Observatorio de Conflictos,
Argentina
“Todo
era tan fácil en los viejos tiempos, cuando los boers eran arrogantes y los
cafres unas bestias, cuando los presos políticos se ahorcaban o se tiraban por
la ventana de un undécimo piso. Ahora todo el mundo tiene las manos manchadas
de sangre”
Este fragmento de
pensamiento de un “sudafricano blanco” podría ilustrar de manera excelente lo
que fue y lo que es ese país sin nombre, que desde siempre fue nombrado por una
específica situación geográfica. No hay nada que haya ocurrido en Sudáfrica que
no aparezca retratado, de alguna forma, en este comentario que realiza un
periodista blanco. Racismo, etnocentrismo, subjetivismo, violencia, matanza,
segregacionismo. Todo está dentro de unas pocas líneas, todo está dentro de
unas pocas palabras. Esto coincide con encontrar una palabra que pueda hacernos
recordar y ver de manera distinta. Coincide con el hecho de que una palabra
signifique “tanto”, tanto, no solo en el aspecto cuantitativo, sino en el
ámbito cualitativo. Es el hecho de la universalidad de la palabra, y ya no de
la palabra sino del sentimiento que lleva consigo la palabra.
Esa palabra es APARTHEID,
y si se quisiera se podría sustituir todas esas líneas anteriormente citadas
por estas pocas letras. El apartheid es la bisagra de la historia sudafricana,
bisagra no en el sentido de cambio, sino en el sentido de unión, de
articulación. Es la forma por la cual se puede entrar al pasado sudafricano, al
pasado colonial, y es la forma de entender en presente negro, presente liberto
e independentista. Es el apartheid el instrumento que da cohesión al ayer y al
hoy sudafricano.
Todo el pasado está
minado por una perpetua ruta que lleva a la segregación, a la dominación blanca
y a la explotación negra, una ruta que duró siglos, que a través del
sufrimiento parecieron milenios. Una ruta que fue poco a poco quitando y
quitando hasta utilizar a los sudafricanos al igual que piezas de ajedrez que
nunca podrían ganar. Todo el pasado es eso. Y el presente es lo que dejó el
apartheid. El presente es el odio, la violencia, el rencor, la sangre. La
mirada del pasado y del presente sudafricano es la mirada del apartheid, y
viceversa.
Primer momento -
Segregación
El apartheid es un
despliegue de mecanismos tanto políticos, sociales, económicos, como ideológicos.
Estos mecanismos no fueron resueltos e implementados de forma espontánea o
arbitraria, son una parte de la línea que atraviesa toda la historia
sudafricana. Son el desarrollo de todo lo que se venía dando tanto a escala
política, como económico y racial, el reflejo del pasado y la imagen del
futuro. El apartheid es una construcción, y como toda construcción tiene un
tiempo y una finalidad. El tiempo va a traer consigo el recuerdo del proceso de
dicha construcción, y la finalidad va a tratar de darle sentido y significación
a cada ladrillo que se coloque.
Se podría ir para atrás
todo lo que quisiéramos para encontrar rastros de los que fue el apartheid.
Esta “construcción” es fruto, específicamente, de un desarrollo histórico que
puede situarse entre 1910 y 1970, y que tiene que ver con dos procesos muy
importantes y determinantes para su construcción: uno es el desarrollo del
capitalismo y el otro es la formación del Estado.
A partir de la
colonización inglesa, no solo en Sudáfrica sino en toda África, los blancos
detentaron una supuesta superioridad cultural sobre los pueblos nativos. Sin
embargo, esta colonización estaba también gobernada por ideas asimilacionistas,
en sentido de tratar de introducir una cierta occidentalización en la población
africana, en pos de lograr su aculturación.
La expansión de las
ideas racistas y el descubrimiento de las minas de oro y diamantes socavaron la
tendencia “asimilacionista” de la colonización. El darwinismo social de fines
del siglo XIX sirvió de herramienta para la toma del poder político y la
restricción del mismo a la población negra. Es en este momento cuando comienza
una política segregacionista, y la superioridad cultural establecida por y para
los blancos se hace realidad de la mano del racismo científico.
El descubrimiento de los
diamantes en 1869 y del oro en 1886 estuvo regido por una monopolización por
parte de capitales británicos desde el principio. Ya se podía hablar de una
industria minera, a la cual se le había anexionado un intenso mercado de mano
de obra. Este mercado debía ser muy abundante y barato. La minería del oro era
demasiado cara, debido a sus propias características relacionadas con el costo
de su extracción, por lo cual se debía reducir dicho costo. Esta reducción
estuvo orientada por un control centralizado de la mano de obra. La forma de
poner en práctica esta coerción fue a través de prácticas estatales, como la
legislación. El estado no sólo solucionó la imposibilidad de capturar mano de
obra barata, sino que a su vez institucionalizó una coerción extraeconómica
sobre toda la población negra.
Este es el punto en
donde se ve la separación. Es aquí donde, a través de ciertas legalidades, se
diferencia la población nativa. Los nativos fueron perdiendo territorio, debido
al cambio de las relaciones de tipo servil y la imposibilidad legal de comprar
tierras. Esto significó la creación de las llamadas “reservas” en donde vivían
los negros, alejados de la ciudad, y desde donde tenían que emigrar para
brindar su trabajo. Estas reservas eran un mecanismo estatal al igual que los
demás, tenían implicancias tanto económicas como ideológicas, y fueron el
germen principal de lo que después se conoció como apartheid. La rama agrícola
de la economía sudafricana, que había monopolizado la producción por mucho
tiempo, cayó rendida a los pies de la producción aurífera, que gozaba de un
gran esplendor debido a los grandes ingresos que generaba.
Todo este proceso, de
industrialización y cambio concreto de la economía sudafricana, se dio en el
marco de una cuestión política muy importante como fue la creación de la Unión
Surafricana. Como bien lo dice el nombre, fue la unión, bajo la supervisión del
gobierno británico, de las provincias de El Cabo, Transvaal, el Estado Libre de Orange y Natal, que permitió
la unión a su vez de todos los intereses de la burguesía blanca, e intensificó
la explotación de la población nativa. La segregación impulsada por la
explotación racial permitió aunar las fuerzas de la raza blanca y cerrar
ciertas heridas, las heridas que quedaban abiertas tanto por cuestiones étnicas
(ingleses-afrikaners) como económicas
(burguesa minera y agrícola).
Segundo momento – Apartheid
El primer momento, que
llega hasta la década del treinta, se puede decir que es el del desarrollo
capitalista de Sudáfrica. Caracterizado por el surgimiento moderado de una
industria; la utilización del Estado (a través del establecimiento de la Unión
Surafricana) para asegurar el crecimiento de relaciones capitalistas; y una
segregación basada en la explotación del pueblo negro.
Aunque estas
características, que se desarrollan hasta la década del cuarenta, tiñen al
Estado de intervencionista, es después de esta época cuando interviene de forma
más concreta, se hace cargo de la racionalización de la industria y regula la
utilización de créditos.
Si el problema del
primer proceso de industrialización fue la captación y regulación de una masa
de mano de obra abundante y barata, en este segundo momento el problema es
mantener la tasa de ganancia despejada de la mano de obra, ya que se venía
dando una declinación en la productividad que generaban las reservas africanas.
Es así como, en 1948, surge el Apartheid. Con
el triunfo del Partido Nacional se produce la institucionalización definitiva,
aquí es cuando se legaliza y cuando la segregación se vuelve más brutal. Más
allá de que, a grandes rasgos, se vea una continuación del anterior proceso de
segregación, en este momento el Estado trata de extremar todas las formas de
racismo. De esta forma, toda la población sudafricana fue dividida de acuerdo a
la raza y se alejó a todos los africanos de los espacios políticos.
El apartheid se
transformó en el ideal blanco de una vida social sin presencia negra: se
prohibió el proceso de urbanización negra; le fue imposible a la población
africana la entrada a las ciudades. Esta pretensión de “vida blanca pura”
estaba basada en la creencia en que cualquier asentamiento negro provocaría un
espontáneo estallido de violencia social. El sistema de influx control era la herramienta principal, era la forma de
coerción con la que contaba el Estado para impedir y controlar la entrada de
negros a las ciudades y, por consiguiente, de cumplir con el abastecimiento de
la mano de obra. Aparte, el propio Estado imposibilitaba la adquisición, por parte
de la población negra, de créditos para viviendas.
Otra de las políticas
estatales relacionadas con el apartheid, pero que a escala ideológica posee
un mayor peso, es la regulación de la
educación. Se construyeron distintos niveles educativos, en los cuales (obviamente) los negros ocuparían el estrato
inferior. El estado se hacía cargo de la estructura total de la educación,
dejando a un lado a las escuelas religiosas, que venían teniendo la mayor parte
de la carga educativa hasta 1950. Esta política, como todas las anteriores, fue
resuelta por Verwoerd, mentor principal en la estructura ideológica del
apartheid y posteriormente (1961) primer ministro de Sudáfrica.
Otro de los puntos de
caracterización del apartheid, que adquiere gran importancia por su raíz
también racial, es el hecho de una purificación final en la raza blanca con la
exclusión de los mestizos. Hasta antes de los cincuenta se permitía la
socialización mestiza en las ciudades, pero con la institucionalización del
apartheid se produjo, no solo la segregación, sino también (y al igual que a
los negros) el quite de todo poder político.
Este sistema de
apartheid permitió cuidar los intereses de clase de los blancos, como también
la supervivencia de los afrikaners
como grupo étnico. También posibilitó un crecimiento económico visible, que
tuvo como consecuencia cierta movilidad social, obviamente solo dentro de la
raza blanca.
Tercer momento –
Desintegración del Apartheid
Han pasado demasiadas
cosas en Sudáfrica: la colonización, el segregacionismo, la independencia y el
apartheid. ¿Pero en realidad han pasado?.
Es imposible construir
una sociedad nueva, una sociedad que olvide todo aquello que vivió y comience
su vida de cero. Las heridas no cicatrizan tan rápido, ni de la manera en que
nosotros quisiéramos.
La realidad es que ese
odio racial y ese enfrentamiento de clase, que se venía dando en Sudáfrica con
la utilización del apartheid, salieron a flote en un panorama de liberación
económica y de desintegración del mismo apartheid. Se rebalsó el odio. La
reforma del apartheid que se realizó en los ochenta inició este proceso de
debilitamiento estructural. Este apartheid ya no relacionaba clase social con
un espacio geográfico: ahora se planteaba la imposibilidad de la
no-urbanización negra, por lo que comenzó un proceso de asimilación en las
ciudades de población sudafricana.
Este acercamiento
provocó, en un primer momento, la creación de barriadas en los límites de las
ciudades y, después, un enfrentamiento entre las razas. Esta urbanización acelerada
y el enfrentamiento cara a cara de blancos y negros condujo a una
resignificación de la vida sudafricana. La presión que ejerce la población
negra es impresionante y totalizadora. La lucha se desató sobre el espacio, las
tierras y los trabajos, pero esta lucha ya no va a estar producida por la
“población negra”, sino que se va a dar sobre la base de una nueva división, a
través de la raza, la etnia, el idioma o la clase.
Son estas divisiones las
que van a gobernar la nueva Sudáfrica. La desintegración del apartheid,
permitió, no una sociedad cohesionada, sino una sociedad dividida hasta el
hartazgo. Lo paradójico es que, fue en esa nueva división en donde se desató
ese odio. El ataque no se dio en contra de los blancos, sino en contra de la
propio jerarquización en las nuevas comunidades emergentes. Son las diferencias
más mínimas, como por ejemplo los distintos
accesos a los recursos, las que generan conflictos internos, por más
mínima que parezca esta diferencia. Las diferencias materiales van a ser brecha
que separe a las personas en la nueva Sudáfrica. Lo paradójico es que los
sectores más oprimidos durante el régimen del Apartheid serán los nuevos
excluidos económicos y sociales (¿nuevos?). La desaparición del Apartheid
terminó con la obligación estatal de manutención de la mano de obra y atacó
directamente a la supervivencia humana de toda la clase. La desintegración del
Apartheid no produjo la desaparición de la segregación, sino que modificó su
apariencia y su forma.
La violencia, tanto
económica, política, como real (material), se apoderó de todo. Dentro de la
población negra se acepta violencia como medio de obtención de ciertas cosas y
la hegemonía. Cualquiera de los centros políticos de mayor poder, como son el
CNA o el Inkatha utiliza esta aceptación de la violencia para beneficio propio,
como una herramienta más para retener el poder. Bajo el apartheid se mantenía
el orden social a través de medidas represivas que formaban parte de una
construcción sociopolítica monstruosa. La ruptura de ese monstruo permitió la
dislocación de todo, la incapacidad de aunar fuerzas, la individualización en
extremo, la incapacidad de integrar las diferencias.
Ese es el gran problema
de Sudáfrica, la incapacidad de digerir las diferencias. Se necesita una gran
conciencia cultural para transformar esta situación y dar a luz un espacio
social y político sin diferencia, pero no sin razas, sino sin injusticias, SIN APARTHEID.
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