UNA IZQUIERDA PARA EL SIGLO XXI
Antonio Díaz González
del Comité Nacional del PCPV
responsable de formación del Comité Comarcal del PCPV en l'Alacantí

Una izquierda transformadora que mereciera tal nombre, tendría que superar de una vez la etapa del autoflagelo y de la conmiseración. Cierto que venimos de una gran derrota social, política y cultural, y que los cascotes del Muro alcanzaron a tirios y a troyanos: a los que creían beatamente en las bondades de las sociedades del Este, pero también a los críticos y a los que únicamente las estimaban como meros contrapesos al omnímodo poder del capital. Sin embargo, hoy ya parece que es hora de poner fin a la redención de culpas, y a la vez al reconocimiento de méritos a quienes, desde el socialismo marxista u otras filosofías o proyecciones liberadoras, las tuvieron tiesas con aquellos regímenes. Una actitud que se nos antoja necesaria si queremos  salvar de verdad al famoso niño del agua sucia de la bañera, y que de adoptarla nos descubriría, al mismo tiempo, que buena parte de nuestro pesimismo actual no obedece a hechos objetivos, y sí a la mediatización producida por ideas diseñadas y propagadas por un inteligente enemigo de clase.

Como son las consecuencias del llamado pensamiento único. Un cuerpo doctrinal, elemental y dogmático, pero que reproducido insistentemente por poderosos medios de comunicación de masas, traduce en términos ideológicos los intereses centrales del sistema y produce un efecto alienante de aceptación sumisa de presupuestos que en nada favorecen los intereses de las clases populares. Los conceptos claves de esta teoría -mercado sacrosanto, librecambismo ilimitado, desreglamentación, privatización, etc.-, en su aplicación práctica y considerados globalmente, están produciendo unos resultados sociales lamentables, tal y como constatan fiablemente las estadísticas de las Naciones Unidas. Las distancias entre pobreza y riqueza están aumentando de manera inconmensurable, en un mundo cuya capacidad medioambiental, además, se halla al borde del infarto ecológico.

Y, sin embargo, toda esta miseria es presentada audazmente de forma triunfalista y con capacidad de convicción. Y hasta proclaman sin más el fin de la historia y la imposibilidad del socialismo. Un mundo maravilloso para una quinta parte de la humanidad y penas, resignación y acatamiento para el resto. Pero el poderosísimo conglomerado de intereses conoce su debilidad. Es la prueba del nuevo o del algodón que no superan: si sus tesis fuesen ciertas fomentarían la razón en vez del oscurantismo más detestable. Surgirían poderosos intelectos, nuevos Rousseaus y Diderots para la nueva era dorada capitalista, en lugar de los mediocres Fukuyamas y pesebreros de que disponen. Bastaría que una izquierda consecuente -dotada también ella de "espíritus fuertes" como los que vertebraron la energía de la burguesía en el siglo XVIII- uniese esfuerzos, constancia y pedagogía, para que, ante los ojos populares, como el el drama del gran clásico inglés, apareciera el rey que ofrecen tal como está: ¡desnudo!

Sería la disposición necesaria para poder aspirar a quebrar la lógico capitalista contemporánea. Una lógica que implica para la humanidad calamidades a falta de capacidad para torcer su dinámica. Pues hoy, nadie informado es capaz de imaginar que la presente situación, de desigualdad social creciente y de brutal deterioro medioambiental y despilfarro de recursos naturales, sea soportable a medio o largo plazo.

Pero antes, la izquierda tendrá que responder, no sólo satisfactoriamente sino también eficazmente, a un reto inocultable: al sofisma del capital de que el socialismo, económicamente, es inviable. Aserto que han conseguido introducir en la conciencia de las masas a causa, principalmente, del fracaso estrepitoso de los modelos estatalistas del Este.

Muchos estudiosos saben que hoy precisamente se dan, como nunca, circunstancias objetivas en el plano estructural para la implantación del socialismo. De cómo lo faculta la contradicción, ya lacerante, entre el constante aumento de la socialización de la producción y la apropiación privada del beneficio. Cómo el capital adopta en su provecho técnicas de planificación que prefiguran el socialismo. Cómo se extiende la certeza de que es necesaria la adopción de un desarrollo sostenible, etc. Se posee el convencimiento de la viabilidad teórica y práctica del socialismo. Pero es preciso efectuar el esfuerzo político y organizativo capaz de hacerlo comprensible también para las más amplias masas. Que éstas lleguen a captar que el socialismo se encuentra vivo en el movimiento de los "sin tierra" de Brasil, en las experiencias americanas que cuenta Harnecker, en cada cooperativa eficiente, en las empresas públicas rentables acechadas por el capital. Que se dio fugaz y parcialmente en Yugoslavia, y se halla potencialmente latente cerca de aquí, en Mondragón (léase a David Schweickart en "Más allá del capitalismo", de Sal Terrae), etcétera.

Desde luego, al socialismo al que hay que renunciar de buena gana, sin atisbos de nostalgia, es al que no fue tal. Al que le sobró el "gulag" y la estatalización: la burocratización en suma y la consiguiente ausencia de democracia, consustancial a toda construcción socialista.

Esa tarea de clarificación y enseñanza que proponemos, tendría que ser la principal misión de la izquierda para el siglo que se abre, una marcha hacia un rearme ideológico que rompa con la endogamia aniquilante que padecemos. La organización, de verdad, de la hegemonía gramsciana. Un trabajo inmenso pero imprescindible.