Perspectivas para la Superación
Consciente de
Nuestra Práctica Actual

 
 

Instituto de Prehistoria Kontemporánea

"En todos los ámbitos de la actividad humana, la práctica revolucionaria cae pro su propio peso, con tal de que se adviertan las contradicciones en cada nuevo proceso; entonces ésta consiste sencillamente en ponerse al lado de las fuerzas que actúan en el sentido de la evolución enfocada hacia adelante, y en asegurar el dominio práctico para favorecer la toma de conciencia. Ser radical, decía Marx, significa tomar las cosas por la raíz. Si se toman las cosas por la raíz, si se comprende su proceso contradictorio, la práctica revolucionaria está asegurada"
( Wilhelm Reich)


El verdadero significado de las protestas de marzo.


 


    En el momento en que la clase capitalista despliega su mayor ofensiva contra las masas de explotados, tanto a nivel mundial como en cada país, a nadie debe extrañar que por todas partes aparezcan fuerzas anticapitalistas organizadas, así como expresiones de rechazo violento - aunque aún disperso e insuficiente - al orden impuesto. En el actual sistema, el principal resultado del desarrollo de las fuerzas productivas es la producción incrementada de miseria en todas sus variedades; no existe ninguna posibilidad de que tal situación prevalezca sin generar formas de resistencia más o menos radicales. Hoy en día, sin embargo, ya no se trata de exigir la mejora parcial de una u otra calamidad, sino de algo mucho más simple y definitivo: invertir los términos que gobiernan hoy en día al mundo. Mientras que por un lado la mayoría de quienes dicen ser enemigos del capitalismo no han estado hasta hoy lo bastante dispuestos siquiera a discutir esta perspectiva, por otro lado la clase capitalista y el Estado que la protege saben bien que el problema de fondo en todo el planeta tiende a dirimirse en términos muy poco sutiles: o ellos, o nosotros. Es por eso, y por ninguna otra razón, que las clases dominantes se están armando hasta los dientes.
    Puesto que el Estado debe administrar niveles cada vez mayores de descomposición y descontento social (a la vez que su legitimidad tiende a ceder bajo el peso de una realidad insoportable), no es raro que el Ministerio del Interior de Chile haya efectuado en torno a la reunión anual del BID (del 15 al 20 de marzo) el mayor despliegue de seguridad visto desde la dictadura militar. El objetivo era claramente evitar que las calles de Santiago se transformaran en un campo de batalla similar al vivido en Seattle durante la cumbre de la OMC, o las posteriores manifestaciones en Washington, Davos, Praga, Cancún y Nápoles. Es cierto: en Santiago no hubo campo de batalla. Y como era previsible, quienes se veían a sí mismos como vencedores y quienes se veían a sí mismos como perdedores se apresuraron a sacar de ese hecho, cada cual a su manera, las únicas conclusiones que podían sacar: mientras Jorge Burgos se jactaba en un lenguaje hitleriano de la eficacia policial del Estado, algunos sectores contestatarios buscaban en el resultado de las protestas la prueba irrefutable de que aún "no somos nada". Una mirada por encima de los triunfalismos y pasividades habituales, sin embargo, nos muestra que el proceso abierto en las protestas contra el BID tiene una significación más profunda: los enemigos del capitalismo, al actuar juntos, han empezado a hacerse conscientes de su propia fuerza.
    Más allá de sus ecos noticiosos, las protestas contra el BID señalaron la convergencia práctica de un importante número de organizaciones en torno a una perspectiva común explícitamente anticapitalista. A menos que uno se tome en serio las imbecilidades del ministro Insulza, quien atribuyó estas manifestaciones a que los grupos involucrados simplemente seguían una "moda" impuesta en el hemisferio norte, hay que reconocer en ellas el resultado de un proceso de acumulación de fuerzas y el germen de una oposición radical al capitalismo como tal. Lejos de adherir a triunfalismos fáciles, debemos asumir esta reaparición contestataria como un proceso en gestación, cuyas expresiones prácticas actualizan la herencia de una lucha histórica llena de contradicciones. A partir de esta comprensión desmitificada es que podemos decir sin vacilaciones lo que ningún gobierno, partido constitucional o burocracia sindical es capaz de decir: que el movimiento anticapitalista surgido en marzo es la manifestación más visible en Chile de un nuevo asalto popular contra el capitalismo, esta vez a nivel global. Hay sobradas razones para ver en las acciones anticapitalistas emprendidas en el último período en varios países los anuncios de una crisis sociopolítica similar a la que sacudió a los países occidentales en el período 1968-77. Lo único realmente extraño sería que en Chile, tras casi treinta años de dictadura militar y económica, esta tendencia no se hubiese manifestado.
 


Lo que queda tras una coyuntura agotada.

    El proceso abierto en marzo tiene dos aspectos centrales. Primero: en él se refleja una tendencia, aún incipiente, de oposición anticapitalista global (1). Segundo: en él se condensan y actualizan algunas de las principales contradicciones que han atravesado a la izquierda chilena en las últimas décadas (desde el proyecto de la Unidad Popular hasta la creación de redes sociales semiautónomas durante los últimos diez años, pasando ciertamente por la resistencia contra la dictadura). Estos dos aspectos están estrechamente ligados entre sí.
    Para las fuerzas que en Chile buscan levantar un movimiento de oposición radical al sistema, la aparición a nivel mundial de potentes manifestaciones anticapitalistas abre un escenario muy distinto al de pocos años atrás, por cuanto hoy la posibilidad de articularse en una estrategia de lucha internacional resulta mucho más accesible para un amplio sector contestatario. Que los anticapitalistas chilenos sepan darle un buen uso a este nuevo escenario internacional depende de cuán correctamente se posicionen frente a la situación político-económica del país, que por lo demás resulta hoy altamente favorable a sus objetivos (2). En tal perspectiva, la posibilidad de que el movimiento aparecido en marzo contribuya significativamente a la construcción de un proyecto alternativo y antagónico en Chile, depende de cuán capaz sea este movimiento de comprender su propia actividad como parte de un proceso social y político de largo alcance, así como de profundizar en las contradicciones de dicho proceso, hacerlas visibles y superarlas en la práctica.
    La convergencia anticapitalista que actuó contra el BID - cuarenta y seis agrupaciones - se ha mantenido en estado latente desde el agotamiento objetivo de esa coyuntura. En el período transcurrido desde el 20 de marzo (día de la última acción masiva contra el BID) la mayoría de las organizaciones ha dejado de participar substantivamente, al tiempo que se ha mantenido activa una Coordinadora Anticapitalista (CA) donde opera efectivamente una quincena de organizaciones. Este núcleo, aunque conserva el nombre de "coordinadora", no ha logrado darle a tal coordinación los alcances que tuvo al comenzar el proceso. Lo cual no es extraño si se considera que la convergencia de marzo respondió a un hecho coyuntural cuya trascendencia todos podían al menos intuir, mientras que en el último período no ha habido "hitos" lo bastante significativos (al menos en apariencia) como para movilizar a las fuerzas iniciales.
    Los debates al interior de la CA han oscilado hasta hoy entre estas dos percepciones: primero, que es necesario movilizar a dichas fuerzas para responder objetivamente a la actual ofensiva patronal y evitar que la perspectiva anticapitalista instalada en marzo se diluya; y segundo, que es preciso desarrollar la CA como un espacio de construcción orgánica-discursiva y como referente político anticapitalista (3). Durante un cierto período estos dos objetivos no llegaron a presentarse como aspectos complementarios de un mismo proyecto, sino que iban apareciendo sucesivamente como alternativas prácticas contradictorias: cuando la CA trataba de resolver uno de ellos tendía a perder de vista el otro. Hacia finales de mayo se había avanzado muy poco en la consecución de ambos. La reestructuración iniciada el 2 de junio - equipo de coordinación compuesto por delegados de organizaciones, creación de un boletín interno, etc. - ha tenido lugar precisamente en un contexto de agotamiento generalizado, ligado a una sucesión de marchas contra esto y por aquello cuya organización copó durante varias semanas la agenda de muchos que ni siquiera tenían certeza de por qué salían a la calle.

Alcances y límites de la CA como fuerza coyuntural.

    Hay un hecho claro y es que el momento actual nos obliga a avanzar hacia una lucha que supere las ideologías y prácticas que hasta ahora sólo se han opuesto parcialmente al capitalismo. Es innegable que dicho avance está determinado por situaciones coyunturales a las que es necesario responder (y que habrá que saber crear); por otra parte, sería iluso esperar que las fuerzas anticapitalistas puedan responder a situaciones coyunturales, ni mucho menos crearlas, a menos que cuenten con estructuras y canales de comunicación que posibiliten una mínima coordinación en el momento que se requiera. Las protestas contra la reunión del BID evidenciaron que las condiciones prácticas para ello están dadas, y que lo que queda es afianzarlas sobre una base orgánica accesible para todos los que quieran sumarse a la pelea. Que la CA sea capaz de movilizar a un sector amplio para situaciones específicas depende básicamente de dos factores:

    La eficacia operativa es inútil si no resulta de posiciones políticas coherentes, y es imposible levantar una alternativa política si no hay herramientas para difundirla e instalarla con solidez.
    La CA sólo puede influir en la reconstrucción del movimiento popular a condición de que actúe políticamente, coordinando y convocando a organizaciones sociales, culturales y políticas en pos de objetivos amplios, claros y realizables. Para ello no basta con que la CA se defina como "anticapitalista"; ante todo debe ser capaz de generar movilizaciones y procesos de convergencia en un escenario dominado por fuerzas políticas reaccionarias y, como mucho, reformistas. Los propios involucrados en la CA han demostrado una cierta laxitud a la hora de definirse respecto de este escenario y de las fuerzas que lo dominan, debido fundamentalmente a la confusión reinante acerca de "qué es" un espacio político, cómo se construye y cuáles son sus fines. Si enfatizamos la necesidad de que la CA se defina a este respecto, no es porque la CA deba demostrar su "pureza" en comparación con otros sectores, sino porque de no hacerlo corre al menos dos graves riesgos: primero, quedarse empantanada en un activismo sin más objetivos que los que dictaminen los sectores mejor organizados en su interior; y segundo, que sea cooptada e instrumentalizada por fuerzas políticas que justamente tienen como elemento central de su accionar la cooptación e instrumentalización de iniciativas autónomas.
    Un nítido ejemplo del primer caso (activismo sin objetivos claros) es el hecho de que la CA no fuera capaz de coordinarse con el FUS para impulsar durante el 1 de Mayo acciones anticapitalistas que merecieran ese nombre, mientras que a los pocos días asumiera como propia, sin mediar la más mínima discusión, la Marcha contra la Impunidad convocada por la Funa. El problema no es que una de estas iniciativas sea más o menos importante que la otra, sino que la CA no ha abordado ni el más elemental debate político al momento de incluirlas o sacarlas de su propio itinerario. Independientemente de que alguna organización tenga una legitimidad bien ganada dentro y fuera de la CA, lo cierto es que las decisiones de la CA respecto a cuándo, cómo y por qué moviliza sus fuerzas no pueden depender de la legitimidad de facto de uno u otro sector, ni de la valoración superficial de argumentos circunstancialmente correctos. Tomar decisiones sobre la base de simpatías o antipatías espontáneas sólo expresa el predominio de consensos ficticios, apresuramientos irreflexivos e impotencia colectiva para entrar en cuestiones de fondo. A la hora de decidir qué hacer, no sólo se debe considerar la pertinencia de una opinión en el debate, sino también de quién viene esa opinión y qué consecuencias tiene en el largo plazo.
    La ausencia de un debate que tenga en cuenta explícitamente las orientaciones políticas de cada cual hace patente el segundo riesgo al que aludíamos: la intervención dentro de un espacio autónomo de fuerzas políticas con fines de cooptación. Es significativo a este respecto que en la misma asamblea en que se decidió constituir la CA, al brazo derecho de la secretaria general del PC se le concediera el privilegio de conducir la discusión por más de una hora, en circunstancias en que no debería haberse aceptado siquiera su presencia en la reunión, puesto que obviamente no había ido allí a formar parte de la CA. Otro hecho indicador de este ánimo excesivamente conciliador hacia unas fuerzas ridículamente oportunistas, es que pocos días antes del 1 de Mayo la asamblea de la CA discutió con un representante del MPMR la factibilidad de boicotear el acto de la CUT, pasando por alto el hecho de que el propio MPMR tiene militantes a cargo de la seguridad de dicho acto. En este caso particular, el problema de fondo es que los miembros de la CA nunca consideraron seriamente la relación histórica entre el MPMR y el PC, por un lado, y entre el PC y la CUT, por otro. En este caso los árboles no sólo impidieron ver el bosque; además tomaron la palabra para señalar la dirección que se debía seguir con tal de perderse en él.
    La dificultad para crear una fuerza coyuntural importante no está dada tanto por carencias logísticas, sino más bien por la ausencia de perspectivas claras respecto a qué debemos atacar, por qué hacerlo y cómo. No sirve de nada afianzar una red de coordinación entre organizaciones anticapitalistas si éstas no pueden acceder a una visión política que distinga claramente lo que es crucial de lo que es irrelevante en un momento dado. La CA necesita consensuar una postura unitaria que permita a distintas organizaciones trabajar en torno a un mismo eje, y ello no puede ocurrir si en su interior hay colectivos cuyos trabajos se contradicen abiertamente unos con otros. Por ejemplo, sería incoherente mantener dentro de la CA a un grupo que lucha contra la manipulación de los aparatos partidarios y de las burocracias sindicales, junto a otro grupo que acepta o promueve dichas prácticas. Con ello entramos directamente a la raíz del problema: si necesitamos articular un frente común que vaya más allá de los simples contactos puntuales, y si dada la crítica situación actual necesitamos generar movilizaciones importantes en el corto plazo, ¿cómo podemos conjugar formas diversas de pensar y de actuar sin que éstas se enfrenten, se empantanen en discusiones interminables o se limiten a consensos superficiales? ¿Qué elementos orgánicos y de método deberíamos tener en cuenta para construir puntos de vista colectivos que permitan una práctica coherente, democrática y participativa?

Hacia una Coordinadora autoinstituida.

    Un primer paso con miras a rearticular una coordinación real de organizaciones ya ha sido dado con la actualización de una red de contactos entre las agrupaciones que se reunieron en marzo para protestar contra el BID. Esto no implica necesariamente que podamos considerarlas a todas como parte de la actual coordinación; tan sólo se trata de informarles que esta instancia, mal o bien, funciona. Que cada organización responda al aviso y se haga cargo de la situación, depende exclusivamente de su propio interés y responsabilidad. Si alguna organización desea hacerse parte de la Coordinadora sólo para eventos coyunturales, o si quiere integrarla pero está materialmente imposibilitada de participar en las asambleas y debates, debería al menos comunicarlo a los grupos actualmente coordinados. En las presentes circunstancias no se debería descartar la participación nominal de grupos, al menos como una forma de contar con ellos para convocatorias específicas.
    La definición de lo que la CA realmente es, de lo que debería llegar a ser, así como de sus métodos y fines específicos, es algo que depende exclusivamente de quienes toman parte activa en el proceso que se está desarrollando. No cabe esperar a que esta instancia vuelva a ser lo que fue en un principio para que asuma responsablemente sus tareas, sencillamente porque no puede volver a serlo. Entre la Coordinación Contra el BID y el momento actual han tenido lugar avances cualitativos que no se pueden desconocer, independientemente de la disminución numérica de los grupos coordinados. En tal sentido, a la CA le corresponde asumir básicamente dos problemas:

    Creemos que la principal dificultad para establecer estas metas estriba en la falta de claridad respecto de la naturaleza misma de la CA, es decir, de su composición orgánica, de la diversidad de orientaciones que se expresan en sus asambleas y de lo que cada cual espera construir en ella. Hay que hacer notar que la CA, aún contando con diez semanas de intenso trabajo y con los elementos técnicos necesarios para ello, no ha producido avances significativos en cuanto a darse una identidad y carácter claros, que la hagan apreciable como referente político autónomo y claramente distinguible de otras fuerzas opositoras. Que la CA desarrolle una identidad y un posicionamiento político coherente depende de que ésta sea capaz de autoinstituírse como tal, es decir, que pueda darse una forma definida y fijarse unos objetivos mínimos a partir de las posiciones políticas de las organizaciones que la componen. Esto, obviamente, sólo puede darse en la medida que las organizaciones hagan comunicables sus posiciones, o sea: que las pongan por escrito para que cualquiera de los miembros de la CA pueda en cualquier momento acceder a ellas, criticarlas, refutarlas o apoyarlas según sea el caso. Una jornada de debate (incluso una que se prolongara por 48 horas seguidas) sólo puede ser fértil si previamente cada cual ha conocido las motivaciones y fines de sus compañeros y ha tenido tiempo para reflexionar críticamente sobre ellos (4). Esto plantea la urgente necesidad de construir un espacio estable de intercambio de información, textos, propuestas, debates, análisis, etc., donde puedan dialogar todos los grupos antagonistas de Santiago (¿y por qué no de regiones?). Esto permitiría acabar con el desconocimiento generalizado de los grupos entre sí y poner en contacto prácticas diferentes y heterogéneas. Este problema es prioritario, pues la situación actual está caracterizada por la separación absoluta entre todas las formas de entender la crítica del sistema. Abrir y consolidar un espacio de comunicación, información y debate permitiría superar este aislamiento y ayudaría a que cada grupo ampliase el contenido de su crñitica teórica y práctica al capitalismo. La apertura de nuevos terrenos de análisis y lucha sólo puede hacerse a través de la comunicación entre las experiencias concretas de cada uno de los grupos coordinados.
 


Elementos mínimos para una acción política radical.

    Si nos atenemos al pronóstico hecho ya a fines de marzo, según el cual "sabíamos para dónde íbamos, pero en el camino nos dimos cuenta que no era al mismo lugar", cabe interpretar la actual situación como una verdadera "huída hacia adelante". ¿De qué se está huyendo? Posiblemente, de los conflictos a que podría conducir un debate a fondo sobre los métodos, finalidades y sentidos que cada uno le atribuye a la lucha anticapitalista actual. ¿Hacia dónde se huye? Hacia cualquier foco de movilización que sirva para confirmar en la práctica una voluntad anticapitalista teóricamente desarmada y operativamente débil, y para darle a la Coordinadora una visibilidad pública que no corresponde a su real poder movilizador. Este voluntarismo cuasi-exhibicionista no ha hecho hasta hoy más que nublar la necesidad real de saber quiénes somos, qué queremos y para dónde vamos, con lo cual la CA se ha deslizado peligrosamente hacia el tipo de práctica que hoy tiene arruinada a una parte importante del campo contestatario: aquella en que las apariencias (fetichismo de las marchas, muchas asambleas, comunicados y propaganda) cobran mayor importancia que los hechos reales (pocas organizaciones coordinadas, nulo desarrollo teórico, baja participación en asambleas, desconocimiento mutuo de los grupos). Si enfatizamos la precariedad de la actual situación y la necesidad de superarla mediante un trabajo centrado en la clarificación orgánica de la CA, no es simplemente porque nos moleste la atmósfera de artificialidad creada en el último período (mucha agitación y una base de coordinación casi inexistente), sino por una razón más profunda: la corriente anticapitalista que estamos materializando tiene que avanzar hacia posiciones radicales - tanto en sus formas como en sus contenidos -, lo cual significa que debe ser capaz de formular, socializar y difundir una alternativa real a las condiciones impuestas por el capitalismo moderno. Esto equivale a desarrollar una acción política con perspectiva global, es decir, una acción "que cuestione - y que tienda a la transformación de - la totalidad de las condiciones existentes; una acción orientada por la voluntad de devolver a los hombres y las mujeres la soberanía sobre todos los momentos de su propia vida" (5). Tal perspectiva, sin embargo, no podrá materializarse a menos que la propia CA de pasos concretos hacia la apropiación consciente de todos los momentos y aspectos de su actividad. Esto implica necesariamente que la CA deje de priorizar movilizaciones meramente reactivas o defensivas (cuyos triunfos son siempre efímeros y superficiales) y se concentre en el desarrollo de puntos de vista colectivos que le den un sentido superior a su acción.
    La CA sólo podrá formular y plantear una alternativa política cuando aborde radicalmente sus propias contradicciones y potencialidades, en vistas a hacer rebrotar en su interior la consciencia crítica colectiva que el capitalismo ha aniquilado por todas partes. En otras palabras, la CA debe empezar por una crítica de lo que está en la raíz misma de su práctica actual. Debe discutir críticamente, por ejemplo, sus deficiencias metodológicas para abordar debates asamblearios (entendiendo que ello es no sólo un problema práctico inmediato, sino también un síntoma del tipo de cultura política predominante en la sociedad capitalista). De modo similar, se debe tener en cuenta que mientras algunos sectores han puesto un marcado énfasis en la clarificación teórico-política, otros se han limitado a asumir exclusivamente tareas operativas, lo cual demuestra hasta qué punto en la CA se actualizan divisiones, latentes y manifiestas, que han atravesado históricamente a todo el campo contestatario. Estas contradicciones, propias de un espacio donde se reúnen viejos cuadros militantes y activistas jóvenes, determinan no sólo el funcionamiento interno de la CA, sino también su práctica en general.
 

Nuestra victoria no se halla al final, sino al principio de la revolución.

    La especialización de tareas dentro de una organización no es intrínsecamente mala. Sin embargo, hay que distinguir entre la división de tareas que se da en función de necesidades operativas sobre la base de un nivelamiento general de sus miembros, y aquella que se da a priori simplemente porque algunos llegan teniendo más capacidad que otros en un ámbito particular. Esto último puede no ser un problema para quienes desean afirmar su prestigio como elementos políticos altamente cualificados, pero sí es un problema para quienes buscan construir un referente político contestatario que rompa con los condicionamientos impuestos por el capitalismo en todos los aspectos de la vida social. Hoy existe no sólo la posibilidad cierta, sino la necesidad histórica de levantar una corriente anticapitalista con capacidad movilizadora, que pueda atraer e incitar a diversas iniciativas políticas, sociales y culturales y que se distinga claramente de las maquinarias jerárquicas que falazmente pretenden "representar" a los oprimidos. Que ello ocurra, no obstante, depende en gran medida de que tanto las organizaciones coordinadas como la propia coordinación que las reúne sean capaces de disolver las mediaciones ideológicas y los comportamientos políticos que hasta ahora no han hecho más que dividir - casi siempre de manera ficticia - a los anticapitalistas. Si ponemos especial énfasis en el problema de la especialización, es porque toca directamente a un aspecto crucial de nuestra práctica, esto es, el modo en que aportamos - como individuos y como organizaciones - al desarrollo y radicalización de nuestros proyectos comunes. Esto atañe particularmente a aquellas personas preparadas y con experiencia que no siempre se muestran lo bastante dispuestas a socializar sus conocimientos teóricos y prácticos y que, por el contrario, muchas veces se han abstenido de hacerlo por desconfianza hacia quienes "no saben tanto". Así como los principiantes deben estar dispuestos a aprender de los viejos militantes a hacer política, los viejos cuadros deben aprender a asimilar una cultura asamblearia en que los problemas no se resuelven en los pasillos ni por vías subrepticias, sino de forma abierta y directa. Uno de los logros importantes de la convergencia anticapitalista aparecida en marzo fue haber logrado erradicar y estar por encima de las prácticas de difamación y sectarismo que han marcado a los sectores contestatarios en los últimos años, sin por ello desconocer las diferencias reales que existen entre unos y otros. Esto es en gran medida lo que ha permitido, pese a graves dificultades, la supervivencia de una corriente anticapitalista organizada.
    El escepticismo de muchos militantes respecto a la efectividad de la política asamblearia está en alguna medida justificado: en comparación con la eficiencia de los aparatos políticos jerarquizados, las actuales asambleas parecen un juego de niños. Pero ello, lejos de llevarnos a descartar la coordinación asamblearia como instrumento político, debe llevarnos a buscar mecanismos que la hagan más eficaz y participativa, y eso es algo que compete tanto a los cuadros políticamente experimentados como a quienes no lo son. Si por un lado hay sectores que guardan resquemores acerca de las formas organizativas y al contenido de los debates de la CA, por otro lado existe una notoria desconfianza de los grupos más nuevos (en especial los que tienen inspiración anarquista) hacia las actitudes manifiestamente políticas, que suelen estar rodeadas de un aura conspirativa e inaccesible. La única posibilidad de avanzar hacia una práctica colectiva más coherente y decidida es mediante un cuestionamiento profundo de las actitudes políticas predominantes, tanto las de quienes han tenido un aprendizaje asambleario como las de quienes se han formado en los aparatos compartimentados de la izquierda revolucionaria.
    Puesto que los hábitos psicológicos se traducen en medios políticos, habrá que superar muchas de nuestras compulsiones con tal de darle a nuestra acción política un contenido verdaderamente radical (que vaya a la raíz de los problemas). Algunos, por ejemplo, tendrán que aceptar que a veces conviene demorar una decisión colectiva antes que delegarla en una camarilla de iluminados; otros, tendrán que aprender que asumir una actitud responsable y decidida no significa necesariamente que se esté asumiendo una posición de jerarquía respecto a los demás. Unos y otros, por igual, tendremos que asumir que necesitamos ante todo organizarnos, que esa es una responsabilidad que le atañe a cada individuo comprometido en la lucha y, sobre todo, que organizar no es lo mismo que mandar.
    Dadas las actuales condiciones de desarticulación del movimiento popular, las alternativas que se nos presentan son: asumir esto como una tarea prioritaria o volver al modelo de los aparatos políticos cupulares. Y cabe recordar aquí que nada de esto se resuelve en base a principios ni a convicciones morales, sino en base a consideraciones prácticas acordes con los objetivos que se han establecido. Proponemos en tal sentido que se asuma como objetivo primordial de la CA la constitución de puntos de vista colectivos, lúcidos y políticos, que surjan de la libre discusión entre todos los participantes de la CA y que por tanto sean propiedad de todos los que han decidido actuar juntos y no de un sector especializado dedicado exclusivamente "a la política". Creemos que el momento actual nos impone la necesidad estratégica de emplear todos los espacios colectivos como espacios de formación, donde es prioritario desarrollar una conciencia colectiva más lúcida sobre el estado actual del mundo (desastroso) y de la vida. La coordinación democrática de las luchas permite, mediante el debate abierto y la acción directa, la constitución de esa conciencia global de la situación.
    La reciente aparición de un movimiento anticapitalista en Chile plantea la urgente necesidad de "actualizar la teoría crítica que acompaña una práctica revolucionaria total" (6). Para efectos prácticos, ello implica que sean abordados teóricamente los problemas más inmediatos de organización tanto como los problemas más generales del capitalismo de nuestra época. Tiene poco sentido, por poner un ejemplo, hablar de la alienación de la política en general si no se incluyen en dicho análisis las manifestaciones concretas de ese fenómeno en el ámbito que nos resulta más próximo. En este caso, se trata precisamente de entender los problemas específicos de la CA como expresiones concretas de problemas que atraviesan a todo el espectro contestatario, y que sólo pueden ser resueltos en la práctica. En nuestra lucha por una sociedad sin clases, los medios que empleamos determinan desde ya nuestro fracaso o nuestra victoria.

Notas

1 El hecho de que esta tendencia sea presentada de un modo espectacular, como simples repeticiones del "síndrome Seattle" (una especie de Woodstock violentista), responde a la táctica fundamental del capitalismo moderno, que es ocultar el proceso de la realidad tras una sucesión de acontecimientos exhibidos de forma incoherente.

2 "La memoria no ha muerto". En: www.nodo50.org/pretextos

3 En los ejes que definen esta intención (porque hasta ahora no es más que eso, una intención) se incluyen indistintamente definiciones como: "de izquierda", "libertario", "antijerárquico", "revolucionario", etc.

4 Esta idea se ha expresado ya en asambleas como propuesta práctica: cada organización debería aportar sus puntos de vista de un modo sintético y preciso, en no más de una carilla y sobre criterios simples (¿por qué anticapitalistas? ¿contra qué luchamos? ¿qué queremos? ¿cómo lo conseguiremos?). Esto no implica en absoluto publicar información que pueda comprometer a la organización más de lo que la compromete su práctica cotidiana. En todo caso, la Coordinadora cuenta con los medios para llevar a cabo esta tarea de forma segura.

5 "La política ante todo". Colectivo Maldeojo. En: www.geocities.com/SoHo/Lofts/8666/trabajo00.htm

6 Prólogo a "El fetichismo de la mercancía y su secreto" (Karl Marx). Instituto de Vandalismo Comparado, Folleto de Difusión # 6, 1 de mayo del 2001.


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