entre mundo cristiano y mundo musulmán, incluyo entre los cristianos
a todos los occidentales, incluidos los ateos y los agnósticos,
y en el mundo musulmán también a los fieles de poca fe que
beben vino a escondidas sin preocuparse lo más mínimo por
el Corán.
Por un lado, las operaciones de guerra pueden empujar
en Oriente a las masas fundamentalistas a tomar el poder en los diferentes
Estados musulmanes, incluso en algunos de los que apoyan a Estados Unidos;
por el otro, la intensificación de atentados insostenibles puede
llevar a las masas occidentales a considerar al islam en su conjunto como
el enemigo. Tras lo cual tendríamos un enfrentamiento frontal, el
Armagedón decisivo, el choque final entre las fuerzas del Bien y
las del Mal (y cada parte consideraría mal a la parte contraria).
No es un escenario imposible. Por ello, como todos los escenarios, debe
dibujarse hasta sus últimas consecuencias.
Admito que para hacerlo hay que practicar el arte
de la ciencia-ficción. Pero también el desplome de las dos
torres fue anticipado por mucha ciencia-ficción cinematográfica,
y, por lo tanto, los escenarios de ciencia-ficción, aunque no necesariamente
dicen lo que va a ocurir, sí sirven para decir lo que podría
ocurrir.
Choque frontal, pues, igual que en el pasado. Pero
en el pasado había una Europa con fronteras bien definidas, con
el Mediterráneo entre cristianos e infieles y con los Pirineos,
que mantenían aislada la parte occidental del continente que aún
era en parte árabe. Tras lo cual, el enfrentamiento podía
asumir dos formas: o el ataque o la contención.
El ataque lo constituyeron las Cruzadas, pero ya
se sabe lo que pasó. La única cruzada que llevó a
una conquista efectiva (con la instalación de los reinos francos
en Oriente Próximo) fue la primera. Después, durante siglo
y medio (con Jerusalén de nuevo en manos de los musulmanes), hubo
otras siete, sin contar expediciones fanáticas e insensatas como
la llamada cruzada de los niños. En todas ellas, la respuesta a
la llamada de San Bernardo o de los pontífices fue poco entusiasta
y confusa. La segunda cruzada estuvo mal organizada; la tercera vio a Barbarroja
morir en el camino; a los franceses e ingleses, llegar a las costas enemigas
y, después de alguna conquista y alguna negociación, volverse
a casa. En la cuarta, los cristianos se olvidaron de Jerusalén y
se pararon a saquear Constantinopla. La quinta y la sexta fueron prácticamente
dos viajes de ida y vuelta. En la séptima y la octava, el bueno
de San Luis luchó bien en las costas, pero no obtuvo nada consistente
y murió allí. Fin de las cruzadas.
La única operación militar de éxito
fue, más tarde, la Reconquista de España. Pero no fue una
expedición de ultramar, sino más bien una lucha de reunificación
nacional (algo así como el Piamonte con el resto de Italia), que
no resolvió el enfrentamiento entre los dos mundos, sino que simplemente
desplazó la línea fronteriza. En lo que a la contención
se refiere, los turcos se detuvieron ante Viena, se ganó la batalla
de Lepanto, se erigieron torres en las costas para avistar a los piratas
sarracenos, y así durante algunos siglos. Los turcos no conquistaron
Europa, pero el enfrentamiento permanece.
Después, en los últimos siglos, asistimos
a un nuevo enfrentamiento: Occidente espera a que Oriente se debilite y
lo coloniza. Como operación, no hay duda de que estuvo coronada
por el éxito, y durante mucho tiempo, pero hoy estamos viendo los
resultados. El enfrentamiento no se ha eliminado, sólo se ha agudizado.
Se podría decir que, a fin de cuentas, Occidente
ha salido ganando. Europa no fue invadida por los hombres del turbante
y la cimitarra, y éstos se han visto obligados a aceptar, en su
casa, la tecnología occidental en gran medida. Podría considerarse
un éxito si no fuera porque, gracias a la tecnología occidental,
Bin Laden ha logrado derribar las dos torres. Imagino que los productores
occidentales de armas se frotarán las manos cada vez que consiguen
vender alta tecnología bélica a Oriente, y que para celebrarlo
comprarán un barco nuevo de cien metros de largo. Si así
os va bien, entonces alegraos, muchachos, habéis ganado.
Pero hasta ahora he faltado a mi promesa y he hablado
de historia, no de ciencia-ficción. Pasemos a la ciencia-ficción,
que tiene la consoladora ventaja de no ser todavía verdad en el
momento en que se imagina.
Volvemos, pues, a plantear el choque frontal; es
decir, la guerra E/O. ¿En qué se diferenciaría este
choque de los enfrentamientos del pasado? En tiempos de las cruzadas, el
potencial bélico de los musulmanes no difería mucho del de
los cristianos: espadas y máquinas de asedio estaban a disposición
de ambos. Hoy, Occidente tiene ventaja en cuanto a tecnología bélica.
Es cierto que, en manos de los fundamentalistas, Pakistán podría
usar la bomba atómica, pero como mucho conseguiría arrasar,
por ejemplo, París e inmediamente sus reservas nucleares quedarían
destruidas. Si cayera un avión estadounidense, construirían
otro; si cayera un avión sirio, tendrían dificultades para
comprar otro a Occidente. El Este arrasa París y el Oeste lanza
una bomba atómica sobre La Meca. El Este difunde el botulismo por
correo y el Oeste le envenena todo el desierto de Arabia, como se hace
con los pesticidas en los inmensos campos del Midwest, y mueren hasta los
camellos. Estupendo. Tampoco duraría tanto, como mucho un año;
después, todos continuarían con las piedras, pero ellos saldrían
perdiendo.
Con una salvedad: hay otra diferencia con respecto
al pasado. En tiempos de las cruzadas, los cristianos no necesitaban hierro
árabe para hacer sus espadas, ni los musulmanes hierro cristiano.
Ahora, en cambio, incluso nuestra tecnología más avanzada
vive del petróleo, y el petróleo lo tienen ellos, por lo
menos la mayor parte. Ellos solos, sobre todo si les bombardean los pozos,
no pueden extraerlo; pero nosotros nos quedamos sin él. A no ser
que se lance en paracaídas a millones de soldados occidentales para
conquistar y vigilar los pozos, pero entonces los volarían ellos,
y además una guerra por tierra, en esos países, no es tan
fácil.
Occidente, por lo tanto, debería reestructurar
toda su tecnología para eliminar el petróleo. Y dado que
todavía hoy no ha conseguido hacer un automóvil eléctrico
que vaya a más de ochenta kilómetros por hora y no tarde
una noche en cargarse, no sé cuánto tiempo llevaría
esta reconversión. Incluso sin contar con la vulnerabilidad de las
nuevas centrales, se necesitaría mucho tiempo para propulsar a los
aviones y los tanques, y hacer que nuestras centrales eléctricas
funcionaran con energía atómica. Además habría
que ver si las Siete Hermanas están de acuerdo. No me asombraría
que los petroleros occidentales estuvieran dispuestos a aceptar un mundo
islamizado con tal de seguir obteniendo beneficios.
Pero la cosa no acaba aquí. En los buenos
tiempos pasados, los sarracenos estaban de un lado, más allá
del mar, y los cristianos, de otro. Si durante las cruzadas dos árabes
(quizá disfrazados) hubieran intentado erigir una mezquita en Roma,
les habrían degollado y no habrían vuelto a intentarlo. Hoy,
en cambio, Europa está llena de musulmanes que hablan nuestros idiomas
y estudian en nuestras escuelas. Si ya hoy algunos de ellos se alían
con los fundamentalistas de su país, imaginemos qué pasaría
si tuviésemos una guerra E/O. Sería la primera guerra con
un enemigo acomodado en casa y asistido por la seguridad social. Pero,
atención, el mismo problema se plantearía en el mundo islámico,
que tiene en su casa industrias occidentales e incluso enclaves cristianos
como Etiopía. Como el enemigo es malo por definición, damos
por perdidos a todos los cristianos del otro lado del mar. La guerra es
guerra. Son desde el principio carne de cañón. Ya los canonizaremos
a todos después en la plaza de San Pedro.
En cambio, ¿qué hacemos en nuestro
país? Si el conflicto se radicaliza más de lo debido, y caen
otros dos rascacielos, o incluso San Pedro, tendremos una caza al musulmán.
Una especie de noche de San Bartolomé o de Vísperas Sicilianas:
se coge a cualquiera que tenga bigote y una piel no excesivamente blanca
y se le degüella. Se trata de matar a millones de personas, pero la
multitud se ocupará de ello sin necesidad de molestar a las fuerzas
armadas. Naturalmente, habría que ver si se degüella también
a un árabe cristiano, o a un siciliano que no tenga ojos azules
de normando, pero somos tan políticamente correctos que en el carné
de identidad no figura si se es cristiano o musulmán, y además
hay que desconfiar también de los europeos rubios que se han vuelto
infieles. Como ya se dijo en la guerra contra los albigenses, de momento
matadlos a todos, y luego Dios Reconocerá a los suyos. Por otra
parte, no puede uno arriesgarse a hacer una guerra planetaria y permitir
que se quede en tu casa un solo fundamentalista, que después puede
actuar como kamikaze en una estación.
Podría prevalecer la razón. No degollamos
a nadie. Pero incluso los norteamericanos, tan liberales, a principios
de la II Guerra Mundial recluyeron en campos de concentración, aunque
fuera con mucha humanidad, a todos los japoneses que tenían en casa,
aunque hubieran nacido allí. Por lo tanto (y siempre sin hilar fino),
se localiza a todos los posibles musulmanes -y si, por ejemplo, son etíopes
cristianos, qué se le va a hacer, Dios reconocerá a los suyos-
y se les pone en algún sitio. ¿Dónde? Con la cantidad
de extracomunitarios que andan por Europa, para
Hacer campos de prisioneros se necesitaría
un espacio, organización, vigilancia, comida y cuidados médicos
insostenibles, sin contar con que esos campos serían bombas que
estallarían con sólo poner juntos a varios miles, y que no
se pueden hacer campos para grupos de a cuatro.
O, si no, se les coge a tod os (no es nada fácil
-pero ¡ay de nosotros si queda uno solo!- y hay que hacerlo deprisa,
de una sola vez), se les carga en una flota de barcos mercantes y se les
descarga... ¿Dónde? Se dice: 'Perdone, señor Gaddafi;
perdone, señor Husein, ¿le importaría hacerse cargo
de estos tres millones de turcos que intento expulsar de Alemania?'. La
única solución sería la de los traficantes de inmigrantes:
se les arroja al mar.
Millones de cadáveres flotando en el Mediterráneo.
Me gustaría ver qué Gobierno se atreve a hacerlo, serían
mucho peor que desaparecidos, incluso Hitler masacraba poco a poco y a
escondidas.
Como alternativa, en vista de que somos buenos,
les dejamos que se queden tranquilos en casa, pero detrás de cada
uno ponemos a un agente de policía para que lo vigile. ¿Y
dónde encontramos tantos agentes? Se reclutan entre los extracomunitarios.
¿Y si después ocurre como en Estados Unidos, donde las compañías
aéreas, para ahorrar, dejaban que los inmigrantes del tercer mundo
hicieran los controles en los aeropuertos y luego pensaron que a lo mejor
no eran de fiar? Naturalmente, todas estas reflexiones las podría
hacer, al otro lado de la barricada, un musulmán sensato. El frente
fundamentalista, no sería desde luego del todo vencedor, una serie
de guerras civiles ensangrentaría sus países desembocando
en horribles masacres, también recaerían sobre ellos contragolpes
económicos, tendrían menos comida y aún menos medicinas
de las pocas que tienen hoy, morirían como moscas. Pero si partimos
del punto de vista de un choque frontal, no debemos preocuparnos por sus
problemas, sino por los nuestros.
Volviendo, pues, al Oeste, se crearían dentro
de nuestras filas grupos filoislámicos, no por fe, sino por oposición
a la guerra, nuevas sectas que se negarían a optar por Occidente,
seguidores de Gandhi que se cruzarían de brazos y se negarían
a colaborar con sus Gobiernos, fanáticos como los de Waco que empezarían
(sin ser fundamentalistas musulmanes) a desencadenar el terror para purificar
al Occidente corrupto. Pero no es imprescindible pensar sólo en
estas franjas. Estoy pensando en la mayoría. ¿Aceptarían
todos la disminución de energía eléctrica, sin poder
recurrir siquiera a las lámparas de petróleo? ¿El
oscurecimiento fatal de los medios de comunicación y no más
de una hora de televisión al día? ¿Los viajes en bicicleta
en lugar de en automóvil? ¿Cines y discotecas cerrados, hacer
cola en el McDonald's para tener la ración diaria de una rebanada
de pan de salvado con una hoja de lechuga? En resumen, ¿el cese
de una economía de prosperidad y derroche? Imaginemos lo que le
importa a un afgano o a un prófugo palestino vivir en una economía
de guerra, para ellos no cambiaría nada. Pero ¿a nosotros?
¿A qué crisis de depresión y desmotivación
colectiva nos enfrentaríamos? ¿Estaríamos dispuestos
a aceptar el llamamiento de un nuevo Churchill que nos prometiera sangre
y lágrimas? ¡Pero si los italianos, tras veinte años
de propaganda fascista sobre nuestra misión civilizadora, llegados
a cierto punto estábamos encantados de perder la guerra con tal
de que cesaran los bombardeos! Es cierto que esperábamos a cambio
a los norteamericanos buenos con sus raciones, mientras que ahora se esperaría
a los sarracenos malos que matarían a los curas y los frailes y
pondrían el velo a nuestras mujeres, pero ¿estaríamos
tan motivados como para no aceptar cualquier sacrificio? ¿No se
crearían por las calles de Europa cortejos de orantes esperando
desesperados y pasivos el Apocalipsis? Hemos admirado la resistencia y
la energía patriótica de los norteamericanos tras la tragedia
del 11 de septiembre, pero, a pesar de toda la indignación y la
solidaridad que sienten, siguen teniendo su filete, su automóvil,
y el que se atreva, sus líneas aéreas. ¿Y si la crisis
del petróleo provocase un apagón, la falta de Coca-Cola y
de Big Mac, la visión de supermercados desiertos con sólo
una lata de tomate allí y una bandeja de carne caducada aquí,
como hemos visto en algunos países del este europeo en los momentos
de máxima crisis? ¿Hasta qué punto se seguirían
identificando con Occidente los negros de Harlem, los desheredados del
Bronx, los chicanos de California, los caldeos de Ohio (sí, los
hay, los he visto, con sus vestidos y sus ritos)? Occidente (y Estados
Unidos más que nadie) ha fundado su fuerza y su prosperidad acogiendo
en su casa a gente de cualquier raza y color. En caso de enfrentamiento
frontal, ¿cuánto aguantaría esta fusión? Y,
por fin, ¿qué harían los países de Latinoamérica,
donde muchos, sin ser musulmanes, han elaborado sentimientos de rencor
hacia los gringos, hasta el punto de que allí, incluso después
de la caída de las torres, hay quien susurra que los gringos se
lo han buscado? En resumen, la guerra E/O podría muy bien mostrar
a un islam menos monolítico de lo que se piensa, pero desde luego
vería a una cristiandad fragmentada y neurótica, donde poquísimos
se presentarían candidatos a ser los nuevos templarios; es decir,
los kamikazes de Occidente.
Estos escenarios de ciencia-ficción no me
los estoy inventando yo; hace ya unos treinta años, aunque sin prever
una guerra total, sino sólo un apagón accidental, Roberto
Vacca ideó escenarios apocalípticos como éstos en
su obra Medioevo prossimo futuro. Repito: he dibujado un escenario de ciencia-ficción,
y naturalmente espero, como todos, que no se haga realidad. Pero lo he
hecho para decir lo que, razonando con lógica, podría ocurrir
si estallara una guerra E/O. Todos los incidentes que he previsto derivan
de la existencia de la globalización, y en este marco, los intereses
y exigencias de las fuerzas en conflicto estarían estrechamente
enlazados, como ya lo están, en una madeja que no se puede devanar
sin destruir.
Lo que significa que, en la era de la globalización,
una guerra global es imposible; es decir, que llevaría a la derrota
de todos.
El País