La lucha  -una de las luchas- en la que andamos metidos es la de los medios de transporte. Parece que muchos están dispuestos a reco­nocer que el ferrocarril, el tren, es o era una cosa bonita, placentera; la ventanilla de la que nadie se acuerda (esa ventanilla que en la mayor parte de los casos se cierra pa­ra que no entre demasiada luz y se pueda ver el vídeo, que entre tanto la compañía te está poniendo, ¿no?). Se puede llegar a reconocer eso, como cosa de otros tiempos, por tanto bonita, hasta "romántica" dicen... tonterías de esas. Pero lo útil es el auto, el personal y a la rastra los camionazos, los autocares de turistas y los autobuses. ¿Qué quiere decir esto? Pues quiere decir justa­mente la mentira establecida de una manera a no poder más clara. Es evidente que el auto y su reata de camionazos y autobuses y demás es inútil, no sirven ni para lo que dicen, ni para lo que prometían, de forma que la peste, de la que muchos tal vez eco­logistas se sirven para denunciar estos me­dios, es un error, porque lo primero, antes de denunciar la peste, es denunciar que con el implacer, con la peste, está la inutilidad.

Asistimos a una vuelta del revés de aquello que al principio sirvió para el desarrollo de las máquinas. Las primeras máquinas, las de los abuelos, venían a responder a demandas previas. Se había hecho notar la falta, por ejemplo, respecto al transporte en velocidad y comodidad; por ejemplo, respecto a la molestia de trabajar, especialmente en los trabajos más pesados. Entonces cosas como ferrocarril y demás venían después de todo a resolver problemas que estaban planteados a cubrir de alguna manera, si no necesidades, por lo menos demandas. Esta situación respecto a la utilidad es algo en lo que os ruego que pongáis especial atención aunque es algo muy simple pero que pasa muy desapercibido.

Es verdad que con el progreso de los abuelos estaban ligados los enormes negociazos que sabemos. Además tenéis que pensar en el tendimiento de líneas férreas, en el desarrollo de fábricas. Es verdad. Pero eso no quita para que las máquinas, los ingenios desarrollados respondieran verdaderamente a necesidades, disminuyeran el trabajo, vinieran a disminuir el trabajo, a sustituir hasta cierto punto esta maldición de Jehová, fundamental para la constitución de la sociedad histórica, hacerla más tenue, más llevadera. Para comprender bien el revesamiento que estamos padeciendo desde el progreso del progreso del desarrollo bajo la tecnodemocracia, no hay más que echar una mirada alrededor.

Entre nuestros abuelos, algunos rebeldes, de abajo, anarquistas y demás se pasaron años luchando y hasta muriendo para conseguir cosas como el acortamiento de jornada, la jornada de ocho horas, la semana de cinco días y demás. Bueno, pues mirad lo que tenemos alrededor, en los grandes núcleos o conglomerados urbanos, trabajadores que tienen que consumir por ejemplo, dos, tres o hasta cuatro horas de transporte diarias para acudir a la oficina o a la fábrica, de manera que contando, como es justo, ese transporte dentro del horario de trabajo, resulta que las conquistas de los abuelos rebeldes han quedado reducidas a nada; se trabaja más que nunca.

Lo más triste es que también son inherentes a la tecnocracia aquel sector de la población que son los parados. También los parados están invadidos por la maldición del trabajo, no son capaces de disfrutar de la exención provisional de trabajo que su condición podría darles. EI imperio del trabajo, lejos de haber disminuido se ha acentuado más. Como se ha conseguido esta maravilla, pues ya lo sabéis, continuando la producción de máquinas e ingenios más allá del límite de la verdadera utilidad. Se ha seguido produciendo, inventando, desarrollando nuevas maquinarias, nuevos ingenios que ya no servían para nada, que nadie había pedido. Nadie había pedido el auto personal ni mucho menos la televisión, se han inventado por una especie de prolongación y de analogía de las máquinas más antiguas. EI resultado es que la producción de cosas no es producción para nada, es mayormente producción para vender. Se produce para vender y naturalmente la actividad misma de la venta se convierte en un trabajo más que ocupa a grandes sectores de la población.

Más todavía, en el ideal tecnodemocrático se aspira a que esto sea, cada día, más amplio, más dominado, si veis las estadísticas que ellos, los ejecutivos de dios, sacan por todas partes veréis con qué desprecio se trata lo que llaman el sector primario, donde se siguen produciendo de alguna manera remolachas o chuletas de ternera, eso es una cosa sumamente despreciable y el progreso de un país se mide en la medida en que ese sector ha quedado reducido a lo mínimo. Pero el sector industrial, es decir, lo que más o menos corresponde al viejo estilo también, eso ya ha pasado de moda. Eso pertenecía a los tiempos de otra industrialización; tanto más ha progresado un país cuánto más se ha reducido también este sector secundario industrial, de tal forma que la mitad, dos terceras partes, las tres cuartas partes pertenecen a lo que llaman el sector terciario, es decir, donde se trabaja descaradamente para no producir nada. EI momento en que la población está constituida por empleados de banca o dirigentes de banca, es decir, nadie trabaja más que los de abajo, y está constituida por agencias de marketing y cosas por el estilo, sector terciario, entonces es eso lo que da una mayor satisfacción y lo que señala el índice de lo que hemos avanzado. No es más que la revelación estadística de cual es el revesamiento de la noción de utilidad en que os haga parar. Fijémonos bien en que todo lo que aquí se está hablando se va a fundar en un intento de mantener, de alguna manera, la noción de utilidad, la exigencia de que las cosas sirvan de verdad y respondan a demandas. Va a ser en gran medida una lucha contra esta industria de la creación de demandas falsas.

EI revesamiento pues de las máquinas y de los ingenios que iban a acabar con el trabajo es una de las características de lo que hemos llamado tecnodemocracia y por nombre "el desarrollo".

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