China Hoy: un debate inconcluso.

Por Marianela Blando y Lucía Cristiá.

Observatorio de Conflictos, Argentina

 

 

A 20 años de la reapertura de China a Occidente propiciada por Den Xiaoping y su programa de reformas, China representa el paraíso del consumo. Tiene de todo, lo atípico es lo único típicamente chino.

 

Pudong, en la orilla del río Huangpu, de frente a Shangai, donde a principios de los años 90 uno podía ver barrios miserables, hoy se ha convertido en una especie de Manhattan con un millón y medio de habitantes. A la hora de ir a la mesa, los centros tradicionales en los que las serpientes y los cangrejos esperan para convertirse en alimento conviven con grandes cadenas japonesas de comida rápida, innumerables sucursales de McDonald''s y Pizza Hut donde los ciudadanos hacen larguísimas colas desde temprano en  la mañana. El tránsito compuesto mayoritariamente de bicicletas resulta caótico. Hace muy poco que el gobierno autorizó la compra de autos particulares, sin embargo no hay más que 6 millones de vehículos de los cuales solo 400 mil  son de propiedad privada. Crece entonces la hostilidad del pueblo hacia los pocos que conducen Mercedes.

 

La población china experimenta una profunda transformación en sus modos de vivir: valores, creencias, gustos y actitudes revelan dicho cambio. Los más jóvenes se distinguen de los mayores por las ropas, los gustos y los colores del pelo. Ya no es insólito ver chinos pelirrojos, y seguramente renuevan su tintura en alguna de las dos peluquerías por cuadra que hay en promedio. Ellos, los más chicos, hablan del "chairman Mao" (jefe Mao), pero en inglés. Aunque los mayores no hablan inglés, se manejan por señas y exhiben la intención de agradar al extranjero y hacerlo sentir a gusto. Donde se movían los guardias "rojos" controlando las luces de neón consideradas "demasiados burguesas", hoy están los agentes de bolsa delante de sus computadoras. Pero aún el partido en el poder es el mismo: el Comunista. Veinticinco años después de la muerte de Mao, se prepara el ingreso de los capitalistas en lo que resta de un partido todavía oficialmente proletario.

 

Ahora bien, cabría entonces preguntarse qué significa para una población de más de 1.300 millones de personas ser un país que se dice “comunista” en medio del bombardeo de hamburguesas, pizzas y computadoras. ¿Que implica adaptarse a una economía que ahora une al marxismo y al mercado, a Marx y a Keynes?.

 

La penetración imperialista de mediados del siglo XIX (Guerra del Opio), la guerra civil, la guerra antijaponesa y la expansión del mercado han destruido los cimientos de la China Feudal. China logró convertirse en un caso excepcional en la historia de la economía moderna. Un constante crecimiento del nivel de vida y los nuevos principios del libre mercado, confluyeron en “el país de los grandes contrastes”.

 

Si bien la Reforma Agraria de Deng Xiaoping logró sacar a muchos campesinos de una existencia estancada y pobre elevando su nivel de vida, estos beneficios no llegaron a la totalidad de dicha clase. Hubo quienes no encontraron trabajo en las nuevas fábricas y otros que, a pesar de las dificultades, continuaron siendo campesinos: Una enorme masa de cien millones de personas vaga a través de China – figuras andrajosas que arrastran sus bártulos en bolsas y sacos y que se hacinan sobre todo en las explanadas de las estaciones de las grandes ciudades[1].  Sin embargo, hay quienes afirman que en determinadas fases del desarrollo histórico esta clase de fenómenos constituye un signo de progreso. Como señala Lin Chun el crecimiento económico en China supuso el “necesario” sacrificio de la población rural. Y si consideramos que fue precisamente dicha población la que constituyó la fuerza primaria de la revolución Comunista, la traición deliberada de sus líderes, que dieron absoluta prioridad a la industria y al desarrollo urbano, resulta evidente. Inclusive, se tiene la sensación de que no se recuerda más a los 900 millones de chinos de las zonas rurales. Aunque sus condiciones de vida de alguna manera mejoraron, los privilegiados son los 200 millones de los centros urbanos y los 150 millones de las vastas áreas periféricas.

 

La nueva política obedece al lema: “la riqueza es gloria y es lícito que algunas personas se enriquezcan antes que los demás”. La China de Mao ha quedado lejos, los tiempos del igualitarismo han pasado.

 

Hagamos historia.

 

Mao Tsé-Tung nació en 1893, en la provincia china de Hunan. Conoció el pensamiento marxista trabajando como bibliotecario en la Universidad y, en 1921, estuvo entre los fundadores del Partido Comunista Chino. En poco tiempo se convirtió en el portavoz del descontento de los campesinos y organizó los primeros grupos guerrilleros (que luego fueron conocidos como la Armada Roja) para defenderse de la represión. Hacia 1927 se dio un intento de insurrección en Cantón dirigido por el PCCh. al que Chiang-Kai-shek (líder del Partido Nacionalista[2]) respondió a sangre fría. Podríamos decir que a partir de este momento comenzó en China una prolongada guerra civil. En 1931 Mao pasó a ser el presidente de la "República de Jiangxi", proclamada por él mismo en la zona dominada por la revolucionaria Armada Roja. En 1934 Chiang-Kai-shek al frente del partido nacionalista y anticomunista, obligó a Mao y a su Armada a retirarse. Así, nació la Larga Marcha, a través de miles de kilómetros por casi toda China. En 1936 el líder nacionalista se vio ante la necesidad de aceptar un frente común con los comunistas debido a la amenaza exterior japonesa. Al terminar la guerra se reanudó la lucha entre nacionalistas y comunistas y éstos, a las órdenes de Mao, derrotaron y expulsaron de China a Chiang-Kai-shek. En 1949, tras la victoria en la guerra civil, Mao proclamó el nacimiento de la República Popular, de la  que fue presidente. En 1959 dejó la presidencia a su adversario Liu Shao-chi acusado luego de seguir la vía capitalista. Nueve años más tarde Mao volvió al poder lanzando la Revolución Cultural Proletaria encaminada a depurar el aparato burocrático dentro del Partido y a restablecer su total primacía en el poder.

 

Cuando Mao toma el poder en 1949, China venía de 20 años de guerra, su territorio había estado invadido por el imperialismo japonés y había sido sometida al opio. Su población era, aproximadamente, en un 70/80 % campesina y con altos grados de analfabetismo; hambrunas periódicas castigaban severamente al pueblo. Ahora bien, la administración maoísta logró, con métodos draconianos, acabar en la década del 50 con el consumo del opio: vicio prolongado que tanto daño había causado a la sociedad china. Tanto el hambre como el analfabetismo habían desaparecido prácticamente. Mediante una Reforma de las relaciones de propiedad en el sector agrícola, Mao rompió con la propiedad terrateniente de la tierra y se la entregó  a los campesinos. Este proceso culminó con la formación de comunas populares basadas en la producción colectiva.

 

 Para muchos Mao representó el símbolo del comunismo a nivel planetario, sobre todo en la época de la Guerra Fría. La mayoría del pueblo chino vio en él un ser sacrosanto capaz de lograr la igualdad y el bienestar de todos. Durante décadas alrededor de 26.000 comunas populares regularon la vida de las poblaciones campesinas. La política del “tazón de arroz” garantizaba a los trabajadores de las empresas públicas subsistencia de por vida. Si bien casi todos eran pobres al menos tenían asegurada una “miserable supervivencia”. No había nada que comprar, pero tampoco hacía falta. Las relaciones exteriores se caracterizaron durante la Revolución Cultural Proletaria por la aversión hacia lo extranjero. La administración maoísta, en consecuencia, mantuvo al país cerrado como una ostra ante las potencias internacionales. A juicio de ciertos historiadores, el papel de Mao consistió en destruir la bifurcación entre un pequeño e instruido estrato gobernante y la gente del común. También debemos reconocerle que la economía había comenzado un cierto grado de desarrollo. Ahora bien, la tarea de crear una nueva estructura política quedaría en manos de sus sucesores.

 

 A fines de 1978, y mediante una compleja maniobra, Deng Xiaoping se hizo con el poder. En la reconstrucción iniciada por éste dentro del PCCh. la ideología, tan fuerte en Mao, pasó a un segundo plano. Si éste último había logrado mantener al país cerrado al exterior, Deng Xiaoping, por el contrario, proclamó una nueva era de las relaciones exteriores. A su vez, sus reformas en el plano agrícola echaron por tierra los logros maoístas. A principios de los años 90, el famoso "enriquézcanse" pronunciado por Deng Xiaoping apuntaba justamente a la disolución de las comunas populares. Como afirmaba Marx el dinero goza de un poder mágico capaz de destruir todas las comunidades antiguas (comunales, feudales o patriarcales): Todo lo que es sólido se disuelve en el aire, todo lo que es sagrado es profanado. Una elite local, más especializada y más abierta, se propuso entonces metas nuevas para el comercio y la diversificación. Bajo esta política muchos campesinos lograron convertirse en empresarios. En síntesis, el cambio más espectacular iniciado por Deng fue la apertura al comercio, la tecnología y la inversión extranjera.

 

¿Capitalismo o socialismo? . Persistencias de un debate.

 

El problema de hacia dónde se dirige China ya aparece planteado en los distintos congresos celebrados por el PCCh. En 1956, fecha del Octavo Congreso, se vislumbran diferencias radicales entre las líneas de Liu Shao Chi y Mao. Allí el primero afirmó: “en nuestro país ya está resuelto ahora el problema de quién vencerá: el socialismo o el capitalismo[3]”. Según su punto de vista la lucha en China había finalizado y lo que correspondía, entonces, era adecuar las “atrasadas” fuerzas productivas a las revolucionadas relaciones de producción. El centro de la actividad del gobierno y del PCCh. era, pues, desarrollar las fuerzas productivas. Frente a las comunas populares éste proponía otra línea, basada en el estímulo de las ocupaciones auxiliares individuales y el abandono de la lucha por la producción colectiva. Su propuesta era desarrollar el mercado libre, aumentar las tierras de uso privado, promover pequeñas empresas responsables de sus propias ganancias y pérdidas y fijar las cuotas de producción agrícola a partir de la familia campesina. Las “cuatro libertades” eran: libertad de usura, de contratación de mano de obra, de compra y venta de tierras y de funcionamiento de las empresas privadas. Esta orientación fue acusada de pretender la restauración del capitalismo en el campo y de “revisionismo soviético”.  Mao, por el contrario afirmaba que “En China, aunque en lo fundamental ha culminado la transformación socialista de la propiedad (...) subsisten remanentes de las clases derrocadas: la clase terrateniente y la burguesía compradora, subsiste la burguesía; y la transformación de la pequeña burguesía sólo acaba de comenzar (...) Aún no ha sido resuelta en definitiva la cuestión de quién vencerá: el socialismo o el capitalismo (...). La lucha de clases entre el proletariado y la burguesía será larga, tortuosa y a veces muy enconada[4]”. Esto se comprende en el marco de uno de los planteos teóricos fundamentales de  Mao, esto es, la continuación de la lucha de clases en el socialismo, entendiendo a este último como el largo período de construcción del comunismo. Hacia 1967 ya es clara la derrota de Liu Shao Chi y su grupo, marcados como los “seguidores del camino capitalista”; en agosto Liu es destituido como presidente de la República y un año después es separado de las filas del partido. En 1969 se celebró el Noveno Congreso del PCCh. en donde sale victoriosa la línea de Mao. Tras el Décimo Congreso de 1973 y la victoria de la línea de Chou En-lai, Deng Xiapoing va asumiendo paulatinamente el poder hasta trazar los lineamientos en los que se basa la política actual del país.

 

Hoy en día no hay acuerdo entre los historiadores a la hora de definir el caso chino dentro de un modelo excluyente. Si bien, muchos elementos capitalistas, pequeños burgueses o semi capitalistas parecen haberse incrustado en la economía, la sociedad y la política, hay quienes afirman que esto no nos permite aseverar que China sea o este en camino hacia el capitalismo. Según este planteo, en ninguna de las economías capitalistas existe un sector tan importante y dinámico en manos de autoridades públicas locales como sí lo hay en China. Por otra parte tampoco se observa en esta sociedad una clase unificada de capitalistas. Los trabajadores no son, a juicio de estos autores, mano de obra libre en un mercado de trabajo puesto que no existe dicho mercado. Ahora bien, las reformas de Deng provocaron el éxodo rural que permitió a las empresas privatizadas, estatales, etc. comprar la fuerza de trabajo necesaria a un precio bajísimo. ¿Esto no estaría denotando la existencia de un mercado de trabajo?. En este sentido resultan ilustrativas las palabras que, con el objetivo de atraer a los inversores extranjeros, emitió el vicedirector de la zona de desarrollo de Yantai: “Aquí la fuerza de trabajo no cuesta más de cien dólares al mes, todo incluido (...) Además el despido es libre[5]”.

 

En este contexto no es extraño escuchar afirmaciones como: ¿Por qué no podemos ser capitalistas abierta y respetablemente?. Tampoco resulta sorprendente que el socialismo haya cambiado radicalmente su programa. Según el propio Deng, éste consistiría en desarrollar las fuerzas productivas, abolir la explotación y conseguir la prosperidad común. La libertad, así como la democracia y la autodeterminación, en una palabra, el control colectivo sobre la existencia humana, parecen hoy haber quedado fuera de la carta programática del socialismo.

 

 

A su vez observamos un creciente debilitamiento del Estado producto de la descentralización de la gestión fiscal: las finanzas del gobierno central se desangran. Carece de dinero para conducir el desarrollo económico.[6] Los caciques provinciales que ya no se encuentran obligados a transferir toda su recaudación a Pekín, se aprestan a disfrutar personalmente de los encantos del boom. Sin embargo resulta sorprendente que estos fenómenos no hayan provocado la caída de la burocracia. El dinero y el poder logran combinarse en las manos privadas de unos cuantos comunistas individuales en nombre del “socialismo reformado”. En este marco, no debe sorprendernos que un empresario, secretario local del partido comunista, aún vistiendo el uniforme maoísta guste de viajar en uno de sus dos Mercedes ... ¡Que paradoja! “todo es propiedad del pueblo”.

 

Quienes no se animan a considerar a China un país capitalista, resaltan la importancia de elementos mas bien de tipo socialistas; a saber:

 

ü      En pueblos y ciudades pequeñas se han fundado gran cantidad de empresas de propiedad colectiva de las comunidades; y éstas solo aspiran a su propio beneficio.

 

ü      Se han desarrollado a su vez cooperativas de crédito rural y otras tantas destinadas al comercio y al servicio médico.

 

ü      En una cultura del dinero muy difundida encontramos también clases de agronomía y tecnología agrícola “gratis” organizadas desde el gobierno como desde los mismos campesinos, escuelas y universidades.

 

ü      La Comisión de Lucha contra la Pobreza que goza del apoyo del Ministerio de Finanzas Central y de fuentes no gubernamentales cumple la función de paliar los niveles por debajo del nivel de pobreza en que viven mas de una cuarta parte de las provincias chinas.

 

ü      Es la misma conciencia social China la que todavía demuestra el poder penetrante de ideas socialistas de igualdad y justicia social. Todavía más relevante es la presencia continuada de un sentimiento público anticapitalista en una sociedad posrevolucionaria.

 

ü      China sabe que no puede permitirse una privatización completa ni una desigualdad severa; tampoco puede tolerar la libre competencia y dejar a los más pobres y débiles en la desesperación. El Proyecto Esperanza, que pretende dar la posibilidad de ir a la escuela a los niños de las familias más pobres, es sólo un pequeño ejemplo.

 

Ahora bien, ¿es suficiente la pervivencia de estos elementos para negar la existencia del capitalismo en China?. De considerar esta postura válida, ¿dónde encajaría lo típicamente capitalista?, ¿no será que China es comunista de palabra y capitalista en los hechos?.



[1] Vorholz, F. China en transformación, en Debats, Edicions Alfons El Magnànin, marzo 1994, número 47.

[2] Es importante destacar que en 1911 Sun Yat Sen, líder del Kuomintag, logró derrocar a la Dinastía Manchu y convertir a China en una República. Su programa se resume como: democrático, agrario, nacionalista y antimonárquico.

[3] SIGLOMUNDO, fascículo 110: “China: la revolución ininterrumpida”. Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1975. Pp. 985.

[4] SIGLOMUNDO. Op. Cit. Pp 985.

[5] Vorholz. Op. Cit. Pp. 28.

[6] Vorholz,F. Op cit.