LA ARENA DE LOS SIGNOS
"Guerra antisubversiba": La expresión aparece en los diarios.
La gente entiende y acepta. Así se designa la represión ejercida
por los gobiernos militares y sus continuadores civiles.
Es imposible pensar cosas diferentes sobre
la justicia o injusticia de la represión, sobre el papel del gobierno
militar, sobre sus métodos. Sin embargo, aun hoy hay espacio social
para decir "guerra antisubversiva", "prisioneros subversivos" y para que
todos los oyentes entendamos a que referente se designa. El enunciado no
viene sólo, trae consigo "evaluaciones sobreentendidas".
A la luz de la teoría lingüística
de Bajtín, el fenómeno revela verdades dolorosas.
Si yo pronuncio "guerra antisubversiva" y espero
que mi interlocutor entienda que mi referente es la represión a
un proceso; es por que cuento con obligarlo a aceptar (aunque sea en el
primer instante de comprensión): 1). Que lo que ocurrió
fue una guerra, con todas las implicaciones que eso tiene (amplio despliegue
de métodos, inmenso número de víctimas, derechos de
los vencedores sobre los vencidos, etc.); 2). Que el enemigo tiene
un nombre: se llama subversión; no son personas, es una acción:
la acción de trastocar, trastornar, agitar el orden. La guerra que
el interventor reconoce es entonces contra esa acción, la de subvertir:
una guerra donde pueden caer agentes efectivamente subversivos pero también
todos los que sean necesarios para la eliminación de la acción.
¿Son conscientes estos implícitos
en quienes los escuchan o pronuncian con absoluta naturalidad la expresión
"guerra antisubversiva"? No. Es el carácter compartido, social de
estas evaluaciones implícitas el que hace que la frase pueda circular
por los medios masivos, el que condiciona y construye tanto el enunciado
como su comprensión. Justamente cuando se vuelve imprescindible
lo que las expresiones califican, cuando las evaluaciones no son ya, o
todavía, compartidas masivamente, queda claro hasta que punto lo
que no se dice, el horizonte ideológico de puntos comunes, conforma
lo que dice.
Supongamos que se quieren rendir homenaje a los
activistas y guerrilleros (combatientes) víctimas de la represión:
"homenaje a los subversivos" se podría llamar. Ninguna organización
política de Izquierda se atrevería a hacerlo.
Es que enunciarlo sin aclaraciones, sin explicar
evaluaciones sobreentendidas, sólo serviría para no ser comprendido
por la inmensa mayoría. Porque (pese a los significados del diccionario)
la palabra subversiva únicamente puede utilizarse hoy aceptando
que la acción de subvertir merece el lugar de enemiga en una guerra
feroz. Por eso se hablo de "detenido desaparecido" (haciendo hincapié
en el carácter de víctima) o de "combatiente" (aclarando
generalmente "por la democracia", no vaya a creer alguien que el combatiente
quería subvertir); por eso, si se decidiera hablar de subversivos
no habría otro remedio que aclarar: "subversivos porque quieren
subvertir este orden injusto y construir una sociedad mejor: Democrática".
Esta es la prueba lingüística que Bajtín aporta: habría
que explicitar una valoración positiva que es posible en una palabra,
pero que late oculta.
"En realidad cada signo ideológico viviente
tiene dos caras, como Jano. Cualquier palabrota vulgar puede convertirse
en palabra de alabanza, cualquier verdad común inevitablemente suena
para muchas personas como la mayor mentira. Esta cualidad ideológica
interna del signo se exterioriza abiertamente sólo en tiempos de
crisis sociales o cambios revolucionarios"(1929)
Entonces, el otro bando puede decir su enunciado
y no aclarar; sabe que será correctamente decodificado, cuenta con
que sus evaluaciones vencieron a las otras y por lo tanto son las hegemónicas.
Nuestro bando tiene dos caminos; o re-signarse (ese signo lingüístico
es de los otros, nos lo arrebataron en un genocidio discursivo), o recuperar
su victoria para lanzarse a otra batalla. Apropiarnos de la palabra, devolverle,
en una práctica política discursiva, nuestra propia valoración
y obligar a miles de oyentes a compartir nuestros implícitos, nuestros
entimemas.
Lo que no se puede hacer en ningún caso es
ignorar la lucha existente en el seno de ese signo. Evitar la palabra sin
admitir que hacerlo implica renunciar a más batallas; pronunciarla
fingiendo ignorar con que connotación será recibida.
Un Momento al Otro.
"Varías clases sociales" diferentes usan la
misma lengua; como resultado, en cada signo se interceptan asuntos de distinta
orientación. El signo se convierte en la arena de la lucha de clases".
(1929)
Fue en Rusia, allá por la década del
20, entre la euforia revolucionaria, el hambre y la guerra, cuando Mijaíl
Bajtín (1895-1975) comenzó a sentar las bases de la teoría
lingüística que nos permite descubrir cuanta renuncia y derrota
hay en el modo de usar y evitar la palabra subvención.
De algún modo, todo el pensamiento del grupo
Bajtín es una reflexión sobre el carácter social de
los sujetos humanos, que por momentos se vuelve un homenaje a esos semejantes
sin los cuales no alcanzamos el rango de personas.
La creación de una novela, por ejemplo, no
es un acto solitario e individual. Lukacs la había concebido como
un intento desesperado del hombre de rehacer una unidad armónica
primigenia y perdida para siempre. La novela como totalidad autosuficiente,
como intento de re-creación de la totalidad perdida por la humanidad
en un pasado remoto.
Bajtín parte de la idea de la obra de arte
como una totalidad, pero ya en sus primeros trabajos -a lo que su cristianismo
aporta su amorosa presencia del prójimo-, (Un trabajo fundamental
de esa época es "Autor y Personaje en la Actividad Estética",
escrita entere 1920-24 y publicada sólo póstumamente. Aparición
en Estética de la Creación verbal. 1979) aparece la convicción
apasionada de que la obra no se construye jamás en un acto humano
solitario (igual que con Marx, ese acto no existe) sino que es producto
de un hombre en compañía, mirando, amando a otro).
No hay obra sin el otro, que es mi héroe,
mi protagonista. Un hombre sólo frente al mundo no es un artista;
es más, ni siquiera es un hombre. Sólo la mirada del otro
lo reconoce y lo hace humano, le da vida: devenir hombre o mujer es ser
mirado por mis semejantes; ellos son mis "autores"; yo su "héroe.
Utilizando una metáfora que Lacand desarrollaba,
Bajtín dice que los ojos del otro son el espejo donde nos miramos,
donde nos sabemos enteros; la visión y vivencia de nuestro propio
cuerpo, de nuestra propia vida, son necesariamente parciales y despedazadas;
encerrados en nosotros mismos, dependemos del otro para adquirir completud,
para ser personas. Con una sensibilidad casi psicoanalítica (pese
a sí mismo, Bajtín repetía los argumento stalinistas
contra el psicoanálisis), comprende que el primer otro, fúndante
de la subjetividad, es la madre y su mirada de amor.
"Afirmar emocional y volitivamente desde el otro
y para el otro": cuando me miro en el espejo miro a ese que me contempla
desde un lugar privilegiado, el afuera de mí, desde donde ve lo
que yo jamás podré ver. Así mira el artista su personaje,
su objeto estético; no se trata de una relación simétrica,
de un yo y tú igualados, encerrados ambos en sí mismos, contemplándose
mutuamente; se trata de un otro que me mira a mí, solamente, que
me vuelve su él, su representación, que me nombra, me crea,
me designa (sin embargo, Bajtín utiliza muchas veces los pronombres
yo y tú para designar esta relación). No obstante subrayar
una y otra vez la simetría de los lugares; esto invalida, en realidad,
que la relación sea realmente entre un yo y un tú (sobre
todo, si definimos los pronombres desde la teoría de Benveniste).
"Toda representación valorativa propia de
la existencia del mundo tiene al otro como su protagonista justificadamente
concluso; todos los argumentos se componen en torno al otro, sobre él
se han escrito todas las obras, se han vertido todas las lágrimas,
a él se han dedicado todos los monumentos, todos los panteones están
llenos de otros, sólo al otro lo conoce, lo recuerda y lo construye
la memoria productiva, para que también mi recuerdo sobre el objeto,
el mundo y la vida se vuelven artísticos". (1920 - 24).
Este recuerdo vuelto artístico es cerrado,
perfecto, igual que la ficción. Su tiempo es como el pasado de los
cuentos: transcurre en un tiempo diferente, inmodificable, es "el pasado,
que tiene su valor fuera del futuro y en que están perdonadas todas
las obligaciones y deudas y están abandonadas todas las esperanzas".
(1920 - 24)
Teoría del Arte en los Tiempos del Cólera.
Tanto el objeto estético como la subjetividad
humana están conformados por la subjetividad del otro... Vida y
arte se funden en Bajtín, la creación estética produce
mucho más que obras de arte.
Pero no cualquier mirada nos construye como sujetos,
sólo una mirada humana (crítica); el otro valora, juzga,
ama, detesta. Esta valoración -se terminará planteando- es
fundamentalmente social.
La conformación de un héroe conformado
por valoraciones sociales se extiende a todo lo real; representar, nombrar,
pasa a ser una actividad inevitablemente axiológica (recordamos
el ejemplo de la subversión). Como cuando en la Rusia revolucionaria
de la década del 20; la axiología es ideología por
antonomasia, semiosis e ideologías se funden.
Es así como el grupo Bajtín llega
a un lugar crucial: aquel donde teoría de los signos y teoría
de las ideologías se encuentran.
En realidad, ese cruce fue la verdadera obsesión
de las polémicas de la época. La revolución se había
encontrado, al estallar, con un grupo de casi adolescentes estudiantes
de literatura, apasionadamente enfurecidos contra las estéticas
en boga, incansablemente dedicados a pensar que cosa era el lenguaje artístico,
que cosa era por lo tanto un signo artístico, que un signo "común",
cotidiano, contra cuya percepción el otro se recortaba. Eran jóvenes,
eran brillantes, algunos apoyaban a los bolcheviques, todos rodeaban a
los poetas más talentosos del momento (Maiakovski, Essenin, ect.).
La teoría literaria los conoce con el nombre de formalistas.
Hartos de que despojaran al arte de toda especificidad
(se lo explicaba por la historia, por la biografía del autor, por
la filosofía, por la lucha de clases, nunca por sí mismo)
comenzaron levantando la bandera de la pura forma, del puro procedimiento.
Enarbolando el marxismo, muchos les cayeron en cima. Las explicaciones
sociológicas proliferaron. En ellas, el arte no era forma sino contenido;
el contenido, producto de la ideología; la ideología, producto
de la base material, económica. Sin embargo, los formalistas ponían
el dedo en la llaga; no es tan simple, señores, ¿cómo
definen desde esa explicación lo específico del arte?
Nadie sabía en verdad contestar esa pregunta.
Igual que la guerra civil, el hambre, la pasión y el invierno, la
polémica arreciaba. Tanto formalistas como sociólogos revisaban
sus argumentos. Desde el primer grupo, Tinianov sentaba bases para que
el arte no fuera puro procedimiento formal e intentaba descubrir relaciones
entre la literatura, sociedad e historia que no transformaran a la literatura
en un mero reflejo. Trotzki, por su parte, reconocía en medio de
sus ataques que sólo los formalistas tenían los instrumentos
para analizar con rigor el lugar del lenguaje en la poesía. "Los
métodos del análisis formal son necesarios, pero insuficientes",
escribía. El artículo sobre los formalistas es uno de los
más inteligentes documentos de polémica de la época.
En ese clima, el grupo de Bajtín construyó su pensamiento.
Lo hizo como parte de la discusión; su práctica teórica
era practica política. Para hacerlo, eligió dos adversarios
claves, brillantes: los formalistas y el curso de lingüística
general de Ferdinand Saussure.
Signos que Laten.
La obra del lingüista belga había llegado
rápidamente a Rusia. Apareció en 1915, el libro que iba a
trastornar radicalmente todas las ciencias sociales comenzó su gloriosa
carrera en Rusia revolucionaria. Los formalistas encontraron en Saussure
una teoría de los signos que desenvolvía y explicaba muchas
de sus intuiciones. El grupo Bajtín, una teoría contra la
cual era posible dar forma semiótica a aquella mirada y evaluación
del otro. La ideología aparecía ahora como la emperatriz
del mundo de los signos; el marxismo y la semiótica tendrían
mucho que decirse. El arte podría verse como un modo específico
-infinitamente potente- de condensar, elaborar y producir unidades ideológicas.
Detenernos en la teoría estética de Bajtín es imposible
en los límites de espacio de este artículo. Su postura ilumina
de modo particularmente concreto y operativo los procesos de transformación
del material ideológico que construye una obra de arte y logra escapar
de la empobrecedora dicotomía forma-contenido. La obra de Bajtín
construye, por otra parte, una verdadera teoría de la novela que
se vuelve a demás instrumento indispensable en una teoría
de la cultura popular.
Decidido a definir un objeto de estudio para la
lingüística, Saussure separó el sistema de la lengua
en los actos del habla que la lengua (matriz mental, socialmente compartida
por un pueblo) generaba. El objetivo: quitar todo lo aleatorio, lo individual,
lo imprevisible del acto humano de hablar y resguardar el carácter
sistemático, abarcable, descriptible de ese conjunto de signos interrelacionados
por reglas llamada lengua
Dejando el habla fuera de su objeto de estudio,
Saussure dejaba también fuera del acto concreto, social e históricamente
determinado que un locutor, a una hora y a una fecha, emocionalmente comprometido,
aprisionado dentro de concepciones ideológicas, diera algo. ¿Cómo
influían esos factores en la construcción de su enunciado?
No importaba. La lingüística saussuriana sólo estudiaba
la lengua.
En cambio el grupo Bajtín propondría
otra lingüística: una lingüística del habla (los
términos más elegidos del cuestionamiento de Saussure están
en el signo ideológico -1929-. De todos modos, la lectura a distancia
muestra hasta donde todo el planteo bajtiniano es tributario del Curso...
Por un lado, la teoría del valor saussuriana, su afirmación
de que no hay ideas previas al sistema sino que cada lengua, de su propia
organización estructural, emanan los conceptos, es el aporte más
riguroso e indiscutible a la comprensión de las lenguas como productoras
de ideologías. Por el otro, Saussure admite claramente el carácter
social e histórico de las lenguas, cuya génesis es siempre
el habla, dice, acto históricamente determinado. Él elige
dejar afuera el aspecto social de la lengua para conformar su objeto de
estudio; aunque atacándolo por esto, el grupo Bajtín parte
de su misma dicotomía (por él construida) y decide trabajar
con eso que Saussure había desechado, no por inexistente sino por
"inmanejable" en términos científicos.
Para Bajtín se trató de entender,
de qué modo los enunciados son conformados por sus condiciones de
producción y como los acentos valorativos con que se pronuncian
van cargando de tensión los signos. A diferencia del signo saussuriano
-exclusivamente definido por sus asépticas relaciones dentro de
un sistema que nunca importa como o para que es utilizado en actos de habla-,
el signo del grupo Bajtín está atravesado por el pulso de
la vida.
"El lenguaje no conserva ni forma palabras neutras,
‘que no le pertenecen a nadie’: está dispersado, pleno de intensiones,
totalmente acentuado (...) No es un sistema abstracto de formas normativas,
sino una opinión multilingüe sobre el mundo. Todas las palabras
evocan una profesión, un género, una tendencia, un partido,
una obra precisa, un hombre particular, una generación, una época,
un día, una hora (...) Todas las palabras, todas las formas, están
pobladas de intenciones".
Como nadie aprende a hablar en neutro o imparcial
diccionario (habría que ver, además, si los diccionarios
pueden ser neutros o imparciales), adquirir el sistema de la lengua implica
una realidad, habitarse con múltiples acentos y valoraciones ajenas
(de la comunidad) que no coexisten pacíficamente sino que se discuten
o se responden. Si la conciencia que conforma a los sujetos es lingüística,
nuestra propia subjetividad, construida toda ella por signos, está
hecha de valoraciones sociales donde laten la historia, la posibilidad
de disenso y subversión.
Dialoguismo, señor del enfrentamiento.
Conciencia hecha praxis, la lengua se ha formado
de la misma práctica social de la vida y está penetrada por
ella, por los enfrentamientos que le son propios, por su ritmo y sus afectos.
Entonces queda claro que la ideología no es más que eso;
producción de representaciones del mundo, signos, lengua. El signo
sólo es ideológico y en su funcionamiento se pude ver privilegiadamente
el de las ideologías. La semiótica es por ende la disciplina
capaz de aportar ni más ni menos que la descripción sistemática
y específica del funcionamiento de la ideología en una forma
social.
Los semejantes, los otros, que nos legaron sus acentos
y valoraciones cuando aprendimos a hablar, nos conformaron con su mirada-discurso
reconocedor. Los ojos nos contemplan desde el espejo, sus discursos nos
"escuchan" mientras nosotros hablamos. Los otros no son jamás el
polo pasivo de la mera recepción; no son oyentes, en realidad sino
hablantes silenciosos que escuchan tomando "una activa postura de respuesta:
(el oyente) está o no de acuerdo con el discurso (...), lo contempla,
lo aplica, se prepara para la acción (...). (su) postura de respuesta
está en formación a lo largo de todo el proceso de audición
y comprensión". Es que al hablar no concebimos a los otros como
meros decodificadores pasivos, terminales computación; "el hablante
mismo cuenta con esta activa comprensión preñada de respuesta"
y de acuerdo con eso estructura su propio enunciado.
Eso sí: no hablamos como hombres solos, que
se dirigen a máquinas únicamente capaces de decodificar.
Tampoco nuestra lengua fue creación de un hombre sólo: ningún
"primer hablante" interrumpió el primer silencio del universo. Como
en Peirce (para quien sólo hay signos en un universo de signo),
sólo hay discurso en discusión, acuerdo, diálogo con
otros discursos. Discursos anteriores, míos o ajenos, discursos
a los que el mío se anticipa a rebatir, discursos que ansío
y espero para que respondan, apoyen, continúen mis preguntas. Mi
voz nunca está sola, mi palabra vive sólo en el límite
en que se toca con la palabra del otro y por eso significa.
Límite entre mi voz y la del otro; triunfo
de valoración demoniaca de la palabra subversión. Tal vez
por eso la izquierda ha acusado de ""subversivos" a los militares golpistas:
la palabra sólo aparece para acordar, roja de vergüenza, con
los ecos de la voz del adversario. Comprobarlo sirve para captar sutiles
pulsos de enfrentamientos y para saber que la arena de los signos es un
campo de lucha que se vuelve imprescindible
Marcela Ortúzar