Carolina Bensabath
Observatorio de Conflictos,
Argentina
Desde hace algunos
años se multiplican las noticias de violencia juvenil en Japón: crímenes,
prostitución juvenil, suicidios, incidentes en las escuelas entre alumnos y
entre alumnos y profesores, hijos que hostilizan a sus padres en sus hogares.
Las justificaciones frecuentes que dan los adolescentes frente a los crímenes
que cometen son muy significativas: “así no voy a tener que ir a la escuela”,
“me molestaba”, “se burlaba de mí”, “fue en venganza de la sociedad, que me
volvió invisible”.
Si bien los
video juegos, la televisión y las historietas fueron rápidamente acusadas de
ejercer una influencia perjudicial (casi nociva) sobre la juventud, su
incidencia en la conducta de los jóvenes debe ser relativizada. Una lectura
atenta de las transformaciones producidas en Japón durante la segunda mitad del
siglo XX y sobre todo en los últimos años sugiere que las causas pueden ser
otras. El resurgimiento de la violencia en los jóvenes estaría mostrando un
fenómeno profundo, un síntoma de la perturbación del equilibrio en una sociedad
muy educada y, en conjunto, más bien próspera.
En este
trabajo se intentará dar cuenta de que las causas profundas de este
recrudecimiento de la violencia surgen de la desintegración de la familia, de
la crisis del sistema educativo y de las consecuencias de la política de
desarrollo a cualquier precio llevada a cabo desde 1945. El objetivo del
trabajo está centrado en la búsqueda de las raíces históricas de la situación
actual, es decir, estudiaremos el pasado para comprender este presente tan
conflictivo.
Al
finalizar con una derrota la aventura imperialista de la segunda guerra
mundial, este pequeño país asiático concentró todos sus esfuerzos en su
reconstrucción material. Este camino, centrado en el desarrollo de la economía
no fue casual, más bien la situación de país ocupado no dejaba muchas
alternativas a su dirigencia política
La política
seguida fue en gran parte elaborada por Estados Unidos, con la finalidad de
asegurarse de que “Japón no volviera a ser una amenaza para la paz y seguridad
mundial”. Los pasos que se siguieron fueron la “abolición del militarismo y el
ultranacionalismo, el desarme y la desmilitarización”, con el objetivo de
fortalecer las tendencias democráticas en las instituciones gubernamentales, económicas
y sociales.[1]
El contexto internacional, económico y geopolítico de
esta región después de 1945 fue esencial y no debemos perderlo de vista. El
comienzo de la guerra fría en 1947, la victoria de Mao en 1949 y el inicio de
la guerra de Corea en 1950 no hicieron más que resaltar el valor de Japón (a
los ojos de EEUU) como posible socio en Asia Oriental. Confrontada con la
determinación de EEUU de impedir que Japón volviera a transformarse en un rival
imperialista, la elección de la dirigencia japonesa fue acordar una alianza
militar con los norteamericanos a fin de desarrollar su economía sin la carga
que representaba su aparato militar imperial. La ayuda militar y económica
exterior tuvo un papel crucial para crear las "condiciones del despegue".
Desde el punto de vista estadounidense, era crucial, cuando el campo socialista
pasó a abarcar un tercio de la humanidad, contar con el Japón como socio activo
del "mundo libre, para evitar posibles derrumbes.
Estos factores incidieron en su auge de los años ’50,
que se prolongó hasta finales de los ’60, período en que se dio el mayor auge
en términos de tasa de crecimiento. Otros factores fueron las mismas
consecuencias de la guerra, que había dejado al país con millones de
desempleados, dispuestos a ser dirigidos en nuevas tareas; asimismo, la guerra
había elevado el nivel de la tecnología y la capacidad de producción de la
industria pesada (sobre todo en sectores como el hierro y acero, la maquinaria
y la química), y hacia ellas se dirigieron las mayores inversiones de capital[2].
El desarrollo industrial fue acompañado por una
conciente política estatal: creación del MITI
(Ministerio de Comercio Internacional e Industria), que reunía a
expertos en comercio exterior con especialistas en técnicas de control industrial,
creación del Banco de Desarrollo, que actuó como prestador de fondos a bajo
interés para las inversiones industriales, introducción de reformas fiscales,
etc.
Esto estuvo acompañado por una política de
domesticación del poder obrero y sindical, muy fuerte por cierto en los
primeros años de la posguerra. El capitalismo suele revolucionar
permanentemente las relaciones sociales y sería extraño que el Japón hubiera
podido establecer una sociedad sin conflictos. Hubo grandes luchas obreras en
la posguerra y podemos suponer que el éxito posterior de la economía japonesa
está ligado a las derrotas de éstas, dando lugar, mediante una productividad
fuertemente acrecentada, a un nuevo modelo de dominación y de acumulación, con
enormes ganancias patronales y una organización laboral más
"flexible". Esta última no sería posible sin aquellas derrotas
pasadas, pero tampoco sin ventajas reales para los trabajadores -especialmente
la "aristocracia obrera"- que los transformaron en socios activos y
"conformistas" del sistema.[3]
Existen buenas razones para los trabajadores de "ser fieles" a
"sus" empresas, a lo cual contribuyeron fuertemente el sistema de
salario por antigüedad y las ventajas adicionales, importantes, de la
pertenencia a una gran empresa. Sin embargo, este sistema se limita (o se
limitaba, ya que se debilitó) a un tercio aproximadamente de los asalariados,
los "estables" de las empresas de primera línea, mientras que en todo
el resto del universo empresarial las condiciones suelen ser mucho más precarias
y los salarios y ventajas varias netamente más modestos.
Japón logró transformarse de país pobre en
rico, con un nivel salarial superior al de la mayoría de los otros países
industriales; se convirtió en la mayor potencia financiera del mundo y un líder
en muchas tecnologías claves. pero en los años sucesivos comenzaron a aparecer
sus debilidades
En la
década del 80 el gobierno japonés fortaleció su lazos militares con EEUU para
la guerra fría y procuró preservar sus ventajas comerciales comparativas
invirtiendo en el crecimiento de las capacidades productivas exportadoras, en
lugar de privilegiar la demanda interna no satisfecha en algunos sectores
(vivienda, hospitales, desarrollo urbano y transporte)[4].
Un clima de euforia caracterizó estos años. Los bancos concedieron prestamos de
manera desconsiderada haciendo subir altísimo la bolsa y los precios
inmobiliarios. Esto llevó a las empresas y a los particulares a endeudarse más
allá de lo razonable – las empresas manufactureras se endeudaron comprando
propiedades y acciones pensando que era algo positivo mientras produjera
beneficios – creando de esta forma una burbuja financiera e inmobiliaria.
A comienzos
de los ’91 el Banco de Japón, dándose cuenta que de ese modo el país corría
hacia una catástrofe, levantó las tasas de interés y frenó los créditos. Esta
maniobra, demasiado brusca, provocó un gran descenso de los valores de la bolsa
y grandes pérdidas en el sector inmobiliario. Consecuencia de esto: los bancos
se encontraron con una montaña de créditos incobrables y drásticamente
limitaron los prestamos, provocando la quiebra de miles de pequeñas y medianas
empresas. El gobierno trató de solucionar esto privilegiando al sector
exportador y exigiendo a los bancos más fuertes el sostenimiento de los más
débiles.
La década
1990 – 2000 fue de escaso crecimiento, actualmente la economía se encuentra
estancada y los responsables políticos se encuentran sumidos en una virtual
parálisis, mientras la situación social se degrada. De frente a la crisis, las
reacciones de la población son diversas...
Luego de la segunda
guerra mundial, los japoneses consagraron su tiempo y energía al trabajo y a la
empresa, descuidando su vida familiar y comunitaria. Los daños provocados en la
sociedad son, a todas luces, evidentes.
En una cultura
dominada por la pertenencia a una comunidad (a diferencia de la sociedad
occidental, desde hace mucho tiempo individualista), se ha producido una fuerte
degradación de las relaciones humanas. El barrio, tradicional red de
solidaridades, está a punto de desaparecer a causa de la desmesurada
urbanización. El crecimiento de la urbanización se debió sobre todo a la
migración del campo a las ciudades (en la primera fase de expansión, a partir
de 1955, hacia la industria; en los años ’70, el flujo laboral iba a los
sectores de servicios y comercio). Esto provocó cambios en el tamaño y
composición de las familias. Mientras que las familias rurales eran más
numerosas, lo típico del Japón urbano fue la familiar nuclear, que comprendía
solo dos generaciones: los padres y los hijos, con una gran tendencia al hijo
único. El padre casi todo el día ausente, en la fabrica o la oficina; la madre
encargada de administrar el hogar y cuidar de la educación de los hijos (aunque
a partir de los ‘60 aproximadamente se ha incorporado al mercado laboral).
Antes, los padres que se ausentaban dejaban a sus hijos al cuidado de los
vecinos. Hoy en día, los dejan librados a su suerte... La violencia aparece
asociada a una degradación de las relaciones familiares.
Asimismo,
esta íntimamente relacionado con una crisis en el sistema educativo. Durante
mucho tiempo resultó eficaz el modelo que se instrumento para el crecimiento
económico de la posguerra. El ingreso al sistema laboral (o la burocracia
gubernamental) lo determinaba (aún lo determina hoy) la educación recibida.
Esto explica que la mayoría de los japoneses tratara de asegurarse que sus
hijos ascendieran lo más alto posible en la escala educacional y lograran
matricularse en las mejores universidades. “El logro educacional lo medía el
prestigio de la escuela o de la universidad, y no el éxito en los estudios”[5].
La competencia por ingresar a las universidades más prestigiosas era y sigue
siendo feroz.
Pero aquel
modelo ya no funciona correctamente ya que ha redundado en una visión demasiado
materialista de la vida. Los chicos, desde que ingresan en el sistema
educativo, se ven insertos en una exigente carrera por ver quién entrará al
mejor colegio secundario para llegar a la mejor universidad, para lograr el
mejor puesto de trabajo en la mejor empresa, para ganar mucho dinero y volverse
ricos. Esta competencia entre pares obviamente impide la generación de lazos de
compañerismo, tan necesarios en la adolescencia. Y si además, ellos ven que esa
frenética carrera ya no conduce a los mismos resultados que hace 15 o 10 años
atrás, su descontento e incertidumbre deben ser mayores. La instrucción, que
había contribuido a formar una clase media homogénea, no desarrolla más su rol
de instrumento igualitario. La mayor parte de los estudiantes de las más
prestigiosas universidades provienen de familias acomodadas.
Por otro lado, también nos parece que la violencia
juvenil aparece como una respuesta a la contradicción entre exigencias
tradicionales y falta de ejemplaridad generalizada. La vida familiar y el
código enseñado en las escuelas mantienen la insistencia tradicional de
transmitir una reglamentación de tipo moral, basada en el equilibrio, la
cortesía, el dominio de sí, las buenas maneras, el respeto a los adultos y a
las tradiciones. Los chicos aprenden una explicación estándar sobre lo que es
Japón y que hay que hacer para ser un buen japonés.
El problema se plantea cuando estos chicos no ven con
claridad a ese código moral reflejado en la casa, escuela, ni hablar de sus
gobernantes. Los escándalos político financieros que sacuden al país desde hace
una década[6]
difícilmente resulten para los adolescentes un ejemplo de lo que es ser “un
buen japonés”.
El tema de
la violencia juvenil no debería ser tratado sólo como un problema de
delincuencia que pueda resolverse disminuyendo la edad de imputabilidad[7].
Quizás sería necesario que los políticos dejaran de invertir fondos para el
salvataje de los bancos y los destinaran a asistencia social.
Ahora bien,
si los políticos deciden mirar hacia el costado parte de la ciudadanía ha
dejado de hacerlo. Actualmente, en distintos puntos del país, han surgido
diversos movimientos políticos autodenominados independientes, de tipo
asociacionista, en contra del PLD, entronizado en el poder desde la década del
’50; y en algunas provincias han ganado elecciones, quebrando la hegemonía
liberal-demócrata. Es notable y por demás de interesante la heterogeneidad de
estos grupos que cuentan entre sus filas a escritores, directores de bancos,
pintoras, amas de casa, viejos militantes de la época de la rendición,
periodistas, etc. En la base de estos emprendimientos encontramos varias
cuestiones.
Primeramente,
la notoria pérdida de confianza en sus elites tradicionales[8];
aquellas que en los ’50 y ’60 lograron sacar al país del desastre en que se
encontraba al finalizar la Segunda Guerra Mundial, hoy son denunciadas por su
corrupción y su política de privilegios.
También,
algunos de estas agrupaciones con ideales ecologistas denuncian la urbanización
salvaje. Otros plantean la necesidad de una descentralización con el fin de
poder manejar en el ámbito local la economía, la protección social y la
cultura.
El costo de
la vida, incomparablemente más elevado que en el resto del mundo, relativiza en
buena parte los altos índices de renta per capita. Así vemos las dos caras de
la moneda del tan mentado “milagro japonés”: eficiencia notoria y competencia
feroz (entre empresas, entre asalariados, entre estudiantes), sentimiento de "comunidad" y
solidaridad, pero con pérdida de personalidad (de allí tal vez también el auge
de algunas sectas), bienestar material pero viviendas muy pequeñas y tránsito
monstruoso, "adición al trabajo" con importantes ventajas salariales
y otras, pero implicando una suerte de esclavitud dorada y plenamente
interiorizada...
Hoy, esta
sociedad acostumbrada por décadas al “contrato social” que garantizaba el
empleo ve cómo parte de la población se sume en la angustia que provoca el
miedo al desempleo[9] y la precarización,
sentimiento de inseguridad que se agrava en las personas mayores de 45 años. A
su vez, la crisis económica ha engendrado un deseo de desaceleración, de una
vida más tranquila, una búsqueda de relaciones más humanas en la cual la
desenfrenada carrera por el progreso individual de lugar a una calidad de vida
mejor.
Por otro
lado, sabemos que si el PLD ha logrado mantenerse en el poder durante todo este
tiempo ha sido, en parte, gracias a una oposición incapaz de ofrecer una
alternativa. La revitalización del interés por las cuestiones publicas está
mostrando un anhelo de democratización
de la sociedad. Tendremos que esperar para ver si estos movimientos surgidos en
el seno de la ciudadanía logran llevar a cabo una revisión de fondo del sistema
económico e institucional japonés.
Beasley W. G.: Historia contemporánea
de Japón. Alianza Ed, Madrid, 1995
Dourille Feer, Evelyne: “Alla
ricerca del nuovo Giappone”. En www.ilmanifesto.it/MondeDiplo/LeMonde-archivio/Marzo-1998
Escandón, Arturo:“Avatares educacionales
de Japón”.
En www.nakamachi.com/sociedad.htm.
Junio 1996
Esnault David, “Adolescentes japoneses
fascinados por la violencia”, en Le Monde Diplomatique, Edición Cono
Sur, Septiembre, 1999.
Falcoff, Silvia: “Violencia juvenil en
Japón”. En www.nakamachi.com/sociedad.htm.
Septiembre 1999
Garrigue Anne: “Rebelión contra las
elites japonesas”. En Le Monde Diplomatique, Edición española, N° 77,
Marzo 2002
Golub, Philip: “Modello occidentale
e identità orientale. Il dilema giapponese”. En www.ilmanifesto.it/MondeDiplo/LeMonde-archivio/Aprile-1999
Ichiyo, Muto: Toyotismo. Lucha de clases e
innovación tecnológica en Japón.
Ed. Antídoto, Buenos Aires, 1996
Johnson, Chalmers: “Japón en punto
muerto”. En Le Monde Diplomatique, Edición española, N° 77, Marzo 2002
[1] Beasley W. G.: Historia contemporánea de Japón. Alianza Ed, Madrid, 1995. p. 313
[2] La principal fuente de inversiones fueron los fondos obtenidos en los distintos niveles de la economía nacional: empresarial, individual y gubernamental. El capital extranjero no desempeñó un papel básico en el despegue.
[3] Ichiyo, Muto: Toyotismo.
Lucha de clases e innovación tecnológica en Japón. Ed. Antídoto, Buenos
Aires, 1996
[4]
Johnson, Chalmers:
“Japón en punto muerto”. En Le Monde Diplomatique, Edición española, N°
77, Marzo 2002
[5] Beasley W. G.: Historia contemporánea de Japón. Alianza Ed, Madrid, 1995. p. 374
[6] Una buena síntesis de esto puede leerse en: Chotto Matte. Sin memoria. 21.II.1997.
[7] Actualmente se pide que la responsabilidad penal sea rebajada de 16 a 14 años.
[8] Menos del 3.5% de los japoneses declara tener confianza en los partidos políticos, a los que no consideran ni fiables ni transparentes. Investigación de Dentsu Mazo de 2001 Changementes de valeurs et globalisation. Citado en el artículo de Garrigue Anne: “Rebelión contra las elites japonesas”, Le Monde Diplomatique, Ed. Española, Marzo 2002.
[9] El promedio nacional oficial, ampliamente subestimado, llegaba a 5.6% en diciembre de 2001. la agencia de planificación económica lo situaba más bien en 7%. El desempleo es más elevado entre los jóvenes. Citado en el artículo de Garrigue Anne: “Rebelión contra las elites japonesas”, Le Monde Diplomatique, Ed. Española, Marzo 2002.