Fantasías y realidades en torno al fin del apartheid: De Bernardo Kordon a Nelson Mandela

Por Florencia Pagni y Fernando Cesaretti

Observatorio de Conflictos, Argentina

 

Analizar la realidad sudafricana implica superar un contexto nominativo donde el preconcepto  estético tergiversa nuestro análisis. Sudáfrica es África, y África es una serie de imágenes que aunque poco tengan que ver con la realidad, influyen sobre nuestra visión de ésta. Bernardo Kordon (tal vez el mejor cuentista argentino de mediados del siglo XX), captó  la sugestión de la aventura emprendida en viaje a regiones lejanas. El tipismo y colorido de África está presente en algunos de sus mejores relatos, tal es el caso del que memora desde el título,  esa ciudad mítica perdida en un desierto africano: “Vagabundo en Tombuctú”. Sin embargo, Kordon nunca llega a África. Sus viajes son módicos y pedestres. Así encuentra su fantasiosa Tombuctú en la derruida estación Borges del Ferrocarril Mitre (mucho antes de que el neoliberalismo menemista la pusiera nuevamente en vigencia como cabecera  del Tren de la Costa). África está presente en la imaginación de un Kordom niño, esto es un judío de barrio de la clase más humilde creciendo en la Buenos Aires de los años 30. Los descubrimientos iniciales medidos de cuadra a cuadra semejaban periplos interminables por lujuriosas selvas.

Así, en “Expedición al oeste”, Kordon nos cuenta que “...atravesamos el barrio de Almagro y soy un niño mirando las máquinas bajo el legendario puente de Bustamante. A los siete años se tiene una idea exacta del mundo. Ese trayecto era inmenso poblado de ladrones y asesinos. El itinerario admitía todas las variantes y todos los imprevistos: podíamos perdernos o ser atacados por tribus inamistosas. Pues muchas de nuestras exploraciones por otras barriadas desencadenaron alevosos ataques. Conventillos enteros se vaciaban ante la provocativa  presencia de forasteros  y solo nos quedaba la posibilidad de correr para escapar del peligro, estimulados por los gritos salvajes  de los naturales de ese barrio. Las pedradas alcanzaban a calentarnos las espaldas, pero apenas las sentimos, e incluso llegábamos a recibirlas con alegría, ya que significaban que nos poníamos fuera del alcance de esos forajidos. Pues la experiencia señalaba que nadie puede recoger una piedra sin dejar de correr, y ese sensible blanco en nuestro lomo significaba que cesaba la endiablada persecución. Generalmente se detenían porque habían llegado al límite de sus territorios, y nos salvábamos por la misma razón que tantas veces en África se salvaron Stanley, Livingstone y Cía., pues los salvajes nunca se aventuran fuera de sus países, y entonces los exploradores pueden seguir ampliando el mundo conocido.”

Esa búsqueda de esa particular visión de África implica un ejercicio mental que niega el África real. Así el vagabundeo hacia Tombuctú comienza en la frontera uruguaya-brasileña en un lentísimo tren que cuyo derrotero cambia al pasar de un vagón a otro,  de la fronda subtropical a la árida meseta castellana y de allí al desierto de Atacama. De Tombuctú ni noticias. Aunque esté omnipresente, junto  a esa  construcción general  de África en la búsqueda de la aventura.

No solo aventura. África es en esa visión, también reducto del módico erotismo que permite la sociedad de esa época. Hay toda una continuidad entre las insinuadas protuberancias masculinas de los distintos tarzanes cinematográficos a los permitidos senos de las nativas que junto al de la estrella blanca de turno (desde Mogambo a Bo Dereck) permite la concupiscencia del espectador, estética esta que encuentra su culminación en  el formidable culo de Paula, la protagonista televisiva de la serie Daktari[1]. Erotismo que sirve para enmascarar la realidad africana. Pero en todas estas tergiversaciones nada inocentes, hallamos la impronta de la hegemonía europea. El discurso es el del dominador, aunque más no sea por error u omisión. África es tal, en tanto su sarmientina relación con Europa en términos de civilización y barbarie. Podemos afirmar que desde el Congreso de Berlín en 1885 hasta el proceso de descolonización en las décadas de 1950 y 1960 esta es la estética que predomina. Tengamos en cuenta que el colonialismo, fue -entre otras cosas- un fenómeno visual. Como señala P, Johnson, abundaba en banderas, uniformes exóticos, sellos conmemorativos, y fundamentalmente una profusa cartografía, En los mapas parecía que el colonialismo había cambiado al mundo, Más allá de que el término “colonialismo” abarca una variada multiplicidad de estructuras sociales, económicas, políticas y humanas, que torna dudoso que describa algo concreto. Sin embargo dejó su impronta visual: así el continente  africano de acuerdo a este discurso positivista y eurocéntrico, comienza al sur del Sahara (ni Egipto ni la costa mediterránea serían propiamente África, o lo que se espera de la idea de África). En esa delimitación meridional hay dos excepciones que confirman la regla del colonialismo civilizador: Etiopía, misteriosa y extraña, donde la impronta italiana encuentra su talón de Aquiles[2]; y África del Sur, donde la presencia blanca excede la simple relación europeo civilizador – nativo civilizable, del paradigma colonizador vigente.

Con todas estas prevenciones expuestas  a modo de introducción, analizaremos entonces el caso de África del Sur en particular, historiando cronológicamente la conformación de la actual sociedad sudafricana.

Tendremos que remontarnos entonces al siglo XVIII. Específicamente al año 1652 en que la Compañía de las Indias Orientales establece en El Cabo de Buena Esperanza una estación de apoyo logístico para el abastecimiento de los barcos que se dirigían a las Indias Orientales. Este establecimiento dependiente administrativamente de Java fue poblado por colonos holandeses, que rápidamente excedieron a la factoría en sí. A la continua inmigración desde Holanda  se le sumó una corriente de hugonotes franceses. Esta presión demográfica europea junto con las condiciones poco propicias de la Compañía, llevó a iniciar el primer trek: marchar a la ocupación de nuevas tierras. Esta emigración creó las bases de una sociedad de granjeros y ganaderos de carácter autónomo con una cultura y una lengua propia. Fueron los llamados boers o afrikaners. Tenían una concepción religiosa cerrada y dogmática, lo que daba lugar a una sociedad rural y primitiva, que fue suavizada un tanto con la llegada de los  citados protestantes franceses.

La ocupación de éstas tierras implicó conflictos con las etnias africanas preexistentes: bosquimanos, que al mismo tiempo sufrían la presión de los pueblos bantúes junto con una migración que se dirigía desde el norte hacia el sur (zwazi, zulú, pondo, sosa). Vemos entonces, que los siglos XVII y XVIII encuentran al África meridional con una doble presión: la de los europeos que desde la factoría de El Cabo se expanden hacia el norte y la de los africanos que asisten a un proceso inverso: una marcha desde las regiones del norte hacia el sur. Por lo tanto, en ese momento histórico África del Sur no es una tierra vacía tal como pretendió contar la versión histórica  de los blancos, sino una tierra donde los conflictos raciales están prontos a estallar.

El trekking franco-holandés iba desposeyendo a los hotentotes de sus tierras, convirtiendo a éstos a la servidumbre. A su vez el conflicto con los bantúes provocó largas luchas, a las que se sumaron las luchas intestinas entre los clanes, proceso este último que dio lugar a una centralización de las otras dispersas tribus en naciones tales como los swasi, zulú, sosa y soto. La cuestión principal seguía siendo la ocupación de las tierras y su explotación.

A principios del siglo XIX un formidable guerrero, Saka, logró conformar un breve pero temible imperio zulú con métodos draconianos, impuso la sumisión a numerosas tribus conformando un poderoso ejercito que amenazó los dominios blancos.[3]

Una de las causas principales de la tensión entre blancos y nativos era el modo de producción económica. Los boers practicaban un tipo de ganadería extensiva a cielo abierto similar a la de los estancieros argentinos, los que implicaba que los ganados eran considerados presa licita por los pueblos nativos de cazadores.

Esta lucha permanente creó en los boers, que en Europa habían sido perseguidos religiosos,  una cosmovisión ideológica basada en el racismo y en la concepción del nativo como alguien a eliminar o esclavizar para su explotación económica.

A principios del siglo XIX su suma un nuevo actor con la ocupación por parte de Gran Bretaña de la colonia de El Cabo, y la subsiguiente llegada de  miles de colonos británicos. Inglaterra intenta imponer su legislación que entre otras medidas pasaba por la protección (con fines  más económicos que humanitarios) de los pueblos nativos y la abolición de la esclavitud.[4] Paralelamente la colonización británica conformada por gente inexperta no tiene resultados positivos. Los boers acrecientan sus fortunas vendiendo productos alimenticios a los recién llegados. La tensión anglo-boer se expresa a fines de la década de 1820 cuando el gobierno inglés otorga a los pueblos nativos el derecho a poseer tierras, lo cual limita la mano de obra disponible para los boers. Proceso que culmina  en 1833 con la abolición de la esclavitud.

Todo esto creó las condiciones necesarias para que se produjera el Gran Trek, el desplazamiento de miles de afrikaners hacia el norte a los territorios de Orange, Vaal y Natal, donde se establecieron en forma autónoma, fuera del alcance de la legislación británica. Esta ocupación dio lugar a nuevas luchas con los bantúes.

A mediados de siglo los ingleses conquistaron  estos territorios remprendiendo entonces los boers su marcha fundando repúblicas autónomas. Estos gobiernos, especialmente los de Orange y Transvaal (Gran Bretaña se había reservado Natal y El Cabo) estuvieron signados por una continua tensión racial a consecuencia de la explotación de los nativos. Los pueblos xhosa  fueron la mano de obra que los boers utilizaron en condiciones  de esclavitud práctica.

Un hito importante es el año 1867, en esa fecha se descubren diamantes en los territorios africanos lo que da una nueva impronta económica a la región, lo cual se complementa en 1886 con el descubrimiento del oro. Ante esto, las repúblicas boers se declaran independientes en 1881. Hay un continuo mejoramiento de las relaciones de éstas con el gobierno inglés con sede en El Cabo. La tensión va en continuo crecimiento hasta que en 1899 estalla la guerra anglo- boer. Estos últimos cuentan con el apoyo más o menos encubierto de Alemania. Gran Bretaña tuvo que apelar a todo el peso militar  de su imperio para poder volcar el conflicto a su favor. Utiliza incluso métodos que inauguran con todo su horror el siglo XX, esto es, la reclusión de la población civil boer en campos de concentración. Finalmente, en 1902 los boers deben ceder. Sus repúblicas  se convierten en colonias de la Corona británica. Gradualmente se les da autonomía. Finalmente, en 1910 el parlamento británico convierte a las cuatro colonias (El Cabo, Natal, Transvaal y Orange) en provincias de la recién formada unión sudafricana. El partido afrikaners gana las elecciones homogeneizando mas de dos siglos de conflictos entre blancos en una sola dirección. A los fines de nuestro estudio sobre el apartheid, a partir de entonces  ya no se puede hablar de holandeses, hugonotes franceses, británicos, boers sino que la suma de todos ellos constituyen una compacta minoría blanca[5] unidos más allá de sus diferencias  por su relación frente a la mayoría negra y a las minorías de chinos, indios y mestizos.

1910 es un punto de inflexión por una parte en lo que hace a la homogeneidad política, cultural y racial de las distintas “etnias blancas” pero a su vez esa fecha no debe hacernos olvidar un proceso que ya tiene varias décadas y que es el de la consolidación del sistema capitalista en Sudáfrica. El boom de los diamantes dio lugar a una explosión minera e industrial. Será justamente  la afluencia de capitales financieros británicos, las especulaciones en la Bolsa de valores de Ciudad de El Cabo y las motivaciones reales de la guerra anglo-boer, lo que dará lugar a un ensayo del economista Hobson,[6] que a su vez servirá de base a la tesis de Lenin sobre el imperialismo como fase superior del capitalismo. Y es que en Sudáfrica el capital financiero ha estado presente en los cambios que llevan la creación de la Unión. Sudáfrica produce el 80% del oro mundial así como innumerables productos minerales. Está ubicada estratégicamente a caballo entre los océanos Indico y Atlántico tal como había sabido ver ya en el siglo XVII la Compañía  de las Indias Orientales al establecer su estratégica estación de El Cabo.

Es en este contexto que debemos comprender el proceso que a lo largo de la primera mitad del siglo XX conlleva la implementacion  progresiva y acentuada de una política racista de la minoría blanca hacia  los grupos étnicos negros, asiáticos y mestizos que culminan con la instauración del régimen de segregación racial del apartheid.

Hemos analizado ya la cronología que permite visualizar  las causas históricas y culturales que se sintetizarán en el apartheid. Pero éste es básicamente un sistema de  utilidad practica más allá de las consideraciones morales que podamos hacer. El apartheid (institucionalizado en 1948) es desde antes, durante y después una solución práctica que permitió al capitalismo obtener una mano de obra barata y controlada desde el aparato del estado, indispensable para el desarrollo minero e industrial. Como expresa Gunder Frank “el desarrollo industrial de Sudáfrica se ha caracterizado por la penetración en profundidad y el largo alcance del capital imperialista por una  parte, los bajos salarios en la agricultura, la minería y buen parte del sector industrial, basado en la super explotación de los trabajadores negros y la exclusión de la inmensa mayoría de la población de todos los beneficios de la acumulación y del desarrollo conseguido gracias al apartheid”.

Esta desigualdad creó un cuadro social dicotómico de Sudáfrica: junto a la Johanesburgo de la burguesía y pequeña burguesía blanca, próspera de toda prosperidad crecía  Soweto, paradigma de la miseria y la exclusión, inmenso suburbio de trabajadores negros más degradado que la más infame de las favelas brasileñas o la peor de las villas argentinas. Este panorama extremo se repetía en toda la geografía urbana sudafricana.

Había una lógica en esta peligrosa vecindad entre explotados y explotadores. Si bien el apartheid pregonaba la segregación espacial relegando a la población nativa a bantustantes, al capitalismo no le convenía tener a esta mano de obra barata muy lejos de los centros donde desarrollaban sus actividades básicas: minería, construcción y servicio doméstico.

Supuestamente el sistema de apartheid era inmoral y por lo tanto merecía la condena del mundo civilizado. Sin embargo, más allá de las declaraciones formales de protesta el mundo fue cómplice del sistema. Sudáfrica no era un paria internacional sometido al ostracismo sino que mantenía relaciones económicas incluso con las repúblicas del África negra. Capitales británicos, norteamericanos, alemanes y franceses establecidos en Sudáfrica sacaban pingues ganancias del sistema de apartheid. Hipócritamente  se daban el lujo de financiar sociedades que protestaban contra el sistema. Este doble juego tendrá una expresión cabal en cierto sector de la clase media argentina que intentará mantener la confraternidad deportiva (rugby, hockey, regatas, etc.) aduciendo que el apartheid era un problema interno de Sudáfrica, ocultando así sus propios prejuicios que coincidían con los de la pequeña burguesía blanca  sudafricana.

Es evidente, más allá del racismo de la clase media sudafricana, que para la gran burguesía el apartheid no era principalmente un problema racial sino una cuestión económica. Sirvió como ya hemos dicho para  explotar de manera despiadada a los obreros negros, pero a su vez  se corría el peligro que las rebeliones de estos (cada vez más frecuentes) a partir de los años 60 y 70, pudieran llegar a derrumbar el poder capitalista.

Cuando la insurrección se generalizó en los años 80 fueron los propios grandes capitalistas los que impulsaron una liberalización formal del apartheid tendiente a otorgar una serie de derechos formales a la mayoría negra para poder quedarse con las ganancias reales del trabajo de éstos.

La válvula de escape política peso por promover directa o indirectamente el traspaso del gobierno a líderes reformistas tales como Tutú y Nelson Mandela[7]. De esta forma, se evitaba el peligro de que la expresión de la mayoría negra, el Congreso Nacional Africano (CNA) fuese copado por líderes más extremistas, peligro que no era tan desatinado, atento a la larga relación  entre el CNA y el Partido Comunista. Esta relación se vincula a que la cuestión obrera esta unida a la cuestión negra pues es la burguesía blanca la que es dueña de casi todos los medios de producción.

Así se explica el proceso disciplinado que unió a de Klerk con Mandela en la transición, y el aparente fin del estado racial y policial hasta entonces imperante.

Todo este proceso de negociación fue impulsado por la gran burguesía. La Sudáfrica actual sigue teniendo para la mayoría negra la explotación social previa al fin del apartheid. La única diferencia es que a la clase capitalista antes exclusivamente blanca ahora se le ha sumando un pequeño grupo de dirigentes, burgueses y pequeños burgueses de raza negra que emblemáticamente y al igual que cierta burocracia sindical  argentina, proclama una cosa y hace otra. Siguen viviendo en Soweto, (lo que es políticamente correcto) pero en countrys cerrados y privilegiados.

A su vez la caída de un estado policial en un marco que mantiene la discriminación y opresión  ha dado lugar (al compás de una desocupación que se torna endémica) a una gran inseguridad urbana. La dicotomía Johannesburgo-Soweto, ha derivado en la degradación de los espacios públicos del otrora baluarte blanco. Nadie está seguro y menos la pequeña burguesía blanca, que tan segura estuvo mientras el sistema sociopolítico les permitió jugar el mismo rol del blanco pobre del profundo sur estadounidense, esto es ser una casta racial que no detenta el gran manejo económico (eso está en manos de los capitalistas) pero si marca las diferencias con el pigmento de la piel.

Esos blancos han asumido los cambios producidos de distintas formas. Algunos cuestionan más o menos veladamente las concesiones hechas a los negros. Los más fanáticos piden la creación de lo que paradójicamente seria un bantustan blanco. Un territorio propio, una isla europea en un mar africano.[8] Otros asumen una constante histórica que se repite en el país desde que los primeros colonos boers se encontraron disconformes con el trato de la factoría mercantil. Al igual que estos o aquellos que en le siglo XIX se apartaban del dominio británico los actuales descendientes de aquellos emigrantes, han iniciado un nuevo y tal vez definitivo Gran Trek, solo que ahora no hay Transvaal o Río Orange como destino. El éxodo se dirige a los países centrales de habla inglesa precisamente. De esta forma esta inmigración estaría cerrando una parábola que se inicio con el auge del sistema mercantilista hace más de tres siglos y se cierra con la globalización posmoderna, globalización que se torna tan hostil como en su momento se tornó la Compañía Holandesa de las Indias Orientales. Frente a la hostilidad, el recurso de la fuga, del éxodo, del Trek. Atrás queda toda una saga de explotación y discriminación de los pueblos nativos. Esos mismo nativos que acechados por la desigualdad, la miseria y las enfermedades[9], aún no pueden escribir la historia de su continente con marcos de realidad, toda vez que aún Africa continúa siendo (en opinión de los autores de este trabajo) una imagen creada desde afuera, que aunque aggiornada  para  poder ser mostrada de modo políticamente correcto por la CNN, guarda aún los fantasiosos vagabundeos de Kordon en su Tombuctú, junto al bello culo de Paula, la hija de Daktari.

 

 

BIBLIOGRAFIA:

BERTAUX, Pierre. Africa desde la Prehistoria hasta los estados actuales. s/d

GUNDER, Frank. La Crisis Mundial. Tomo II. Ed. Brughera.

HOBSON, John Atkinson. El Imperialismo. s/d

JOHNSON, Paul. La Historia de los Judíos. Javier Vergara Editor

JOHNSON, Paul. Tiempos Modernos. Javier Vergara Editor

KI-ZERBO, Joseph. Historia del Africa Negra. Ed. Alianza

KORDON, Bernardo. Sus mejores cuentos porteños. Ed. Siglo XX.

SEBRELLI, Juan José. Escritos sobre escritos, ciudades bajo ciudades. Ed. Siglo XX

Historia 16. Sudáfrica: el Poder para la mayoría negra. Nº 217 Año XIX

Geocities, sitio web. Sudáfrica: ¿el fin del apartheid?



[1] Serie esta que realizada en la década de 1960 (en el auge del proceso de descolonización) muestra en su estructura argumental, que los nuevos tiempos no han llegado a los guionistas yankis. Así las distintas emisiones nos muestran las módicas peripecias de los blancos habitantes de una estación sanitaria en un ambiguo paisaje de jungla  y desierto. Esa ambigüedad se traslada a otros órdenes: no está claro si el país en el que actúan es una nación emancipada o continúa siendo territorio colonial (de hecho la autoridad aparece representada por un funcionario blanco, de aspecto muy british). Los nativos aparecen en la serie, ya como sumisos ayudantes del doctor blanco, ya como salvajes habitantes de las aldeas, ya como villanos de distinta laya, finalmente vencidos y castigados por sus fechorías. A todo este circo se suman chimpancés de clara inteligencia y hasta un león bizco. Pese a  esta visión ridícula y racista, o tal vez gracias a ella, esta serie tuvo éxito aún en los años 70 y 80.

[2] Talón convenientemente reforzado por potencias europeas rivales de la recién llegada Italia al festín del reparto colonial.

[3] Eurocentricamente, Saka, fue llamado el Napoleón Negro. Sin embargo, sus tácticas militares hablan más de un genio autodidacta y despiadado, que de alguien que haya aprendido algo del gran corso, más allá de que ambos fueran contemporáneos.

[4] Esa mezcla de moralina con intereses económicos, oculta un fuerte racismo, similar al de los boers. Hay un doble discurso, cuya hipocresía estalla en algunos episodios puntuales. Tal el caso de la exhibición de “fenómenos” en la metrópolis, cuyo mejor ejemplo es el de la llamada “Venus Hotentonte”.

[5] Los blancos pobres, boers en su mayoría, derrotados en la guerra, con dificultades para insertarse en la nueva estructura industrial, acosados por el desempleo (el gran capital prefirió la mano de obra barata negra), acrecentó su racismo, inclinándose a propuestas de derechas, constituyendo una base social de apoyo a la implantación del programa de apartheid.

[6] Ensayo este teñido de un fuerte antisemitismo

[7] La construcción mediática de la figura de Mandela, un “abuelito bueno”, nos lleva a referenciar analógicamente esa visión como una continuidad de las múltiples construcciones que ocultaron el Africa real a lo largo del siglo. Africa no es lo que es, sino lo que tranquilizadoramente los medios nos hacen creer que es. Nuevamente Kordon y su búsqueda de Stanley y Livingtone en los conventillos de su infancia porteña.

[8] En los alrededores de la capital, Pretoria, se establecería ese festung ario. La ultraderecha promueve fervientemente el proyecto que encuentra gran acogida en los sectores blancos más pobres.

[9] Africa tiene alarmantes índices de afectados por pandemias tales como el Sida.