Observatorio
de Conflictos, Argentina
El Imperialismo es un
concepto pasado de moda para la mayor parte de los historiadores profesionales.
Se lo puede o no reconocer vigente cuando se discute “política” actual, pero
son muy pocas las veces que oímos hablar “de él” en las discusiones académicas.
Claro que su aceptación o rechazo, su vigencia o su reemplazo, dependen del
significado que se le otorgue, y dependen, en especial de la perspectiva
política (reconocida o no) del que escribe, pero en general parece ser
considerada una categoría “política” o anacrónica, sin demasiada importancia
para los que estudiamos historia. Sin embargo desde nuestra perspectiva, la
historia que aquí esbozamos no puede ser aprehendida en sus rasgos más
importantes si no retomamos la conceptualización que hiciera Lenin a principios
del Siglo XX, y que no muchos otros desarrollaran y especificaran para épocas
diferentes y países del tercer mundo. Además queremos dejar en claro, en una
polémica que se cierne sobre nuestras cabezas mediáticas, que el contenido que
el propio Lenin dio al concepto (más bien deberíamos decir el entramado
conceptual) es originaria y esencialmente distinto de los significados
predominantes hoy sobre el Imperialismo, muy cercanos, quizás a las desventuras
de nuestro sentido común, guiado por la simplicidad y la ideología reproductora
del orden. De otra manera, recuperamos las coordenadas básicas de la
conceptualización leninista para ponerla en el terreno de la lucha por la
construcción (que es permanente) de nuestro sentido común, sobretodo en lo que
hace a la dilucidación de lo que constituyen los rasgos más significativos del
capitalismo hoy, “pues sin si estudio será imposible valorar y comprender la
política actual”[1]
Haremos desde aquí un
sintético viaje al Africa Central. Y ustedes dirán, ¿en busca del Imperialismo?
No, no, no. Iremos buscando el coltan, o si se prefiere, el colombio-tántalo.
Lenin, por supuesto, no sabía de la existencia de este mineral de tan grandes
propiedades...mercantiles. El coltan es la conjunción de dos minerales
considerados materias primas estratégicas para el desarrollo de las nuevas
tecnologías. De acuerdo a lo que parecen ser propiedades fisico-químicas
“mágicas”, este mineral es fundamental para las industrias de aparatos
electrónicos, centrales atómicas y espaciales, misiles balísticos, video
juegos, aparatos de diagnóstico médico no invasivos, trenes sin ruedas
(magnéticos), fibra óptica, etc.. Sin embargo el 60 % de su producción se
destina a la elaboración de los condensadores y otras partes de los teléfonos
celulares. El coltan permite que uno de los sueños occidentales se haga
realidad, con él las baterías de los minicelulares de bolsillo mantienen por
más tiempo su carga, ya que los microchips de nueva generación que con él se
elaboran optimizan el consumo de corriente eléctrica. Después de ser usado en
un principio para los filamentos de las “lamparitas”, luego fue reemplazado en
esta función por el más barato y accesible tugsteno, y parecía condenado al
olvido. Sin embargo en las últimas décadas el
valor volvió a preñar al coltan, volvió a darle vivacidad, a convertirlo en
mercancía. Mucho más cuando se produjo el boom comercial de los teléfonos
móviles que en número de 500.000 inundaron el mercado en el 2000. Desde unos
años antes, sin embargo, el colombio-tantalio que era extraído en Brasil,
Australia y Tailandia había empezado a escasear. La japonesa Sony, por ejemplo,
tuvo que aplazar el lanzamiento de la segunda versión del juguete preferido de
los niños occidentales, el Play Station, debido a este incordio. El gran
aumento de la demanda ha hecho establecer un mercado ilegal paralelo en el
Africa central. Nótese el resultado de esta nueva “fuerza del mercado”: 3 millones de muertos en cuatro años.
Veamos.
Para muchos países
africanos, a finales del siglo XX, la devaluación de los productos agrícolas, y
la desertificación, provocaron una fuerte revalorización de sus recursos
mineros, nueva fase del errante camino para relacionarse con el mercado
internacional. En las provincias del este de la República Democrática del Congo
(RDC, Zaire), consideradas por la UNESCO reservas ecológicas de gran importancia,
se encuentra el 80 % de las reservas mundiales de coltan. Allí han puesto sus
ojos, sobretodo en los últimos diez años, las grandes multinacionales: Nokia, Ericsonn, Siemens, Sony, Bayer,
Intel, Hitachi, IBM y muchas otras. Se han formado en la zona toda una
serie de empresas (muchas de ellas “fantasmas”) asociadas entre los grandes
capitales transnacionales, los gobiernos locales y las fuerzas militares
(estatales o “guerrilleras”) para la extracción del coltan y de otros minerales
como el cobre, el oro y los diamantes industriales. Las grandes marcas
comenzaron la disputa por el control de la región a través de sus aliados
autóctonos, en un fenómeno que la misma Madeleine Albright llamó “la primera
guerra mundial africana”.
En 1997 fue derrocado el
presidente congoleño Mobutu Sese Seko, de estrecha relación con los capitales
imperialistas de origen francés. Kagame (sic), actual presidente de Ruanda,
quién estudió en centros militares de EE.UU. e Inglaterra, y Museveni,
presidente de Uganda, país considerado por Washington, un ejemplo para las
naciones africanas, lideraron la conquista de la capital de la RDC, Kinshasa, y
pusieron a cargo de este país a un amigo, Laurent Kabila. En un nuevo reparto
se dispusieron concesiones mineras para empresas varias entre las cuales
figuran la Barrick Gold Corporation,
de Canadá, la American Mineral Fields
(en la que Bush padre tenía intereses) y la surafricana Anglo-American Corporation, todo ello en desmedro de las antiguas
“concesionarias” francesas. En los años transcurridos hasta hoy han disputado
la guerra dos bandos no demasiado estrictos. Ruanda, Uganda y Burundi, apoyados
por los EE.UU., solventados por créditos del FMI y el Banco Mundial, y ligados
a varias milicias “rebeldes” con nombres exóticos (Movimiento de Liberación del
Congo, Coalición Congoleña para la democracia), por un lado, y la RDC (liderada
por uno de los hijos de Kabila, luego de que su padre fuese asesinado por
ruandeses), Angola, Namibia, Zimbabue y Chad y las milicias (hutus y maji-maji)
correspondientes, por otro. En 1999 se establecieron las líneas divisorias
entre las fuerzas opuestas, en el Acuerdo de Lusaka, una suerte (siempre
provisional) de reparto del territorio, a la usanza de la Conferencia de Berlín
de 1885, donde las potencias europeas se distribuyeron el continente para
facilitar el saqueo y explotación[2].
Una de las posibilidades futuras es, entonces, la partición de la RDC.
Si todas estas naciones se
disputan el control del territorio, desde otra perspectiva son las propias
corporaciones las que están repartiéndose la zona. Se han creado distintas
empresas mixtas con este fin, la más importante de las cuáles es la SOMIGL
(Sociedad Minera de los Grandes Lagos) que está integrada por tres sociedades:
la Africom (belga), la Promeco (ruandesa) y la Cogecom (surafricana). Todas las
licencias para la compra-venta del coltan fueron suprimidas a fines del 2000.
Las fuerzas militares ruandesas ligadas a la SOMIGL han logrado de esta manera
evitar el “gasto” de intermediarios, controlan monopólicamente la
comercialización del coltan. Sus camiones y helicópteros hacen el traslado
interno. Poseen, por supuesto, sus propias compañías de transporte que son
propiedad de parientes cercanos a los presidentes de Ruanda y Uganda. Utilizan
los aeropuertos de Kigali y Entebe entre otros. En estas verdaderas zonas
militares las compañías aéreas privadas (una de las cuales - Sabena - de origen belga, está asociada
a American Airlines) ingresan armas y
se llevan minerales. La mayor parte del coltan extraído (luego de ser acumulado
hasta subir los precios) tiene como destino los EE.UU., Alemania, Bélgica y
Kazajstán. La filial de Bayer, Starck, es la productora del 50% del tantalio en
polvo a nivel mundial. Con el tráfico y la elaboración están vinculadas decenas
de empresas, con participación en grandes corporaciones monopólicas de diversos
países. Naturalmente “una entidad financiera, creada en 1996 con sede en la
capital de Ruanda - Kigali - , el Banco de Comercio, Desarrollo e Industria
(sic, BCDI) y que ejerce de corresponsal del CITIBANK en la zona[3],
mueve fuertes sumas de dinero procedente de las operaciones relacionadas con
coltan, oro y diamantes”[4].
Es de nuestro interés destacar cómo, para este negocio, se relacionan
estrechamente los grandes capitales monopólicos de las grandes potencias con
los poderes y capitales locales, a través de las formas típicas del capital
imperialista[5]: las
asociaciones monopolistas de comercio, industria y bancos (organizadas a través
del mecanismo de la participación,
que ya destacara el propio Lenin) y la vinculación entre empresas privadas,
estados y familiares del gobierno[6].
No se trata de malas personas y gobernantes corruptos, estamos ante los
mecanismos arquetípicos del imperialismo. Véase un ejemplo: “ Eagle Wings Resources (EWR) es una
joint-venture (empresa de riego compartido) entre la americana Trinitech y la holandesa Chemi Pharmacie Holland. El
representante local de EWR en la capital de Ruanda es Alfred Rwigema, el cuñado
del presidente Paul Kagame. La ONU acusa al presidente ruandés de jugar un
papel motor en la explotación de los recursos naturales de la RDC”[7]
Las grandes empresas
financian, por supuesto, a las distintas fuerzas militares, que montadas en los
preexistentes conflictos interétnicos, sostienen una guerra por el control de
las minas, en la que en los últimos cuatro años han muerto entre 2,5 y 3
millones de personas. Ruanda y Uganda han diseminado unos 40.000 soldados, que
cuentan con los mejores equipos, en los Parques Nacionales de la RDC, donde se
hallan las reservas. Según el mismo Kofi Annan ha declarado: “la guerra del
Congo se libra por el control de sus riquezas naturales”. En un informe del
IPIS (investigación del Servicio de información para la Paz internacional
independiente) se demuestra que las sociedades europeas y norteamericanas que
comercian con el coltan contribuyen a la financiación de la guerra. Tienen un
gran interés en que continúe la “inseguridad” para permanecer en el Congo a
través de las tropas guerrilleras.
En las minas aluvionales
trabajan diariamente más de 20.000 mineros, bajo un sistema represivo
organizado por las fuerzas militares y los poderes locales - de los dos bandos
en disputa. Estas pagan a los trabajadores unos diez dólares por kilo de coltan
(que en el mercado de Londres cotiza alrededor de 250-300 dólares) y exigen
además a estos para “permitirles” trabajar que se pongan con una cucharada
diaria del mágico mineral, especie de tributo
en especie, con el que recaudan alrededor de un millón de dólares
mensuales.
La fuerza de trabajo aquí
utilizada está compuesta fundamentalmente por ex campesinos y ganaderos (luego
de que se devaluara la producción agrícola congoleña para la exportación -
algodón y otros productos), que se alejan por largos períodos de sus comunidades
y familias, refugiados, prisioneros de guerra (sobretodo hutus) a los que se
les promete una reducción de la condena, además de miles de niños de la región,
cuyos cuerpos pequeños pueden fácilmente adentrarse en las minas a ras de
tierra. El reclutamiento de esta mano de obra opera en una doble dimensión,
mercantil y coercitiva, en un doble
mercado de trabajo. Las zonas mineras y las zonas de operación militar
terminan por confundirse. Las migraciones frecuentes desde otras regiones
hambreadas (entre 5 000 y 10 000 personas por año) son, muchas veces,
definitivas, si observamos el número de muertos. Las poblaciones vecinas
reclutadas a trabajar y trasladadas por la fuerza, sirven de cantera de mano de
obra para esta empresa capitalista; hostigadas por grupos armados han
abandonado sus residencias o se han convertido en mineros. Estos trabajadores
rescatan coltan de sol a sol, y duermen y se alimentan en la selva montañosa de
la zona. Se reproducen en las comunidades y en la selva por sus propios medios,
alimentándose elefantes y gorilas autóctonos, mientras las guerrillas
comercializan cueros y marfil. En otros términos: el capital, por lo tanto, no
se encarga de la totalidad de la reproducción de esta fuerza de trabajo, que
además de aportar en la producción de plusvalía
(del coltan), aporta una especie de renta
en trabajo metamorfoseada. Superexplotación: los mineros dan valor al
coltán con su trabajo, pagan un tributo al estado local y además trabajan para
conseguir los medios de supervivencia, alimento y refugio. Superbeneficio para
el capital invertido que obtiene tasas de ganancia exorbitantes, realizadas con
el sustento indispensable de la represión y el trabajo forzado. Como es
tradicional en África, el racismo, la xenofobia y la ideología discriminatoria
en general, son esenciales para el funcionamiento de este doble mercado de
trabajo (asalariado y forzado - no libre). Aquí se monta específicamente en los
conflictos interétnicos: son reclutados en especial los pigmeos y los hutus.
El capital imperialista que
desde siempre (sobretodo desde la colonización de África a fines del siglo XIX)
contó con el poder local, sostenido “consuetudinariamente”, para la provisión y
reproducción de mano de obra barata, encuentra a través de los mecanismos
descriptos, una forma de su “actualización” (neocolonización dicen algunos). El
trabajo forzado fue abolido por ley luego de la independencia, en la mayoría de
los países africanos, pero como está sostenido en las particulares relaciones
de poder consuetudinario de obediencia al jefe local, continua existiendo. Salongo lo llaman en el Congo actual.
Los funcionarios de los estados locales asumieron históricamente, por supuesto,
funciones de policía. Cuando los campesinos o los niños no acuden a las minas
por el simple atractivo de los dólares, allí está la compulsión
estatal-policial como forma alternativa de reclutamiento. Mercado y fuerza no
son aquí contradictorios.
La patronal de las grandes
empresas, los gobiernos de la región y los organismos internacionales “explotando
la contradicción de la superexplotación”[8]
pretenden jugar el rol de mediadores entre los semiesclavizados trabajadores y
las bandas militares xenófobas. La ONU propone un embargo provisorio de la
mercadería. Mientras tanto las ONGs y los ecologistas denuncian ¡la extinción
de los monos! En lo que constituye un sentimiento humanista maravilloso,
titulan: “Los teléfonos celulares agravan la situación de los gorilas del
Congo”. Y quieren que las mismas empresas que acumulan su capital aquí a sangre
y fuego ¡inviertan en proyectos de ayuda para el tercer mundo!. En Angola y en
Sierra Leona el tráfico de diamantes financia y necesita de una guerra muy
similar desde hace años. Hace unos meses, el 30/7 de este año se celebró una
fantochada de acuerdo de Paz entre Kagame y Kabila. ¿Quién fue el
intermediario? El vicepresidente de Sudáfrica, país capitalista de primer
orden, de donde provienen muchos de los capitales que explotan las minas
congoleñas. Se regularán quizás, es decir, se legalizarán, las relaciones de
explotación. Pero la masacre continua.
Guerra múltiple (económica,
civil, interétnica, regional pero también solapadamente interimperialista o
intraimperio como dirían algunos) y saqueo sistemático, nos hablan de un
proceso de expoliación y proletarización (muchos no han conservado ni siquiera
la vida), de acumulación primitiva de
capital, continuamente renovada, que asume formas específicas en los
países del tercer mundo: trabajo forzado, reclutamiento, endeudamiento, doble
mercado de trabajo, propiedad de la tierra de hecho garantizada por las fuerzas
armadas. Las multinacionales no han necesitado aquí muchos planes de
modernización, se benefician de la fuerza de trabajo casi gratuita, un ejército
industrial de reserva que vive en una pauperización absoluta en muchos casos.
Esto, como es evidente, limita las posibilidades de desarrollo de un mercado
interno y de una burguesía industrial local. Sólo quedan para ésta el control
del comercio ilegal de armas y materias primas. La llamada transferencia de valor
de la periferia hacia el centro significa que de la totalidad de la plusvalía
producida en estos países, a costa de millones de muertos, las grandes
multinacionales, acaparan la mayor parte, justificadamente de acuerdo a la
concentración de sus capitales.
“Las crecientes necesidades
de la industria tecnológica del mundo han creado graves conflictos en los
países menos desarrollados” nos dice el rotativo canadiense The Industry
Standart, en un comentario que es aplicable a cualquier época por lo menos desde
el siglo XIX. Los países capitalistas periféricos reciben en el reparto mundial
funciones específicas en beneficio de los grandes capitales monopólicos[9].
La tasa de ganancia media se regula a nivel del Mercado Mundial, y para cada
época, depende en especial de las ramas industriales de punta, que funcionan
como motor de la acumulación del resto. Hoy el coltán es fundamental para que
muchas de estas industrias “de punta” rindan sus frutos. En este sentido la
explotación de las minas africanas, que el mismo Pentágono considera
estratégicas, son fundamentales para la reproducción del capital imperialista
globalmente considerado. Esta forma monopólica del capital, que en una lectura
atenta del libro de Lenin, constituye el rasgo más importante en la definición
del Imperialismo, organiza en la República Democrática del Congo y en muchos
otros países, militar, política y económicamente, la vida de las masas
proletarias de ayer y de hoy. Aquí reside, a nuestro entender, la clave de la
actualidad y la pertinencia del concepto. El imperialismo es fundamentalmente
una forma específica de organización de la producción y reproducción del
capital y del trabajo, y no tanto la hegemonía de una nación sobre otras.
Necesita en este sentido del Estado (de los estados) más allá de si estos
asumen o no rasgos nacionales.
Sobre la tumba de los 2000
niños y campesinos africanos que mueren por día en el Congo, podemos,
distraídos, seguir usando nuestros celulares.
[1] Lenin; Imperialismo, fase
superior del capitalismo (1917); Editorial Anteo, octava edición, 1974.
[2] Edith Papp (Centro de
Colaboraciones Solidarias); El retorno silencioso del colonialismo;
Rebelión (www.rebelión.org), Mayo de
2001.
[3] Los
bancos cumplen en la etapa del imperialismo una función especial que es la
constituir centros contables de todas las actividades productivas (de
capital) por lo menos tendencialmente. Dejan de ser meros intermediarios de
pagos y distintas actividades comerciales, para adquirir una importancia
extraordinaria en la organización de la producción capitalista.
Esta función es posible por su propia
concentración (a través de fusiones, asociaciones y sobre todo de la
participación en los capitales, y por lo tanto en las actividades, de bancos
mas pequeños) que a gran escala se da ya a principios del siglo XX. A su
vez la concentración bancaria acelera
aún más la concentración industrial y comercial, modificando la relación entre
estas distintas actividades.
[4] Diario El País, de Madrid,
del 2/9/2001.
[5] Es necesaria una
aclaración. Para Lenin el rasgo más importante de la época imperialista es la
conformación hegemónica de capitales monopólicos. Aunque en un sentido literal
estricto estos sean muchas veces oligopólicos y no monopólicos, la
conceptualización leninista nos parece pertinente pues pone énfasis en la
diferencia cualitativa entre este período y el anterior donde predominaba la
competencia entre capitales de mucha menor cuantía. Además el concepto pone
especial atención a la fusión entre capitales industriales, bancarios,
comerciales y estatales, rasgo cada vez más marcado si seguimos la evolución
del siglo XX. Desde esta perspectiva la competencia entre capitales no sólo
continua sino que se da en niveles aún mayores, pues se trata ahora de las
disputas entre capitales compuestos (“financieros: industriales y bancarios”),
de enorme concentración y gran organización, que conforman una nueva forma de
producción, circulación y reproducción a nivel mundial.
[6] Estas
relaciones pueden adquirir distintas formas, pacíficas o bélicas. Pero, ¿a
partir de que criterios e intereses se redefinen estas relaciones?. Indudablemente
el primer objetivo del capital (en cualquiera de sus formas) es reproducirse en
forma ampliada, es decir, seguir siendo lo que es, una forma de relaciones
sociales de producción orientada a la ganancia y reproducir sus distintas
formas políticas-estatales e ideológicas de dominación.
[7] Mundo Negro Nº 463, mayo de
2002.
[8] Véase Meillasoux, Claude; Mujeres,
graneros y capitales, Siglo XXI, 1977.
[9] Un
capital con un alto grado de concentración, produce y debe producir un
excedente, tan alto como lo es su grado de concentración. La conformación de
una tasa media de ganancia entre los distintos capitales así se lo garantiza,
al beneficiarlo en forma proporcional a su cantidad. Pero un capital cada vez
más concentrado, aumenta cada vez su composición orgánica (capital
constante/capital variable: salarios), por lo que disminuye (también
proporcionalmente) la fracción de plusvalor que produce como capital
particular, motivo por el cual su tasa de ganancia particular también cae. La
inestabilidad que nota Lenin en los grandes capitales monopólicos, ahora se nos
aclara, proviene de esta situación contradictoria: los grandes capitales son
cada vez más poderosos y cada vez más débiles: imponen su fuerza en regiones
alejadas de su origen y dependen cada vez más de estas regiones menos
desarrolladas para su reproducción. La competencia en niveles jamás vistos
queda evidenciada de esta manera en la lucha por el control de estas zonas
“periféricas” - aunque se ubiquen en los propios países desarrollados- a las que
se intenta exportar incluso la conflictividad social. De esta manera la misma
estabilidad política de las naciones desarrolladas depende de la competencia de
las grandes corporaciones.