Escándalo real y real escándalo

Cumbre en Chile: ¡No nos entendemos!
Jorge Gómez Barata
, Visiones Alternativas. 12 de noviembre de 2007

 

No me sorprendió el incidente diplomático protagonizado por el rey de España y el presidente Hugo Chávez en el que se involucraron otros mandatarios durante la recién celebrada Cumbre Iberoamericana, lo extraño es que no ocurran muchos más. Las reservas latinoamericanas y la arrogancia europea dan lugar a un mal de fondo reprimido por cientos de años y que aflora a la menor oportunidad.

Lo correcto, en lugar de dramatizar tales escenas y echarles aire para disfrutarlas con un sencionalismo banal, es abordar con seriedad y sentido de la responsabilidad histórica las circunstancias que conducen a tales desencuentros y actuar en consecuencia, sin tratar de ocultar fealdades con aplicaciones cosméticas.

La diplomacia versallesca que durante siglos arrojó un manto de frívolos convencionalismos sobre las crudas realidades de una trágica historia y de una errática ejecutoria política, agota sus posibilidades cuando entran en escenas personajes que no sólo se salen del guión sino que vienen dispuestos a cambiar las reglas. No es la primera vez.

No vale la pena considerar el anacronismo que representa la presencia de un rey español en una cita de presidentes latinoamericanos, donde la monarquía recuerda a instituciones cuya vigencia, al menos de este lado del océano, dejaron un oscuro legado. Si bien la España operaria y amable, cuna de nuestros mayores y crisol de nuestra lengua, merece en América respeto y consideración; la Corona Española no puede reclamar lo mismo.

Si Evo Morales, descendiente directo de los pueblos originarios cuya representación ostenta con impar dignidad, se hubiera negado a fotografiarse junto al rey o reclamado antes una reparación moral y un gesto de humildad, lo hubiera comprendido; lo mismo que si el rey hubiera decidido quedarse en su palacio y rumiar allí sus nostalgias.

Durante el período colonial y luego en la etapa de dominio oligárquico en Iberoamerica y por la presencia de gobiernos conservadores, liberales y dictaduras en España, las circunstancias que comprometieron a la Corona Española y a la Iglesia Católica con las arbitrariedades, el saqueo, la esclavización y el genocidio asociados a la conquista, en lugar de ser examinadas y reparadas, fueron silenciadas, deformadas y hasta celebradas mediante efemérides como el Día de la Raza y mausoleos y estatuas ecuestres a Pizarro y Cortés.

Ocasiones como la conmemoración del medio milenio de la llegada española a América y las visitas de sus monarcas y gobernantes a estas tierras, han sido y son oportunidades perdidas para el examen de una problemática que no debió eternizarse. La renuencia de la Corona Española a ofrecer disculpas y al gobierno a asumir reparaciones imprescindibles, no tanto de orden material como moral, han aplazado la solución de un contencioso que ningún protocolo puede borrar.

Por otra parte, la posición de gobiernos derechistas como el de José María Aznar, comprometido hasta los tuétanos con acciones desestabilizadoras contra Cuba y Venezuela, incluyendo un golpe de Estado contra el presidente Hugo Chávez y enlodado por su abyecta complicidad en las agresiones de Estados Unidos y la OTAN contra Yugoslavia e Irak, no favorecen la imagen de la monarquía ni de la derecha española.

En el fondo no se trata de dramatizar un intercambio verbal entre un impulsivo presidente venezolano y un rey mal educado, sino de una parte y la otra, interponer buenos oficios para mediante el diálogo, el debate y la reflexión madura, zanjar viejos diferendos, sanar heridas que el tiempo y la indiferencia convirtieron en llagas purulentas y avanzar hacía la creación de una iberoamerica real que inevitablemente será de indios redimidos, cholos, negros y mulatos dignificados y de una Corona Hispana que, en lugar de sermonear, deberá rectificar.

Entre muchas anécdotas que retratan la contradictoria relación de nuestros pueblos confrontados con la arrogancia española, en 1778, luego de diez años de guerra contra España sin poder alcanzar la victoria, una representación de los patriotas cubanos decidió deponer las armas y aceptar las condiciones impuestas.

En semejante coyuntura, Antonio Maceo, lugarteniente del Ejército Libertador, mulato y representante de las clases populares, desconoció el acuerdo de paz sin independencia y, virtualmente solo y en circunstancias terriblemente adversas, decidió continuar la lucha. Terco y consecuente, Arsenio Martínez Campos, el Capitán General español gestionó un encuentro con el patriota insumiso.

Se cuenta que en la breve entrevista Martínez Campos reiteró la oferta de autonomía, amnistía y otras migajas ante lo cual Antonio Maceo, con ademán enérgico, interrumpió su discurso y ratificó sus demandas: independencia y abolición de la esclavitud.

Perplejo e iracundo por lo que juzgó la insolencia de un hombre que no estaba en capacidad de enfrentar solo a sus poderosas columnas, el general español preguntó a gritos:

“- ¿Entonces no nos entendemos?”

- “No, no nos entendemos, ratificó Maceo, que consumó así la Protesta de Baraguá,

En Santiago de Chile se repitió la historia. La América herida y humillada no se entendió con la España altanera y pretenciosa. Es lo que puede esperarse de un líder revolucionario y socialista y un monarca atrabiliario.