No es la primera vez que lo hacen, y me temo que
no será la última, malditas sean, Estoy leyendo tu correspondencia
cotidiana como me gusta, solo y fumando, y a veces miro la casa de enfrente
donde numerosas palomas se pasean con las manos en la espalda como las
vio Jean Cocteau, pero capaces de inventar unos ballets amorosos que nos
estarían vedados a los humanos en tan incómoda posición.
Justo al final de la pirámide postal encuentro una carta de Eduardo
Galeano y otra de Vogelitis, y en el preciso instante en que me entero
de que quisieran una entrevista para Crisis zas el timbre y son los monstruos
una vez más, enfundados en sobretodos como para cruzar a pie el
estrecho de Bering y ese aire de suficiencia que les conozco dema-siado.
Imposible negarles el café y el coñac
que reclama la intemperie, con lo cual Calac se instala en el mejor sillón
y empieza a mirar mis discos mientras Polanco elige los libros que se va
a llevar como de costumbre sin la menor intención de devolverlos.
Es fatal que la entrevista me la harán ellos y que yo me someteré
con inútiles gruñidos, máxime cuando Polanco ha empezado
de entrada a tomarme el pelo después de alcanzarme la fotocopia
de una reseña sobre un libro mío publicado en Detroit. Michigan.
- Che ñato, -dice Polanco
sirviéndose un segundo coñac de tamaño natural- ahora
resulta que además de argentino Y francés, este, es el internaciona-lismo
pagado por alguien, no me vas a negar.
- No le revolvás el facón
en la buseca -aconseja Calac que parece decidido a elegir entre quince
y diecisiete discos de excelente música barroca - ya bastante lo
escorcharon cuando estuvo en la Argentina y a cada momento venían
a explicarle que al fin y al cabo el harakiri dolía menos que la
ver-güenza y que en el peor de los casos siempre estaban las pastillas
o los pasos a nivel.
- Bah, eso no es nada -digo
yo-, cada vez que me enarbolaban la enseña que Belgrano nos legó
se vino a descubrir al cabo de cinco minutos que los muchachos simplemente
no conocían el principio de la doble nacionalidad y que se quedaban
más bien confusos, la prueba es que terminábamos siempre
como ustedes y yo ahora, con la diferencia de que eran ellos los que pagaban
el café y la caña seca.
- Hace alusiones insidiosas-
le dice Polanco a Calac. -Como si uno pretendiera quedarse a almorzar -dice
Calac-, y eso que ya más o menos vendría a ser la hora.
- Ha perdido toda originalidad,
te das cuenta. En vez de invitarnos derecho viejo, pensar que le trajimos
el recorte yanqui sacrificando nuestros propios archivos, che. -¿Vos
por qué decís che? -pregunta inesperadamente Calac-. Justamente
a éste otra de las cosas que le reprocharon cuando su último
libro es que el che ya casi no se emplea y él en cambio dale que
va. En esa forma le estimulás los atrasos lexicográficos,
hermano, al final es un amigo, qué tanto, aunque esté en
pie lo del almuerzo y esas cosas.
- Bah, si se trata de criticarme,
lo del recorte es otro golpe bajo -les digo. - De lo que deberían
convencerme ustedes es que el empleo de recortes revela el agotamiento
de la capacidad creadora, y en cambio ya me han dejado poner uno de entrada
en la entrevista.
- Resuella por la herida -le
dice Calac a Polanco-, desde que le enseñamos esa señera
reseña preñada de saña que sobre el Libro de Manuel
le hizo en Clarín una nena que ya no me acuerdo.
- Yo sí -dice Polanco
con sádica satisfacción-, y qué te cuento del pesto,
madre querida. De los recortes le dijo que estaban pegados en forma desmañada,
te juro que (sic), mirá en tu colección el ejemplar del 9/8/73.
- Y eso -digo yo- que los pegué
con esa goma que huele tan rico a almendras amargas, olor que sin duda
deben tener los pelícanos a juzgar por la etiqueta. La nena, como
irrespetuosamente la definís vos, se llama Alicia Dujovne Ortiz,
aunque andá a saber por qué una revolucionaria tan vehemente
usa doble apellido, y se pasó tres columnas dándome consejos,
el más importante de los cuales es que me vuelva a mi cuarto y a
mi identidad pe-queño burguesa de "hombre de letras", puesto que
jamás tomaré el fusil (sic). En esto no se equivocó,
porque ni a mí ni a un montón de escritores se nos ha ocurrido
que nuestros libros sólo pueden ser útiles si primero "nos
agarramos a balazos con el imperialismo". La cosa ya es tan obvia que cansa
repetirla, pero te voy a decir que como conozco excelentes poemas de esa
chica (y me divierte que los haya publicado nada menos que en una editorial
que se llama Rayuela), me da un poco de pena que siga pasando un disco
tan escuchado. ¿No me creés, vos? Mirá este pasaje
que voy a tratar de pegar de la manera menos desmañada posible para
que Alicia no se enoje de nuevo.
- Mirá -dice Calac, más
bien cabrero-, a mí tu libro no me pareció gran cosa, pero
de ahí a llevar el masoquismo hasta el punto de dar a leer por segunda
vez un ataque de tantos megatones, hacerme un poco el favor. ¿Somos
argentinos o qué? - En fin -alcanzo a insertar-, que conste de paso
que no estoy polemizando concretamente con Alicia, sino que a través
de ella apunto a la legión de aristarcos más bien baratieri
que en vez de mare sus propios goles se van a la tribuna tirarles botellas
a los jugadores; que no hacen lo que ellos mandan.
- A lo mejor tiene razón
-dice Polanco que siempre se pone de tu lado cuando me la arriman demasiado-.
Es bastante insólito que en nuestros pagos un tipo no tenga úlcera
ni se precipite al analista porque el presbítero Mujica; un tal
Revol o esa nena lo sacuden contra las cuerdas.
O elogios o silencios: esa es la regla de oro.
- En el fondo es un vivo -resume
Calac-. Saca a relucir ataques para contragolpear con la ventaja del que
pega último, por escrito se entiende. Claro que la culpa la tenés
vos, porque esta no es una manera de hacerle una entrevista.
¿Yo? -brama Polanco-. Fuiste vos el que
empezó con lo del pasaporte, yo venía dispuesto a preguntarle
después del almuerzo cosas tales como si los últimos escritos
de Ronald Barthes repercuten en su traspasamiento espiritual o en su semiótica
más estructurada.
- Mi respuesta es muy sencilla
–digo-. No hay nada para almorzar. -Ya ves -protesta Calac-, hay que hacerles
preguntas fáciles y en una de ésas quién te dice que
saca los sándwichs. Yo por ejemplo le quería preguntar así
nomás, blandito y sin forzar el ritmo del combate, cuáles
son, maestro, sus actividades del momento. ¿Puede saberse sin indiscreción
si prepara algo?
- Un libro de cuentos. -¿Otro
más? -dice Polanco con delicadeza.
- Sí. Se llama Octaedro
y va a salir muy pronto. -Qué bien -me felicita el desgraciado de
Calac-. ¿Y puedo preguntar si esos cuentos continúan, vamos
a decir así, la línea?
-¿Cuál línea?
Ah, ya veo. No, son más bien cuentos fantásticos, de "una
tersa escritura sabiamente burguesa que alcanzan el máximo nivel
de lo correcto que suena a perfección, etcétera"; para el
final de la descripción de mi estímulo mirá la reseña
de que hablábamos.
- Te voy a decir una cosa -produce
Polanco "Lo fantástico ha dejado de interesar en América
latina, la realidad supera de tal modo a la ficción que tus cuentos
van a caer como sopa fría. Ahora nosotros estamos en el tes-timonio,
che, en las aportaciones al proceso geopolítico, somos los hijos
de Sánchez. Ya es tiempo de que te enteres que el conde Drácula
anda de capa caída, cosa que no le gusta ni medio aun vampiro porque
pierde la pinta.
-A propósito de ficción
me permito recordarte un libro llamado Cien años de soledad, del
que se vendió un millón de ejemplares -digo astutamente-.
Una cosa es rechazar lo imaginario o lo fantástico si se sospecha
que encubre un escapismo fácil, y otra rechazarlo por sí
mismo, casa que afortunadamente está lejos de suceder en nuestros
países - Estos cuentos de que te hablaba no tienen nada de escapistas;
siguen buscando a su manera algunas raíces del bicho humano que
creo inseparables de toda forma de conciencia revolu-cionaria en la medida
en que se oponen los estereotipos fáciles, a las ideas recibidas,
a todos esos itinerarios sobre ríeles de viejísimos, caducos
sistemas. Mirá, si alguien admira la tarea que está llevando
a cabo gente como un Rodolfo Walsh en la Argentina soy yo, che (dale con
el "che", que ya no se usa); pero como conozco un poco a Rodolfo sé
muy bien que cualquier trabajo imaginario que no sea un ejercicio de fuga
cómoda le parecería tan necesario en una perspectiva revolucionaria
como Operación Masacre, Y eso, que Walsh entiende tan bien, no quieren
entenderlo los que en el fondo le tienen miedo a su propio inconsciente
y prefieren prenderse con las manos del "contenidismo", el "compromiso"
y otras comodidades a mano. Nadie se cree más comprometido que yo
en lo que hago, pero como dijo alguien de El escarabajo de oro, hay más
de cuatro comprometidos que harían mejor en casarse de una buena
vez.
- Se largó- le informa
Polanco a Calac que haciéndose el inocente maniobra las palancas
de un grabador de bolsillo y pretende disimularlo detrás de la botella
de coñac.
- De todos modos -dice Calac-,
según muchos críticos sesudos, la cuota de fantástico,
de lúcido o de humorístico en tu Libro de Manuel actuó
en contra de tus intenciones que según vos eran buenas.
- Aunque no te niego la tentación
de pegar aquí mismo cuarenta y cinco recortes que prueban otra cosa,
me limitaré a decirte que sólo a los contrarrevolucionarios
de la revolución se les paran los pelos apenas alguien toca estos
temas sin el pathos que requieren sus apolilladas preceptivas literarias
y políticas: no sólo hay pobres de solemnidad sino revolucionarios
de solemnidad, que son precisamente contrarrevolucionarios que se ignoran
y que se destaparán el arito apenas agarren la manija como se ha
visto en tantos lados. Por suerte los creo en minoría, aunque tiendan
a aglomerarse en el nivel de la crítica periodística, extraño
producto en el que la suma de los dos factores tiende casi siempre al cero.
- Observa cómo nos veja
- dice Polanco. -Es que me aburren, che.
- Vos dirás lo que quieras,
pero cada vez se piensa más que lo fantástico puro huele
a raje -dice Polanco que ha verificado la extinción del coñac
y se venga como puede.
- Se puede rajar en muchas direcciones,
viejo, y la fuga hacia adelante es casi siempre la mejor manera de salir
del pozo. Te voy a contar una historia fantástica que empieza en
Santiago de Chile. Fijate de paso que soy yo el que cita a Chile, porque
ustedes hasta ahora parecen ignorar lo que pasa por ese lado, y eso que
toda entrevista a un escritor latinoamericano debería partir de
ahí aunque muchos argentinos pretendan que sus problemas son más
importantes.
- Nadie pretende eso- dice Calac.
-Sí, y todos los días, y no solamente en lo que toca a Chile
sino que se llega a una tal inconsciencia del contexto continental que
un señor que se llama Ricardo Otero y que es ministro de Trabajo
ha podido decir en un discurso que el Che Guevara era un renegado (sic),
ahí tenés el recorte de La Opinión del 16/12/73. Yo
seré un poeta ignorante de toda política, pero la frialdad
de tantos argentinos con respecto a la -revolución cubana me parece
no solamente suicida sino estúpida. En fin, dejame que te cuente
la historia fantástica; empezó en casa de Salvador Allende
una noche de febrero del año pasado. Éramos unos pocos, y
entre ellos un viejito mexicano cuyo nombre no retuve y que apenas terminadas
las presentaciones me dijo que aunque no era versado en letras había
seguido con mucho interés una entrevista que me habían hecho
en la tevé de su país. Le hice notar que se confundía
pues jamás había aparecido en esas pantallitas hogareñas
que como viejo y de modo que soy, me producen espanto. Insistió
en su afirmación, sosteniendo que había visto una larga entrevista
hecha por una muchacha de cabellos rubios, y que le había gustado
mi manera de contestar las preguntas, aparte de mí manera de pronunciar
las erres, etcétera. A riesgo de crear una situación incómoda
tuve que reiterar mi negativa, y como éra-mos gente educada buscamos
la salida por el lado de los sosías y de los dobles, nos reímos
un rato y pasamos a otra cosa.
- Si le suprimís los
dobles se desinfla como un globito -dice Polanco. -Esperá mientras
te saco otra botella, porque ustedes dos están al borde de la deshidratación
-les digo compadecido-. Hace apenas dos meses, en París, la mujer
de Carlos Fuentes me pidió una entrevista para la televisión
de su país. Como creo que una de mis obligaciones es la de hacer
todo lo posible para ayudar a desenmascarar a la Junta que tiene muchos
más partidarios de que ustedes se imaginan, acepté con la
condición de hablar sobre Chile, y así lo hice. Filmaron
la entrevista en casa de Fuentes y yo conté mi último encuentro
con Pablo Neruda en la Isla Negra, hablé del proceso chileno y de
mis diálogos con Allende, y sólo mucho más tarde,
mientras me volvía a mi casa, me di conscientemente cuenta de que
la entrevista me la había hecho una muchacha de cabellos rubios.
- De donde se sigue que el señor
de aquella noche había visto en febrero un equivalente de lo que
vos hiciste ocho meses después. Supongo que ese cuento figura en
tu nuevo libro, claro.
- No, estoy acostumbrado a queme
pasen cosas así y me aburriría aprovecharlas literariamente.
¿Querés que te cuente otra historia
fantástica? -Madre querida –dice Polanco. -Esta es más bien
al revés. Yo empecé por escribir un cuento hace muchos años,
y el otro día recibí una carta de uno de sus personajes,
un tal John Howell. Aquí tenés el encabezamiento, le podés
escribir si no me creés: -manda Calac-, desde hace un tiempo el
inglés se mezcla con el sánscrito y otras lenguas antiguas
en la que estoy sumido.
- Más bien te la resumo,
porque si no Galeano se va a enojar por el papel que le traigo a Crisis.
La carta consta de cuatro puntos. En el primero se dice que la persona
en cuestión estuvo poco antes en París y que como hace años
le gustan mis libros, aprovechó para comprar y leer Rayuela y los
cuentos que se desarrollan en esta ciudad. A su vuelta a Nueva York leyó
por casualidad una reseña de Todos los fuegos el fuego que acababa
de publicarse en inglés, y se enteró de que contenía
un cuento titulado Instructions for John Hoysell. Como segunda cosa apunta
que hace rato que trabaja en un libro muy extenso, en el que la palabra
"Instrucciones" tiene una resonancia especial para él. En tercer
lugar, te acordarás de que el narrador de mi cuento va a un teatro
donde lo inducen a improvisar un papel, el de "John Howell". Mi corresponsal
visitó el año pasado a un amigo que dirige un teatro en Nueva
York, y aunque jamás había trabajado como actor, aceptó
participar en una obra que su amigo tenía planeada y que él
podía ayudarle a completar desde el punto de vista del personaje:
así fue, y John Howell apareció durante tres meses en escena.
El último punto de la carta es que mientras estaba en París,
Howell empezó a escribir un cuento que de alguna manera tendía
a reflejarme a mí dentro del contexto de la ciudad. Por eso decidió
proceder sin rodeos, y el personaje de su cuento terminó llamándose
como yo y siendo yo mismo. Por supuesto, Howell termina su mensaje confiándome
su perplejidad, su sentimiento de lo que él llama "una ficción
ampliada", y también "una magia estructural que de alguna manera
se prolonga desde los libros a la vida".
En realidad -le dice Calac a Polanco-, nosotros
no vinimos a preguntarle esta clase de cosas, vos fijate cómo se
va colocando en el terreno que más le conviene, es el Archie Moore
de la labia.
- Me gusta la imagen -le digo-.
¿Ustedes querían hablar de boxeo o era solamente una alusión?
Cuando estuve en Buenos Aires, los muchachos de El Gráfico me invitaron
a ver pelear a Castellani, y yo les escribí una opinión más
bien fría de su performance. ¿Qué tal anduvo el muchacho
desde entonces?
- Las preguntas las hacemos
nosotros -dice Polanco-, pero para darte el gusto podés contamos
qué te pareció Monzón frente a Bouttier. -No pude
ir porque estaba con sinusitis.
- Mirá los nombres que
tienen sus rebusques -dice Polanco a quien de cuando en cuando hay que
dejarle hacer un mal chiste. -Pero la vi enterita en la televisión
y te diré que algo no andaba en Monzón, ganó como
quiso, claro, pero no estaba frente a Tony Mundine ni a José Nápoles.
Si al final se hace la pelea con Nápoles, ojalá que el dicho
famoso no se le aplique a Carlitos, lo deseo de todo corazón.
- No es necesario que te arrodilles
ni llores -dice Calac conmovida-. Todo el mundo empezando por Monzón
sabe que sos un hincha de veras, y va vas a ver que el pibe se porta. Pasemos
a otros deportes: ¿Qué libros te han gustado en esta temporada?
- Gran parte de los que me está
afanando Polanco -digo más bien hosco-, o sea ése, ése
y sobre todo aquél de ahí.
- En efecto -dice Calac a quien
jamás lo agarré desprevenido-, son excelentes, sobre todo
ése y ése. ¿Y qué viste en el cine últimamente?
- Malas películas que
a mí me parecen buenas, y viceversa. Casi me han golpeado por decir
que Gritos y susurros no valía el gran Bergman de otros tiempos,
y que en cambio una película erótica holandesa llamada Turkish
Delights, que empieza de una manera perfectamente asquerosa, va mostrando
una segunda intención que la agranda y la hermosea. Qué querés,
sigo prefiriendo cosas marginales alas grandes máquinas tipo Doctor
Jivago y Odisea del espacio, aunque hay que decir que en ésta la
parte de los monos al principio era para llorar de risa, cosa que no abunda
en estos tiempos pinochescos.
-¿Y El Último
tango en París? -dice Calac como haciéndose el idiota. -Ah,
esto es un caso especial porque le toca un poco personalmente. Uno de los
primeros lectores del Libro de Manuel me hizo notar diversas y curiosas
simetrías, sin hablar de la última, escandalosa y boca abajo,
entre el libro y la película, digamos entre Bertolucci y yo. Como
se trataba de un crítico profesional, cayó rápidamente
en la trampa de las "influencias" sin las cuales estos muchachos andan
medio perdidos, y pensó que la película había marcado
la conducta de mis personajes. Pero aparte de que ese tango se tocó
en París mucho después de terminado el libro, y que Bertolucci
y yo no nos hemos visto nunca, las simetrías me parecen curiosas
y significativas; una vez más siento como una figura, una red que
de alguna manera nos incluye a los dos. ¿Te fijaste que la acción
de la película empieza en la calle Julio Veme, que el protagonista
es un americano en París, que la chica es una burguesita, que el
héroe y el amante de su difunta mujer son quizá la misma
persona y su doble?
- Al final no nos invitó
a almorzar - dice Polanco recogiendo los libros después de una última
selección que consiste en agregar siete u ocho.
Ya están en la puerta llevándose
gran parte de mis pertenencias, cuando Calac me larga una mirada al bies
y me pregunta: -¿Y cómo anda el boom, maestro? -Mejor que
nunca -le digo satisfecho de que al fin me hagan una de las grandes preguntas
del día-. Nos hemos organizado de la manera más perfecta,
partiendo del principio general de llevar a la práctica Las fábulas
que a lo largo de estos años urdieron esos intelectuales que tanto
se preocupan del porvenir de los demás. Esto no lo publiquen: nos
reunimos cada tres meses en hoteles de superlujo, eligiendo cada vez una
ciudad diferente en la que podamos organizar nuestras orgías sin
llamar la atención. García Márquez, Fuentes, Vargas
Llosa, Asturias, Carpentier, y yo (generosamente aceptamos de cuando en
cuando a dos o tres más, cuyos nombres me callo para no herir a
otros postulantes) discutimos la situación con nuestro gerente general,
que nos fue recomendado por Lucky Luciano himself y que tiene certificados
de Onassis y de Spiro Agnew. Nuestras acciones están dando dividendos
satisfactorios; Feisal nos consulta para lo del petróleo, hemos
comprado tierras y propiedades en todas partes, y de cuando en cuando donamos
algún premio o algunos derechos de autor por aquello del qué
dirán. Yo he agregado otros cinco pisos y dos ascensores a mi suntuosa
residencia de verano en Saigon que, como se sabe, no es más que
una manera de disimular que de allí estoy a un paso de mi yate en
Marsella, que me lleva hasta el castillo que tengo en el sur de Italia
y en el cual guardo secuestrada a una chica de quince años (algunos
sostienen que es un chico, y me parece bien mantener el suspenso). Con
eso y la salud, ya te darás cuenta.
- Nos arruinó el almuerzo
-dice Polanco. -Son mentiras pero lo mismo te alteran el jugo gástrico
-murmura Calac-. En realidad antes de retirarnos tendríamos que
haberle preguntado qué piensa de la situación nacional, ¿no
te parece?
- Hum -dice Polanco, y me mira
despacito. -El error -digo yo sabiamente- es hablar de situación,
palabra que da una idea de emplazamiento fijo, de cosa más o menos
definida, situada, cuando por lo visto en la Argentina todo se desplaza,
vira, tantea dentro de un panorama cada vez más moviente y complejo.
Si este vocabulario les gusta, agregaré que el optimismo crítico
que tantas veces marcó mis opiniones cuando estuve por allá
en la época de las elecciones presidenciales, no se ha modificado
en lo esencial, aunque el componente crítico tienda a tener mucho
más a raya un optimismo que resultó prematuro.
En ese entonces creí (y mi fe en lo mejor
del pueblo sigue siendo inquebrantable) que el proceso se iba a acelerar
rápidamente en la dirección que ustedes saben: conmigo lo
creyó también una cantidad de gente que hoy se ve obligado
a un duro compás de espera y que incluso sigue en la obligación
de apoyar un estado de cosas que ha de resultarle bien amargo. ¿Pero
qué significa, en la historia como en la música, un compás
de espera, sino esa tensión que duplicará luego la fuerza
del avance de la melodía? Ya ves, no puedo pensar lo histórico
sin imaginarlo en términos estéticos, es evidente que Pitágoras
no ha muerto. Me acuerdo ahora de que en ese cuento mío que se llama
Reunión, el Che sentía que un determinado cuarteto de Mozart
contenía el dibujo de sus ideales y sus esperanzas. Y a propósito,
supongo que saben que la Junta chilena me quemó un librito de bolsillo
que incluía a Reunión entre otros relatos y que se iba a
vender en los quioscos por unos centavos, como parte del formidable trabajo
que estaba cumpliendo el gobierno en el plano de la cultura popular. Cuando
leí que también los libros de Jack London habían caído
en la hoguera me quedé estupefacto, pero después me acordé
que mi cuento tiene un epígrafe de La sierra y el llano en el que
el Che piensa en un personaje de London, y deduje que entre él y
yo lo arrastramos a las llamas al pobre Jack, vos fijate las atrocidades
de que es capaz la pérfida literatura marxista.
- Empieza a perder el aliento
-dice Calac-, vámonos antes de que cierren los boliches. -No dijo
gran cosa -observa Polanco-, y en cambio nos da todas estas fotos para
llenar los penosos huecos de su pensamiento.
- Me las pidió Galeano,
che. -¿Te pidió una con un hipopótamo en los brazos?
- Hipopótamo tu abuela.
Es mi cronopio más querido, completamente verde y lleno de inteligencia.
Entérense de que en Estocolmo hay un grupo de españoles de
izquierda que hace más de diez años fundaron un Club de los
Cronopios; nunca he podido ir a verlos pero no importa porque lo mismo
estamos juntos, cosa que muchos no comprenden si no te ven la cara todos
los días. Cuando Pablo Neruda volvió a recibir el Premio
Nobel, me contó que los del Club le regalaron un cronopio de felpa
roja, que él guardaba con cariño y que naturalmente le habrán
quemado en Chile; unos días después me llegó un paquete
postal; con un cronopio verde; creo que comprenderán ahora por qué
lo tengo en los brazos, por qué lo guardaré siempre conmigo,
y comprenderán también este texto de Pablo que nació
de una hoja de libreta, se agrandó hasta dar un póster del
Club, y volverá a reducirse para que Crisis pueda mostrarlo.
- En fin -dice Calac-, las cosas
más interesantes las venís a eruptar cuando ya estamos en
la escalera. -Aprendan a hacer entrevistas, qué joder. Les podría
decir muchas otras cosas, pero no falta gente que las está gritando
desde los cuatro rincones del planeta y no hace tanta falta que yo las
repita. Tomá, por ejemplo, llevate esta página de La Opinión
del 2 de enero, donde Miguel Cabezas cuenta la forma en que los militares
chilenos mutilaron y asesinaron a Víctor Jara. Ya sé, ni
ustedes ni yo podemos echar abajo a la Junta; pero en cambio podemos luchar
contra el olvido fácil, la vuelta de hoja de todo lector de la historia.
¿No les ha llamado la atención que de todos los que escriben
en pro o en contra de mi Libro de Manuel, NINGUNO se ha referido concretamente
a las muchas páginas finales donde, en columnas paralelas, se detalla
el horror de las torturas en la Argentina y en Vietnam? Dan ganas de elegir
entre varias hipótesis: 1) Que poco les importa puesto que no les
tocó a ellos; 2) Que los jode que yo haya equiparado a los torturadores
argentinos y a los yanquis, mostrando que no hay ninguna diferencia esencial;
3) Que los archijode que les jabonen el piso literario con evidencias históricas
o, viceversa, que les jabonen la historia con una novela que no niega su
condición de tal. Elijan nomás, yo pienso en Víctor
Jara, en el caso Garretón, en tanto de lo que sigue pasando en casa
y fuera de ella. Aquí, en todo caso, estamos haciendo lo posible
para que en Europa se siga con la vista fija en Chile; sólo así
se irán dando las condiciones para poder terminaren un día
no lejano Con esa ralea de asesinos y de fascistas. Ya ves, el póster
de Pablo no era una fantasía de poeta. Detrás de su liviana
broma estaba latiendo la premonición de lo que iba a suceder muy
poco después: los dogmáticos, los siniestros, los acurrucados,
los implacables. Claro que no quisiera que tomen frío en la escalera,
de modo que buen provecho y todas esas cosas.