La estructura de la dominación
mundial: de Bretton Woods al Acuerdo Multilateral de Inversiones
Atilio A. Boron
El objetivo de este trabajo es examinar las grandes
transformaciones experimentadas por el sistema capitalista internacional
en las últimas dos decadas del siglo xx a los efectos de poner de
relieve los principales rasgos que caracterizan la estructura y el funcionamiento
de la hegemonía norteamericana. Diversos autores, entre los que
sobresale Noam Chomsky, han demostrado que a partir de la finalización
de la Segunda Guerra Mundial la diplomacia estadounidense se dio a la tarea
de diseñar y poner en funcionamiento un conjunto de instituciones
intergubernamentales destinadas a preservar la supremacía de los
intereses de los Estados Unidos y regular el funcionamiento del sistema
internacional para asegurar su adecuada gobernancia en función de
los intereses de la superpotencia. (Chomsky, 2000). Esta propuesta se plasmó
en la creación de una tríada de agencias e instituciones:
a) las instituciones económicas emanadas principalmente
de los acuerdos de 1944 firmados en Bretton Woods y que dieron nacimiento
al Banco Mundial, al Fondo Monetario Internacional y, poco después,
al GATT.
b) un denso conjunto de instituciones políticas y administrativas,
generadas bajo el manto provisto por la creación de las Naciones
Unidas en San Francisco, en 1945: FAO, UNESCO, OIT, OMS, PNUD, UNICEF y
muchas otras. En el marco hemisférico, la iniciativa más
importante fue la disolución de la vieja Unión Panamericana
y la creación de la OEA.
c) un complejo sistema de alianzas militares concebidas para
establecer una suerte de "cordón sanitario" capaz de garantizar
la contención de la "amenaza soviética", y cuyo ejemplo más
destacado ha sido la creación de la Organización del Tratado
del Atlántico Norte (OTAN). En el caso latinoamericano esta política
se plasmó en la firma del TIAR, Tratado Inter- Americano de Asistencia
Recíproca y la creación de la Escuela Inter- Americana de
Defensa, organismos éstos que cumplieron un papel crucial en la
reafirmación de la hegemonía norteamericana en el área
y en el sostenimiento de las tenebrosas dictaduras militares.
Ahora bien, si en la Guerra Fría fueron las
instituciones políticas y militares del orden mundial las que desempeñaron
la función articuladora general de la dominación, a partir
del predominio del capital financiero y la crisis y descomposición
del campo socialista –fenómenos éstos que se extienden a
lo largo de casi dos décadas, el primero desde comienzos de los
1970's y el segundo a partir del decenio siguiente– se produjo un desplazamiento
del centro de gravedad del imperio desde sus instituciones político-
administrativas hacia las de carácter
económico. Esta transformación se manifestó a
través de las siguientes mutaciones:
- por una parte, por una devaluación
del papel de las agencias e instituciones políticas, administrativas
y militares como custodios de la paz internacional o como reaseguros supuestamente
llamados a impedir que la bipolaridad atómica tuviera como desenlace
una guerra termonuclear. Los Estados Unidos y sus aliados utilizaron a
la ONU y sus diversas agencias para neutralizar, a comienzos de la década
de los sesenta, la amenaza que un Patricio Lumumba radicalizado representaba
para los intereses occidentales en el Congo, pero fueron estas mismas instituciones
las que durante 27 años sostuvieron al régimen de Mobutu,
uno de los peores y más corruptos tiranos en la historia del Africa
independiente. Similarmente, la ONU toleró con total pasividad el
sabotaje al proceso de paz en Angola pero colaboró activamente en
los esfuerzos por sacar a Milosevic de Bosnia y Kosovo, objetivos de primer
orden de la OTAN. En relación a esta última conviene no olvidar
el bochornoso papel desempeñado por ésta última en
la crisis de los Balcanes: ante la imposibilidad norteamericana de obtener
en el marco de la ONU un refrendo para su política belicista y genocida
en Yugoslavia, el gobierno de Clinton optó por servirse de la OTAN
para tales propósitos. Esta deplorable involución, consentida
por el silencio del Secretario General de la ONU, se suma a las legítimas
dudas que plantea la estructura no- democrática del gobierno de
las Naciones Unidas, en donde los llamados "cinco grandes" conservan aún
hoy poder de veto en el Consejo de Seguridad, órgano al cual van
a parar todos los asuntos de importancia estratégica de la ONU.
Con el agregado de que mientras el Consejo se encuentra abocado a un tema,
el mismo no puede ser tratado por la Asamblea General, en donde impera
la regla de un país, un voto, y no existen poderes de veto. Una
significativa cuota de responsabilidad por la crisis que caracteriza al
sistema internacional debe ser atribuída a la persistencia de una
estructura profundamente antidemocrática en el seno de las Naciones
Unidas.
- el desplazamiento en dirección
a las instituciones de Bretton Woods se verificó también
en el ataque sistemático de las grandes potencias, bajo el liderazgo
norteamericano, al supuesto "tercermundismo" de la ONU y sus agencias.
Esto dio origen a diversas iniciativas, tales como la salida de los Estados
Unidos y el Reino Unido de la UNESCO durante el apogeo del neoconservadorismo
de Reagan y Thatcher; la retención del pago de las cuotas de sostenimiento
financiero de la ONU; significativos recortes en los presupuestos de agencias
"sospechosas" de tercermundismo, como la OIT, UNESCO, UNIDO, UNCTAD. Conviene
recordar que en 1974 la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó
la Carta de los Derechos y Obligaciones Económicas de los Estados,
un notable cuerpo legal en el cual se establecía el derecho de los
gobiernos a "regular y ejercer su autoridad sobre las inversiones extranjeras"
así como "regular y supervisar las actividades de las empresas multinacionales."
Un elocuente recordatorio de cuán diferente era la correlación
mundial de fuerzas prevaleciente en esa época lo ofrece un artículo
específico de la Carta en el cual se reafirmaba el derecho de los
estados para "nacionalizar, expropiar o transferir la propiedad de los
inversionistas extranjeros" (Panitch: 11). Pero eso no era todo: la Carta
fue acompañada por la elaboración de un "Código de
Conducta para las Empresas Transnacionales" y la creación de un
Centro de Estudios de la Empresa Transnacional, ambas iniciativas destinadas
a favorecer el mejor conocimiento de los nuevos actores de la economía
mundial y a posibilitar el control público y democrático
de su accionar. Desde 1970 el Foro Económico Mundial venía
reuniéndose en Davos pero la correlación mundial de fuerzas
acallaba sus débiles voces y no lograba impedir, o siquiera demorar,
esta llamativa "toma de posición" de las Naciones Unidas. Huelga
acotar que todas estas movidas tropezaron con la cerrada oposición
del gobierno de los Estados Unidos y sus más incondicionales aliados,
liderados por su más obediente perro guardián, el gobierno
del Reino Unido. La reacción culminó, ya afianzada la hegemonía
del capital financiero, con la abolición de la citada Carta y el
Código de Conducta y la liquidación del Centro de Estudios
de la Empresa Transnacional.
Suerte similar corrieron las iniciativas también surgidas en
aquellos años y tendientes a democratizar las comunicaciones mediante
la creación de un Nuevo Orden Informativo Internacional. Como signo
de los tiempos, en los ultraneoliberales noventa lo que se discute es la
forma de imponer un Acuerdo Multilateral de Inversiones que, de ser aprobado,
significaría lisa y llanamente la legalización de la dictadura
que de facto ejercen los grandes oligopolios en los mercados porque la
soberanía de los estados nacionales en materia legal y jurídica
quedaría por completo relegada y subordinada a las imposiciones
de las empresas, tema sobre el que volveremos más abajo. En esta
misma línea, la UNCTAD que creara Raúl Prebisch a mediados
de los sesenta con el propósito de atenuar el impacto fuertemente
pro-empresario del GATT fue sometida a similares recortes y restricciones
jurisdiccionales: sólo puede brindar asistencia técnica a
los países subdesarrollados en aspectos comerciales y hacer algo
de investigación, pero le está expresamente prohibido ofrecer
consejos de política a esos países. ¡Ésa es
una tarea que el BM, el FMI y la Organización del Comercio Mundial
realizan eficientemente!
- como puede observarse, todo un
conjunto de funciones que antes se encontraban en manos de UNCTAD, OIT,
UNESCO y otras instituciones igualmente sospechosas de simpatías
"tercermundistas" fueron expropiadas por los organismos de Bretton-Woods.
La política laboral la fijan ellas en lugar de la OIT; los temas
educativos son también objeto de preferente atención y de
eficaz monitoreo por el BM y ya no más por la UNESCO; la problemática
de la salud fue también en gran medida extraida de la OMS y puesta
al cuidado del BM y el FMI, al igual que las políticas sociales
y previsionales en donde ambas instituciones cooperan con la OCM en fijar
los parámetros de lo que debe hacerse en esas materias. Por su parte,
el otrora poderoso Consejo Económico y Social de la ONU fue despojado
de sus prerrogativas y jerarquías, siendo reducido al desempeño
de funciones prácticamente decorativas. La "magia del mercado" se
ha hecho cargo de todo.
El despotismo tecnocrático de las instituciones
políticas globales
Resumiendo: en los últimos veinte años
se ha producido un desplazamiento de los centros de decisión internacional
desde agencias e instituciones constituidas con un mínimo de respeto
hacia ciertos criterios, si bien formales, de igualdad y democracia como
las Naciones Unidas, hacia otras de naturaleza autoritaria y tecnocrática,
que no tienen ni siquiera un compromiso formal con las reglas del juego
democrático, que no son responsables ni imputables por las políticas
que imponen –vía las famosas "condicionalidades" a los países
que monitorean– , que sólo rinden cuenta ante los ejecutivos de
sus propios gobiernos y que carecen en absoluto de agencias o procedimientos
que posibiliten siquiera un mínimo control popular de las decisiones
que allí se toman y que afectan la vida de millones de personas.
Este es el caso, sin duda alguna, de las instituciones
nacidas de los acuerdos de Bretton Woods, el Fondo Monetario Internacional
y el Banco Mundial. Se trata de enormes burocracias, extraordinariamente
influyentes, y cuyas iniciativas no están sometidas a nada que pueda
siquiera remotamente parecerse a un control republicano.
Su despotismo tecnocrático encuentra sus
límites tan sólo en las preferencias e inclinaciones del
puñado de gobiernos que efectivamente cuenta en su dirección
y control. No deja de ser aleccionador el hecho de que gobiernos que se
ufanan de ser los adalides de la vida democrática no sólo
consientan sino que apoyen y promuevan el papel de instituciones intergubernamentales
de este tipo cuya estructura, diseño, filosofía y comportamiento
se aparta radicalmente de los principios democráticos. Tomemos,
por ejemplo, el caso del Fondo Monetario Internacional. Su directorio,
que es el órgano ejecutivo de la institución, se rige por
un sistema de voto calificado que coloca el poder decisional en manos del
capital y principalmente del representante norteamericano.
Es decir, los países que forman parte del
FMI –y las presiones y los chantajes para que soliciten su admisión
al mismo son impresionantes– entran a un club en donde sólo unos
cuantos tienen voto, mientras el resto está condenado a un papel
pasivo y subordinado. Así, los Estados Unidos tienen el 17,35 por
ciento del poder de voto mientras que un país "sospechoso" para
el consenso liberal predominante –nos referimos al Japón– sólo
controla el 6,22 por ciento de los votos. Ahora bien: cualquier decisión
importante requiere una mayoría calificada del 85 por
ciento de los votos del directorio. Por lo tanto, USA tiene poder de
veto y no sólo derecho a voto. Podría alegarse, desde el
plano meramente formal, que el conjunto de países de la Unión
Europea tiene 23,27 por ciento de los votos y, por lo tanto, tiene la posibilidad
de doblegar el veto norteamericano. Pero ésta sería una visión
meramente formalista porque si hay algo de lo que la Unión Europea
carece es de unidad. No existe Europa, al menos todavía. Es una
ilusión. Por ahora lo que existe es Alemania, Francia, Gran Bretaña
y así sucesivamente, y el Viejo Continente paga un precio exorbitante
por este déficit estatal. Así lo anota Z. Brzezinski cuando
dice que Europa "es una concepción, una noción y una meta,
pero todavía no es una realidad. Europa Occidental es ya un mercado
común, pero todavía está lejos de ser una única
entidad política" (Brzezinski: 67). El discurso dominante que celebra
la extinción de los estados nacionales está destinado al
consumo de los espíritus cándidos y no al de los intelectuales
del imperio. La inexistencia fáctica de la Unión Europea
se torna patente cuando se comprueba que los países miembros de
la UE jamás votaron unitariamente en contra de una iniciativa de
los Estados Unidos en el seno del directorio del FMI. El voto europeo fue
invariablemente fragmentado, con Gran Bretaña cumpliendo su tradicional
papel de "junior partner " de los intereses norteamericanos. Descarnadamente
concluye Brzezinski que estas agencias "supranacionales" deben considerarse
como parte del sistema de dominación imperial,
"particularmente las instituciones financieras internacionales. El
FMI y el BM se consideran representantes de los intereses 'globales'. En
realidad… son instituciones fuertemente dominadas por los Estados Unidos"
(Brzezinski: 28-29). Este sesgo pro- norteamericano ante el cual se doblega
una Europa carente de sustento estatal se observa también en la
Organización del Comercio Mundial. Un análisis hecho recientemente
sobre las disputas comerciales revela que "sobre 46 casos de conflictos
comerciales USA perdió 10 y ganó 36" (Alternatives Economiques,
33). Éstas son las instituciones "supranacionales" y globales que,
hoy en día, constituyen el embrión de un futuro gobierno
mundial.
Imperio y relaciones imperialistas de dominación
Resumiendo: estamos en presencia de un proyecto animado por el propósito
de organizar el funcionamiento estable y a largo plazo de un orden económico
y político imperial –un imperio no-territorial, quizás; con
muchos rasgos novedosos producto de las grandes transformaciones tecnológicas
y económicas que tuvieron lugar desde los años setenta– pero
imperio al fin. De aquí nuestro radical desacuerdo con la reciente
obra de Michael Hardt y Antonio Negri en la cual se sostiene la tesis no
sólo paradojal sino completamente equivocada del "imperio sin imperialismo",
tesis que, por ejemplo, es rechazada por una autora inscripta en el progresismo
liberal como la ya mencionada Susan Strange (Hardt y Negri: xii-xiv). En
ese sentido, la lectura de los intelectuales orgánicos de la derecha
es siempre estimulante, porque si algunos en la izquierda hacen gala de
una enfermiza inclinación a olvidarse de la lucha de clases y el
imperialismo por temor a ser considerados como extravagantes o ridículos
dinosaurios del parque jurásico decimonónico, los primeros
se encargan de recordar su vigencia a cada rato. Se comprende: la íntima
articulación de los primeros con las funciones políticas
de la dominación imperial no les permite incurrir en los extravíos
y las alucinaciones pseudoteóricas de sus contrapartes de izquierda
chantajeadas por el consenso neoliberal y posmoderno. De esto se trata
cuando hablábamos de la hegemonía ideológica del neoliberalismo:
"tener a sus adversarios en el bolsillo", como recordaba Gramsci, haciéndolos
pensar con sus categorías y desde su perspectiva clasista.
Es precisamente por esto que Leo Panitch nos invita,
en un penetrante artículo, a examinar la visión que los principales
teóricos de la derecha norteamericana tienen sobre la escena internacional.
(Panitch: 18-20). Zbigniew Brzezinski, por ejemplo, celebra la irresistible
ascensión de los Estados Unidos al rango de "única superpotencia
global" y se regocija –con el resentimiento propio de todo buen aristócrata
polaco– de que entre sus vasallos y tributarios se incluya ahora, por primera
vez, a los países de Europa Occidental. Preocupado por garantizar
la estabilidad a largo plazo del imperio Brzezinski se esmera en identificar
los tres grandes imperativos estratégicos del imperio: (a) impedir
la colusión entre –y preservar la dependencia de– los vasallos más
poderosos en cuestiones de seguridad (Europa Occidental y Japón);
(b) mantener la sumisión y obediencia de las naciones tributarias,
como las del Tercer Mundo; y (c) prevenir la unificación, el desborde
y un eventual ataque de los bárbaros, denominación ésta
que abarca desde China hasta Rusia, pasando por las naciones islámicas
del Asia Central y Medio Oriente (Brzezinski: 40). Más claro imposible.
Otro de los grandes intelectuales orgánicos
del imperio, Samuel Huntington, ha observado con preocupación las
debilidades que la condición de "sheriff solitario" puede reportar
para los Estados Unidos. Ésta le ha llevado, nos dice, a un ejercicio
vicioso del poder internacional que sólo podrá tener como
consecuencia la formación de una amplísima coalición
anti-norteamericana en donde no sólo se encuentren Rusia y China
sino también los estados europeos, lo cual pondría seriamente
en crisis al actual orden mundial. Para refutar a los escépticos
y refrescar la memoria de quienes se han olvidado de lo que son las relaciones
imperialistas conviene reproducir in extenso el larguísimo rosario
de iniciativas que según Huntington fueron impulsadas por Washington
en los últimos años:
"presionar a otros países para adoptar valores
y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos
y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades
militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana;
hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades;
calificar a terceros países en función de su adhesión
a los estándares norteamericanos en materia de derechos humanos,
drogas, terrorismo, proliferación nuclear y de misiles y, ahora,
libertad religiosa; aplicar sanciones contra los países que no conformen
a los estándares norteamericanos en estas materias; promover los
intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans del comercio libre
y mercados abiertos y modelar las políticas del FMI y el BM para
servir a esos mismos intereses; ... forzar a otros países a adoptar
políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses
económicos
norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir
que otros países hagan lo mismo; ... categorizar a ciertos países
como "estados parias" o delincuentes y excluirlos de las instituciones
globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos"
(Huntington: 48). Entiéndase bien: no se trata de la incendiaria
crítica de un mortal enemigo del imperialismo norteamericano sino
del sobrio recuento hecho por uno de sus más lúcidos intelectuales
orgánicos, preocupado por las tendencias autodestructivas que se
derivan del ejercicio de su solitaria hegemonía en el mundo unipolar.
Resulta fácil advertir que el "orden imperial" en gestación
representa, en el plano mundial, la más completa perversión
de la fórmula que Abraham Lincoln acuñara al definir a la
democracia como el "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo."
Paradojalmente, el país que se exhibe a sí mismo como
el paladín de la democracia mundial ha creado un entramado de instituciones
y normas internacionales que desmienten impiadosamente la fórmula
lincolniana, haciendo realidad el sueño burgués de un "gobierno
de los oligopolios, por los oligopolios y para los oligopolios".
¿Puede un orden como ése ser la expresión de una
situación internacional pacífica, conducente al bienestar
general y ecológicamente sustentable? De ninguna manera, toda vez
que el mismo reproduce en la esfera de sus instituciones y normas de gobernancia
mundial la primacía de los intereses oligopólicos y la prevalencia
de una lógica imperial que amplifica y perpetúa la opresión
imperialista, las radicales asimetrías existentes en la distribución
de la riqueza, los ingresos y el conocimiento, y la destrucción
del medio ambiente.
Hacia una codificación de la hegemonía
del capital: el Acuerdo Multilateral de Inversiones Lo anterior da buena
cuenta de los proyectos de largo plazo que abrigan "los nuevos amos del
mundo" y que, si no encuentran una decidida resistencia, no tendrán
empacho alguno en imponer a cualquier costo. Si alguien tiene algunas dudas
al respecto, bastaría con echar una ojeada a los borradores del
por ahora abortado estatuto para el capital, el llamado Acuerdo Multilateral
de Inversiones, para convencerse de lo que venimos diciendo. Si tal como
lo hemos visto en los setentas, el objetivo de gran parte de la comunidad
internacional era controlar el accionar de las firmas multinacionales,
en los noventa el AMI propone nada menos que una rendición incondicional
de la sociedad, representada por el estado, ante los dictados del capital.
Según Edgardo Lander, el AMI puede ser caracterizado como una suerte
de leonino "Tratado Internacional de los Derechos de los Inversionistas"
y también como una carta constitucional que fija las condiciones
de la plena hegemonía del capital transnacional. En primer lugar,
observa Lander, porque codifica en un texto básico las tendencias
hoy imperantes en las relaciones entre estados y empresas transnacionales,
procurando coagular de este modo una correlación de fuerzas extraordinariamente
favorable a las segundas en detrimento de los primeros. En segundo lugar,
porque a partir de estas tendencias se propone un diseño institucional
y legal de obligatorio cumplimiento para todos los signatarios, en condiciones
en que ningún país de la periferia estaría en condiciones
de "rehusar la invitación" a firmarlo hecha por las grandes potencias
bajo el liderazgo norteamericano. Tercero, porque tal como ha sido previsto
en los sucesivos borradores del tratado toda la legislación y las
normas nacionales, regionales y municipales o locales podrán ser
cuestionadas y desafiadas ante jurados privados extranacionales integrados
por "expertos en comercio"
–que como observa Noam Chomsky ya podemos imaginarnos quiénes
son– que dictaminarán inapelablemente acerca de la compatibilidad
o no de las primeras con los compromisos adquiridos con la firma del tratado.
En caso
de que se compruebe su incompatibilidad la normativa nacional ya no
podrá ser aplicada, al igual que ocurre con una ley que una Corte
Suprema o un Tribunal Constitucional declare inconstitucional (Lander,
1999: 77-79;
Chomsky, 2000: 259).
Ambos autores observan que un tema al cual el tratado
le otorga preferente atención es el de los mecanismos de solución
de controversias. En numerosos artículos se establecen con mucha
precisión los procedimientos a seguir cuando un estado plantee una
demanda a otro por incumplimiento del tratado y la que por los mismos motivos
realice un empresa ante un estado. Pero el AMI incorpora dos innovaciones
extraordinariamente reaccionarias en relación a la propia historia
del derecho burgués: en primer lugar, porque en su marco doctrinario
las empresas y los estados se convierten ahora en personas que gozan de
un mismo status jurídico, aberración que hubiera provocado
la repulsa de los padres fundadores del liberalismo, desde John Locke hasta
Adam Smith. En segundo término, porque tal como lo observa Chomsky
el tratado es una verdadera monstruosidad jurídica dado que no existe
reciprocidad entre las partes contratantes. Una de las partes tiene sólo
derechos y la otra sólo obligaciones: los estados no tienen derecho
a demandar a las corporaciones. "En realidad, todas las obligaciones de
este texto de 150 páginas ... recaen sobre el pueblo y sobre los
gobiernos, ninguna sobre las corporaciones" (Chomsky, 2000: 259-260). No
hay ningún mecanismo ni procedimiento previsto para que un estado
o un particular pueda demandar a un inversionista por incumplimiento de
sus obligaciones.
Con razón señalan nuestros autores
que este documento constitucional internacional significa un grave atentado
contra la democracia y la soberanía popular. Para Chomsky, de aprobarse
el AMI "todavía colocaría más poder en manos de tiranías
privadas que operan en secreto y que no rinden sus responsabilidades ante
la opinión pública" (Chomsky, 2000: 259). Para Lander, el
AMI "implica una disminución drástica de la democracia, al
limitar severamente la capacidad de los sistemas políticos y estados
para tomar decisiones ... (relativas a) cualquier política pública
que pueda ser interpretada como discriminatoria en contra de la inversión
extranjera" (Lander, 1999: 89). No sorprende, por lo tanto, que las negociaciones
fueran emprendidas en el mayor secreto y con un estilo fuertemente conspirativo
bajo el liderazgo de los Estados Unidos, paíscrucial por muchas
razones, desde militares hasta políticas y económicas en
cuanto fuente principal de inversiones en el extranjero y primer receptor
de inversiones externas del mundo. La OCDE se encargó de comenzar,
enmayo de 1995, los trabajos preparatorios con vistas a concluir con la
firma del tratado dos años después. El borrador inicial del
texto fue elaborado por un "think tank " empresarial, el Council for International
Business, el que según sus propias declaraciones "impulsa los intereses
globales de las empresas norteamericanas tanto en el país como en
el extranjero" (Chomsky, 2000: 257). Previsiblemente, el Council puso todo
su empeño para garantizar la naturaleza absolutamente leonina del
engendro jurídico resultante. Lander comenta que el secreto con
que se condujo esta primera fase del proceso de negociaciones fue tan marcado
que en muchos países sólo los más altos funcionarios
del ejecutivo en áreas relacionadas con lo económico y comercial
estaban al tanto de las negociaciones. Por supuesto que ni los parlamentos
ni la opinión pública, para no hablar de los partidos, sindicatos
u organizaciones populares, tuvieron el menor acceso a las mismas. Chomsky
provee abundantes datos para sostener la hipótesis de que los grandes
medios de comunicación de masas estaban al tanto de esta verdadera
conspiración pero se cuidaron de revelarla. En todo caso, toda esta
maquinación se derrumbó como un castillo de naipes cuando
a mediados de 1997 una ONG canadiense, el Council of Canadians, obtuvo
una copia altamente confidencial del borrador que estaba siendo considerado
y lo colocó en Internet. A partir de su divulgación, se gestó
un amplio movimiento internacional de oposición integrado por organismos
de ambientalistas, de lucha contra la pobreza, de defensa de los derechos
laborales y de organizaciones de pueblos indígenas de todo el
mundo que impulsó una exitosa campaña global de oposición
al AMI, exigiendo la suspensión de las negociaciones a menos que
su contenido sea alterado significativamente. Esta saludable reacción
de algo que podríamos denominar con cierta laxitud como algunos
sectores de la "sociedad civil internacional" fue caracterizada por el
órgano por antonomasia del capital financiero, la revista inglesa
The Economist, como "una horda de vigilantes" que había aplastado
las nobles intenciones de las grandes empresas y de la OCDE gracias a su
"buena organización y sus sólidas finanzas ... para ejercer
una gran influencia sobre los medios de comunicación" (Chomsky,
2000: 259). El activismo internacional desatado por la sola exposición
de los escandalosos borradores del AMI ante la opinión pública
mundial, facilitada extraordinariamente por la Internet, provocó
no sólo el bochorno de los gobiernos implicados en esta verdadera
conspiración mundial contra la democracia sino que las negociaciones
fueran abortadas abriéndose en consecuencia una nueva etapa de luchas
y resistencias que probablemente impidan definitivamente la concreción
de las mismas. Como observa Chomsky, se trató de un logro sorprendente
de las organizaciones populares que se enfrentaron con éxito a la
mayor concentración de poder global de la historia: "el G7, las
instituciones financieras internacionales y el concentrado sector corporativo
estaban de un lado, con los medios de comunicación en el bolsillo"
(Chomsky, 2000: 259). Los meses posteriores habrían de reproducir
nuevas victorias populares en Seattle, Ginebra, Washington y Praga, demostrando
que la hegemonía del neoliberalismo tropieza ahora con serias y
cada vez más enconadas resistencias populares.
CLACSO / Consejo Latinoamericano de Ciencias
Sociales
* Este trabajo forma parte de un texto más amplio publicado en
el libro de José Seoane y Emilio Taddei,
compiladores, Resistencias Mundiales. De Seattle a Porto Alegre (Buenos
Aires: CLACSO, 2001)