Valor y afecto
En el curso de las polémicas que
desde hace doscientos años han acompañado el desarrollo de
la teoría del valor en la economía política, no creo
que se haya conseguido jamás desligar el valor del trabajo -hasta
las corrientes marginalistas y las escuelas neoclásicas (que tenían
vocación de operar esta desconexión) están obligadas
a volver a tomar en consideración esta relación (y lo que
la sostiene: el trabajo vivo de masa) cada vez que se encuentran confrontadas
con la política económica en concreto. En la elaboración
teórica neoclásica, el análisis de las relaciones
de mercado, empresariales, financieras y monetarias, rechaza en principio
toda referencia al trabajo. De hecho, la silencia. No es por casualidad
que, cuando los neoclásicos se enfrentan a decisiones políticas,
la teoría del valor-trabajo resurja (y los tetanice) en el lugar
preciso en el que los fundadores de la teoría la habían colocado:
en EL LUGAR DEL CONFLICTO (y
de la mediación eventual) de la relación económica
en tanto que relación social, donde se constituye la ontología
de la teoría económica.
Lo que ha
cambiado de manera irreversible, desde la época en que la teoría
clásica del valor dominaba, es la posibilidad de desarrollar la
teoría del valor en términos de orden económico, y
también la consideración del valor como medida del trabajo
concreto, sea éste individual o colectivo. Las consecuencias económicas
de esta dificultad son tan importantes como sus presupuestos antropológicos
y sociales. Es sobre estos aspectos sobre los que nuestro análisis
se detendrá -sobre esta novedad que transforma la teoría
del valor "desde abajo", desde la base de la vida.
A lo largo
de los siglos, durante los cuales se ha efectuado la modernización
capitalista (en la transición de la manufactura a la gran industria,
por hablar como Marx), la posibilidad de medir el trabajo (que a grosso
modo había podido efectuarse durante el periodo de acumulación)
se hace cada vez más difícil.
Deconstrucción
Mi primera
tesis, deconstructivista e histórica, es que es imposible medir
el trabajo, y por tanto ordenarlo y reconducirlo a una teoría del
valor, cuando, como ocurre hoy en día, la fuerza de trabajo ya no
es ni EXTERIOR ni INTERIOR
al mando (ni a la capacidad de estructurar el mando) del capital. Insisto
en que ésta es la situación hoy en día. Para aclararlo,
consideraremos dos posibilidades:
PRIMERA
POSIBILIDAD. La fuerza
de trabajo, o el valor de uso de la fuerza de trabajo, se encuentra
FUERA
del capital.
Esta fue
la situación en la que la teoría del valor fue construida,
en la época clásica en la que la fuerza de trabajo, siendo
exterior al capital, debía ser conducida al interior del mismo.
El proceso de acumulación primitiva consiste en llevar al interior
del desarrollo (y de su control) capitalista aquella fuerza de trabajo
que vivía fuera. El "valor de cambio" de la fuerza de trabajo tiene
así su base en un "valor de uso" que se ha construido en buena parte
fuera de la organización capitalista de la producción. ¿En
qué consiste este "afuera"? Marx ha hablado mucho sobre ello. Cuando
analiza la fuerza de trabajo como "capital variable", alude a una mezcla
de independencia y de subjetividad que se organizan:
SEGUNDA
POSIBILIDAD.La
fuerza de trabajo, o su valor de uso, se encuentra en el INTERIOR
de la sociedad del capital.
A lo largo
de su desarrollo, el capital ha ido reconduciendo cada vez más a
la fuerza de trabajo bajo su mando; ha eliminado progresivamente las condiciones
de reproducción exteriores a la sociedad del capital y, por consiguiente,
ha conseguido poco a poco definir el valor de uso de la fuerza de trabajo
en términos de valor de cambio –ya no sólo de manera relativa
como en la fase de la acumulación, sino también de manera
absoluta. "Arbeit macht frei". No es necesario ser postmoderno para
observar como esta reducción (subsunción) del valor de uso
al régimen constrictivo y totalitario del valor de cambio se ha
impuesto, a partir de los años 30 en Estados Unidos, de los años
50 en Europa, y de los años 70 en el Tercer Mundo.
Ciertamente
existen todavía, tanto en el Tercer mundo como en el Primero, situaciones
en las que persisten importantes formas de independencia en la formación
del valor de uso proletario. Pero la tendencia a su absorción es
irresistible. El mundo postmoderno traza una tendencia continua, impetuosa
y rápida. Es exacto. Podemos en efecto afirmar que a diferencia
de lo que todavía ocurría en la época del análisis
marxiano, hoy no es posible una definición del valor de uso que
pueda formularse
INDEPENDIENTEMENTE,
ni siquiera de forma parcial, del valor de cambio.
Por tanto,
el cálculo económico, de origen clásico o marxiano,
que establecía una unidad de medida independiente (un "afuera")
en la base de la dialéctica del capital, ya no tiene razón
de ser. Esta desaparición es real; por consiguiente, la teoría
de la medida del valor se ha hecho circular y tautológica: ya no
hay nada externo que pueda ofrecerle una base de apoyo. En efecto -y aquí
tampoco es necesario ser postmoderno para reconocerlo- a partir de los
años 60 (por lo que nos concierne) todo valor de uso está
determinado por el sistema de producción capitalista. Más
aún: todo valor, que en la teoría de la acumulación
no se situaba en un sistema inmediatamente capitalista (como la capacidad
social de reproducción, el plus productivo de la cooperación,
la "pequeña circulación", las nuevas necesidades y deseos
producidos por las luchas), es ahora inmediatamente recuperado y movilizado
en el seno del sistema de control capitalista (mundializado).
De este
modo, si (en términos clásicos) la teoría del valor
tiene que determinar un criterio de medida, no podrá encontrarlo
hoy más que en el interior de la constitución global del
valor de cambio. Ahora bien, esta medida es el dinero. Pero el DINERO,
precisamente, no es una medida, ni una relación con respecto al
valor de uso, sino -en este punto del desarrollo- su simple y pura sustitución.
Concluyendo,
la teoría del valor ha terminado con su función racionalizadora
(así como con su función fundadora) de la economía
política. Abandona el desarrollo capitalista en los umbrales de
la postmodernidad, transfigurada en teoría monetaria -construida
en el horizonte de la globalización, organizada por el mando imperialista.
"One dollar is one dollar". El dinero ya no es producto de un régimen
de intercambios (entre el capital y una fuerza de trabajo más o
menos subjetivada) sino la PRODUCCIÓN
de un sistema de intercambios. La teoría del valor queda banalizada
como instrumento de la medida monetaria, del orden del dinero.
Pero el
valor de la producción no ha desaparecido. Cuando ya no es reconducible
a la medida, se hace DES-MESURADO.
Quiero subrayar aquí la paradoja de una fuerza de trabajo que ya
NO
está ni FUERA, ni DENTRO
del capital: en el primer caso, el criterio que permitía el control
a través de la medida era su independencia relativa (algo que hoy
ya no existe: la fuerza de trabajo ha sido "realmente subsumida"); en el
segundo caso, el criterio que permitía el mando sobre la fuerza
de trabajo pese a la desaparición de la medida, residía en
su absorción por el régimen monetario (el keynesianismo,
por hablar de la forma más refinada de técnica de control).
Pero este segundo criterio tiende también a desaparecer en la medida
en que el control monetario se ha hecho completamente abstracto. Tenemos
por tanto que concluir que la fuerza de trabajo que encontramos en la postmodernidad
(en el sistema global y/o imperialista de la economía capitalista)
está situada en un NO-LUGAR
con respecto al capital
¿Cómo definir este no-lugar?
Para introducir
nuestro análisis, hace falta identificar ante todo el DESPLAZAMIENTO
teórico que determina la globalización de la explotación
capitalista. Cuando hoy hablamos de globalización, es en un doble
sentido: en un sentido EXTENSIVO,
en tanto que expansión mundial del tejido productivo a través
de los mercados; en un sentido INTENSIVO,
en tanto que absorción del conjunto de la vida social por la producción
capitalista. En el primer caso, la fuerza de trabajo se presenta en agregados
(o subjetividades) móviles, intercambiables, materiales e inmateriales,
en los que la potencia productiva está organizada según los
dispositivos de movilización (y/o de segregación, de segmentación,
etc.): la fuerza productiva se deriva aquí de la circulación.
En el segundo caso, la fuerza de trabajo se presenta como tejido social,
como población y cultura, tradiciones e innovaciones, etc. -en suma,
su fuerza productiva es explotada en el interior de los procesos de reproducción
social. La producción se hace coextensiva a la reproducción,
en un contexto "biopolítico". (Cuando hablamos de "biopolítico",
definimos un contexto de reproducción social que integra producción
y circulación, y el dispositivo político que las organiza.
No es ahora el momento de profundizar en esta temática: simplemente
nos hemos permitido introducir el término).
El no-lugar
de la fuerza de trabajo queda por tanto negativamente definido por la disolución
de la separación entre las diferentes formas de realización
del capital -tal y como los clásicos y/o Marx nos la habían
transmitido. Al mismo tiempo, queda positivamente definido por la intensidad
de la movilización y por la consistencia del lazo biopolítico
de la fuerza de trabajo.
Construcción
En este punto podemos ya extraer las siguientes afirmaciones:
Retorno a la economía política
Como el valor
está fuera de toda medida (tanto de la medida "natural" del valor
de uso como de la medida monetaria), la economía política
de la postmodernidad la busca en otros terrenos: en el terreno de las convenciones
de intercambios mercantiles y en el de las relaciones comunicativas. Convenciones
de mercado e intercambios comunicativos formarían la base de los
lazos productivos (y por lo tanto de los flujos afectivos) –fuera de medida,
ciertamente, pero susceptibles de control biopolítico. La economía
política postmoderna reconoce por tanto que el valor se forma en
relación con el afecto, que el afecto es fundamentalmente productivo,
etc.: por ello se intenta controlar (y mistificar su naturaleza) limitando
su potencia. La economía política debe en todo caso poner
la fuerza productiva bajo control, organizándose para imprimir sobre
las nuevas figuras de valorización (y sobre los sujetos que las
producen) nuevas formas de explotación.
Hay que
reconocer que, remodelando de esta forma su sistema de conceptos, la economía
política ha hecho un progreso enorme y ha intentado situarse (sin
negar la instancia de dominación que la define, pero reproduciéndola
en lenguajes originales) fuera de la dialéctica clásica del
capital. Acepta la imposibilidad de determinar una medida "objetiva" (trascendente,
como en el caso del "valor de uso", o trascendental como en el caso del
dinero) de la productividad de la fuerza de trabajo. Se pone por tanto
a prueba sobre el terreno marcado por la "producción de subjetividad"
o por la subjetividad productiva. El reconocimiento latente que la economía
política otorga al hecho que el VALOR
es en adelante una INVERSIÓN DE DESEO,
constituye una verdadera revolución conceptual. (Por jugar de nuevo
con la historia de la filosofía, que es casi siempre una materia
mistificadora, podemos subrayar lo divertido que es ver hoy valorizada
en Adam Smith LA TEORÍA DE LOS SENTIMIENTOS
MORALES en vez de LA RIQUEZA
DE LAS NACIONES; en Marx los escritos de juventud
en vez de EL CAPITAL; La sociología
del don de Maus en vez de ECONOMÍA Y SOCIEDAD
de Max Weber…). Esta revolución en la economía política
es reveladora: se trata de dominar el contexto de los afectos que instauran
la realidad productiva como superestructura de la reproducción social
y como articulación de la circulación de signos de comunicación.
Si es imposible medir esta nueva realidad productiva porque el afecto no
es medible, sin embargo, este mismo contexto productivo, tan rico de subjetividad
productiva (el afecto) DEBE ser controlado. La economía política
se ha convertido en ciencia deontológica. Esto significa que el
proyecto de la economía política de las convenciones y de
la comunicación es un proyecto de control de una realidad productiva
desmesurada.
Pero la
tarea es más dura de lo que había imaginado la economía
política. Hemos subrayado el hecho de que "desmesurado" significa
"fuera de medida" pero también y sobre todo, "más allá
de medida". La contradicción principal de la postmodernidad se sitúa
probablemente sobre esta diferencia. En su centro, el afecto (y sus efectos
productivos). Muy bien, dice la economía política, reconocemos
que todo lo que está fuera de medida no puede ser medido, aceptamos
que la ciencia económica se convierta en una disciplina teórica
no dialéctica. Esto no impide, añade, que este fuera de medida
pueda ser controlado. La convención (es decir el conjunto de los
modos de vida productivos y de intercambio) y la comunicación (es
decir el conjunto de relaciones interactivas que forman el mercado y la
conciencia de mercado) ofrecerían por tanto a la economía
política la oportunidad de limitar la desmesura del afecto-valor
por y en el control. ¡Interesante y titánico esfuerzo el de
la economía política!.
Porque lo
que escapa a la economía política (pero que tetaniza a la
política económica) es el otro aspecto: el valor-afecto
más allá de medida. Éste es imposible de contener.
Lo sublime se ha hecho normal.
Para retomar el análisis
Una economía
del deseo está a la orden del día. No solamente en términos
filosóficos, sino también en términos (disciplinarios)
de crítica de la economía política -es decir, partiendo
no tanto del modelo como del punto de vista de Marx: punto de vista del
oprimido que construye la insurrección e imagina una reconstrucción
revolucionaria, un punto de vista "desde abajo" que construye en toda su
riqueza el "no-lugar" de la realidad revolucionaria. El valor-afecto abre
la vía a una política económica revolucionaria, en
la que la insurrección es un ingrediente necesario, que pone sobre
la mesa el tema de la reapropiación del contexto biopolítico
por parte de los sujetos productivos.
¿Qué
queremos o podemos? Contestar científicamente está más
allá de toda medida, y no solamente fuera de medida. Sin embargo
es paradójicamente fácil contestar a partir de "lo común",
del diálogo entre personas y de cada lucha social cuando los acontecimientos
están cargados de afectividad: Tanta es la distancia entre el ser
y el afecto. De hecho, nuestra vida social, por no hablar de nuestra vida
productiva, se encuentra sumergida en la impotencia de la acción,
en la frustración de no crear, en la castración de nuestra
imaginación cotidiana.
¿De
dónde viene todo esto? De un enemigo. Pero si para el enemigo es
imposible medir el valor, para el productor de valor es irreal la propia
existencia del que pretende medir el valor… Hay que destruir al enemigo
a partir del afecto. Porque el afecto (la producción, el valor,
la subjetividad) es indestructible.